El relator especial de la ONU sobre
pobreza extrema critica a las organizaciones de derechos humanos por aceptar la
idea de que el pleno disfrute de derechos civiles y políticos garantiza
automáticamente el disfrute de derechos económicos y sociales
"La única manera de que el
capitalismo sea sostenible es con una estructura de bienestar social que
respalde a los que inevitablemente ha abandonado"
"No hay que tener muchas esperanzas
porque el neoliberalismo ha conquistado todo el espacio político"
Philip Alston, relator de la ONU para la pobreza y los derechos humanos.
©NYU
15 de diciembre de 2017. Mientras en Wall
Street empieza a correr el champán por la inminente aprobación de la última
reforma fiscal, Philip Alston, relator especial de las Naciones Unidas sobre la
pobreza extrema y los derechos humanos, presenta ante la prensa nacional e
internacional el preinforme de su visita oficial a Estados Unidos. Es un informe
devastador: 40 millones de pobres, de los cuales los niños representan el
32,6%, y casi la mitad de ellos viviendo en pobreza extrema. Para Angus Deaton,
premio Nobel de Economía, el informe Alston demuestra que "EE UU tiene un
problema urgente y ya no puede ocultarlo". Alston es una de las grandes
eminencias del derecho internacional humanitario, profesor de la Universidad de
Nueva York después de serlo en Harvard y autor de manuales ya clásicos en la
materia. Lejos de apoltronarse en una torre de marfil, Alston lleva años
recorriendo medio mundo como experto independiente de las Naciones Unidas
consiguiendo con sus informes, por ejemplo, desde llamar al orden al Banco
Mundial por ignorar deliberadamente los derechos humanos a que las Naciones
Unidas hayan aceptado su responsabilidad por haber introducido la epidemia del
cólera en Haití.
¿En
qué consiste su trabajo como relator de las Naciones Unidas? ¿Qué consecuencias
tienen sus informes?
Es un principio básico que los Estados han
aceptado un grado de responsabilidad sobre los derechos humanos. Es un grado
muy limitado, pero aun así permite que los denominados expertos independientes
visiten sus países y hagan un informe para verificar si persiste la tortura, la
violencia contra las mujeres, etcétera. En mi caso, es verificar si existe
pobreza extrema hasta el punto de ser incompatible con los derechos humanos. No
cabe duda de que las consecuencias son limitadas, porque no tengo ningún poder.
No puedo acometer cambios por mi cuenta y mis únicas armas son las herramientas
analíticas que me permiten llamar la atención sobre la situación y ser el
catalizador de un debate político estimulante.
En su informe
preliminar señala que "el sueño americano se está convirtiendo rápidamente
en una ilusión". ¿En qué consistió dicho sueño? ¿Por qué se ha convertido
en una ilusión?
En el pasado de EE UU, tanto por la
legislación laboral como por factores económicos, hubo una gran nivelación de
ingresos económicos. En primer lugar, EE UU fue la tierra de las oportunidades
por la expansión de la frontera hacia el Oeste y la fiebre del oro de
California. Siguió habiendo muchas oportunidades de hacer fortuna durante el
periodo inicial de la industrialización. Luego hubo un gran periodo de
desequilibrio económico, desde la Primera Guerra Mundial hasta la Gran
Depresión, que finalizó con el New Deal y la economía de guerra, lo que originó
una nivelación de los ingresos económicos hasta finales de los años setenta.
Por lo tanto, hay razones económicas de peso para argumentar que seguía siendo
un país de oportunidades, incluso para los más pobres. Sin embargo, esto ha
comenzado a cambiar económicamente en términos de cifras de desigualdad y, en
particular, de movilidad social, que es la más baja de cualquier país de la
OCDE. Por lo tanto, considero que es una ilusión decir que el sueño americano
está vivo y que la gente puede fácilmente pasar de ingresos bajos a más altos
cuando en realidad es mucho más difícil.
¿En
qué momento EE UU pasó de ser la tierra de las oportunidades a tener 40
millones de pobres?
