UN EVANGELIO DE AHORA
MISMO.
EL DÍA EN QUE JESÚS VISITÓ UN CAMPO DE REFUGIADOS
EL DÍA EN QUE JESÚS VISITÓ UN CAMPO DE REFUGIADOS
Pedro Miguel Lamet
ÉXODO Éxodo 132
El viento huracanado zarandeaba la arenisca de la
playa de Lesbos. A una milla de distancia diversas zodiacs hinchables luchaban
contra un mar embravecido, donde familias de refugiados sirios se debatían
entre la vida y la muerte. Un puñado de pescadores griegos lanzó un cabo desde
su barcaza a uno de los botes a punto de desinflarse y ser engullido por una ola
gigantesca. Gritaban:
–¡Salvadnos, que perecemos!
El patrón, de barba negra y ojos profundos, vestido
con un chaleco color butano y un gorro de punto calado hasta las cejas,
exclamó:
–¡Vamos, remad más fuerte!
A duras penas consiguieron arrastrar la débil
embarcación hasta la playa. La imagen que se encontraron no podía ser más
desoladora: Jóvenes voluntarios de Médicos del Mundo practicaban la respiración
artificial a un naufrago, mientras otros cubrían con mantas los cadáveres de
varios niños que no lograron superar el desembarco.
Exhaustos, después de una agotadora jornada, los
doce pescadores encendieron una fogata junto a una casa en ruinas. El patrón
les dijo:
–Roto el timón, sin agua y sin alimentos, veo a
estas gentes como navegantes sin rumbo, ni norte ni puerto. ¿Qué puedo decir de
esta generación? ¡Ay de quienes los han arrojado a tal estado! ¡Ay de ti,
Europa, que les cierras las puertas y les niegas la vida! Yo envié en un tiempo
a estas playas a mis primeros apóstoles para sembrar la Buena Noticia de amor y
bienaventuranza.
Me construisteis iglesias, sí, pero también fundasteis
naciones para enriqueceros, y después de luchar entre vosotros, acabasteis
entregados al dios que llamáis “estado del bienestar”.
Habéis convertido el
continente en un castillo inexpugnable, un recinto cerrado con muros y
empalizadas, un mercado pendiente de los movimientos de la bolsa y las primas
de riesgo, en función de vuestro propio egoísmo.
Creasteis una moneda única
para engrosar vuestras arcas, pues almacenáis en bancos el dinero de todos, o
promover multinacionales que explotan a los más desfavorecidos de los países
pobres. Pero ¿de qué os servirán vuestras abultadas cuentas bancarias cuando se
presente el implacable ladrón en la noche?
Un marinero llamado Andrés preguntó:
–Pero, ¿no tienen al Papa y los obispos para
recordarles lo que tú les enseñaste en tu primera venida?
–Ay, Andrés, muchos se han olvidado del mar, la
pesca y las noches de brega. Y al actual sucesor de Pedro, que, fiel a mí,
clama por estos desvalidos, no le hacen caso. Es una voz que grita en el
desierto del consumismo. O bien le llaman “populista” y “comunista”. Ha pedido
que se reciba a los refugiados, pero Europa hace oídos sordos, se limita a
poner parches a tamaña tragedia. Ha criticado sin rodeos un sistema que
“descentró a la persona”, colocando en el centro al “dios dinero”, y ha abogado
porque la Iglesia no se cierre en sí misma. “Si una iglesia, una parroquia, una
diócesis, un instituto vive cerrado en sí mismo, enferma”.
Está en contra de
convertir los monasterios vacíos en hoteles para obtener recursos, cuando estas
gentes no tienen donde reclinar la cabeza o mueren como perros en estas playas.
Los discípulos cuchichearon entre ellos sobre
algunas críticas que hacían del Papa: “Vive en la residencia de Santa Marta, en
vez del palacio vaticano”, “usa un utilitario”, “se acerca a los enfermos y
visita las cárceles, habla con los mendigos de la calle y dice que no es quién
para juzgar a los homosexuales”. “No es un teólogo exquisito, y, para colmo, se
le entiende todo”.
–¿No me reconocéis en estas palabras de Francisco?
–añadió el Maestro–: “Cada vez con mayor frecuencia, las víctimas de la
violencia y de la pobreza, abandonando sus tierras de origen, sufren el ultraje
de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro
mejor…
Más que en tiempos pasados, hoy el Evangelio de la
misericordia interpela las conciencias, impide que se habitúen al sufrimiento
del otro, e indica caminos de respuesta que se fundan en las virtudes
teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad, desplegándose en las
obras de misericordia espirituales y corporales”.
