Zygmunt
Bauman (1925-2017), uno de los más grandes pensadores de nuestra
era, alertó
Cuando
Zygmunt Bauman falleció en Leeds, Inglaterra, estaba perfectamente
consciente de que Donald Trump se sentaría en la silla presidencial.
Pero tuvo el acierto de no esperar a la ceremonia de inauguración
para ver el desenlace de la pesadilla: el eminente sociólogo polaco,
uno de los más grandes pensadores de nuestra era, ya había bebido
suficiente del aljibe pútrido del totalitarismo occidental.
Una
de las cosas más dolorosas por su fallecimiento es que se fue
sabiendo que el mundo no había aprendido nada de las lecciones del
Holocausto; se fue sabiendo que el mundo había comenzado una
vertiginosa marcha atrás. Consciente se fue de que la utopía de
Tomás Moro estaba más lejos que nunca –si bien en el último
libro que nos dejó, Retropia, murmuraría que en el romance de una
civilización obsesionada con la resurrección del pasado, podríamos
encontrar una ‘ruta de mapa’ hacia un mundo mejor. La retropía
es, no obstante, inalcanzable, explicaría el prolífico autor –no
porque no haya existido alguna vez– sino porque cesó de existir.
Es
cierto que uno de los argumentos centrales de la obra de este
exuberante pensador sobreviviente del nazismo, es que Holocausto y
modernidad son inseparables. Pero, paradójicamente, la Modernidad
Europea sería el mejor antídoto para sobrevivir en los ‘tiempos
líquidos’ –término que acuñó Bauman para describir el
lamentable estado de las sociedades contemporáneas caracterizadas
por el derrumbe de las instituciones que nos habrían brindado
cimientos firmes durante un largo periodo histórico. En las
‘sociedades líquidas’ prevalecen la incertidumbre, el
individualismo y la indiferencia; en ellas proliferan multitudes de
humanos ‘desechables’ y ‘descartables’ –una preocupación
constante en la obra del laureado Premio Príncipe de Asturias:
“mirad al mundo desde los ojos de los más débiles, y afirmad con
honestidad que nuestras sociedades son buenas, civilizadas y libres”,
sentenciaba.
Claro
que hablar en términos del ‘estado líquido’ de la sociedad era
problemático: ¿habría sido más preciso hablar de evaporización?
le preguntaba yo en el borrador de una entrevista que no llegamos a
concluir. Lamentablemente no hubo ocasión de reflexionar y ahondar
sobre estas alegóricas digresiones, porque la muerte le llegó a
este gran hombre que se esfumó dolorosamente de nuestras vidas a
escasos días de que un lunático megalómano de cabellera leonada se
instalase peligrosamente en la presidencia de los Estados Unidos.
Efectivamente,
una de las mentes más brillantes de nuestra época partía días
antes de que un hombre trastornado tomase posesión del despacho oval
para firmar folios raudamente y consumar, por decreto, la
evaporización de instituciones ciertamente ya debilitadas desde el
advenimiento del neoliberalismo; instituciones que, a pesar de
severas carencias y, pese a los conflictos y conflagraciones de las
últimas décadas, habían generado relativa armonía, relativa paz y
estabilidad mundial.
En
una de sus últimas presentaciones públicas alertó Bauman sobre la
convergencia hoy del nazismo y el populismo –ambos caracterizados
por la habilidad de reducir a lo maligno, sin la menor contrición,
toda Otredad; ostentando al Otro, al ‘forastero’, como el
‘bárbaro’, digno únicamente de odio y desdén. Y fueron las
recientes manifestaciones de odio desmedido las que ocuparon la mente
de Bauman tras la reacción xenofóbica a las recientes olas
migratorias, incluyendo las que convirtieron al Mar Mediterráneo en
cementerio, como diría Bauman aludiendo las palabras del Papa
Francisco sobre el trágico destino de los refugiados.
Parecería
pues simbólico que la muerte le llegó al Profesor Emérito de la
Universidad de Leeds a escasos días de que Donal Trump, belicoso y
déspota –el hombre que encabeza la nueva revolución del odio–
llegase a revolver los escombros y cenizas del fascismo, resucitando
los fantasmas del pasado, mismos que, funestamente, el Brexit ya
había comenzado a aguijar al otro lado del Atlántico aquel lóbrego
junio del 2016.
Puedo
casi adivinar la respuesta del catedrático a esta pregunta: ¿estamos
acaso presenciando la instalación de la mayor fábrica productora de
odio, la segunda gran industria mundial de la aversión? –No;
seguramente respondería– es más preciso hablar de su más
eficiente administración.
