Pedro Arrupe
Superior General de los jesuitas (1907-1991)
En
1965, el padre Pedro Arrupe fue elegido superior general de la Compañía de
Jesús, el primer
vasco, después de Ignacio de Loyola, en ocupar esta posición.
En los dieciocho años de servicio como superior general, Arrupe llevó a cabo
una renovación tan profunda de los jesuitas, que es llamado por mucho en la
compañía, como el “segundo fundador”.
Arrupe
guió a los jesuitas, específicamente, a través del importante acontecimiento de
la Trigecimosegunda Congregación, una reunión de representantes de 1975. Fue el instrumento que promovió el
famoso “cuarto decreto”, que definió palabras de este decreto: “Nuestra fe en
Cristo Jesús y nuestra misión de proclamar el Evangelio, requiere de nosotros
el compromiso de promover la justica y ser solidarios con los que no tienen voz
ni poder”.
La
compasión que evocaba esta experiencia creció con el tiempo, hasta convertirse
en la convicción de que él ministerio para con los oprimidos y las personas
sufrientes no debía permanecer sólo en el nivel personal. Era necesario,
asimismo, promover cambios estructurales en el mundo para palear las fuentes de
opresión y violencia. De esta manera, Arrupe fue un pionero en impulsar la
combinación de la preocupación pastoral, la reflexión bíblica y el análisis
social.
Arrupe
era consciente de que los jesuitas sufrirían las consecuencias de esa nueva
comprensión de su misión, y los instó a prepararse para las críticas e incluso
para a persecución. Su preocupación mostró ser profética. A lo largo de los
tres años siguientes, cinco jesuitas entregaron su vida en persecución de la
justicia, y las críticas no tardaron en llegar. Los jesuitas fueron acusados de
substituir el Evangelio por la política, y Arrupe fue acusado de llevar a la
Compañía por el camino equivocado.
En
1981, luego de que Arrupe sufriera un derrame que lo dejara inhabilitado, el
Papa Juan Pablo II nombró un delegado personal para servir como superior
interino de la Compañía, pasando por encima de la elección del propio Arrupe,
hecho que fue interpretado por mucho en la Compañía, como una crítica a su
bienamado superior general. Este, sin embargo, no expresó jamás ningún
resentimiento. Impedido de hablar sin dificutad, preparó una declaración de
despedida fue leída ante una asamblea de integrantes de la Compañía:
“Durante estos dieciocho años, mi único ideal fue
servir al Señor y a su Iglesia… Doy gracias al Señor por el gran progreso del
que he sido testigo en el Compañía. Obviamente, han habido defectos también-
los míos propios para comenzar- pero es un hecho que ha existido un gran
progreso en la conversión personal, en el apostolado, en la preocupación por
los pobres, por los refugiados. Se debe mencionar en forma especial, las
actitudes de lealtad y obediencia filial mostradas para con la Iglesia y el
Santo Padre, en forma particular, durante estos últimos años. Por todo esto,
debemos agradecer a Dios”.
Sin
bien antes había servido a Dios a través de una conducción profética y audaz,
ahora lo hacía a través de la oración y
un paciente sufrimiento. Como de costumbre, ponía el ejemplo de la disciplina
ignaciana de “hallar a Dios en todas las cosas”. Pedro Arrupe murió en de
febrero de 1991.
Inspirado
en el libro, Todos los Santos, autor Robert Ellsberg.