Lo que va de ayer a hoy
(Historias
bíblicas de ayer que se repiten hoy)
Sonría por favor
Ayer
Lo que llamamos religión suele estar
edificado sobre algo que podemos llamar solemnidad.
Generalmente los templos y lo que en
ellos se celebran estar marcados por unas expresiones artísticas y simbólicas
que mueven al respeto, a la grandiosidad, al silencio cohibido, casi al temor y
temblor.
“Cállate niño que en la iglesia no se
habla”, es una de las primeras frases que las madres piadosas dicen a sus hijos,
sin contar con el “si eres malo Dios te castiga” o “te manda al infierno”
También
la palabra sacrificio es un de
las que más se repiten en la educación religiosa.
No digamos nada de los cultos de la
antigüedad, desde el sacrificio de corderos o bueyes, al del pobre Isaac a
quien su papá iba a degollar en
ofrecimiento a Dios.
“¡Abrahán no mates a tu hijo!” fue la
voz que en ese momento se escuchó. Ya saben que alguna versiones un poco heréticas, pero con
gracia, explican cómo fue el mismo Isaac, que era ventrílocuo, quien soltó aquel grito salvador.
Lo cierto es que los dioses casi siempre han
sido bastante solemnes. Bueno, más que los dioses, los que se hicieron sus
representantes, los que dirigían la construcción de los templos y la conducta
de los que allí entraban.
La grandiosidad y solemnidad quedaba
suavizada por algo distinto: la belleza.
Siempre ha habido una lucha entre lo
bello y lo terrible, como en las buenas películas de terror.
Si no el terror, al menos la
grandiosidad en los gestos, las vestiduras, los movimientos de quienes presiden
eso que se llama liturgia.
pueblo, aunque las acciones de verdad populares no sueles ser demasiado formales. En cuanto se descuida la autoridad, la gente se echa a cantar y a bailar de manera poco solemne.
Miren:
Pero cuesta trabajo romper esos muros de
formalidad de grandiosidad, de respeto sagrado. El gesto severo, los cantos
pausados y sin mucho ritmo, las pinturas y estatuas que infunden respeto son lo
que marca el ambiente en los actos religiosos.
Que eso sucediera en el llamado “antiguo
testamento” no es extraño, pero al aparecer el campesino galileo se empezó a
notar que su estilo era diferente.
Ese muchacho iba con malas compañías. No
retiraba los pies cuando aquella mujer se los acariciaba con perfume y con sus
cabellos, no le hacía ascos a ningún banquete, sobre todo si había vino. Lo
llamaban borracho y comilón y él les decía que eran como niños autistas ni
lloraban ni tocaban la flauta. (Lucas 7,33-43).
Aquel fray Jorge de Burgos – lean “el
nombre de la rosa” - afirmaba que Jesús
nunca había reído… Que nos pregunten si aquel
a quien los niños se acercaban confiados (dejen que los niños…) podía
ser un tipo encerrado en su grandeza.
Para acabarnos de aclarar piensen que
las pláticas de Jesús estaban llenas de comparaciones graciosas e ironías como
la del camello que se cuela por el ojo de una aguja.
No sabemos cómo reaccionaron sus
discípulos cuando se quedaron solos, sin Jesús frente al público. Si sus
predicaciones en las sinagogas judías o en las ágoras griegas tenían ese aire
de buen humor. Un detalle nos cuenta Pablo escribiendo a sus amigos de Filipos,
después de recomendar a Evodia y a Síntique que se lleven como buenas amigas
(cap.4):
Estén siempre alegres en el
Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos.
El Señor está cerca. No se inquieten por nada;
antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción
de gracias a la súplica. Y la paz de
Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y
sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, fíjense en todo lo que
encuentren de verdadero, noble, justo y limpio; en todo lo que es fraternal y
hermoso, en todos los valores morales que merecen alabanza.
Así parece que eran aquellos discípulos,
sobre todo: gente humilde y sencilla. Los que se convertían no lo hacían a
alguna religión sino a una manera de ser donde en vez de aspirar a puestos de
relieve en ningún reino de este mundo buscaban el seguimiento del Maestro en el
llamado Reino del Padre.
Y pasó el tiempo. Volando por encima de
veinte siglos largos llegamos hasta
Hoy
Imagínense que uno de aquellos primeros
discípulos apareciera por el arte de aquel “túnel del tiempo” en una de
nuestras asambleas cristianas actuales.
