Un paradigma olvidado
2017-08-23
Hay una falta clamorosa de solidaridad
en el momento actual de nuestra historia. Se nos ha informado de que en este
exacto momento 20 millones de personas están amenazadas de morir literalmente
de
hambre en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y Nigeria. El grito de los
hambrientos se dirige al cielo y a todas las direcciones. ¿Quién los escucha?
Un poco la ONU y solo algunas valientes agencias humanitarias.
En nuestro país, por causa de los
ajustes promovidos por los gobernantes actuales, que dieron un
golpe
parlamentario, buscando imponer su agenda neoliberal, hay por lo menos 500 mil
familias que han perdido la “bolsa familia”. Los pobres están cayendo en la
miseria de la cual habían salido y los miserables se están volviendo
indigentes. No son pocos los que vienen a nuestra ONG en Petrópolis (Centro de
Defensa de los Derechos Humanos), que existe desde hace 40 años, pidiendo
comida. ¿Es posible negar el pan a la mano extendida y a los ojos suplicantes
sin ser inhumano y carente de piedad?
Es urgente que rescatemos el significado
antropológico fundamental de la solidaridad. Ella es antisistema, pues el
sistema imperante capitalista es individualista y se rige por la competencia y
no por la solidaridad y la cooperación. Esto va contra el sentido de la
naturaleza.
Nos dicen los etnoantropólogos que la
solidaridad nos hizo pasar del orden de los primates al orden de los humanos.
Cuando nuestros antepasados antropoides salían a buscar sus alimentos, no los
comían individualmente. Los llevaban al grupo para comer juntos. Vivían la
comensalidad, propia de los humanos. Por tanto, la solidaridad está en la raíz
de nuestra hominización.
El filósofo francés Pierre Leroux a
mediados del siglo XIX, al surgir las primeras asociaciones de trabajadores
contra el salvajismo del mercado, recuperó políticamente esta categoría de la
solidaridad. Era cristiano y dijo: «debemos entender la caridad cristiana hoy
como solidaridad mutua entre los seres humanos» (Cf. Jean-Louis Laville, L’économie solidaire: une perspective
internationale, 1994, 25ss).
La solidaridad implica reciprocidad
entre todos, como un hecho social elemental. De ahí nació la economía del don
mutuo, tan bien analizada por Marcel Mauss.
Si miramos bien, la naturaleza no creó
un ser para sí mismo, sino a todos los seres unos para otros. Estableció entre
ellos lazos de mutualidad y redes de relaciones solidarias. La solidaridad
originaria nos hace a todos hermanos y hermanas dentro de la misma especie.
La solidaridad, por tanto, es
indisociable de la naturaleza humana en cuanto humana. Si no hubiese
solidaridad no tendríamos manera de sobrevivir. No tenemos ningún órgano
especializado (Mangelwesen de A. Gehlen)
que garantice nuestra subsistencia. Para sobrevivir dependemos del cuidado y de
la solidaridad de los otros. Es un hecho innegable de otros tiempos y también
de hoy. 4
Pero tenemos que ser realistas, nos
advierte E. Morin. Somos simultáneamente sapiens
y demens, no como decadencia de la realidad sino como expresión de nuestra
condición humana. Podemos ser sapientes y solidarios y crear lazos de
humanización. Pero también podemos ser dementes y destruir la solidaridad,
degollar personas como hacen los militantes del Estado Islámico o quemarlas
dentro de una montaña de neumáticos, como hace la mafia de la droga.
Por causa de nuestro momento demente
Hobbes y Rousseau vieron la necesidad de un contrato social que nos permitiese
convivir y evitar que nos devorásemos recíprocamente.
El contrato social no nos exime de tener
que reactivar continuamente la solidaridad que nos humaniza, sin la cual el
lado demente predominaría sobre el sapiente.
Es lo que estamos viviendo a nivel
mundial y también nacional, pues poquísimos controlan las finanzas y el acceso
a los bienes y servicios naturales, dejando a más de la mitad de la humanidad
en la indigencia. Bien decía el Papa Francisco: el sistema imperante es asesino
y anti-vida.
Entre nosotros, las políticas actuales
de ajustes fiscales están sobrecargando especialmente a los pobres y
beneficiando a los pocos que controlan los flujos financieros. El Estado
debilitado por la corrupción no consigue frenar la voracidad de la acumulación
ilimitada de las oligarquías.
Hubo Alguien que fue solidario con
nosotros. No quiso aprovecharse de su condición divina. Antes “por solidaridad
se presentó como simple hombre” (Flp 2,7) y acabó crucificado. Esta solidaridad
nos devolvió humanidad (nos salvó) y continúa animándonos a “tener los mismos
sentimientos que él tuvo” (Flp 2,5).
Es urgente que rescatemos el paradigma
básico de nuestra humanidad, tan olvidado, la solidaridad esencial. Fuera de
ella desvirtuamos nuestra humanidad y la de los otros.
Leonardo BOFF
Página de Leonardo enKoinonía.
Leonardo BOFF