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8 de marzo de 2018

UNA IGLESIA POBRE Y DE LOS POBRES



Fernando Díaz Abajo | El 27 de este mes se cumple el aniversario del fallecimiento de Guillermo Rovirosa y, también, de Tomás Malagón. Hace 54 y 34 años, respectivamente. Cada uno, a su manera y en su tarea, son pilares de lo que hoy es la HOAC y adelantados a su tiempo en una propuesta de formación y de presencia evangelizadora.

Cuando llega este día me viene a la memoria esa expresión del papa Francisco: ¡cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres! Ese fue el deseo de Tomás y Guillermo: una Iglesia pobre y de los pobres, obrera y del mundo obrero, la Iglesia del divino Obrero de Nazaret.

Hasta hace algún tiempo parecía como si estas realidades estuvieran separadas; una cosa era el mundo obrero, y otra, distinta, los pobres. La atención a unos y otros debía ser distinta, porque se trataba de situaciones distintas. Requerían acciones y propuestas pastorales diversas. A unos se les trataba de evangelizar y, a los otros, se les ayudaba a remediar su indigencia, pero nada más.

Hoy, que la línea diferencial entre pobreza y trabajo se va difuminando y nos encontramos con la creciente realidad del precariado, de los trabajadores pobres, resulta que la pobreza se ha hecho –aún más– obrera. Es, como decía san Juan Pablo II, cada vez más, fruto de la sistemática violación de los derechos del trabajo, es decir, de los derechos de los trabajadores. Una violación de derechos encaminada a empobrecer materialmente y a negar la sagrada dignidad personal de hijo de Dios de cada persona trabajadora.

Por eso hoy tiene más sentido una pastoral obrera en la Iglesia; bastante más que hace veinte años. Porque no se trata de ir a evangelizar al mundo obrero, sino de vivir en el mundo obrero de manera evangelizadora.
Si nuestra Iglesia ha de ser –no le queda otra– la Iglesia de los pobres, la Iglesia pobre, ha de andar estos caminos, sentarse en estas plazas, habitar estos barrios.





















Rovirosa nos decía que «el militante cristiano es una persona que ha experimentado un encuentro personal con Jesucristo que vive resucitado en su Iglesia. Se trata de un encuentro desde el que toda la vida sufre un replanteamiento inevitable. Esto es la conversión. Un proceso que se inicia un día y que ya nunca termina».




















Malagón nos recordaba que «el apóstol cristiano, enviado de Dios a los hombres, ha de estar unido a Dios y a los hombres de su tiempo. El apóstol es un puente que une dos orillas. Una de estas orillas es Dios, y en Él ha de estar el apóstol bien enraizado. Pero la otra orilla, son los pobres. Y esto lleva a sentir con los pobres y vivir unidos a ellos, para poder ser apóstol de todos. Para que Cristo sea aceptado por la clase obrera, tiene que ser aceptado aquel que se lo presenta. Y éste no será aceptado si no los acepta a ellos».

Francisco insiste: «Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres» (EG 48). «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la li¬beración y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (EG 187).
«Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos» (EG 198).

Nosotros aún podemos dar un paso más. No solo una Iglesia pobre, ni una Iglesia para los pobres, sino una Iglesia de pobres. Eso es lo único que puede hacer que seamos, de verdad, una Iglesia pobre; si, como nos insistían Guillermo y Tomás, el centro es el Cristo pobre, empobrecido por amor, y nosotros nos dejamos transformar por ese amor.

¡Qué buena manera de recordarlos en este nuevo 27 de febrero! ¡Empobreciéndonos por amor! Para que la Iglesia sea más de los pobres.
 https://www.hoac.es/2018/02/26/una-iglesia-pobre-y-de-los-pobres/