Mismos atentados, diferentes reacciones.
Leandro
Albani 18/08/2017
El jueves a la mañana un atentado suicida sacudió a la Franja de Gaza,
esa frágil porción de territorio que todavía les pertenece a las palestinas y a
los palestinos. Un joven que intentaba cruzar hacia Egipto se hizo estallar en
un paso fronterizo, terminando con su vida y con la de un efectivo de seguridad
del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, que gobierna la Franja desde
2007. El estallido también provocó cinco heridos. Según los medios de
comunicación, el joven suicida podría tener vinculaciones con el Estado
Islámico (ISIS o Daesh).
Hasta
la tarde del jueves, cuando ocurrió el atentado en la ciudad de Barcelona,
ningún canal de televisión ni alguno de los “importantes” gobernantes de este
mundo dijeron algo sobre lo sucedido en Gaza. Es más, hasta ahora parece que
nadie conmoverse por lo que sucede en la Franja. Tal vez porque en Gaza murió
una sola persona. O, quizás, porque a los grandes medios y a los poderosos
gobernantes del mundo no les importa qué sucede en Gaza, esos 360 kilómetros
cuadrados sobre el mar Mediterráneo, una región bloqueada y castigada por el
Estado de Israel; un territorio que apenas tiene algunas horas de electricidad
por día, en el cual los hospitales no reciben insumos, donde la desocupación es
del 60%; donde sus habitantes se despiertan para sobrevivir y con la esperanza
de que la aviación israelí no los bombardee. Gaza, como alguna vez afirmó el
intelectual y lingüista estadounidense Noam Chomsky, es la cárcel a cielo
abierto más grande del mundo.
Quienes
cometieron los atentados en España son, en muchos casos, consecuencia de lo que
la propia Europa genera en Medio Oriente: muerte, hambre, pobreza, saqueos. La
responsabilidad de la Unión Europea en la actual guerra de agresión contra
Siria está por demás de probada: apoyaron a cientos de personas que viajaron a
ese país para sumarse a las filas de grupos irregulares, el Estado Islámico
inclusive; financiaron y armaron a los mercenarios que, delicadamente, todavía
denominan como “oposición moderada” al gobierno de Bashar Al Assad; los
servicios de inteligencia europeos fueron por demás de flexibles para que sus
propios ciudadanos viajaran a combatir contra el Ejército sirio. Y esas
personas, muchas de ellas jóvenes (musulmanes o no), comenzaron a volver a sus
países en Europa. La desocupación que vive el viejo continente, la falta de
esperanza de vida y de expectativas hacia el futuro, la pobreza y la
derechización de la sociedad europea son el caldo de cultivo para entender los
por qué de un atentado como el de Barcelona. A esto hay que sumarle que el
Daesh se encuentra casi derrotado en Siria e Irak. Y, como lo dejó en claro el
propio ISIS, ahora su campo de batalla es el mundo, teniendo a Europa como
blanco principal.
Las
razones de los últimos atentados en Europa se deben buscar en la historia de
injerencia que los gobiernos de ese continente tienen en Medio Oriente. La
invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak en 2003, justificada por las
invisibles armas de destrucción masiva que tenía el gobierno de Sadam Husein,
fue tal vez el punto más crítico, del cual derivaron decenas de grupos
terroristas. Destruido el Estado, asesinadas miles de personas, profundizadas
las diferencias sectarias, Estados Unidos dejó a Irak fragmentado y saqueado.
En esa tierra arrasada, los grupos terroristas fueron, por un largo tiempo, la
única opción para cientos de civiles que sufrían a diario la represión de las
tropas norteamericanas y de sus aliados, donde Gran Bretaña y España tuvieron
un rol estelar.
Tanto
Daesh como Al Qaeda tienen un origen claro: Arabia Saudí. Desde la década de
1970, la monarquía de la familia Al Saud financia a grupos irregulares que, en
los últimos años, tuvieron su esplendor en Siria e Irak. Formados en una
ideología reaccionaria como el wahabismo, con millones de dólares a
disposición, moviéndose con soltura entre las fronteras y apostando a un fuerte
impacto mediático, los grupos armados por Arabia Saudí seguirán teniendo buena
salud si la difusa “comunidad internacional” no ataca la raíz de esta
problemática. Y esa raíz se hunde profundamente en el territorio saudí.
Después
de 24 horas de atentados varios y mediáticos pienso en Gaza, en la gente que
vive en la Franja, en los niños y las niñas de Palestina que están presos en
cárceles israelíes y en el silencio de gobernantes, periodistas y analistas que
dicen muchas cosas sin decir nada.
Las
vidas inocentes que se perdieron en España duelen. Pero pensar que los
atentados en Europa son hechos aislados, cometidos por personas desequilibradas
y que no tienen una historia de fondo, es negar la realidad. El terrorismo se
vive a diario en Siria e Irak, y son pocos los que se conmueven por las muertes
en esos países.
La
voracidad de Estados Unidos y las potencias europeas, golpeando a los pueblos
de Medio Oriente desde hace décadas, genera desesperación, acorrala a muchas
personas y las lleva a aferrarse a esperanzas mínimas, muchas de esas
esperanzas representadas en grupos armados que profesan una ideología
conservadora y retrógrada, criticada por la mayoría de la comunidad islámica
del mundo. Esos grupos, que en la actualidad tienen a Daesh como la expresión
más radical y cruel, son los mismos que Estados Unidos armó y apoyó para
combatir al Ejército soviético en Afganistán. Y son los mismos que Arabia
Saudí, principal aliado de Washington en Medio Oriente, financia todos los
días. Cortar ese flujo de dinero y respaldo es fundamental para que atentados
como los de Barcelona o Gaza no ocurran más.
18
agosto, 2017