Una voluntaria de ACNUR, de las que le seguían
habitualmente, preguntó:
–Pero dinos, Jesús, ¿por qué hemos de recibir a los
inmigrantes y refugiados? También entre nosotros hay mucho paro, y niños que
pasan hambre, falta de vivienda digna y de derechos fundamentales.
Jesús extendió su mano en dirección a las tiendas
que habían montado los cooperantes para cobijar a los refugiados, que seguían
desembarcando por cientos.
–Miradlos, son pedazos nuestros, hermanos e hijos
del Padre, y no tienen dónde ir. Ayudad a los que tenéis cerca, pero no os
olvidéis de los que están lejos. Contemplad a esos niños muertos. Miraban la
vida con la ilusión que les daba estar viendo continuamente el rostro de mi
Padre. ¿Cuentan ellos algo en los despachos de los dueños de este mundo, en las
asambleas de los políticos, en las previsiones de Wall Street? “Mira, que estoy
a la puerta y llamo”, repetiré una y mil veces. El que recibe o cobija a uno de
estos refugiados a mí me recibe.
–Sin embargo, algunos obispos dicen que hay que
tener mucho cuidado porque esto conlleva sus riesgos. Después de los recientes
atentados de París, hay quien asegura que se cuelan entre ellos terroristas,
miembros de la Yihad.
–La yerba mala crece en todas partes. Pero ¿debe el
segador cortar la cizaña junto al trigo?
Si estáis pendientes de todos los riesgos al hacer
vuestras buenas obras, no saldríais de casa, os quedarías todo el día viendo la
tele y comiendo palomitas. Si el que recibe una limosna tuya te desvalija, no
te arrepientas de haberle ayudado, pues tu Padre que ve en lo secreto conoce tu
intención y premiará tus esfuerzos.
Entonces se acercó un bombero voluntario de Sevilla.
–Pues a nosotros nos metieron en la cárcel por
ayudar a esta gente.
–Por haber echado una mano a estos hermanos que han
dejado sus hogares y se la juegan por huir de una guerra injusta hacia su
libertad, vuestros nombres están escritos en la libro de la vida.
Como cada vez se unían más personas al corro de los
que querían escuchar a Jesús, los discípulos sacaron algunas latas de conserva
y un queso con pan que llevaban en la bodega de su barco de pesca. En esto se
levantó un hombre joven, de unos veinticinco años, con pantalón vaquero, gafas
redondas y desgreñada melena.
–Maestro, ¿has visto alguna vez los programas de la
televisión? ¿Tienes teléfono móvil? ¿Estás en twitter o en facebook? ¿Qué
piensas del boom tecnológico?
Jesús sonrió. Luego sacó un Smartphone del bolsillo
de atrás y dijo:
–En mi primera venida tenía que subirme a un monte o
un tejado, a veces alejarme en barca para que las multitudes me pudieran oír.
No tenía más vehículo que estas dos piernas, que me condujeron por los caminos
de Galilea y Judea, donde prediqué la Buena Noticia.
Les hablaba en parábolas
de siembra, viñas, higueras,
bodas, panes y remiendos. ¿De qué os hablaré
ahora? ¿Del chip y el disco duro, del whatsapp y el skype? Os diré que esta
generación vive colgada del teléfono celular, gastan megas y gigas en
comunicarse, pero andan solos y tristes como buitres en el desierto. Abarrotan
los grandes supermercados durante los fines de semana, pero son incapaces de
satisfacer su corazón amontonado compras. En los países del Norte desperdician
y arrojan la comida que les sobra, mientras los niños del Sur perecen de
hambre. Ahítos de sexualidad y pornografía barata, se han olvidado del amor que
se esconde en un lirio y de cómo mi Padre alimenta y viste a un gorrión.
–Entonces –interrumpió el joven universitario–, ¿no
son esos medios formidables púlpitos para proclamar la Palabra?
–Esta generación ha embotado sus oídos y cegado sus
ojos de tanto oír y mirar. Si desde que te levantas enciendes la tele y no la
apagas hasta acostarte; si no te quitas los auriculares todo el día y no paras
de teclear en el móvil, es que no sabes estar solo y eres incapaz de escuchar
el silencio. Tú, cuando quieras alcanzar tu mejor yo, cierra la puerta y tu
Padre que ve en lo escondido te hablará y te transformará por dentro hasta
encontrar la senda que salta a la vida eterna.
