Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

18 de julio de 2017

BLIM 11-12



11.- EL CAMINO DE SANTIAGO

El Camino de Santiago es esa tira de estrellas que parece una cinta  blanca,  como si  hubiesen  salpicado plata  con  un pincel. ¿Lo ven?

Pues en un libro viejo que tiene mi papá — era Enrique quien hablaba — se cuenta la leyenda de ese camino.
Los peregrinos, hace muchos años, cuando no había trenes ni automóviles, iban andando en peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago en Galicia. iban a España desde Francia, Alemania, Italia... y tenían que seguir unos caminos muy peligrosos, con precipicios, con bosques, con fieras, con bandidos. Algunos se quedaban muertos en el camino. Otros no se atrevían a seguir y se volvían a sus casas.
En un pueblo de España sucedió que metieron en la cárcel a un hombre inocente. Le acusaban de haber robado en el palacio del rey y pensaban encerrarlo para toda la vida.
El acusado dijo al rey:
Señor, yo te aseguro que soy inocente. Si me condenas serás culpable de una injusticia.
El rey se quedó pensativo y luego contestó:
Aunque todos me dicen que tú eres el culpable, voy a cambiarte el castigo. En vez de permanecer preso en mis mazmorras tendrás que ir en peregrinación a Santiago de Compostela, con una condición: que solamente camines durante la noche. Podrás descansar durante el día. No podrás llevar ninguna lámpara para el camino. Y no intentes huir. Te encontraré aunque te trague la tierra.
El acusado pensó que estaba perdido. La noche era el momento preferido por los bandoleros y las fieras. Los precipicios y barrancos abrirían su boca para devorarle. Desalentado, regresó a su casa. Su hija, feliz al verle llegar, se puso a gritar de alegría, pero cuando contempló de cerca su rostro comprendió que algo grave pasaba a su padre.
Tristemente contó a la muchacha su condena y empezó a preparar el viaje. Ella no dijo más. Tan sólo se levantó y también hizo un hatillo para acompañarle. Guardó algunas provisiones y una pequeña bolsita que ella trataba con mucho cuidado.
Se pusieron en camino aquella misma noche mientras los vecinos — que querían mucho al peregrino y a su hija — se asomaban a las puertas y ventanas para darles el adiós de despedida.
Las primeras etapas de su viaje fueron sencillas. El camino aún era llano y sobre ellos brillaba la luna llena. Su luz iluminaba suavemente el camino y todo el paisaje. El campo, los árboles y los montes parecían de plata.
Recorrían de noche muchas leguas y descansaban durante el día en los mesones. Pero el camino se fue haciendo más difícil cada vez. Se acercaban a las montañas. La luz de la luna aún les ayudaría por algún tiempo. Padre e hija empezaron a subir por el camino empinado. Estaban en plena sierra. Pedían hospedaje en las chozas de los pastores. Los pastores les daban de su comida y, cuando ellos les explicaban el camino que debían realizar, movían la cabeza en señal de incertidumbre.
Eso es muy peligroso — dijo uno de ellos —; deben llevar una espada siempre en la mano, porque por estos montes vive un peligroso bandolero que sólo ataca en la oscuridad.Al anochecer emprendían de nuevo la marcha. El padre empuñaba fuertemente la espada. La hija se agarraba temerosa al brazo de su padre. La noche se fue haciendo cada vez más oscura... y la luna no aparecía.
Llegó un momento en que todo quedó negro. No se distinguían ni los árboles, ni las piedras... ni el camino. Se detuvieron. El peregrino se sentó y puso la cabeza entre las manos. La muchacha se puso a su lado. Temían. Les pareció oír unos pasos lentos que se acercaban, pero era imposible distinguir nada. El peregrino se puso en pie, se encomendó al Señor y empuñó la espada. La hija se puso también en pie, se encomendó al Señor y empezó a buscar algo en su hatillo.
Los pasos se seguían oyendo cada vez más cerca.
La muchacha sacó la bolsita que había guardado, la abrió y sacó una pequeña perla. Los dedos le temblaban. La miró una vez. Miró luego al cielo y con su débil fuerza la arrojó hacia arriba.
Y la perla, en vez de caer, subía y subía como un puntito luminoso. Y al llegar muy arriba, de pronto, la perla estalló y se formaron mil puntitos brillantes que iluminaron débil, pero suficientemente, el camino.
Se oyeron dos gritos de asombro: el del peregrino y el de alguien que estaba cerca y que entonces huyó lleno de miedo.
La jovencita volvió a abrir su bolsa y lanzó otra perla, que también se estrelló en el cielo formando miles de pequeñas lucecitas. Así siguieron su camino: la hija lanzando al aire sus perlas; el padre, mostrando su admiración cada vez que éstas se rompían en muchos trozos brillantes sobre sus cabezas.
Y el terrible bandido temblaba escondido en su cueva mirando el prodigio del cielo.
Y los pastores abrían sus ojos de asombro al ver aquellas estrellas que parecían subir de la tierra.
Y el rey, en su palacio, cuando vio aquel camino de estrellas que se formaba allí arriba, envió sus criados a caballo para que se enterasen de quién era el autor.
Y pronto los pastores, el rey y todos los peregrinos de Santiago supieron que aquel hombre era inocente, ya que el Señor así le protegía.
Y desde entonces todos los peregrinos de Santiago de Compostela pueden seguir su camino mirando a las estrellas.
Claro — terminó Enrique — que esto es sólo un cuento. La realidad es mucho mejor. La verdad es que desde hace muchos millones de años, Dios ha puesto ahí muchos millones de estrellas. Cada una de ellas es muchos miles de veces más grande que la Tierra y nosotros podemos verlas, aunque están a muchos millones de kilómetros de distancia.



12.- DORABA LA LUNA EL RÍO

 Doraba la luna el río
— ¡fresco de la madrugada! —
Por el mar venían olas
teñidas de luz del alba.
El campo débil y triste

se iba alumbrando. Quedaba
el canto roto de un grillo,
la queja oscura de un agua.
Huía el viento a su gruta,
el horror a su cabaña,
y el verde de los pinos
se iban abriendo las alas.
Las estrellas se morían,
se rosaba la montaña.
Allá en el pozo del huerto,
la golondrina cantaba.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