19 A caballo por la Pampa
No había yo montado nunca en tren.
A hombros del gaucho monté en un vagón e hice un
largo viaje. Bajamos en la estación de un poblado donde nos esperaba otro
gaucho montado en un caballo y llevando por las bridas otros tres. Fue mi
primer viaje a caballo. Montaron todos y salimos al campo.
Nunca había visto un campo como aquél, llano y
extenso.
Se veía a lo lejos la línea del horizonte. No había
casi árboles, sino solamente unas hiervas altas que ellos llamaban
"yuyos". Y a todo aquel campo le llamaban la "pampa".
Los caballos se pusieron al trote y yo botaba en la
espalda de mi gaucho, al que sus compañeros llamaban Toño. No tenía miedo de
caer, porque iba segura con la correa.
Al cabo de media hora llegamos a un pequeño poblado.
Al acercarnos escuchamos música y voces de mucha
gente.
¿Qué pasa hoy? —preguntó uno de los compañeros de mi
amo.
Ya te has olvidado de que hoy es la fiesta de nuestro pueblo? Ahora
mismo va a comenzar la carrera de sortijas.
Entrábamos en la calle central del pequeño pueblo,
donde toda la gente se había reunido. En la plaza había un grupo de jinetes. En
un extremo habían plantado dos postes como para una portería de fútbol. De un
poste a otro estaba atada una cuerda. De la cuerda colgaban unos anillos de
metal.
Se hizo el silencio en la plaza. Un muchacho montado
a caballo con una larga vara se dirigió a galope para pasar entre los dos
postes. Llevaba la vara como si fuera una lanza. Al pasar entre los postes
intentó enganchar con ella uno de los anillos, pero falló. Todo el mundo gritó
y se puso a reír.
Después fueron pasando los otros jinetes. Unos
fallaban su intento, otros volvían con un anillo atravesado en la punta de la
lanza.
Luego hubo carreras de caballos. Toño decía que si
el suyo no hubiera estado cansado él habría podido ganarles a todos, pero los
demás decían que Toño era un poco presumido.
Al final de la fiesta nos tocó trabajar a nosotros,
los instrumentos. Hubo danzas y canciones y el gaucho, mi amo, demostró con su
guitarra, que si no era el mejor jinete, sí que era por lo menos el mejor
cantor de aquel pueblecito pampero.
20.
El arpa y los gauchos
Por la noche Toño me colgó de un clavo y se fue a
dormir.
En la habitación no había ninguna lámpara, pero por
la ventana entraba el rayo de luz de un farol.
Ya les he dicho que los instrumentos de música
hablamos entre nosotros sin que los hombres nos oigan. Quería distinguir algo
en la oscuridad cuando oí una vocecilla vibrante que me decía:
¡Buenas noches, vos!
Miré a todas partes y al fin vi a quien me hablaba.
Era un instrumento músico alto como un violoncelo, pero con muchas más cuerdas,
la primera pequeña y las otras cada vez mayores.
¿Quién eres tú? — le dije.
¡Vaya! ¿No me conoces? Soy un arpa.
Perdona... de eso no había en casa de papá
Fernández.
Nos pasamos la noche hablando de todo. Yo le conté
mi vida y ella me explicó quiénes eran los gauchos.
Cuando vinieron los españoles a América — me dijo —
trajeron de allí caballos y toros que dejaron sueltos por la llanura. ¡Como es
tan extensa...!
Cuando años más tarde llegaron otros navegantes, se
encontraron con que los caballos y los toros se habían vuelto salvajes y vivían
en grandes manadas por la pampa.
Los naturales del país, que también vivían por allí,
habían conseguido aprender a montar en esos caballos salvajes y se defendían de
los españoles que habían invadido sus tierras.
Además muchos hombres que no estaban a gusto en las
ciudades o que eran perseguidos por algún delito, se fueron a vivir a la pampa
entre los caballos y las vacas.
Estos hombres fueron los primeros gauchos. Los
gauchos viven de la carne de las vacas, se visten con su cuero y montan a
caballo mejor que nadie.
Para cazar usan las "boleadoras", que
llevan en el cinturón. Las "boleadoras" son tres bolas unidas a unas
correas de cuero. Cuando quieren cazar un animal se las tiran desde lejos y las
correas se enrollan en sus patas, haciéndoles caer.
Los gauchos no se pierden nunca en la pampa, porque
saben todos los caminos y conocen las huellas que dejan en el suelo los
animales y las personas.
Una noche le robaron a un campesino su mejor
caballo. A la mañana siguiente llamó a un gaucho, amigo suyo. El gaucho buscó
por el suelo hasta que encontró las huellas de las pisadas del ladrón. Luego
empezó a caminar mirando atentamente la tierra, las ramas, las piedras. Así
llegó a una choza lejana.
Ahí tiene que estar el caballo — le dijo al dueño.
Y así fue. Dentro de la choza se hallaba escondido
el ladrón con el caballo.
El arpa me contó aún muchas cosas que no recuerdo de
los gauchos, de sus canciones, de la Argentina...
Ya van ustedes viendo cómo no miento cuando les digo
que no soy una guitarra como las otras. Si les cuento todo esto es para que
también corazón de ustedes se haga más ancho y suene más fuerte su toc, toc!. Así sabrán todas las cosas bonitas y las
personas buenas que hay por todo ese mundo que yo he recorrido.