DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR”
URUGUAY
ECLESALIA,
26/03/18.- El método teológico-pastoral del “ver, juzgar, actuar”
está tan arraigado, fue y es tan usado y abusado que parece
intocable. Pues bien, lo voy a tocar.
Ya
me atreví a criticar este método en el IV Congreso Americano Misionero (CAM 4,
COMLA 9) que se desarrolló en Maracaibo (Venezuela) del 26 de noviembre al 1 de
diciembre de 2013. En el compartir final del congreso que reunía alrededor de
5.000 personas expresé mis dudas sobre la
conveniencia de este método: fui
delicada y solapadamente invitado a retirarme.
Regreso
después de casi 5 años más convencido, con más recursos y más temas para poner
arriba del tapete.
Más
allá de las conclusiones y de mi aporte –opinable como casi cualquier cosa–
queda la pregunta clave: ¿Por qué cuesta tanto a la Iglesia – y en especial
a la jerarquía– escuchar y aceptar a quien piensa distinto y propone caminos
nuevos?
Los
motivos son muchos y variados obviamente y no es este el momento de tratarlos.
Ya los abordé en otros momentos y volveré a analizarlos.
En
nuestros templos, en el Vaticano y en las sedes de las conferencias episcopales
sería interesante que hubiera un letrero con una sugerencia de un famoso y
supuesto ateo, Voltaire: “no comparto lo que dices pero defenderé hasta la
muerte tu derecho a decirlo”.
Entramos
en el tema. Intentaré ser breve y dar simples pistas y sugerencias.
El
método del “ver, juzgar, actuar” nace en Francia en el siglo pasado, es asumido
por el Concilio Vaticano II (en especial en el documento “Gaudium et spes”)
y es profundizado y radicalizado por la teología de la liberación
latinoamericana.
¿En qué consiste este método?
Es
un método para discernir la realidad, actuar más fielmente según los criterios
evangélicos respondiendo a los signos de los tiempos.
Muy
en síntesis:
Ver: vemos la realidad,
tomamos conciencia de lo que es con honestidad y profundo realismo.
Juzgar: juzgamos esta
realidad a partir de los criterios evangélicos: “esto” es evangélico,
“esto” no es evangélico.
Actuar: a partir del ver y
del juzgar tenemos más luces y más claridad para la acción. Respondemos al
llamado de la realidad.
Este
método en su tiempo fue una respuesta a la realidad, justamente. También supuso
un crecimiento de conciencia en la iglesia y en los cristianos. En muchos casos
su aplicación fue positiva y generadora de esperanzas y novedad. Hoy en
día ya no. Los métodos son herramientas que se toman y se dejan.
Es
tiempo de dejar esta herramienta, ya no sirve. Ya no responde a la realidad en esta
etapa evolutiva de la conciencia humana. El mundo ha evolucionado, la
conciencia humana ha evolucionado increíblemente en estos últimos 60 años. Y,
como su costumbre, la iglesia llega tarde y con la respiración entrecortada.
El
método “ver, juzgar, actuar” responde a una visión del mundo, a una cosmovisión
en términos técnicos. Esencialmente responde a la visión antropocéntrica de la
modernidad (con su fe ciega en la
razón y en el progreso) y a la visión
mecanicista de la física de Newton. Estas visiones colapsaron, aunque
quedan rastros, secuelas, nostalgias.
La
cosmovisión nueva –esta nueva etapa evolutiva– tienen otros y fundamentales
ejes que no podemos dejar de lado.
Esencialmente:
·
La dimensión
espiritual del ser humano y de lo real es central. Por eso la búsqueda de
espiritualidad de nuestros tiempos.
·
Una
espiritualidad integral. El ser humano no es el centro del universo, es parte
del universo. Desde ahí la visión holística del saber y la importancia de todo
lo eco.
·
La unidad. Hay
una raíz común que podemos llamar “Vida”. Nos sentimos parte de un Todo. El
anhelo de unidad anima a muchas búsquedasn
·
La física
cuántica revolucionó la visión científica. Hay que tenerla en cuenta.
A
partir de estos ejes propongo el método teológico-pastoral del “observar,
callar, fluir”.
El
“ver” nunca es objetivo. Esta es la primera gran falla del viejo
método. Estamos adentro del sistema, adentro del Universo. Más aún: somos
el universo expresándose en diferentes y maravillosas formas. “Afuera” en
sentido estricto, no hay nada. Lo que veo me está viendo: los místicos, que
precedieron la física cuántica, siempre lo supieron. En palabras del Maestro
Eckhart: “el ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el que me ve”.
Nuestro
“ver” entonces nunca es objetivo, sino siempre “interpretación”. Tomar
conciencia de esto es, por supuesto, un gran y decisivo paso. A la
realidad no llegamos interpretando, sino observando. Por eso el primer
paso del nuevo método es observar.
La
observación es neutral, porque es observación libre de interpretación y apegos
afectivos y emocionales. Observamos desde un lugar de conciencia más allá de lo
mental.
