Una democracia seria debería sancionar con
todo rigor las mentiras electorales. Antes, durante y después. Debería haber
tribunales populares instruidos con todo el poder para ejecutar leyes que
resguarden el voto, como documento histórico que es, y como exigencia de
cumplimiento político inexcusable. Justicia exigente al máximo que debería
encarcelar al que promete falsedades, para ejecutar traiciones, tanto como al
que corroe votos para imponer fraudes. La voluntad democrática de los pueblos
debería contar con blindajes de hierro y con castigos ejemplarísimos. Para que
nadie se atreva a la falacia y para que nadie se sorprenda del castigo ejemplar
y contundente. Por el engaño (también electoral) nos han traicionado más que
por la publicidad… y ya es mucho decir. Es que estamos verdaderamente hartos de
la democracia burguesa… urge el avance de la democracia participativa y de las
bases.
Debería haber un comité popular de ética
que sometiera a escrutinio y sanción el papel de aquellos “medios de
comunicación” que solidarizaran con el plan de las mentiras en campaña y que,
como resultado de su connivencia delincuencial probada, perdieran todo permiso
para el uso de “medios” de manera definitiva… de por vida. Para garantizar la
legitima libertad de expresión de la voluntad democrática. Por salud cultural y
comunicacional para todos.
Debería exigirse, al lado de los
requisitos para gozar de una candidatura (y del dinero del pueblo que eso conlleva
en muchos países) la firma de compromisos de promesas, pasar de la palabrería
de la “buena voluntad” aparente, a los proyectos realizables con explicación
del sustento conceptual, político, técnico y financiero. Uno por uno caso por
caso. Debería ser una exigencia pasar la prueba, el examen, que las bases
decidan para garantizar el nivel de conocimiento y aceptación que desde la base
debe tener cualquier candidato a cualquier cargo “público” o “privado”. Sin
excusas porque de los cargos “privados” también salen dediciones que involucran
a lo “público”.
Reina el desparpajo de la impunidad. Reina
la alevosía en el descaro premeditado. Reina la estratagema del engaño que
“embriaga” con demagogia a los votantes para traicionar lo dicho haciendo lo
indecible. Reina el absolutismo de la desfachatez oligarca, irresponsable e
impúdica, borracha de munición “antidisturbios” y oropel de “informativos”
centrales. Ellos sonríen, bailan y cantan. Ellos se aplauden, se abrazan y se
besan. Reina el relato de empresarios triunfadores de avaricia macabra sobre el
abismo de las falacias donde pende de un hilo inflacionario la verdad que teje
la amargura. Por decreto de “necesidad y urgencia”. Hay que ver el desastre que
han hecho en México, en España, en USA…
Así las cosas nos llenan con “frases
hechas” inyectadas de estafa. Nos llenan las calles con propaganda de “cambios”
y “futuro”. Nos llenan el oído con promesas endulzadas entre nepotismo
promiscuo y capitalismo de amigos. Nos infectan la vida con su oratoria esculpida
con cinceles de predicadores. Hablan de progreso a cambio de votos; hablan de
felicidad a cambio de votos; hablan de empleo, educación, justicia, salud y
vivienda a cambio de votos y prometen oportunidades a granel, aquí y allá,
oportunidades a raudales, oportunidades para todos y en todas partes… igualdad
de de oportunidades pero no igualdad de condiciones. Eso es sólo para ellos. La
mentira como moneda de curso legal.
Es la pachanga desaforada de la “plus-mentira” convertida en parte del
paisaje y en forma de resignación. Muchas personas aceptan que los “políticos”
mientan porque andan en “campaña”. Como si fuese lógico o natural. La mentira
premeditada queda liberada de toda culpa o penitencia. Reina la inmoralidad
misma y se hace Cultura. El vacío de principios. La desfiguración alevosa de la
realidad cómo signo de clase. El dogmatismo de la falacia, el fundamentalísimo
de la irracionalidad impune. Y entonces lo falso es real.
Y, entonces, parece que la gracia es
competir para ver quién miente “más bonito”. Quién promete “pobreza cero”,
“hambre cero”, “desempleo cero”, “insalubridad cero”, “analfabetismo cero”… con
desparpajo, sonrientes, rozagantes y cínicos. Acaso el “plus” de la mentira en
la “pos-verdad” sea su capacidad de consenso aplastante, su manera de obturar
la duda. Incluso su glamour autoritario. La “plus-mentira” basada en
componentes dinámicos de usurpación simbólica para asesinar la verdad con las
banderas de lo que se niega o se combate. Hitler se hizo llamar “socialista”,
Franco en nombre de Dios produjo matazones diabólicas. Así que ni la
“pos-verdad” ’ni la “plus-mentira” son novedades ni hallazgos teóricos actuales
y acaso un factor decisivo, o de su vigencia, sea el uso de las tecnologías
subordinándolas a sus fechorías. La tecnología aporta su “prestigio” para hacer
más contundente el desprestigio de la verdad. Total pasará nada. Y todo conduce
a la anti-política. Los procesos electorales convertidos, por las mafias en el
poder, en emboscadas ideológicas.
Estamos en una encrucijada de importancia
suprema donde toda idea de “democracia” está en peligro y bajo amenaza. Es
litigio filosófico profundo y crítico que atañe a la “verdad” sus búsquedas,
encuentros y desencuentros siempre históricos. No sobre el valor de su
existencia social e histórica sino sobre sus depredadores aunque en la
“pos-verdad” se los niegue. Y todo esto pone de relieve la responsabilidad
social por la verdad, su lugar y sus desafíos.
Es fundamental desplegar fuerzas políticas
empeñadas en sellar con la verdad cada pliegue de las luchas sociales; marcar
con el fuego de la verdad cada hecho social o individual de las masas y para
las masas. La verdad que expresa la ética política de la lucha emancipadora. La
verdad desde las bases con sus derrotas y sus victorias. La verdad y sus
procesos, sus logros reveladores como saltos cualitativos de conciencia y
compromiso. La verdad que es táctica inmediata de combate, la verdad
revolucionaria siempre. En suma, si el capitalismo anhela manipular la
percepción, las creencias y la confianza de los pueblos con mentiras, rumores y
calumnias, con promesas prefabricadas para que se conviertan en todo lo
contrario, para venderse en campañas políticas modelo farándula; para imponer
“guerras económicas” y convencernos de que la voluntad popular no es confiable
o lograr que nadie pueda reconocer la verdad de las luchas y eso deje de tener
importancia… entonces hay que doblar la apuesta por la verdad que habita en las
bases, en los pueblos y en sus luchas. Mentir no es una gracia.