El hombre planta y riega, construye hermosos
edificios, crea máquinas admirables, omputadoras, autos, aviones, naves
espaciales, vacunas, robots y hasta espacios virtuales, pero no puede añadir un
codo a su estatura, ni prolongar indefinidamente su vida. Y nada de cuanto hace
puede hacerlo sin el concurso del Padre. Pero ¡ay de los que idolatran todas
estas creaturas convirtiéndolas en absoluto! Se transforman en los cacharros
que adoran, que en poco tiempo pasan de moda y van derechos a cementerios de
chatarra que contaminan el planeta
Jesús se había quitado su gorra de marinero y el
viento de la noche agitaba su melena. Con tono solemne añadió:
–Sin embargo, todo el que encarna la Palabra
brillará con luz propia e iluminará a sus hermanos. Así que no escondáis la luz
en la sombra de su vuestros apartamentos u oficinas, sino ponerla en alto sobre
las cadenas de comunicación de este mundo, para que todos las vean y las
escuchen y alaben a vuestro Padre que está en los cielos. Eso sí, no
encontraréis mejor criba que los propios destinatarios de vuestra verdad, que
al cabo sabrán distinguir la moneda auténtica de la falsa, el que vive de veras
la Palabra, y el que no pasa de ser una campana que retiñe o un altavoz
vocinglero. Porque la luz brilla también en las tinieblas, repletas de
negatividad, de vuestros informativos, redes sociales, telefilms o telediarios.
Felipe, uno de sus discípulos que era pastor
protestante, tomó la palabra. Todos aguzaron su atención, pendientes de lo que
iba a decir:
–Señor: no sabes cuánto nos alegra que hayas vuelto
al mundo. Pero ya ves, estamos hechos un lío: estas víctimas que estamos
rescatando del mar son refugiados sirios de religión musulmana. Aquí hay
voluntarios católicos, ortodoxos, protestantes, judíos, e incluso agnósticos o
gente que duda de todo. Han pasado veintiún siglos desde que tú viniste y es
como si no hubieras venido. Todos creemos tener la verdad. Y mira, hasta hay
creyentes que se convierten en hombres-bomba en nombre de Dios. Otros que
insisten que sólo en la Iglesia católica está la salvación. La fe en ti, al
cabo de los siglos, en vez de unirnos, ¿no nos ha enfrentado a base de
actitudes dogmáticas que excluyen y rediles religiosos enfrentados?
El Maestro reflexionó en silencio e indicó a sus
pescadores que repartieran los restos de pan y las pocas latas de caballa y
berberechos que quedaban en la bodega.
–Pasad también la bota de vino –sugirió.
Luego, se acercó a la lumbre y alimentó el fuego con
trozos de madera de restos de embarcaciones naufragadas. Su rostro cobró tonos
rojizos a luz de la lumbre, envuelto por la columna de humo que se perdía entre
nubes deshilachadas con fulgores de luna.
–Hijos míos, guardaos de algunos líderes que han
convertido la religión en un centón de normas, un catálogo de prohibiciones, un
inexpugnable redil de fanáticos. Han deformado el rostro de mi Padre,
transformándolo en el de un ogro, un maestro de escuela que azota a sus alumnos,
o un dictador sin entrañas de cualquier república bananera que excluye y
condena. Cargan fardos insoportables sobre vuestras espaldas y se llenan la
boca con palabras bonitas. Se hacen llamar padres, pero solo hay un Padre, que
está en los cielos y en aquellos que cumplen su voluntad. Destruyen las obras
de arte o atenazan el conocimiento científico, la investigación y otras
creaciones humanas castrando el pedazo de infinito que ha puesto Dios en el
corazón del hombre. No; yo vine a poner el amor por encima de la ley, y
arremetía contra los fariseos, porque ellos se habían encerrado en la letra
para apagar el espíritu y conservar su tinglado que también era su negocio.
¿Cómo es posible que muchos sigan convirtiendo la fe en guarderías de adultos,
fortines de defensa, o se protejan con ritos, ropajes y códigos?
El pastor protestante se levantó e insistió.
–No has respondido a mi pregunta. Vivimos en un
mundo donde todos exponen sus ideas libremente, mientras reina la confusión.
Dinos de una vez: ¿Cuál es la religión verdadera? Defínete: ¿Con quién estás?
