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18 de agosto de 2017

BLIN LA GUITARA VIAJERA



19  A caballo por la Pampa

No había yo montado nunca en tren.
A hombros del gaucho monté en un vagón e hice un largo viaje. Bajamos en la estación de un poblado donde nos esperaba otro gaucho montado en un caballo y llevando por las bridas otros tres. Fue mi primer viaje a caballo. Montaron todos y salimos al campo.

Nunca había visto un campo como aquél, llano y extenso.
Se veía a lo lejos la línea del horizonte. No había casi árboles, sino solamente unas hiervas altas que ellos llamaban "yuyos". Y a todo aquel campo le llamaban la "pampa".
Los caballos se pusieron al trote y yo botaba en la espalda de mi gaucho, al que sus compañeros llamaban Toño. No tenía miedo de caer, porque iba segura con la correa.
Al cabo de media hora llegamos a un pequeño poblado.
Al acercarnos escuchamos música y voces de mucha gente.
¿Qué pasa hoy? —preguntó uno de los compañeros de mi amo.
Ya te has olvidado de  que hoy es la fiesta de nuestro pueblo? Ahora mismo va a comenzar la carrera de sortijas.
Entrábamos en la calle central del pequeño pueblo, donde toda la gente se había reunido. En la plaza había un grupo de jinetes. En un extremo habían plantado dos postes como para una portería de fútbol. De un poste a otro estaba atada una cuerda. De la cuerda colgaban unos anillos de metal.

Se hizo el silencio en la plaza. Un muchacho montado a caballo con una larga vara se dirigió a galope para pasar entre los dos postes. Llevaba la vara como si fuera una lanza. Al pasar entre los postes intentó enganchar con ella uno de los anillos, pero falló. Todo el mundo gritó y se puso a reír.
Después fueron pasando los otros jinetes. Unos fallaban su intento, otros volvían con un anillo atravesado en la punta de la lanza.
Luego hubo carreras de caballos. Toño decía que si el suyo no hubiera estado cansado él habría podido ganarles a todos, pero los demás decían que Toño era un poco presumido.
Al final de la fiesta nos tocó trabajar a nosotros, los instrumentos. Hubo danzas y canciones y el gaucho, mi amo, demostró con su guitarra, que si no era el mejor jinete, sí que era por lo menos el mejor cantor de aquel pueblecito pampero.

20. El arpa y los gauchos

Por la noche Toño me colgó de un clavo y se fue a dormir.
En la habitación no había ninguna lámpara, pero por la ventana entraba el rayo de luz de un farol.
Ya les he dicho que los instrumentos de música hablamos entre nosotros sin que los hombres nos oigan. Quería distinguir algo en la oscuridad cuando oí una vocecilla vibrante que me decía:
¡Buenas noches, vos!
Miré a todas partes y al fin vi a quien me hablaba. Era un instrumento músico alto como un violoncelo, pero con muchas más cuerdas, la primera pequeña y las otras cada vez mayores.
¿Quién eres tú? — le dije.
¡Vaya! ¿No me conoces? Soy un arpa.
Perdona... de eso no había en casa de papá Fernández.
Nos pasamos la noche hablando de todo. Yo le conté mi vida y ella me explicó quiénes eran los gauchos.
Cuando vinieron los españoles a América — me dijo — trajeron de allí caballos y toros que dejaron sueltos por la llanura. ¡Como es tan extensa...!
Cuando años más tarde llegaron otros navegantes, se encontraron con que los caballos y los toros se habían vuelto salvajes y vivían en grandes manadas por la pampa.
Los naturales del país, que también vivían por allí, habían conseguido aprender a montar en esos caballos salvajes y se defendían de los españoles que habían invadido sus tierras.
Además muchos hombres que no estaban a gusto en las ciudades o que eran perseguidos por algún delito, se fueron a vivir a la pampa entre los caballos y las vacas.
Estos hombres fueron los primeros gauchos. Los gauchos viven de la carne de las vacas, se visten con su cuero y montan a caballo mejor que nadie.


Para cazar usan las "boleadoras", que llevan en el cinturón. Las "boleadoras" son tres bolas unidas a unas correas de cuero. Cuando quieren cazar un animal se las tiran desde lejos y las correas se enrollan en sus patas, haciéndoles caer.
Los gauchos no se pierden nunca en la pampa, porque saben todos los caminos y conocen las huellas que dejan en el suelo los animales y las personas.
Una noche le robaron a un campesino su mejor caballo. A la mañana siguiente llamó a un gaucho, amigo suyo. El gaucho buscó por el suelo hasta que encontró las huellas de las pisadas del ladrón. Luego empezó a caminar mirando atentamente la tierra, las ramas, las piedras. Así llegó a una choza lejana.
Ahí tiene que estar el caballo — le dijo al dueño.
Y así fue. Dentro de la choza se hallaba escondido el ladrón con el caballo.
El arpa me contó aún muchas cosas que no recuerdo de los gauchos, de sus canciones, de la Argentina...
Ya van ustedes viendo cómo no miento cuando les digo que no soy una guitarra como las otras. Si les cuento todo esto es para que también  corazón de ustedes se  haga más ancho y suene  más fuerte su toc, toc!.  Así sabrán todas las cosas bonitas y las personas buenas que hay por todo ese mundo que yo he recorrido.