Fernando Díaz Abajo | El 27 de este mes se cumple
el aniversario del fallecimiento de Guillermo Rovirosa y, también, de Tomás
Malagón. Hace 54 y 34 años, respectivamente. Cada uno, a su manera y en su
tarea, son pilares de lo que hoy es la HOAC y adelantados a su tiempo en una
propuesta de formación y de presencia evangelizadora.
Cuando llega este día me viene a la memoria esa
expresión del papa Francisco: ¡cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los
pobres! Ese fue el deseo de Tomás y Guillermo: una Iglesia pobre y de los
pobres, obrera y del mundo obrero, la Iglesia del divino Obrero de Nazaret.
Hasta hace algún tiempo parecía como si estas
realidades estuvieran separadas; una cosa era el mundo obrero, y otra,
distinta, los pobres. La atención a unos y otros debía ser distinta, porque se
trataba de situaciones distintas. Requerían acciones y propuestas pastorales
diversas. A unos se les trataba de evangelizar y, a los otros, se les ayudaba a
remediar su indigencia, pero nada más.
Hoy, que la línea diferencial entre pobreza y
trabajo se va difuminando y nos encontramos con la creciente realidad del
precariado, de los trabajadores pobres, resulta que la pobreza se ha hecho –aún
más– obrera. Es, como decía san Juan Pablo II, cada vez más, fruto de la
sistemática violación de los derechos del trabajo, es decir, de los derechos de
los trabajadores. Una violación de derechos encaminada a empobrecer
materialmente y a negar la sagrada dignidad personal de hijo de Dios de cada
persona trabajadora.
Por eso hoy tiene más sentido una pastoral obrera
en la Iglesia; bastante más que hace veinte años. Porque no se trata de ir a
evangelizar al mundo obrero, sino de vivir en el mundo obrero de manera
evangelizadora.
Si nuestra Iglesia ha de ser –no le queda otra– la
Iglesia de los pobres, la Iglesia pobre, ha de andar estos caminos, sentarse en
estas plazas, habitar estos barrios.
Rovirosa nos
decía que «el militante cristiano es una persona que ha experimentado un
encuentro personal con Jesucristo que vive resucitado en su Iglesia. Se trata
de un encuentro desde el que toda la vida sufre un replanteamiento inevitable.
Esto es la conversión. Un proceso que se inicia un día y que ya nunca termina».
Malagón nos
recordaba que «el apóstol cristiano, enviado de Dios a los hombres, ha de estar
unido a Dios y a los hombres de su tiempo. El apóstol es un puente que une dos
orillas. Una de estas orillas es Dios, y en Él ha de estar el apóstol bien
enraizado. Pero la otra orilla, son los pobres. Y esto lleva a sentir con los
pobres y vivir unidos a ellos, para poder ser apóstol de todos. Para que Cristo
sea aceptado por la clase obrera, tiene que ser aceptado aquel que se lo
presenta. Y éste no será aceptado si no los acepta a ellos».
Francisco
insiste: «Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre
nuestra fe y los pobres» (EG 48). «Cada cristiano y cada comunidad están
llamados a ser instrumentos de Dios para la li¬beración y promoción de los
pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone
que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo»
(EG 187).
«Por eso
quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos»
(EG 198).
Nosotros aún podemos dar un paso más. No solo una
Iglesia pobre, ni una Iglesia para los pobres, sino una Iglesia de pobres. Eso
es lo único que puede hacer que seamos, de verdad, una Iglesia pobre; si, como
nos insistían Guillermo y Tomás, el centro es el Cristo pobre, empobrecido por
amor, y nosotros nos dejamos transformar por ese amor.
¡Qué buena manera de recordarlos en este nuevo 27
de febrero! ¡Empobreciéndonos por amor! Para que la Iglesia sea más de los
pobres.
https://www.hoac.es/2018/02/26/una-iglesia-pobre-y-de-los-pobres/