¿Con el Vaticano de los católicos, con los ortodoxos, la comunidad anglicana,
los protestantes, la Nueva Era
Jesús se alzó y se movió en dirección del mar.
–Dime: ¿de quién es el mar? ¿Has visto los
documentales sobre la riqueza zoológica submarina? Después de tantos siglos de
historia, el hombre no conoce ni la décima parte de su fauna y flora. Mirad el
firmamento: los astrónomos, con sus potentes telescopios, aún son incapaces de
adivinar los miles de astros y estrellas que pueblan los espacios siderales, y
rusos y americanos apenas han realizado cortos viajes interplanetarios. ¿Y
queréis encerrar a Dios en un matraz para analizarlo?
Sólo rompiendo vuestros ridículos vasos de
comprensión podréis llenarlos del verdadero Dios. La verdad no es algo
estático, como un cuadro o una diapositiva. Ni se puede contener en un solo
libro. La verdad es como un manantial que está escrita en el corazón del hombre
y que va creciendo hasta convertirse en río y en mar. ¿Qué queréis, encapsular
la realidad en un bote de cocacola, y venderla por un dólar o un euro? Yo soy el
camino, la verdad y la vida. Pero nunca dije que seguirme equivaliera a cumplir
un catálogo de prescripciones, como contentarse con ir a misa, comulgar en
domingo o poner la crucecita en la declaración de la renta.
Hablé de un agua
que salta a la vida eterna, pero no de estanques exclusivos para unos cuantos
privilegiados que lucen los colores de una camiseta. ¿Sabéis a lo que se
parecen? A equipos de fútbol enfrentados, a miopes partidos políticos a los que
no les interesa el bien de la gente, sino que triunfen sus siglas y
enriquecerse ellos mismos.
Entonces llamó a un chaval sirio que se arropaba
tiritando bajo una manta. Lo sentó a su lado y le frotó los hombros para
calentarlo.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó.
–Sibel –respondió el niño.
–En verdad os digo, mi verdad se llama Sibel, y
cualquiera de estos pequeños que mendigan en las calles de Kabul o Río de
Janeiro. La verdad es recibir a Sibel como a mí mismo y a cuantos sufren
marginación y hambre, son maltratados por la injusticia de un mundo dominado
por el pensamiento único de una veintena de millonarios, sus multinacionales y
unos cuantos políticos. A los niños-soldados, a las mujeres apaleadas y
maltratadas por el machismo, a las criaturas destrozadas por la pederastia y a
las adolescentes explotadas por el turismo sexual. Di mi vida por ellos y
volveré a darla ante un pelotón de fusilamiento o ametrallado por sus sicarios
en cualquier carretera, si hace falta.
Una mujer musulmana con velo se levantó temblorosa:
–¿Y los que nos han hecho huir de nuestras aldeas?
¿Y los que nos matan en nombre de Alá? ¿Tú has dicho que amemos a nuestros
enemigos? Mahoma nos convocó a la yihad.
–En verdad os digo que los que a hierro o disparos
matan, a hierro y ráfagas de metralleta morirán. Están en el error y se les
pagará con la misma moneda. Pero os aseguro que aun los terroristas y
Un hombre anciano de barba blanca se presentó como
sacerdote, capellán de un grupo de voluntarios, y se dirigió a Jesús
emocionado:
–Señor, me llamo Manolo, te he dedicado toda mi
vida, a proclamar tu Evangelio. Durante muchos años fui párroco en un pueblo y
luego en una gran ciudad. Me he esforzado por tu causa. Pero mi gran enemigo ha
sido la rutina. Preparaba con mucho estudio y dedicación mis homilías; llevaba
con gran cuidado la Cáritas Parroquial, organizaba la catequesis, los grupos de
confirmación y los movimientos de Acción Católica. Intentaba orientar con
misericordia en el confesonario y despertar a los que acuden a los bautizos,
bodas y funerales. Pero, ¿sabes, Señor?, apenas he logrado pastorear a algunas
ovejas del redil, católicos de toda la vida. Sentía que mi iglesia no pasaba de
ser algo más que un despacho de sacramentos y un refugio de beatas. No conseguía
mucho más. La mayoría de habitantes de mi barrio pasaban de la Iglesia. Solo
estaban preocupados de conservar su trabajo, ir de compras y salir de excursión
los fines de semana. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué tu Evangelio no interesa?
