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29 de junio de 2017

EL LEGADO DE BAUMAN PARA LA ERA TRUMP


Zygmunt Bauman (1925-2017), uno de los más grandes pensadores de nuestra era, alertó

Cuando Zygmunt Bauman falleció en Leeds, Inglaterra, estaba perfectamente consciente de que Donald Trump se sentaría en la silla presidencial. Pero tuvo el acierto de no esperar a la ceremonia de inauguración para ver el desenlace de la pesadilla: el eminente sociólogo polaco, uno de los más grandes pensadores de nuestra era, ya había bebido suficiente del aljibe pútrido del totalitarismo occidental.

Una de las cosas más dolorosas por su fallecimiento es que se fue sabiendo que el mundo no había aprendido nada de las lecciones del Holocausto; se fue sabiendo que el mundo había comenzado una vertiginosa marcha atrás. Consciente se fue de que la utopía de Tomás Moro estaba más lejos que nunca –si bien en el último libro que nos dejó, Retropia, murmuraría que en el romance de una civilización obsesionada con la resurrección del pasado, podríamos encontrar una ‘ruta de mapa’ hacia un mundo mejor. La retropía es, no obstante, inalcanzable, explicaría el prolífico autor –no porque no haya existido alguna vez– sino porque cesó de existir.


Es cierto que uno de los argumentos centrales de la obra de este exuberante pensador sobreviviente del nazismo, es que Holocausto y modernidad son inseparables. Pero, paradójicamente, la Modernidad Europea sería el mejor antídoto para sobrevivir en los ‘tiempos líquidos’ –término que acuñó Bauman para describir el lamentable estado de las sociedades contemporáneas caracterizadas por el derrumbe de las instituciones que nos habrían brindado cimientos firmes durante un largo periodo histórico. En las ‘sociedades líquidas’ prevalecen la incertidumbre, el individualismo y la indiferencia; en ellas proliferan multitudes de humanos ‘desechables’ y ‘descartables’ –una preocupación constante en la obra del laureado Premio Príncipe de Asturias: “mirad al mundo desde los ojos de los más débiles, y afirmad con honestidad que nuestras sociedades son buenas, civilizadas y libres”, sentenciaba.

Claro que hablar en términos del ‘estado líquido’ de la sociedad era problemático: ¿habría sido más preciso hablar de evaporización? le preguntaba yo en el borrador de una entrevista que no llegamos a concluir. Lamentablemente no hubo ocasión de reflexionar y ahondar sobre estas alegóricas digresiones, porque la muerte le llegó a este gran hombre que se esfumó dolorosamente de nuestras vidas a escasos días de que un lunático megalómano de cabellera leonada se instalase peligrosamente en la presidencia de los Estados Unidos.

Efectivamente, una de las mentes más brillantes de nuestra época partía días antes de que un hombre trastornado tomase posesión del despacho oval para firmar folios raudamente y consumar, por decreto, la evaporización de instituciones ciertamente ya debilitadas desde el advenimiento del neoliberalismo; instituciones que, a pesar de severas carencias y, pese a los conflictos y conflagraciones de las últimas décadas, habían generado relativa armonía, relativa paz y estabilidad mundial.

En una de sus últimas presentaciones públicas alertó Bauman sobre la convergencia hoy del nazismo y el populismo –ambos caracterizados por la habilidad de reducir a lo maligno, sin la menor contrición, toda Otredad; ostentando al Otro, al ‘forastero’, como el ‘bárbaro’, digno únicamente de odio y desdén. Y fueron las recientes manifestaciones de odio desmedido las que ocuparon la mente de Bauman tras la reacción xenofóbica a las recientes olas migratorias, incluyendo las que convirtieron al Mar Mediterráneo en cementerio, como diría Bauman aludiendo las palabras del Papa Francisco sobre el trágico destino de los refugiados.

Parecería pues simbólico que la muerte le llegó al Profesor Emérito de la Universidad de Leeds a escasos días de que Donal Trump, belicoso y déspota –el hombre que encabeza la nueva revolución del odio– llegase a revolver los escombros y cenizas del fascismo, resucitando los fantasmas del pasado, mismos que, funestamente, el Brexit ya había comenzado a aguijar al otro lado del Atlántico aquel lóbrego junio del 2016.
Puedo casi adivinar la respuesta del catedrático a esta pregunta: ¿estamos acaso presenciando la instalación de la mayor fábrica productora de odio, la segunda gran industria mundial de la aversión? –No; seguramente respondería– es más preciso hablar de su más eficiente administración.

