Soltando
dos pájaros
de la
jaula
Por Geraldina Céspedes, op |
Hay
dos realidades que nos están urgiendo hoy a un cambio de mentalidad en la
manera de percibir y de vivir la relación con el cosmos y la relación entre
hombres y mujeres: el deterioro del medioambiente y la violencia hacia las
mujeres. Precisamente, con el objetivo de responder al desafío que estas dos
magnas cuestiones nos presentan surge la corriente denominada ecofeminista que
analiza la conexión entre la crisis ecológica y la crisis del patriarcado y que
nos plantea que nuestro sueño de otro mundo posible ha de articular la lucha
por la sostenibilidad medioambiental con la lucha por relaciones justas y
equitativas entre hombres y mujeres.
El
ecofeminismo intenta soltar dos pájaros de una jaula al buscar sanar y liberar
desde la escucha a los dos gritos que hoy expresan con más fuerza el
sufrimiento ecohumano: el grito de la tierra y al grito de las mujeres. Es una
perspectiva que indica la relación existente entre dos de los movimientos más
importantes de nuestra época: el movimiento feminista y el movimiento
ecológico, que junto a otros movimientos están sacudiendo las referencias
tradicionales en nuestra forma habitual de entender el mundo.
El
ecofeminismo se opone a la apropiación patriarcal tanto de la naturaleza como
de las mujeres, considerados objetos de dominación para el crecimiento del
capital, y al modelo dominante de desarrollo, basado en el crecimiento y el
lucro y su estrategia de modernización que destruye la diversidad biológica y
cultural. Uno de los rasgos fundamentales del ecofeminismo es que percibe la
interconexión entre todas las formas de opresión y violencia que afectan a las
mujeres y a la naturaleza. Así, quiere oponerse a la apropiación masculina de
la agricultura y de la reproducción (fertilidad de la tierra y fecundidad de la
mujer), que no es más que una consecuencia del desarrollismo occidental de tipo
patriarcal y economicista. Dicha apropiación se manifiesta especialmente en dos
efectos perniciosos para la naturaleza y para las mujeres: la sobreexplotación
de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina, cuya expresión
más degradante lo constituye hoy día el tráfico de niñas y mujeres para fines
de prostitución.
El
actual modelo económico, basado en la obtención de un máximo beneficio,
necesita del sistema patriarcal, es decir, necesita que unos dominemos sobre
otras/otros para poder mantenerse. El ecofeminismo busca derrumbar esa
mentalidad patriarcal que no sólo considera a las mujeres como ciudadanas de
segunda categoría, sino que usa la naturaleza como objeto de dominación y
lucro, sometiendo a ambas desde una visión jerárquica y sexista del mundo.
Desde esa mentalidad, la tierra y las mujeres son vistas como objetos a
utilizar, conquistar, someter y violar. Por eso se usa el mismo vocabulario
machista para hablar de las mujeres y la naturaleza.
El
ecofeminismo analiza la vinculación entre patriarcado, militarismo y destrucción
del medio ambiente. Las guerras conllevan la destrucción de la naturaleza:
seres humanos, cultivos, animales, contaminación del aire, del agua y de los
suelos, etc. Muchos conflictos actuales, que frecuentemente sólo se consideran
desde la perspectiva política o económica, tienen que ver con la crisis
medioambiental y con la imposición de un paradigma patriarcal y androcéntrico
que no ha hecho más que deshumanizar tanto al hombre como a la mujer.
Al
analizar los distintos síntomas de la degradación medioambiental captamos su
relación con el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, percibiéndolo
como un problema de injusticia en la relación Norte-Sur. El Norte no sólo
consume sus propias materias primas, sino que consume más del 60% de los
alimentos que produce el planeta, más de dos tercios de los metales y la madera
que se extrae en todo el mundo y quema el 70% de la energía. Este despilfarro
de recursos por parte de unos pocos es insostenible e injusto desde todo punto
de vista (ecológico, ético, religioso) y está produciendo consecuencias
nefastas para los pobres, de forma más brutal en las mujeres pobres que sufren
más los efectos de un sistema que se sostiene en 3 grandes fábricas: la fábrica
de la violencia, la fábrica de basura y la fábrica de la miseria.
Este
es el contexto en que surge el ecofeminismo como una filosofía, una
espiritualidad y una teología ligada a las necesidades fundamentales de la
vida, a la subsistencia, una perspectiva muy cercana a las mujeres pobres del
Sur que son las más afectadas por el hambre y la desnutrición, el analfabetismo
y la carencia de tierra. Son ellas las que tienen que vivir en lugares
inseguros y viviendas indignas, en suelos minados, contaminados con tóxicos,
expuestas a radiaciones nucleares. Son ellas quienes ocupan los lugares más
amenazados del ecosistema y quienes viven en propia carne las amenazas que les
impone el desequilibrio ecológico.
La
nueva conciencia ecofeminista se articulan en torno a tres ejes: 1) la
sustentabilidad ecológica y social, basada en relaciones de
sororidad/fraternidad para con la naturaleza y entre los seres humanos; 2) el
respeto y la preservación de la diversidad biológica y cultural en medio de un
sistema que busca la uniformidad y la destrucción de las diferencias; 3) la participación
en las relaciones sociales y en las formas de gobierno, inspiradas en la
democracia como valor a vivir en todos los niveles de nuestra vida (familia,
relaciones entre hombres y mujeres, escuela, sindicato, iglesias, religiones,
movimientos de base, organizaciones, estado, etc.). Así, cuando hablamos de
ecofeminismo nos estamos refiriendo a una nueva visión del mundo, del cosmos y
de toda la realidad que nos desafía a buscar formas organizativas en los que se
dé una democracia inclusiva en la “que todos y todas quepamos”, incluida la
naturaleza.
El
crecimiento de la conciencia ecofeminista es un signo de la presencia de la
Ruah y es una perspectiva capaz de mantener en alerta a la vez al movimiento
ecológico y al movimiento feminista, pues nos hace ver que el análisis de la
crisis ecológica no toca el corazón de la cuestión hasta que no vea la conexión
entre la explotación de la tierra y la definición y el tratamiento sexista
hacia las mujeres; pero también nos hace ver que la teoría y la práctica feminista
tiene que incluir una perspectiva ecológica y las soluciones a los problemas de
la Casa Común. El ecofeminismo logra este propósito al poner un fuerte énfasis
en la relacionalidad y la interdependencia entre todos los seres, como
principio absolutamente fundamental para el mantenimiento de la vida. Al
colocar la relacionalidad como principio fundante de nuestra vida, somos
capaces de superar las jerarquizaciones y separaciones que establecemos entre
la naturaleza y los seres humanos y nos encaminamos a vencer el complejo de
superioridad de los humanos frente al resto de los seres y el de superioridad
de los hombres frente a las mujeres, de los blancos frente a los negros, de los
ladinos frente a los indígenas, etc. Al percibir la articulación entre las
opresiones de clase, sexo y raza y asumir que la lucha por la liberación ha de
abarcar todos los niveles, el ecofeminismo es una postura político-crítica
relacionada con la lucha antirracista, antisexista, antielitista,
antimilitarista, antisistema. Sus principios cuestionan no sólo la organización
jerárquico-piramidal del mundo, las organizaciones y las iglesias, sino también
las filosofías, las antropologías y las teologías que fundamentan esa
estructuración.
Publicado
por nucleo mujeres y teologia