Sorprendentemente, muchos académicos están
de acuerdo en que incluso en tiempos de Richard Nixon había una gran
predisposición para abordar la desigualdad, vestigio de las iniciativas
sociales de Lyndon Johnson. Cabía esperar que Jimmy Carter siguiese con las
mismas políticas; sin embargo, las estadísticas comienzan a ser mucho más
negativas y luego, a partir de Ronald Reagan, se disparan. Respecto a Reagan,
más importante aún que su política fiscal fue la actitud social y la revolución
conservadora que lo acompañó. Desde la perspectiva de los derechos humanos
-hablamos de derechos económicos y sociales-, éstos recibieron apoyo nivel
nacional en EE UU hasta 1982, con la llegada de la Administración Reagan.
También se empezó a cuestionar, de forma sistemática, la noción de que estos
derechos fueran derechos humanos, y esto no ha cambiado desde entonces, ni
siquiera con Clinton y Obama. Hicieron esfuerzos puntuales, diciendo: “sí que
apoyamos estos derechos”. La realidad es que no sólo no los han apoyado, sino
que estaban constantemente bloqueando iniciativas a nivel internacional. A su
vez, la retórica interna neoliberal se ha hecho más fuerte asociando los
derechos sociales a una dependencia del sistema del bienestar, apareciendo por
ello como algo negativo.
A
diferencia de muchos países europeos, en EE UU hay una parte considerable de la
sociedad que recela del Estado y, por lo tanto, de sus programas sociales. ¿A
qué se debe?
Esta actitud tiene su origen en la
Revolución Americana y es muy interesante compararlo con la Revolución
Francesa. Esta última tenía como objetivo reemplazar la monarquía y el clero
por un Estado que trajese justicia social, equidad, etcétera. Esta visión aún
perdura en Francia y en gran parte de Europa, donde se ve el Estado como algo
beneficioso para asegurar que las elites no abusen del poder, mientras que en
la Revolución Americana el punto de inflexión fue en la dirección opuesta. El
Estado, encarnado por el Rey, era visto como algo muy negativo y el gran reto
era limitar el poder de las autoridades que lo remplazasen. El resultado es una
desconfianza del Estado y una fuerte presunción de que la sociedad se las
arregla mejor por su cuenta. Sin embargo, esto es problemático, porque a fin de
cuentas es un mito. El Estado en EE UU siempre ha sido muy poderoso y activo al
dirigir la política social y económica, pero no en función de los intereses de
la ciudadanía, sino de las elites económicas y industriales.
En
su informe preliminar afirma de forma contundente que "algunas élites
políticas [en EE UU] tienen un fuerte interés propio en mantener a la gente en
la pobreza". He leído en entrevistas suyas que un posible contraejemplo es
China, donde también realizó una visita oficial para analizar la pobreza
extrema.
Uno siempre corre el riesgo de que se le
malinterprete al decir que el modelo chino es el modelo de política económica y
social más eficaz. Es indudable que China es un sistema autoritario que no
respeta los derechos civiles y políticos. Sin embargo, hay un auténtico
compromiso de las altas autoridades para erradicar la pobreza extrema. Aun
estando definido en términos muy vagos, la realidad es que el presidente Xi
Jinping está absolutamente decidido a que en 2020 no haya ni una sola persona debajo
de la línea de pobreza extrema que ha sido fijada. Por el contrario, en EE UU,
donde hay un 14% de pobreza, no hay voluntad alguna de eliminar
sistemáticamente la pobreza, y asumen que otras políticas indirectamente
ayudarán a eliminarla. No hay una política per se para la pobreza porque es un
problema de los individuos y, por lo tanto, se las tienen que arreglar ellos
solos. En mi opinión, la comparación es muy dramática.
Esta
comparación no habrá caído muy bien en EE UU...
Los comentaristas estadounidenses me
responden: "claro que Xi Jinping quiere erradicar la pobreza, pero lo hace
para asentar el poder del partido y crear una cierta legitimidad a ojos de la
sociedad". También me dicen que es porque se quiere mantener en el poder.
A lo que respondo: "¿acaso el único objetivo de los políticos americanos
no es mantenerse en el poder?". Creo que sería algo positivo que para
mantenerse en el poder eligiesen eliminar la pobreza. Pero hacen todo lo
contrario: quieren mantenerse en el poder, pero no les importa lo más mínimo el
20% inferior de la población.
En
su informe usted afirma que si algo distingue a EE UU de los demás países es su
falta de empatía con los pobres. En España, aporofobia (fobia a las personas
pobres o desfavorecidas) ha sido elegida palabra del año y ha sido incluida en
el diccionario de la RAE. Parece que se está convirtiendo en un fenómeno
global.