Pensemos por ejemplo en que las
susodichas amigas Filipenses de Pablo, Evodia y Síntique recibieran el encargo
del apóstol: “Hola muchachas dense un paseíto por el futuro, y me cuentan cómo
celebran en aquellos tiempos en
memoria del Maestro los banquetes fraternales, nuestra fracción del pan”.
Vody y Sinty se meten por el túnel y
aparecen con el soplo del espíritu a la entrada de cualquier templo de nuestros
días, pongamos una catedral.
Prudentemente se quedan a la puerta.
Allá ven que la gente llega platicando alegremente, pero
al entrar parece que
sobre su rostro se corre un velo de seriedad y miran a todos lados como
buscando lugar dónde sentarse. “¿dónde nos ponemos?” - dice una señora con cara de madre a los hijos
y esposo que la acompañan. Al oírla le
comenta Vody a Sinty: ¿Pues no vienen a
la comida del Señor? Que se pongan a la mesa. Entonces se dan
cuenta de que ese lugar no tiene mucha pinta de comedor. Sólo hay una mesa allí
al fondo sobre unos escalones y el salón está aún medio vacío
¿Te das cuenta? -Dice Sinty – algo tiene
esa mesa que nadie se acerca.
Cierto – comenta Vody – tal vez nos
hemos equivocado y no hay comida hoy.
Se quedan viendo entrar a los
asistentes. Les llama la atención que muchos llegan con traje negro y una cinta
ancha anudada al cuello. Las mujeres en cambio, menos frioleras, dejaban ver
descubierto el cuello y hasta algo de los hombros ya les habían avisado que en
el futuro la gente no llevaría túnicas
sino otras vestiduras más sofisticadas.
Pero lo llamativo era la seriedad y
formalidad de todos los que entraban; menos los más pequeños que cuando los
papás se descuidaban se echaban a correr por los pasillos entre los asientos.
Cuando ya el espacio se iba llenando
empezó a sonar una música. Las dos
amigas miraron hacia arriba y descubrieron, sobre la puerta un extraño aparato
con tubos y un sonido agradable, aunque un poco atronador.
Al mismo tiempo de una sala cercana
empezaron a salir personas con paso lento y solemne, casi
todos vestidos de
color oscuro… hasta que apareció el último, con túnica, alguien que tranquilizó e inquietó a los dos visitantes. Sinty le dijo a Vody: “Chica me parece que
nos hemos metido en un templo judío. Mira ese señor que viene el último con un
bastón dorado. Y el sombrero es una
mitra casi igual a los
sacerdotes de Jerusalén. Yo
estuve allí y los vi. Irán a celebrar algún sacrificio.
Pero aquí - respondió Vody - no han
traído ningún animal para sacrificar.
El de la mitra y la túnica junto a más jóvenes,
también con túnicas blancas subieron los escalones donde estaba la mesa.
Uno de los hombres de negro se acercó a
un atril sobre el que algún objeto negro largo y redondo se destacaba. Las turistas del tiempo pasado
no conocían
naturalmente lo que era un micrófono y se asustaron cuando se escuchó al del
atril decir con voz muy potente:
“Bienvenidos amados hermanos y hermanas
al santo sacrificio en este domingo día del Señor”. Como ellas tenían el don de lenguas
entendieron las palabras. Se miraron: “por lo menos sabemos que es un
sacrificio, pero ¿de qué? Si matan un
cordero sobre esa mesa van a poner el mantel perdido de sangre.
Seguían sin aclararse; no sabían si
aquel lugar era una sucursal del templo de Jerusalén o una ampliación del
comedorcito donde ellas celebraban la fracción del pan en su comunidad de
Filipos.
Así siguió aquella extraña celebración.
El señor de la mitra, que se la había quitado para quedarse con un gorrito rojo
siguió muy serio formulando oraciones.
Cuando Vody y Sinty escucharon leer un
párrafo de Isaías y un salmo que un coro cantó (mientras los asistentes
escuchaban como mudos) sospecharon que aquello era una celebración judía. Pero
cuando luego el mismo señor del gorrito rojo empezó diciendo que iba a leer
algo de Santo evangelio según Lucas se dijeron las dos al oído: “pues
acertamos, ese Lucas será el amigo de nuestro Pablo. Sí que estos deben de ser
seguidores de Jesús”. “Pero ¿todos- preguntó Vody o sólo los que están arriba de los escalones?,
porque la gente no dice casi nada más
que “amén”, “con tu espíritu” y
“aleluya”.
En un momento las visitantes del tiempo
pasado vieron que se organizaba otra procesión.
