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24 de mayo de 2018

ANÁLIS DE "EL REY LEÓN"


La «disneylandización» social
Encarna Leiva y J. Luis González Yuste (1)
Barcelona

El Grupo de Estudio del Máster de Comunicación y Educación en Red de la Universidad Autónoma de Barcelona se ha acercado al interesante tema de la presencia de Disney en nuestra sociedad, partiendo de la universalidad y la magnitud de la factoría entre jóvenes y mayores en nuestra sociedad. Con el análisis del «El Rey León» se acercan a un producto que refleja a la perfección las constantes del mundo de Disney. El trabajo se ha desarrollado a partir de una metodología de estudio por proyectos de carácter colaborativo a través de Internet.


1. El Imperio Disney
Cualquiera que haya sido niño durante los últimos setenta años ha visto alguna película o conoce algún personaje de Disney. Generación tras generación, esta fábrica de sueños ha conseguido triunfos de leyenda.

La mayor empresa multimedia del mundo encara el siglo en una inmejorable forma. Siete de las diez películas de vídeo más vendidas de todos los tiempos son de esta compañía. En 1995 compró la cadena televisiva ABC y el canal deportivo ESPN, que la situó a la cabeza de la televisión comercial. Acuerdos firmados con McDonald´s y Coca Cola aseguran la promoción de los productos Disney en todo el planeta. Cuatro parques temáticos y quinientas tiendas alrededor del mundo dan una idea de su potencia y extensión.

Fue en 1923 cuando Walt Disney y su hermano Rob crearon un pequeño estudio de dibujos animados. El ratón Mickey Mouse nació en 1928, en su primer filme de dibujos sonoro. Este personaje se empezó a comercializar como nunca hasta entonces había ocurrido con un cartoon. La Nochevieja de 1999 fue la mascota oficial de Nueva York.

En 1932 se presentó al público la película Flores y Plantas, el triunfo fue apoteósico, los espectadores pudieron presenciar por primera vez el efecto del color. Vinieron después, entre otros, Blancanieves y los siete enanitos(1937), Cenicienta (1949), 101 Dálmatas (1961), El libro de la selva (1967), y más recientemente La Sirenita (1989), La Bella y la Bestia (1991), y El Rey León (1994), película de la que se ocupa este proyecto de estudio.

Ahora bien, sólo un 35% de los ingresos de la compañía vienen de sus películas. Además de los vídeos de las mismas, gran parte de sus beneficios proceden de dos sellos discográficos, publicaciones, espectáculos sobre hielo, montajes teatrales, comercialización de todo tipo de objetos con los personajes Disney y, por supuesto, los parques temáticos: Disney- land California, Tokyo Disneyland, Walt Disney World y Disneyland Paris.

Setenta años de éxitos avalan la infalible fórmula Disney para fascinar al público, que siempre mantiene en sus producciones unas constantes específicas:

Cuentan historias que impactan en el público.
Los protagonistas resultan atractivos por su belleza física y/o por los buenos sentimientos que albergan.
Los personajes secundarios dan un toque de humor al argumento. Su función es hacer menos empalagosa o dramáticas las historias.
Los antagonistas son «unos malos malísimos». Dan emoción con sus perversos planes.
El mensaje defiende valores en boga como la ecología en El Rey León o el antirracismo en Pocahontas, pero integrándolos perfectamente en el sistema al que podrían cuestionar.
La banda sonora, interpretada por conocidos cantantes, da identidad a los filmes.
Una estudiada campaña de promoción provoca expectación meses antes del estreno y se mantiene meses después.
Permanente renovación de la técnica y los contenidos.
La calidad es la marca de la casa. La realización contiene escenas espectaculares y la animación está cuidada al máximo.

2. El Rey León, la película

Desde la grandiosidad de las primeras imágenes del impresionante paisaje africano, hasta el emocionante final, El Rey León se considera el mayor logro en la historia de la animación. Esta obra maestra de Disney narra la increíble relación entre un orgulloso rey, Mufasa, y su hijo, Simba, un ingenuo y curioso cachorro que debe luchar para encontrar su lugar en el «ciclo de la vida».

«Acompañado de buenos amigos, Simba experimenta algunos de los momentos más gloriosos y también los retos más duros de la vida. Pero antes de que pueda ocupar su puesto como rey, Simba debe superar muchas adversidades y temores que acabaran en una feroz pelea con su malvado y codicioso tío Scar». (De la carátula de presentación del vídeo El Rey León).

