PUES
NO, EL PAPA FRANCISCO NO SE
CALLÓ
EN DAVOS
Eduardo Rojo. El 27 de marzo del pasado año
escribí una entrada para este blog con el título “Del pasado al futuro de la
Unión Europea. ¿Escucharán los Jefes de Estado y de Gobierno al papa
Francisco?”, del que reproduzco ahora un breve párrafo “Llega el viernes 24 de
marzo de 2017. En la Sala Regia del Vaticano el Santo Padre Francisco se reúne
con los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea presentes en la
capital italiana para la celebración del 60 aniversario del Tratado de Roma que
instituyó la Comunidad Económica Europea. Con respeto y silencio los dirigentes
políticos escuchan al papa Francisco… ¿o fingen que le escuchan?”
Le escucharon, ciertamente, pero los avances
que el papa pedía en materia de derecho sociales para las personas que lo
necesitan, que son muchas en el espacio geográfico de la Europa de los
(todavía) 28 Estados, va a ritmo de tortuga, si me permiten utilizar una
expresión coloquial. Ojalá que el desarrollo efectivo del pilar europeo de
derechos sociales, solemnemente suscrito por los representantes de la Comisión
Europea, el Consejo y el Parlamento, el 17 de noviembre en la cumbre de
Gotemburgo, aporte más esperanza a esas personas que ven cada día su futuro
inmediato (no tienen tiempo para pensar ni en el medio ni, mucho menos, en el
largo plazo, con preocupación).
Y del ámbito europeo al mundial, de Roma a
Davos, de la reunión institucional de Jefes de Estado y de Gobierno a otra no
menos importante, celebrada del 23 al 26 de enero, en la que se encuentra el
poder político y el poder económico (si es que puede establecerse una
diferencia entre ambos, ciertamente ficticia en muchos países) y en la que cada
año se debate y discute sobre la realidad mundial y en la que se fijan, sin
ningún tipo de formalismo jurídico pero sí con un alto grado de efectividad por
la importancia de quienes participan en la reunión, las líneas de trabajo de
los próximos meses (o años), y en donde en ocasiones la presencia de potentes
ONGs y del sindicalismo europeo e internacional contribuye, modestamente, a que
se tomen en consideración los problemas del cada vez más diversificado mundo
del trabajo. De la importancia que se le concede a reunión da debida cuenta su
página web: “reunirá a una cantidad récord de jefes de estado y de gobierno,
además de organizaciones internacionales y líderes de los ámbitos de los
negocios, sociedad civil, académico, arte y medios”.
A dicha reunión del Foro Económico Mundial se
dirigió, esta vez no físicamente sino a través de un mensaje enviado a su
presidente, el profesor Klaus Schwab, atendiendo la invitación formulada para
aportar “la perspectiva de la Iglesia Católica y de la Santa Sede en la reunión
en Davos”.
Y vuelvo a hacerme casi la misma la pregunta
que me hice hace ya casi año. ¿Escucharon, realmente, al papa Francisco, las
personas presentes en la ciudad suiza, o simplemente fingieron que le
escuchaban y al finalizar su mensaje volvieron a sus asuntos “más importantes”,
los de las cuotas de poder entre diferentes Estados y organizaciones
económicas? No soy especialmente optimista al respecto, visto lo poco que se ha
avanzado, por no decir que se ha retrocedido para muchas personas, en materia
de derechos sociales (trabajo, salud, vivienda), pero sí lo soy con respecto a la valentía con la que el papa Francisco
ha puesto nuevamente la cuestión social sobre la mesa del debate político,
con una nueva llamada de atención a encarar de frente y sin rodeos cómo hacer
un mundo mejor para todas las personas que lo habitan y no únicamente para una
ínfima minoría, haciendo bueno el lema elegido este año por el Foro, que no
debería, pues, quedarse en meras palabras o una imagen de fachada: “Crear un
futuro compartido en un mundo fracturado”.
Porque, tras el obligado saludo de cortesía a
la invitación formulada, y no la menos educada manifestación de la oportunidad
del tema elegido para la reunión, el papa entra ya directo y manifiesta su
confianza en que los debates ayudarán a “orientar sus deliberaciones en la
búsqueda de mejores bases para construir
sociedades inclusivas, justas y solidarias, capaces de restaurar la dignidad de
aquellos que viven con gran incertidumbre y que no pueden soñar con un mundo
mejor”.
Y ¿por qué es necesario que se encaminen por
esa vía? Porque, “a nivel de gobernanza global, somos cada vez más conscientes
de que existe una creciente fragmentación entre los Estados y las
instituciones. Están surgiendo nuevos actores, así como una nueva competencia
económica y acuerdos comerciales regionales. Las nuevas tecnologías están
transformando los modelos económicos y el mundo globalizado, de tal forma que,
condicionadas por intereses privados y una ambición de lucro a toda costa,
parecen favorecer una mayor fragmentación e individualismo, en lugar de
facilitar enfoques que sean más inclusivos”. Y sigue sin cortarse un pelo el
papa Francisco cuando afirma que “la inestabilidad financiera ha traído nuevos
problemas y serios desafíos que los gobiernos deben enfrentar, como el aumento
del desempleo y de la pobreza, la ampliación de la brecha socioeconómica y las
nuevas formas de esclavitud, a menudo enraizadas en situaciones de conflicto,
migración y diversos problemas sociales. Junto a ello, encontramos ciertos
estilos de vida bastante egoístas, marcados por una opulencia que ya no es
sostenible y con frecuencia indiferentes al mundo que nos rodea, y
especialmente a los más pobres entre los pobres”.
En fin, tras poner las cartas sobre la mesa,
reafirma una vez más la tesis defendida en anteriores escritos y documentos de
que “los modelos económicos también deben observar una ética del desarrollo
sostenible e integral, basada en los valores que colocan al ser humano a la
persona y sus derechos en el centro”, y que “no podemos permanecer en silencio
frente al sufrimiento de millones de personas, ni podemos seguir avanzando como
si la propagación de la pobreza y la injusticia no tuvieran ninguna causa. Es un imperativo moral, una responsabilidad
que involucra a todos, crear las condiciones adecuadas para permitir que todas
las personas vivan de manera digna”.
Lean el mensaje, vale la pena, señores y
señoras asistentes a Davos, y aplíquenlo en su actividad política, económica y
social cotidiana. Pero esto, lo dice quien firma, y no pasa, de momento, de ser
sólo un deseo, que, eso sí, con el esfuerzo y la lucha de muchas personas,
puede convertirse en realidad.