Varios acercaban a la mesa presidencial una copa y un plato
dorados. Sobre el plato acertaron a ver unos redondelitos blancos.
Después vieron que alguno de los ayudantes acercaba una jarrita a la mesa y el
que presidía aquello echaba un poquito de líquido en la copa. ¿Qué serán esos
círculos blancos y esa bebida?
Salieron de duda cuando oyeron decir al
que presidía, levantando el plato y la copa: “Te bendecimos señor por este
pan y este vino fruto de la tierra…
“¿Eso es pan? – Susurró Vody - Creía que eran papelitos redondos”
“¿Eso tan pálido es vino? – Dijo Sinty
– no se parece al vino rojo de nuestra
tierra”.
El que presidía siguió haciendo oración.
Veían las dos filipenses que la gente unas veces se quedaba sentada, otras
veces de pie, otras de rodillas, como sin saber muy bien porqué.
Entendieron algo más cuando el señor de
gorrito rojo se lo quitó y contó a todos los presentes lo que ellas sabían muy
bien: “que el Señor Jesús la noche antes de que lo detuvieron tomó el pan
en
sus manos, lo partió”… Pensaban que lo iba a partir por lo menos un trocito,
pero no. “Y les dijo: tomen y coman que esto es mi cuerpo”…, Pensaba que se lo
iba a dar a comer, pero tampoco se lo dio
y luego lo mismo con el vino. “Tomen y beban”. Se lo enseñó, pero no les
dio de beber.
Evodia y Síntique seguían hechas un lío.
Aquel personaje y sus ayudantes decían unas cosas, pero no las hacían y todos
los que estaban en el gran salón, más o menos lejos de la mesa, se ponían de
pie, de rodillas, sentados, pero nada más, ni decían ni hacían, ni cantaban ni
siquiera sonreían…
Para las dos fue un momento emocionante
cuando el presidente habló algo de darse la paz y muchos entonces perdieron su
compostura y empezaron a darse la mano, a abrazarse, a besase.
Vieron a los niños corretear por el
pasillo a abrazar a los mayores y hasta consiguieron que el señor del gorrito
rojo y sus ayudantes se sonrieran y los acariciasen. Ellas dos no podían
hacerles ninguna caricia porque estaban solo invisibles, en plan
túnel-del-tiempo. Cuando de pronto
vieron que el presidente levantaba esos redondelitos y se acercaba ¡por fin! con
sus ayudantes a darles a probar un poquito del pan redondo (de vino nada). Las dos se acercaron a la fila aunque no
podían comer. Pero se quedaron de una pieza cuando vieron que unos, sí,
tomaban
y comían, pero otros abrían la boca y sacaban la lengüecita como los nenes a
quienes les da su mamá la sopa. Bueno
algo es algo. Por lo menos han probado.
Allí vieron Vody y Sinty que se acababa
la movilidad. Casi todos los que habían comido ese pan-cuerpo de Cristo tan
desfigurado, porque no parecía pan, se arrodillaron,
metieron la cabeza entre las manos y esperaron a que todo acabase. Solamente
los chiquitines seguían jugando, hasta tirándose al suelo para agarrar a un
perrito que se había atrevido a meterse
en esa reunión tan formal.
Al fin vieron que el señor del gorrito
rojo se volvía a poner la mitra esa, como los sacerdotes judíos, bendecía a
todos y les decía: “pueden ir en paz, la misa ha terminado”
Anda – se dijeron ellas - entonces esto no es a fracción del pan, ni le
cena del señor es… misa.
Y Sinty que sabía un poco de latín
comento: “eso quiere decir en Roma que ya se pueden marchar”.
Y en efecto todos muy serios, con la
música de fondo de esos tubos de encima de la puerta empezaron a salir muy
serios y formales.
Sindy le dijo a Vody: “también nos
iremos nosotros y a ver que le contamos a nuestro amigo Saulo de Tarso.
Y comentó Vody: “pues que hemos estado
en una comida donde no se come, partiendo un pan que no se parte, y ante un
vino que no se bebe, alrededor de una
mesa que no es mesa ni estaba nadie alrededor, ante un sacrificio donde nada se
sacrifica, celebrando la buena noticia con cara de que no hay noticias, Y al
final nos han dicho que vayamos en paz pero sin explicarnos a dónde tenemos que ir ni para qué.”
Dicho esto las dos migas Evodia y
Síntique, movidas por el viento del espíritu y riéndose de la aventura que
habían corrido se volvieron por el túnel del tiempo para contarle a Saulo de
Tarso su experiencia.