Ciertamente
habría una razón para hablar en términos de ‘administración’,
en lugar de ‘producción’ masiva (de odio). Donald Trump no es
meramente un desequilibrado –es en realidad un geo-estratega, un
gran calculador– no en vano formó un gabinete militarizado
(reuniendo tácticamente a figuras claves del poder corporativo con
figuras de las fuerzas armadas) para consumar lo que algunos
analistas consideraron “un golpe de estado enmascarado de
democracia” (cf. Jalife-Rahme). No es difícil adivinar que esto
tuvo el doble objetivo de pavimentar el camino, tanto para la nueva
elite de la dinastía Trump, como para la construcción del nuevo
orden mundial (no en vano anunció Trump que buscará aprobación del
Congreso para un histórico incremento al gasto militar de su país).
Pero siendo ante todo un comerciante, Trump procedió a aplicar sus
destrezas gerenciales y de marketing: para ‘administrar’ la
xenofobia y el rencor popular, el nuevo presidente desplegaría, de
manera magistral, la ideología de la ‘supremacía blanca’.
Volviendo
a Bauman, su obra inagotable es hoy más relevante que nunca. ¿Acaso
el paradigma occidental de democracia estaba destinado a fracasar;
acaso la democracia fue siempre una ilusión, un mito occidental,
otra institución líquida, vacilante y gelatinosa? le preguntaba yo
tímidamente en 2008, esperando respuestas concluyentes (qué fácil
era olvidar que el sociólogo de Poznań, nunca daría respuestas
cómodas o sencillas).
Y
es que Bauman razonaba y escribía como los músicos, (compartíamos,
por cierto, nuestra admiración por diversos compositores: el eco de
Chopin, su compatriota, o el dulce llanto de Henryk Górecki no
faltaban en nuestras conversaciones). Pero leer a Bauman era más
bien como escuchar a Schubert, porque evoca tristeza al mismo tiempo
que una profunda e incontrovertible serenidad, una peculiar sabiduría
de magistral sobriedad –con la diferencia de que Bauman había
alcanzado un sonido singular, uno nota en la escala musical que
nadie, ningún músico o pensador parecería haber logrado alcanzar.
Por
todo lo anterior estremece saber que Zygmunt partió consciente de
que las grandes ideas del pasado estaban desvaneciendo (aunque no
todavía muertas, murmuraría en su último libro). Partió
consciente de que la humanidad enfrentaba la peor encrucijada de su
historia. Se fue temiendo por el futuro de Europa porque sabía que,
a pesar de sus grandes deficiencias, la Unión Europea era bastión
de salvaguardia de los derechos humanos y resguardo contra la guerra.
Cómo perdonarnos que, quienes sobrevivieran al infierno del
Holocausto, mueren ahora sabiendo que los lémures de una de las
peores calamidades de la humanidad, han resurgido, y que no pudimos
evitarlo.
Cuando
estábamos en la fase de planeación de una publicación en torno al
concepto del ‘fin del mundo’ equivocadamente atribuido a los
antiguos Mayas, buscábamos una correspondencia entre los grandes
acontecimientos sociales y los grandes colapsos paradigmáticos de la
primera década del siglo XXI, explorando la pertinencia misma del
concepto del ‘fin’. Quién nos iba a decir que, cuatro años más
tarde, ‘el fin del mundo’ llegaría por decreto desde la
presidencia de Estados Unidos.
En
aquella ocasión Zygmunt había titulado su borrador preliminar con
la frase “The end of what”, por lo que debí preguntarme –
¿quiénes fueron los que se equivocaron sobre el 2012? – los
antiguos Mayas, o los arqueólogos y epigrafistas hechizados con
narrativas míticas y futurísticas.
¿Acaso
no fueron los Mayas contemporáneos del Ejercito Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) los que profetizaron la hecatombe del
TLCAN aquel primero de enero de 1994? (Claro que, lo que vaticinaron
los Mayas Zapatistas, nada tiene que ver con el desdén Trumpista por
el libre comercio y la cooperación internacional –el de aquellos
era un presagio sobre las amenazas del capitalismo depredador;
mientras que el del perturbado de Washington es un alarido xenofóbico
y proteccionista).
En
cualquier caso Bauman sabía que, en última instancia, los ciclos
históricos, como aquellos contenidos en el calendario Maya, eran
como los estados de la materia; cambiantes, aunque, quizá,
perpetuamente líquidos –como el agua– que oscila entre el mar,
las nubes y los glaciares.
En
la era de Trump –sea analizada desde la óptica de la liquidez del
‘paradigma de Bauman’ (sospecho que no me perdonaría hablar de
‘su’ paradigma); o sea desde la óptica de la narrativa
apocalíptica– la solidaridad, la imaginación, la compasión y el
amor como el que desbordaba Zygmunt Bauman, son los cálices de los
que debemos beber si queremos sobrevivir al siglo XXI. “Recuerda
Citlali querida, me escribió en una de nuestras últimas
conversaciones citando a Cicerón, dum spiro, spero, mientras
respiro, hay esperanza”.
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*Citlali
Rovirosa-Madrazo es coautora, con Zygmunt Bauman de “Living on
Borrowed Time” (Cambridge: University Press), y coautora, con
Fernando Cardenal (SJ) de “Francisco: entre la Ciencia y la
Teología Moral” (Managua: Hispamer)