Considero fascinante que se haya acuñado
esta palabra. Va en línea con las presunciones de la economía neoliberal y la
filosofía libertaria que se resume en que cada persona se las tiene que
arreglar por sí sola en vez de desarrollar la solidaridad social. No es algo
exclusivo de EE UU, pero sí creo que lo ha llevado a las últimas consecuencias.
En
una conferencia que impartió en la London School of Economics en diciembre de
2016 usted se mostró crítico con la comunidad de los derechos humanos por no
interiorizar los derechos económicos y sociales como derechos humanos. ¿Puede
desarrollar esta idea?
Creo que la comunidad de los derechos humanos
ha aceptado la ideología diametralmente opuesta a la ideología comunista, es la
que EE UU y otros países han promocionado: la idea de que si toda la sociedad
disfruta de sus derechos civiles y políticos, inevitablemente disfrutará de sus
derechos económicos y sociales porque el sistema electoral asegurará que haya
una cierta distribución de los recursos. En mi opinión, la comunidad de los
derechos humanos ha comprado esta idea aun cuando existen indicios muy claros
de que un sistema político dinámico puede ignorar al 20% de la población más
pobre o cualquiera que sea ese ratio.
Tomemos el ejemplo de EE UU. Su elite política ha erigido sistemáticamente barreras para impedir la participación política de los pobres. Por lo tanto, incluso si crees que el pleno disfrute de los derechos civiles y políticos acarreará inevitablemente que se traten los derechos económicos y sociales, en realidad se han tomado las medidas necesarias para que los pobres estén excluidos del sistema electoral. A este respecto un político me preguntó: “¿conoces algún distrito electoral donde haya muchos pobres y vaya algún político a hablarles?” La respuesta es negativa. Su incidencia en las elecciones es tan marginal que ya han asumido que son irrelevantes.
Tomemos el ejemplo de EE UU. Su elite política ha erigido sistemáticamente barreras para impedir la participación política de los pobres. Por lo tanto, incluso si crees que el pleno disfrute de los derechos civiles y políticos acarreará inevitablemente que se traten los derechos económicos y sociales, en realidad se han tomado las medidas necesarias para que los pobres estén excluidos del sistema electoral. A este respecto un político me preguntó: “¿conoces algún distrito electoral donde haya muchos pobres y vaya algún político a hablarles?” La respuesta es negativa. Su incidencia en las elecciones es tan marginal que ya han asumido que son irrelevantes.
También
señala que en muchas ocasiones se ignora la política fiscal, cuando resulta
capital para los derechos humanos.
Sí, la comunidad de los derechos humanos
suele estar dominada por abogados y estos suelen estar familiarizados con
ciertos fenómenos, como la función de los tribunales, de la policía y en
general de los derechos civiles. ¿Pero qué ocurre con la política fiscal? Es
algo capital. En EE UU, como en el resto del mundo, es determinante para saber
quién tiene qué, qué grupos se benefician, qué grupos se penalizan, etcétera. A
mi parecer, una política integral de los derechos humanos que ignora la
dimensión fiscal es una mera ilusión.
Recientemente
la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden, ha indicado que "si
tienes cientos de miles de niños viviendo en hogares que no cuentan con lo
necesario para la subsistencia, sólo se puede decir que el sistema ha
fracasado". ¿Está de acuerdo? ¿No deberían los gobernantes pensar en un
sistema económico diferente?
El profesor David Garland ha escrito un
libro sobre el Estado del bienestar, en la famosa colección A very short
introduction de Oxford University Press, donde argumenta de manera convincente
que el
Estado del bienestar siempre fue concebido como una barrera de contención indispensable del sistema capitalista. Es decir, que el capitalismo, por definición, hace que mucha gente fracase al fomentar una competencia feroz entre las empresas. Por consiguiente, la única manera de que el capitalismo sea sostenible es con una estructura de bienestar social que respalde a los que inevitablemente se ha abandonado. Mi respuesta a la señora Arden es que debería preguntarse cómo hemos llegado a la eliminación de gran parte de la estructura del bienestar social y por lo tanto dejando de reconocer que el capitalismo provoca víctimas y que en un mundo ideal el capitalismo solo sería sostenible si es capaz de resolver esa terrible situación. Si sigue la evolución actual, de una subversión total de la idea, de que es indispensable la estructura de bienestar social, supongo que la única conclusión es que necesitamos un sistema económico diferente. Sin embargo, no hay que tener muchas esperanzas porque el neoliberalismo ha conquistado todo el espacio político.
