En nuestro blog (TODOS SOMOS UNO)
vamos a ir publicando por capítulos la narración de las aventuras de Alvar
Nuñez Cabeza de Vaca un explorador que más que conquistar pensaba
en comunicarse en paz con los nativos de
la América recién “descubierta”. Si todos hubieran sido como él…
CAPITULO VII
De la manera que es la tierra
La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta
este pueblo y tierra de Apalache, es llana; el suelo, de
arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares; cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura parte por tantos arboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso estén fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra es muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas maneras, ansares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas; perdices; vimos muchos alcones, neblis, gavllanes, esmerejones y otras muchas aves.
arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares; cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas, grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura parte por tantos arboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas es arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso estén fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra es muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas maneras, ansares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas; perdices; vimos muchos alcones, neblis, gavllanes, esmerejones y otras muchas aves.
Dos horas después que llegamos a Apalache, los indios que de
allí habían huído vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres y
hijos, y nosotros se los dimos, salvo que el gobernador detuvo un cacique de
ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego
otro día volvieron de guerra, y con tanto desnuedo y presteza nos asometieron,
que llegaron a no poner fuego a las
casas en que estábamos; mas como salimos, huyeron, y acogiéronse a las lagunas,
que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no les pudimos
hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro día siguiente, otros indios de otro
pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nosotros y acometiéremos de la
misma arte que los primeros, y de la misma manera se escaparon, y también murió
uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco días, en que hecimos tres
entradas por la tierra, y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar,
por los malos pasos y montes y lagunas que tenía. Preguntamos al cacique que
les habíamos detenido, y a los otros indiosque traíamos con nosotros, que eran
vecinos y enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y la
calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella.
Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda
aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante había menos gente muy más
pobre que ellos y que la tierra era mal poblada y losmoradores de ella muy
repartidos; y que yendo adelante, había grandes lagunas y espesura de montes y
grandes desiertos y despoblados. Preguntámosle luego por la tierra que estaba
hacia el Sur, que pueblos y mantenimientos tenía. Dijeron que por aquella vía,
yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo que llamaban Aute, y los indios
de él tenían mucho maíz, y que tenían frisoles y calabazas, y que por estar tan
cerca de la mar alcanzaban pescados, y que estos eran amigos suyos. Nosotros,
vista la pobreza de la tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo
lo demás nos daban, y como los indios nos hacían continua guerra hiriéndonos la
gente y los caballos en los lugares donde íbamos a formar agua, y esto desde
las lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos en
ellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro,
que el comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí, y ir a buscar la
mar, y aquel pueblo de Aute que nos habían dicho; y asi nos partimos a cabo de
veinte y cinco días que allí habíamos llegado. El primero día pasamos aquellas
lagunas y pasos sin ver indio ninguno; mas al segundo día llegamos a una laguna
de muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella muchos
árboles caidos. Ya que estábamos en medio de ella nos acometieron muchos indios
que estaban abscondidos detrás de los árboles porque no los viésemos; otros
estaban sobre los caídos, y comenzáronnos a flechar de manera, que nos hirieron
muchos hombres y caballos, y nos tomaron la guía que llevábamos antes que de la
laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nos tornaron a seguir,
queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba salirnos afuera
ni hacernos más fuertes y querer pelear con ellos, que se metían luego en la
laguna, y desde allí nos herían la gente y caballos.
Visto esto, el gobernador mandó a los de a caballo que se
apeasen y les acometiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y así los acometieron,
y todos entraron a vueltas en una laguna, y así les ganamos el paso.
En esta revuelta hubo algunos de los nuestros heridos, que no
les valieron buenas armas que llevaban; y hubo hombres este día que juraron que
habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo,
pasados de parte a parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de
maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan; porque yo mismo vi una
flecha en un pie de un álamo, que entraba por el un geme. Cuantos indios vimos
desde la Florida aquí, todos son flecheros; y como son tan crescidos de cuerpo
y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes. Es gente a maravilla bien
dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son
gruesos como el brazo, de once o doce palmos de largo, que flechan a doscientos
pasos con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran. Pasados que fuimos de este
paso, de ahí a una legua llegamos a otro de la misma manera, salvo que por ser
tan largo, que duraba media legua, era muy peor; este pasamos libremente y sin
estorbo de indios; que, como habían gastado en el primero toda la munición que
de flechas tenían, no quedó con qué osarnos acometer. Otro día siguiente,
pasando otro semejante paso, yo hallé rastro de gente que iba delante, y di
aviso de ello al gobernador que venía en la retaguardia y ansí, aunque los
indios salieron a nosotros, como íbamos apercibidos, no nos pudieron ofender; y
salidos a lo llano, fuéronnos todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos
partes, y matámosles dos indios, y hiriéronme a míy dos o tres cristianos; y
por acogérsenos al monte no les podimos hacer más mal ni daño. De esta suerte
caminamos ocho días, y desde este paso que he contado, no salieron más indios a nosotros hasta una legua adelante,
que es lugar donde he dicho que íbamos.
Allí, yendo nosotros por nuestro camino, salieron indios, y sin
ser sentidos, dieron en la retaguardia, y a los gritos que dio un muchacho de
un hidalgo de los que allí iban, que se llamaba Avellanedea, el Avellaneda
volvió, y fue a socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el
canto de las corazas, y fue tal la herida, que pasó casi toda la flecha por el
pescuezo, y luego allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve días de camino,
desde Apalache hasta allí, llegamos. Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la
gente de él, ida, y las casas quemadas, y mucho maíz y calabazas y frisoles,
que ya todo estaba para empezarse a coger. Descansamos allí dos días, y estos
pasados, el gobernador me rogó que fuese a descubrir la mar, pues los indios
decían que estaba tan cerca de allí; ya en este camino la habíamos descubierto
por un rio muy grande que en él hallamos, a quien habíamos puesto por nombre el
rio de la Magdalena. Visto esto, otro día siguiente yo me partí a descubrirla,
juntamente con el comisario y el capitán Castillo y Andres Dorantes y otros
siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos hasta hora de visperas, que
llegamos a un ancón o entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con
que la gente holgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos traido allí.
Otro día de mañana envié veinte hombres a que conociesen la casa y mirasen la
disposición de ella, los cuales volvieron otro día en la noche, diciendo que
aquellos ancones y bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra
adentro, que estorbaban mucho para descubrir lo que queríamos, y que la costa
estaba muy lejos de allí. Sabidas estas nuevas, y vista la mala disposición y
aparejo que para descubrir la costa por allí había yo me volví al gobernador, y
cuando llegamos, hallamosle enfermo con otros muchos, y la noche pasada los
indios habían dado en ellos y puéstolos en grandísimo trabajo por la razón de
la enfermedad que les había sobrevenido; también les habían muerto un caballo.
Yo di cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra. Aquel
día nos detuvimos allí.