Obviamente
es un aprendizaje y un ejercicio: aprender a observar así no es
automático. Se observa “sin pensar”: el pensamiento siempre interpreta y
juzga. La observación pura es también pura aceptación y puro amor. Por eso
el segundo paso del nuevo método es callar.
No
juzgamos más la realidad –lo que hemos observado desde más allá del
pensamiento– sino que callamos. Entramos en el silencio creador. Desde el
silencio contemplamos, aceptamos, amamos.
La
mente –pensamientos, sentimientos, emociones– siempre juzga pero sus criterios
son tremendamente condicionados y limitados. Por eso siempre se distorsiona la
realidad y, en el fondo, no vemos la realidad, sino vemos nuestra
interpretación de la misma a partir de nuestras opiniones, heridas afectivas y
deseos egoístas o superficiales.
Callamos:
el silencio nos introduce en el mundo de la gratuidad y la aceptación. La
realidad es un don, siempre un don. La Vida siempre es un regalo: también con
su cuota de dolor o incomprensión.
Callamos
y el silencio nos hace descubrir un lugar más profundo y más real de lo que la
mente nos muestra. Es el lugar del Ser, el lugar sin-lugar de pura vida
donde todo está surgiendo sin etiquetas, sin partidos, sin divisiones. El
silencio nos abre las puertas al verdadero amor: aceptación incondicional e
incondicionada de todo lo que es.
Desde
la pura observación y la práctica del silencio aprendemos a fluir.
Se
fluye con la Vida, porque nos descubrimos UNO con esa misma Vida. Se fluye
porque se ama, se ama porque se fluye. Descubriendo la bondad radical de la
Vida surge la confianza. Confianza que se convierte en la postura básica y
esencial frente a la Vida. Confiando, solo podemos fluir.
Fluir
es decir que “si” a la Vida que se manifiesta y expresa asombrosa y
maravillosamente en este preciso instante.
El
fluir no es en absoluto resignación. La resignación no tiene nada que
ver con la aceptación y el verdadero fluir. Resignarse es de cobardes,
aceptar es de valientes. Entonces comprendemos que el verdadero fluir con
la Vida es la única revolución necesaria y que solo el fluir es realmente
transformador.
Se
terminan las estériles luchas “en contra de o a favor de”: la lucha es
siempre expresión de miedo y de no aceptación de la Vida. A menudo surge de
nuestra interioridad herida y no-amada.
Desde
el fluir con la Vida surge la acción correcta y necesaria en este preciso
instante. El método que propongo –“observar, callar, fluir”– es sin duda un
método místico que hunde su raíz en el ser. No va en contra del actuar y
de la acción, sino que busca una sabiduría mayor. Sabiduría que viene del
alinearse con la Vida. En el caducado método del “ver, juzgar, actuar”, el
actuar en el fondo nacía del razonar/pensar, por cuanto seriamente se hacía uso
de dicha herramienta.
En
mi propuesta el actuar surge desde más allá, desde el lugar siempre sano
del ser humano. En sentido estricto es más un dejar actuar que un
actuar. Soltamos el ego y nos convertimos en cauces por donde la Vida/Dios
actúa. ¡Qué liberación! ¡La única y auténtica liberación!
Entonces
el fluir es dejar actuar, dejar que la Vida te traspase, te viva, se viva y
vivifique. Por eso que solo el fluir con la Vida, paradójicamente,
transforma la realidad. Porque solo la Vida trasforma y ella solo sabe modos y
tiempos.
Fluir
con la Vida entonces no es ser cómplices de las injusticias y el egoísmo
humano. Injusticias y egoísmo son justamente la resistencia al fluir.
Injusticias y egoísmos surgen del ego (la mente no observada o la
identificación con la mente), de la creencia que simple y solamente somos
mente. Solo el silencio disuelve el ego y permite un actuar más sabio.
La
Vida auténtica no conoce injusticia y egoísmo. La ley que rige el Universo es
la ley del Amor, bien lo sabemos. Pero el Amor es desposesión y entrega, es
perder lo que creemos ser –nuestro pequeño e ilusorio “yo”– para perdernos en
el Infinito mar del Amor, nuestra verdadera y común esencia.
Esta
desposesión causa terror y el hombre se resiste al morir del “yo”: esto
engendra egoísmo e injusticias. De otra manera: resistencia. Fluir una y
otra vez es el aprendizaje del Amor, el aprendizaje del Ser y de ser. Este
fluir sereno y calmo que es Dios mismo, solo puede surgir desde el observar y
el callar.
Estoy
convencido que la aplicación de este método teológico-pastoral en todos los
campos de la vida de la iglesia y de la sociedad dará abundante frutos y nos
abrirá a nuevos descubrimientos.
Habrá
que aprender con paciencia a aplicarlo en los distintos campos y dimensiones de
la vida. Sin duda necesitará ser pulido y ser encarnado. Habrá que encontrar
símbolos y lenguajes para su aplicación en las distintas culturas y áreas existenciales.
Pero
el eje está. El camino está trazado. El Espíritu, la Vida Una, ha
soplado (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).