11.- EL CAMINO DE SANTIAGO
—
El Camino de Santiago es
esa tira de estrellas que parece una cinta
blanca, como si hubiesen
salpicado plata con un pincel. ¿Lo ven?
Pues en un libro viejo que tiene mi papá — era Enrique quien hablaba —
se cuenta la leyenda de ese camino.
Los peregrinos, hace
muchos años, cuando no había trenes ni automóviles, iban andando en
peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago en Galicia. iban a España desde
Francia, Alemania, Italia... y tenían que seguir unos caminos muy peligrosos,
con precipicios, con bosques, con fieras, con bandidos. Algunos se quedaban
muertos en el camino. Otros no se atrevían a seguir y se volvían a sus casas.
En un pueblo de España
sucedió que metieron en la cárcel a un hombre inocente. Le acusaban de haber
robado en el palacio del rey y pensaban encerrarlo para toda la vida.
El acusado dijo al rey:
—
Señor, yo te aseguro que
soy inocente. Si me condenas serás culpable de una injusticia.
El rey se quedó pensativo
y luego contestó:
—
Aunque todos me dicen que
tú eres el culpable, voy a cambiarte el castigo. En vez de permanecer preso en
mis mazmorras tendrás que ir en peregrinación a Santiago de Compostela, con una
condición: que solamente camines durante la noche. Podrás descansar durante el
día. No podrás llevar ninguna lámpara para el camino. Y no intentes huir. Te
encontraré aunque te trague la tierra.
El acusado pensó que
estaba perdido. La noche era el momento preferido por los bandoleros y las
fieras. Los precipicios y barrancos abrirían su boca para devorarle.
Desalentado, regresó a su casa. Su hija, feliz al verle llegar, se puso a
gritar de alegría, pero cuando contempló de cerca su rostro comprendió que algo
grave pasaba a su padre.
Tristemente contó a la
muchacha su condena y empezó a preparar el viaje. Ella no dijo más. Tan sólo se
levantó y también hizo un hatillo para acompañarle. Guardó algunas provisiones
y una pequeña bolsita que ella trataba con mucho cuidado.
Se pusieron en camino
aquella misma noche mientras los vecinos — que querían mucho al peregrino y a
su hija — se asomaban a las puertas y ventanas para darles el adiós de
despedida.
Las primeras etapas de su
viaje fueron sencillas. El camino aún era llano y sobre ellos brillaba la luna
llena. Su luz iluminaba suavemente el camino y todo el paisaje. El campo, los
árboles y los montes parecían de plata.
Recorrían de noche muchas
leguas y descansaban durante el día en los mesones. Pero el camino se fue haciendo
más difícil cada vez. Se acercaban a las montañas. La luz de la luna aún les
ayudaría por algún tiempo. Padre e hija empezaron a subir por el camino
empinado. Estaban en plena sierra. Pedían hospedaje en las chozas de los
pastores. Los pastores les daban de su comida y, cuando ellos les explicaban el
camino que debían realizar, movían la cabeza en señal de incertidumbre.
—
Eso es muy peligroso —
dijo uno de ellos —; deben llevar una espada siempre en la mano, porque por
estos montes vive un peligroso bandolero que sólo ataca en la oscuridad.Al
anochecer emprendían de nuevo la marcha. El padre empuñaba fuertemente la
espada. La hija se agarraba temerosa al brazo de su padre. La noche se fue
haciendo cada vez más oscura... y la luna no aparecía.
—
Llegó un momento en que
todo quedó negro. No se distinguían ni los árboles, ni las piedras... ni el
camino. Se detuvieron. El peregrino se sentó y puso la cabeza entre las manos.
La muchacha se puso a su lado. Temían. Les pareció oír unos pasos lentos que se
acercaban, pero era imposible distinguir nada. El peregrino se puso en pie, se
encomendó al Señor y empuñó la espada. La hija se puso también en pie, se
encomendó al Señor y empezó a buscar algo en su hatillo.
Los pasos se seguían
oyendo cada vez más cerca.
La muchacha sacó la
bolsita que había guardado, la abrió y sacó una pequeña perla. Los dedos le
temblaban. La miró una vez. Miró luego al cielo y con su débil fuerza la arrojó
hacia arriba.
Y la perla, en vez de
caer, subía y subía como un puntito luminoso. Y al llegar muy arriba, de
pronto, la perla estalló y se formaron mil puntitos brillantes que iluminaron
débil, pero suficientemente, el camino.
Se oyeron dos gritos de
asombro: el del peregrino y el de alguien que estaba cerca y que entonces huyó
lleno de miedo.
La jovencita volvió a
abrir su bolsa y lanzó otra perla, que también se estrelló en el cielo formando
miles de pequeñas lucecitas. Así siguieron su camino: la hija lanzando al aire
sus perlas; el padre, mostrando su admiración cada vez que éstas se rompían en
muchos trozos brillantes sobre sus cabezas.
Y el terrible bandido
temblaba escondido en su cueva mirando el prodigio del cielo.
Y los pastores abrían sus
ojos de asombro al ver aquellas estrellas que parecían subir de la tierra.
Y el rey, en su palacio,
cuando vio aquel camino de estrellas que se formaba allí arriba, envió sus
criados a caballo para que se enterasen de quién era el autor.
Y pronto los pastores, el
rey y todos los peregrinos de Santiago supieron que aquel hombre era inocente,
ya que el Señor así le protegía.
Y desde entonces todos
los peregrinos de Santiago de Compostela pueden seguir su camino mirando a las
estrellas.
— Claro — terminó Enrique — que esto es sólo un cuento. La realidad es
mucho mejor. La verdad es que desde hace muchos millones de años, Dios ha
puesto ahí muchos millones de estrellas. Cada una de ellas es muchos miles de
veces más grande que la Tierra y nosotros podemos verlas, aunque están a muchos
millones de kilómetros de distancia.
12.- DORABA LA LUNA EL RÍO
Doraba la luna el río
— ¡fresco de la madrugada! —
Por el mar venían olas
teñidas de luz del alba.
El campo débil y triste
se iba alumbrando. Quedaba
el canto roto de un grillo,
la queja oscura de un agua.
Huía el viento a su gruta,
el horror a su cabaña,
y el verde de los pinos
se iban abriendo las alas.
Las estrellas se morían,
se rosaba la montaña.
Allá en el pozo del huerto,
la golondrina cantaba.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