Estado del bienestar siempre fue concebido como una barrera de contención indispensable del sistema capitalista. Es decir, que el capitalismo, por definición, hace que mucha gente fracase al fomentar una competencia feroz entre las empresas. Por consiguiente, la única manera de que el capitalismo sea sostenible es con una estructura de bienestar social que respalde a los que inevitablemente se ha abandonado. Mi respuesta a la señora Arden es que debería preguntarse cómo hemos llegado a la eliminación de gran parte de la estructura del bienestar social y por lo tanto dejando de reconocer que el capitalismo provoca víctimas y que en un mundo ideal el capitalismo solo sería sostenible si es capaz de resolver esa terrible situación. Si sigue la evolución actual, de una subversión total de la idea, de que es indispensable la estructura de bienestar social, supongo que la única conclusión es que necesitamos un sistema económico diferente. Sin embargo, no hay que tener muchas esperanzas porque el neoliberalismo ha conquistado todo el espacio político.
Usted
considera que es fundamental desarrollar un régimen jurídico de los derechos,
los económicos y sociales.
La comunidad de los derechos humanos nunca
ha comprendido la importancia de los derechos económicos y sociales y han
seguido el mismo camino de muchos gobiernos, equiparándolo con el desarrollo.
Si, por ejemplo, se estableciese el derecho a la salud, muchos dirían que eso
significaría gastar centenares de millones de dólares. Eso estaría muy bien,
pero no es indispensable. Se empieza por desarrollar un sistema jurídico e
institucional que empiece a cobrar forma, pero eso no significa que de la noche
a la mañana todos los ciudadanos tengan acceso a una asistencia sanitaria. Los
derechos humanos representan inevitablemente una aspiración y no son respetados
por sí solos, sino con voluntad política y posibilidades económicas. Sin
embargo, creo que se han abandonado los derechos sociales y sólo tenemos
programas sociales que no están relacionados con un régimen jurídico. No es
intentando convencer a la gente que la situación va a mejorar, sino hacer que
se cumplan ciertos objetivos y obligaciones. Por ejemplo, Human Rights Watch y
Amnistía Internacional poco a poco están empezando a comprender los derechos
económicos y sociales porque se están dando cuenta que algo tiene que cambiar,
pero no han desarrollado todavía el régimen jurídico sistemático compatible con
sus métodos de trabajo para intentar expandir la promesa de los derechos
humanos a una mayor parte de la población. Todavía están asustados por estos
derechos al estar preocupados de que sus bases no lo comprendan y de que les
acusen de ser comunistas o algo por el estilo.
El
alto comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Ra’ad Al
Hussein, no repetirá mandato. Ha dicho que debido al “contexto geopolítico
actual, podría significar hincar la rodilla para suplicar; silenciar una
denuncia; rebajar la independencia y la integridad que debe tener mi voz”. ¿Cuáles son las consecuencias?
La figura del alto comisionado fue creada
en 1993 y desde el principio tuvo destacados oponentes, como por ejemplo
Boutros Ghali, secretario general de Unidas. Los secretarios generales no se
han sentido cómodos con esta figura y nunca han querido personas con poder por
derecho propio. El resultado es que no ha habido ningún clto Comisionado que
haya llevado a término su segundo mandato porque cualquiera que haga un trabajo
razonable se va a encontrar con la oposición de muchos gobiernos. Zaeid ha hecho
un trabajo excelente, por lo que era completamente previsible que esto iba a
ocurrir. Ahora, el gran riesgo es que el secretario general estará sometido a
mucha presión para que nombre a alguien que no sea igual de enérgico.
Personalmente, doy casi por sentado que va a buscar a alguien mucho más
complaciente y moderado. La última vez que esto ocurrió fue con el nombramiento
del dócil y gentil Sérgio Vieira de Mello porque sus rivales eran mujeres de
alto perfil. Querían un perfil humanitario antes que un defensor de los
derechos humanos, pero su trágica muerte en Irak dio paso al nombramiento de
una mujer de alto perfil, Louise Arbour.
Tanto
en España como en Europa la pobreza extrema no deja de aumentar. ¿Va a realizar
una visita oficial?
Es posible que visite un país europeo este
año, pero todavía no estoy en posición de confirmarlo.