¿Por qué todo parece gris, y ya casi nadie cree que la felicidad está en ti
Jesús se levantó y, acercándose, puso sus dos manos
sobre los hombros del anciano sacerdote.
–Gracias, Manolo. Quizás tú no lo sabías, quizás por
las noches tenías dudas de fe o te sentías inútil y terriblemente solo. Pero yo
estaba a tu lado. Es más, cuando partías el pan y la palabra, era yo mismo
quien lo hacía por tu medio. Yo, mejor que nadie, sé que tu semilla ha caído
muchas veces en buena tierra y ha dado su fruto, aunque tú no lo supieras. Es
cierto también que vivís ahora en un mundo muy secularizado, que solo valora la
materia, lo palpable, y no es capaz de apreciar lo que tantas veces os he
repetido: que el reino es como un grano de mostaza o de trigo, o como una pizca
de levadura. El marketing y las estadísticas se han metido en mi Iglesia como
un demonio revoltoso que todo lo cuantifica en cifras, edificios, fundaciones y
resultados. Yo amo lo pequeño, la moneda de la viuda, una sola oveja perdida,
un frasco de perfume derramado con amor, una plegaria escondida en la penumbra
del templo. A los demás les he llamado siervos, a ti, Manolo, te he llamado
amigo.
Manolo se enjugó con el reverso de la mano una
lágrima que le corría por su mejilla. Cuando se repuso, replicó:
–Sin embargo, Maestro, he de confesarte algo. De mil
maneras he predicado tus bienaventuranzas, pero después de tantos años de vida
pastoral yo mismo no sé qué es la felicidad. Es más, veo que todo el mundo la
busca de mil maneras y no la encuentra.
–¿Cuántas veces repetiré que os falta fe? Pedid y se
os dará, llamad y se os abrirá. El mundo de hoy se hunde porque, como mi
apóstol Pedro, no se atreve a caminar sobre las aguas. Piensa que seguirme es
apretar los puños y cumplir ciertas prácticas para tranquilizar su conciencia.
Lo dije entonces y lo repito ahora: El que no se niega a sí mismo, coge su cruz
y me sigue no es digno de mí. Esta frase horroriza a una sociedad centrada en
el bienestar del hombre y la “autorrealización”. Y es que pocos la han entendido
bien. Algunos de vuestros pensadores y filósofos han escrito que yo he
predicado la autodestrucción del hombre. Nada más lejos de mí. Confunden su yo
mezquino, afincado a cuatro cosas de esta vida como el éxito, el dinero, el
poder, con su verdadero yo más profundo. Centrarse en conquistas mundanales nos
arrebata la paz, que es la felicidad posible del hombre.
Casi siempre habláis de mi cruz y muy poco de mi
resurrección. Resucitar es caer en la cuenta de que “el reino de Dios dentro de
vosotros está”, de que ya lo tenéis todo en el que os conforta, como dijo mi
apóstol Pablo. Querido Manolo no busques resultados, no te contagies de los
balances empresariales y su miedo al déficit. Sé tú mismo, el que ha salido
bien hecho de manos de Dios, entra en tu interior y resucitarás conmigo, aunque
mientras vas de viaje y en vaso de barro, seguirás sufriendo algunos miedos,
sombras e incertidumbres, pues no puedo ahorraros la cruz. Pero regocijaos
porque os he preparado un lugar, y el que cree en mí tiene vida permanente.
Sin apenas caer en la cuenta, todos los presentes
advirtieron que ya había pasado la noche y un rosáceo resplandor despuntaba en
el horizonte anunciando el amanecer. De las tiendas salieron los primeros
responsables de algunas ONGs para organizar las comitivas de refugiados, que
iniciaban sus caminatas hacia los Balcanes, Alemania, Suecia y otros países
europeos con sus exiguos pertrechos. Hacía frío, pero cuantos se habían
alimentado con la Palabra, sentían un rescoldo en sus corazones y una renacida
esperanza brillaba como una leve centella en sus pupilas.
Algunos pescadores y otros voluntarios regresaron al
mar a rescatar a nuevos refugiados. Jesús se puso en camino rodeado de niños y
sus padres, que acababan de oír en la radio tristes noticias, como que en su
marcha se encontrarían con nuevas barreras de alambre, soldados, trenes
abarrotados y fronteras clausuradas. En lontananza despuntaban siluetas de
múltiples frágiles zodiacs en su incesante lucha por desembarcar y salvar sus
vidas. Ya era de día.