En nuestro blog (TODOS SOMOS UNO) vamos
a ir publicando por capítulos la narración de las aventuras de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca un explorador que más que conquistar pensaba
en comunicarse en paz con los nativos de
la América recién “descubierta”. Si todos hubieran sido como él…
CAPITULO
VIII
Cómo
partimos de Aute
Otro
día siguiente partimos de Aute, y caminamos todo el día hasta llegar donde yo
había estado. Fue el camino con extremo trabajoso, porque ni los caballos
bastaban a llevar los enfermos, ni sabíamos que remedio poner, porque cada día
adolescían; que fue cosa de muy gran lástima y dolor ver la necesidad y trabajo
en que estábamos. Llegados que fuimos, visto el poco remedio que para ir
adelante había, porque no había dónde, ni aunque lo hubiera, la gente pudiera
pasar adelante, por estar los más enfermos, y tales.
Que pocos había de quien
se pudiese haber algún provecho. Dejo aquí de contar esto más largo, porque
cada uno puede pensar lo que se pasaría en tierra tan extraña y tan mala, y tan
sin ningún remedio de ninguna cosa, ni para estar ni para salir de ella. Mas
como el más cierto remedio sea Dios nuestro Señor, y de Este nunca
desconfiamos, sucedió otra cosa que agravaba más que todo esto, que entre la
gente de caballo se comenzá la mayor parte de ellos a ir secretamente, pensando
hallar ellos por sí remedio, y desamparar al gobernador y a los enfermos, los
cuales estaban sin algunas fuerzas y poder más, como entre ellos había muchos
hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase sin dar
parte al gobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad; y como les afeamos
su
propósito, y les pusimos delante el tiempo en que desamparaban a su capitán
y los que estaban enfermos y sin poder, y apartarse sobre todo del servicio de Vuestra
Majestad, acordaron de quedar, y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin
que ninguno desamparase a otro. Visto esto por el gobernador, los llamó a todos
y a cada uno por sí, pidiendo parescer de tan mala tierra, para poder salir de
ella y buscar algún remedio, pues allí no lo había, estando la tercia parte de la
gente con gran enfermedad, y cresciendo esto cada hora, que teníamos por cierto
todos lo estaríamos así; de donde no se podía seguir sino la muerte, que por
ser en tal parte se nos hacía más grave; y vistos estos y otros muchos
inconvenientes, y tentados muchos remédios, acordamos en uno harto dificil de
poner en obra, que era hacer navíos en que nos fuésemos. A todos parescía
imposible, porque nosotros no los sabíamos hacer, ni había herramientas, ni
hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, finalmente, ni cosa ninguna
de tantas como son menester, ni quien supiese nada para dar industria en ello,
y sobre todo, no haber qué comer entretanto que se hiciesen, y los que habían
de trabajar del arte que habíamos dicho; y considerando todo esto, acordamos de
pensar en ello más de espacio, y cesó la plática aquel día, y cada uno se fue,
encomendándolo a Dios nuestro Señor, que lo encaminase por donde El fuese más
servido.
Otro día quiso Dios que uno de la compañía vino diciendo que él haría unos
cañones de palo, y con unos cueros de venado se harían unos fuelles, y como
estábamos en tiempo que cualquier cosa que tuviese alguna sobrehaz de remedio, nos
parescía bien, dijimos que se pusiese por obra; y acordamos de hacer de los
estribos y espuelas y ballestas, y de las otras cosas de hierro que había, los
clavos y sierras y hachas, y otras herramientas, de que tanta necesidad había
para ello; y dimos por remedio que para haber algún mantenimiento en el tiempo
que esto se hiciese se hiciesen cuatro entradas en Autecon todos los caballos y
gente que pudiesen ir, y que a tercero día se matase un caballo, el cual se
repartiese entre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban
enfermos; las entradas se hicieron con la gente y caballos que fue posible, y
en ellas se trajeron hasta cuatrocientas hanegas de maíz, aunque no sin
contiendas y pendencias con los indios.
Hecimos coger muchos palmitos para
aprovecharnos de la lana y cobertura de ellos, torciéndola y adereszándola para
usar en lugar de estopa para las barcas; los cuales se comenzaron a hacer con
un solo carpintero que en la compañía había, y tanta diligencia pusimos, que,
comenzándola a 4 días de agosto, a t0 días del mes de setiembre eran acabadas
cinco barcas, de a veinte y dos codos cada una, calafafateadas con las estopas
de los palmitos, y breámolas con cierta pez de alquitrán que hizo un griego,
llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la misma ropa de los palmitos, y de
las colas y crines de los caballos, hicimos cuerdas y jancias, y de las
nuestras camisas velas, y de las habinas que allí había, hecimos los remos, que
nos paresció que era menester; y tal era la tierra en que nuestros pecados nos
habían puesto, que con muy gran trabajo podíamos hallar piedras para lastre y
anclas de las barcas, ni en toda ella habíamos visto ninguna. Desollamos
también las piernas de los caballos enteras, y curtimos los cueros de ellas
para hacer botas en que llevásemos agua.
En este
tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por los rincones y entradas de la mar,
en que los indios, en dos veces que dieron en ellos, nos mataron diez hombres a
vista del real, sin que los pudiésemos socorrer, los cuales hallamos de parte a
parte pasados con flechas; que, aunque algunos tenían buenas armas, no bastaron
a resistir para que esto no se hiciese, por flechar con tanta destreza y fuerza
como arriba he dicho; y a dicho y juramento de nuestros pilotos, desde la
bahía, que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos
docientas
y ochenta leguas, poco más o menos. En toda esta tierra no vimos sierra ni tuvimos
noticias de ella en ninguna manera; y antes que nos embarcásemos, sin los que
los indios nos mataron se murieron más de cuarenta hombres de enfermedad y
hambre. A tt días del mes de setiembre se acabaron de comer los caballos, que
sólo uno quedó, y este día nos embarcamos por esta orden: que en la barca del gobernador
iban cuarenta y nueve hombres; en otra que dio al contador y comisario iban
otros tantos; la tercera dio al capitan Alonso de Castillo y Andrés Dorantes,
con cuarenta y ocho hombres, y otra dio a dos capitanes, que se llamaban Téllez
y Peñalosa, con cuarenta y siete hombres. La otra dio al veedor y a mi con cuarenta
y nueve hombres, y después de embarcados los bastimentos y ropa, no quedó a las
barcas mas de un geme de bordo fuera del agua, y allende de esto, íbamos tan
apretados, que no nos podíamos menear; y tanto puede la necesidad, que nos hizo
aventurar a ir de esta manera, y meternos en una mar tan trabajosa, y tener
noticia de la arte del marear ninguno de los que allí iban.