MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
«No
temas, que yo estoy contigo» (Is
43,5)
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos
Gracias
al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación
es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir
inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas
noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas.
Nuestros
padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de
molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo,
quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler
trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no
puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros
decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a
Leoncio Igumeno).
Me
gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en
el ámbito profesional como en el de las relaciones personales,
«muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y
bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación.
Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que,
rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del
encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.
Creo
que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar
la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las
«malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo
de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de
favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del
sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja
afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que
todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de
resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos
en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no
se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde
reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de
causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama
del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de
adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.
Por
lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo
comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al
mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo
una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va
dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las
mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la
«buena noticia».
La
buena noticia
La
vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de
acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser
narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa
seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí
misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada
con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos
mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta
distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las
lentes» adecuadas?
Para
los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no
pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena
Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios»
(Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su
narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús,
pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena
noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del
Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su
contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de
Jesús.
Esta
buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta
de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una
perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el
Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con
cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos,
porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que
yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios
que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta
promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda
nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las
tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la
Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la
amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se
trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)― y que hace que
la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada.
Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo
se convierte también en el escenario para una posible buena noticia,
desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de
la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros
capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.
La
confianza en la semilla del Reino
Para
iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad
evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que
acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría
a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo,
con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la
tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para
comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle
importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a
quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla
incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar
la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las
imágenes ―más que los conceptos― las que comuniquen la
paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las
hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de
Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana,
donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande
de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se
profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa
el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el
grano brota y crece» (Mc 4,26-27).
El
Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una
mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio.
Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo
ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le
robe la alegría del Reino.
Los
horizontes del Espíritu
La
esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace
elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico
de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja
de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la
esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el
Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de
«entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este
camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del
velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la
fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores
de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra»
(cf. Hb 1,7-8).
La
confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la
Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza
nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se
lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es
posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad
de cada historia y en el rostro de cada persona.
Quien
se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en
cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad,
reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este
mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo
con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor
no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más
humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues
de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la
masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese
Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los
santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios.
También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a
través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas
que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la
historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que
iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.
Vaticano,
24 de enero de 2017
Francisco