7.
EL CAMBIO
Una tarde volvió Santi a
casa loco de contento. Se acababa de
organizar una orquesta en su escuela y
él formaba parte de ella. Iba a ser un gran conjunto con toda clase de
instrumentos. Pensaban dar el primer concierto por la radio antes de las
vacaciones de Navidad y debían empezar cuanto antes los ensayos.
Doña Rosa preguntó:
—
¿Qué
instrumento tocas tú?
—
Yo
tocaré el contrabajo — dijo Santi.
Me acordé en aquel
momento del buen papá Fernández y de su violón.
No sé si saben ustedes
que el contrabajo es lo mismo que el violón. Me sentí muy orgullosa de que
Santi tocase el violón. Si hubiera podido, hubiera llamado por teléfono a papá
Fernández para que le hiciera uno barato. Pero lo que oí después me dejó
triste. Dijo don Roberto:
—
No
lo sé — dijo Santi —; estoy esperando que mi amigo Juanjo me llame por
teléfono. Me dijo que él tenía uno y que seguramente...
En aquel momento sonó el
timbre. Pero no en el teléfono, sino en la puerta. Fue Pepe a abrir y poco
después entraba el amigo de Santi, Juanjo, con un gran estuche que yo conocía
muy bien. Era el estuche de un violón. Santi lo abrió en seguida y se quedó
mirándolo entusiasmado. Mientras tanto, el violón y yo empezamos a hablar. Los
instrumentos de música hablamos entre nosotros sin que nadie nos oiga.
—
Hola,
¿qué tal estás? — me dijo el contrabajo con su voz profunda.
—
Yo
aquí lo paso muy bien. ¿Y tú?
—
Me
he aburrido mucho, porque ese Juanjo no sabe tocar el contrabajo.
—
Pero
ahora lo pasaremos muy bien los dos en casa de Santi.
—
Lo
dudo. Me parece que si Santi se queda conmigo, tú te irás con Juanjo.
—
Me
daría mucha pena, porque Santi y sus hermanos son muy simpáticos.
—
Juanjo
tampoco es mal chico. Sabe tocar la guitarra y le gusta mucho viajar. A mí no
podía llevarme, pero tú podrás conocer muchos sitios nuevos.
Iba a decirle que
prefería estar con Santi cuando Juanjo se acercó a mí. Me agarró por el mango y después de pulsar un poco mis
cuerdas me metió en el estuche. Mientras salía de casa escuché el vozarrón del
contrabajo, que me decía:
—
¡Adiós,
chica, buen viaje...!
Santi empezaba a pasar el
arco sobre sus cuerdas, mientras los hermanos cantaban con sus vocecitas de
flauta. Cuando se cerró la puerta, no les oí más y empecé a echar unas
lagrimillas.
8. JUANJO
Juanjo tenía una hermana
más pequeña que él. Cuando ella empezaba a cantar se rompían los vasos de la
casa y caía un chaparrón. En cambio, Juanjo era un buen cantor; aunque los
vecinos de su casa no pensaban lo mismo.
En cuanto llegó a casa me
sacó de la funda, puso una correa para colgarme de su cuello y empezó su
repertorio. Estaba impaciente.
Al poco rato, las vecinas
gritaban desde el patio:
—
¡Ese
niño, que se calle!
—
¡A
ver si cantas un poco más bajo, patojo!
—
¡Que
has despertado a mi nene...! — y se oía la voz de un bebé que lloraba.
La madre de Juanjo llegó
apurada, cerró la ventana del patio y le mandó a Juanjo que dejase de cantar y
se pusiera a estudiar.
Pero Juanjo cantaba hasta estudiando. Me colgó
por la correa de un clavo junto a su cama y desde allí le veía sentado ante su
mesa de trabajo con el libro de historia abierto y cantando en voz baja:
Con tres barquitos veleros
cruzó Cristóbal el mar;
¡qué sorpresa dio a la gente
cuando le vieron llegar!
Cuando Colón, muy solemne,
puso en América el pie
¿no sabén lo que hizo luego?
poner el otro también.
En casa de Juanjo pasé
varios meses tan contenta que no eche mucho de menos a Santi. Además, Santi
venía a veces a saludarnos a Juanjo y a mí. Juanjo me llevaba a todas partes
Con él fui a visitar La
Antigua Guatemala Me llevó al Parque Central
, me subió al cerro de la cruz , se
empeñó en subirme también a lo alto de la catedral y se puso a cantar allí con sus compañeros.
Pero las grandes campanas de la catedral empezaron a lanzar su "din,
don..." y tuvieron todos que bajar tapándose los oídos. ¡Menos mal! La catedral
prefiere que toquen la guitarra abajo en
el parque. Se parece a las vecinas de la casa de Juanjo. Juanjo era muy alegre, como veis, pero tenía
conmigo menos cuidado que Santi. Me llevaba muchas veces colgada a la espalda
con su correa. Una vez casi me aplastan en la
camioneta. Entramos al mediodía, cuando toda la gente vuelve de
trabajar, y lo pasé muy mal. Me rompieron una cuerda.
Otra vez estuve a punto
de caer al agua en Panajachel. Estábamos dando un paseo en una de las barcas.
Juanjo se puso a cantar lo de Don Cristóbal Colón, y una vez que perdió el
equilibrio casi me voy al mar. Hubiera sido terrible. ¡Como los peces no saben
tocar la guitarra...!
A veces, cuando la
hermana de Juanjo se ponía a cantar, él la amenazaba con pegarla con la
guitarra. Yo temblaba. Menos mal que no lo hizo nunca.
El día que más miedo pasé
fue cuando el gato de Juanjo quiso ser músico. Mientras Juanjo estaba
estudiando, "Chuchi" — un gatazo negro y travieso — se subió en la
silla donde me había dejado mi dueño y me acercó sus uñas. Mis cuerdas
hicieron: ¡blim!, ¡blum!... En cuanto lo oyó, Juanjo se quitó la zapatilla y se
la tiró a "Chuchi". En vez de darle a "Chuchi" me dio a mí.
Todavía me dura la cicatriz.