Ciertamente habría una razón para hablar en términos de ‘administración’, en lugar de ‘producción’ masiva (de odio). Donald Trump no es meramente un desequilibrado –es en realidad un geo-estratega, un gran calculador– no en vano formó un gabinete militarizado (reuniendo tácticamente a figuras claves del poder corporativo con figuras de las fuerzas armadas) para consumar lo que algunos analistas consideraron “un golpe de estado enmascarado de democracia” (cf. Jalife-Rahme). No es difícil adivinar que esto tuvo el doble objetivo de pavimentar el camino, tanto para la nueva elite de la dinastía Trump, como para la construcción del nuevo orden mundial (no en vano anunció Trump que buscará aprobación del Congreso para un histórico incremento al gasto militar de su país). Pero siendo ante todo un comerciante, Trump procedió a aplicar sus destrezas gerenciales y de marketing: para ‘administrar’ la xenofobia y el rencor popular, el nuevo presidente desplegaría, de manera magistral, la ideología de la ‘supremacía blanca’.

Volviendo a Bauman, su obra inagotable es hoy más relevante que nunca. ¿Acaso el paradigma occidental de democracia estaba destinado a fracasar; acaso la democracia fue siempre una ilusión, un mito occidental, otra institución líquida, vacilante y gelatinosa? le preguntaba yo tímidamente en 2008, esperando respuestas concluyentes (qué fácil era olvidar que el sociólogo de Poznań, nunca daría respuestas cómodas o sencillas).

Y es que Bauman razonaba y escribía como los músicos, (compartíamos, por cierto, nuestra admiración por diversos compositores: el eco de Chopin, su compatriota, o el dulce llanto de Henryk Górecki no faltaban en nuestras conversaciones). Pero leer a Bauman era más bien como escuchar a Schubert, porque evoca tristeza al mismo tiempo que una profunda e incontrovertible serenidad, una peculiar sabiduría de magistral sobriedad –con la diferencia de que Bauman había alcanzado un sonido singular, uno nota en la escala musical que nadie, ningún músico o pensador parecería haber logrado alcanzar.

Por todo lo anterior estremece saber que Zygmunt partió consciente de que las grandes ideas del pasado estaban desvaneciendo (aunque no todavía muertas, murmuraría en su último libro). Partió consciente de que la humanidad enfrentaba la peor encrucijada de su historia. Se fue temiendo por el futuro de Europa porque sabía que, a pesar de sus grandes deficiencias, la Unión Europea era bastión de salvaguardia de los derechos humanos y resguardo contra la guerra. Cómo perdonarnos que, quienes sobrevivieran al infierno del Holocausto, mueren ahora sabiendo que los lémures de una de las peores calamidades de la humanidad, han resurgido, y que no pudimos evitarlo.

Cuando estábamos en la fase de planeación de una publicación en torno al concepto del ‘fin del mundo’ equivocadamente atribuido a los antiguos Mayas, buscábamos una correspondencia entre los grandes acontecimientos sociales y los grandes colapsos paradigmáticos de la primera década del siglo XXI, explorando la pertinencia misma del concepto del ‘fin’. Quién nos iba a decir que, cuatro años más tarde, ‘el fin del mundo’ llegaría por decreto desde la presidencia de Estados Unidos.

En aquella ocasión Zygmunt había titulado su borrador preliminar con la frase “The end of what”, por lo que debí preguntarme – ¿quiénes fueron los que se equivocaron sobre el 2012? – los antiguos Mayas, o los arqueólogos y epigrafistas hechizados con narrativas míticas y futurísticas.

¿Acaso no fueron los Mayas contemporáneos del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) los que profetizaron la hecatombe del TLCAN aquel primero de enero de 1994? (Claro que, lo que vaticinaron los Mayas Zapatistas, nada tiene que ver con el desdén Trumpista por el libre comercio y la cooperación internacional –el de aquellos era un presagio sobre las amenazas del capitalismo depredador; mientras que el del perturbado de Washington es un alarido xenofóbico y proteccionista).

En cualquier caso Bauman sabía que, en última instancia, los ciclos históricos, como aquellos contenidos en el calendario Maya, eran como los estados de la materia; cambiantes, aunque, quizá, perpetuamente líquidos –como el agua– que oscila entre el mar, las nubes y los glaciares.

En la era de Trump –sea analizada desde la óptica de la liquidez del ‘paradigma de Bauman’ (sospecho que no me perdonaría hablar de ‘su’ paradigma); o sea desde la óptica de la narrativa apocalíptica– la solidaridad, la imaginación, la compasión y el amor como el que desbordaba Zygmunt Bauman, son los cálices de los que debemos beber si queremos sobrevivir al siglo XXI. “Recuerda Citlali querida, me escribió en una de nuestras últimas conversaciones citando a Cicerón, dum spiro, spero, mientras respiro, hay esperanza”.
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*Citlali Rovirosa-Madrazo es coautora, con Zygmunt Bauman de “Living on Borrowed Time” (Cambridge: University Press), y coautora, con Fernando Cardenal (SJ) de “Francisco: entre la Ciencia y la Teología Moral” (Managua: Hispamer)