Realizada en 1994, fue dirigida por R. Allers y R. Minkoff. Obtuvo dos Oscars, banda sonora y canción. Ha sido la quinta película más millonaria de la historia. Es el primer guión de la factoría en que se concibe como un musical. En su versión original, quienes prestaron su voz a los personajes son actores conocidos. Tal es el caso de Jeremy Irons en el papel del malvado Scar, Whoopi Goldberg haciendo de hiena, o el mismo Rowan Atkinson –muy popular en el Reino Unido por su personaje Mr. Bean– dando voz al fiel Zazú.

Se trata de la primera película de Disney en que el escenario es totalmente natural –en Bambi, por ejemplo, hay referencias al ser humano–. Aproximadamente trabajaron en ella seiscientas personas, cuarenta dibujantes, ciento veinte ayudantes, expertos en efectos especiales, productores, etc. Marca, en palabras de sus propios creadores, la mayoría de edad del dibujo animado, ya que la calidad se vio tremendamente mejorada gracias a la aplicación de los avances tecnológicos.

En este estudio se ha realizado, tras la visualización de la película, un análisis detallado escena por escena y un estudio de los diferentes personajes. Destacable, desde luego, es la calidad del film. Disney no escatima en medios para atraer a todos a su espectáculo. No estamos ante una película para niños, sino para toda la familia. Hay muchas frases irónicas, guiños y comentarios de los protagonistas dirigidos al adulto:
«también hablamos tu lenguaje, te habrá gustado venir al cine con tus pequeños».

En lo que a realización se refiere, se logra satisfacer al más exigente. Escenas que van desde hermosas vistas panorámicas de la naturaleza africana hasta primeros planos de los animales acudiendo a la presentación del hijo del rey, así como primerísimos primeros planos que muestran los más pequeños detalles.

Con constantes cambios del ángulo de toma, picados y contrapicados, y frecuentes movimientos de cámara –ascendentes, acercamiento o incluso circulares– transmiten dinamismo y contribuyen a una mayor implicación del espectador. Se consiguen efectos de tres dimensiones que dan gran realismo como el momento en que una bandada de pájaros vuelan sobre las aguas de un delta. Llamativo, también, el plano en picado de las hormigas, en hilera por un tronco, con las cebras corriendo debajo, o la espectacular estampida de ñus.

Respecto del mundo animal, aparecen los típicos animales africanos, como las jirafas, elefantes o cebras, al lado de otros menos conocidos del continente, como las mangostas. El mismo Pumba, amigo de Simba, es un curioso jabalí verrugoso. Ya en alguna ocasión se ha dicho desde Disney que creen que no existe especie animal en el planeta sobre la que no hayan trabajado.

La música juega un importante papel. Se alternan la música sinfónica instrumental –incorporando pinceladas de ritmos étnicos– con operetas y coreografías. Diversos estilos combinados entre sí para ir alternando dramatismo, romanticismo y franca emoción: «El ciclo sin fin» funciona como un himno, o momentos mucho más alegres y desenfadados como en la canción «Yo voy a ser Rey León», o la archifamosa «Hakuna Matata». Un film, en definitiva, que puede ser calificado de técnicamente excelente, que narra una historia presentada bajo forma de fábula mezclando diversos géneros, desde la épica, pasando por la intriga, hasta el intimismo y la historia de amor.

3. Aproximaciones a «El Rey León»
3.1. Psicología
Desde el punto de vista evolutivo, con esta historia se puede realizar un paralelismo sobre la relación del niño con sus progenitores en el período que –desde el psicoanálisis– se denomina «edípico». Además, incorpora perfectamente el cierre del ciclo ya que, tras las correspondientes tensiones, termina en la edad adulta, con los conflictos resueltos, en una victoriosa madurez. Es un modelo que alienta al niño en la búsqueda, en su crecimiento hacia estadios evolutivos superiores. A pesar de las adversidades, a pesar de las pruebas difíciles que va a tener que superar, el héroe vencerá tras el largo camino.

En concreto, empieza el relato con el nacimiento del protagonista para pasar casi de inmediato a la relación del pequeño con la figura paterna. La madre queda en segundo plano. El protagonista ha superado el período de apego y total dependencia de la madre que se da en los primeros momentos del desarrollo.

Así encontramos que la figura del padre cobra gran fuerza para el hijo –aproxima- damente de 3 a 5 años–. El cuento de El Rey León va dirigido, sobre todo, al niño varón. Hay una idealización del padre y un deseo de ser como él. La parte negativa del padre, todo aquello que no gusta y se teme, para evitar ansiedades, se proyecta en el «malísimo» tío Scar.

Es la edad del primer sentimiento de autonomía, la auto-afirmación de un «yo» que el niño siente como recién estrenado. Es la época del «no», esa primera adolescencia con el correspondiente hervidero de emociones. En ese estadio se sitúa al pequeño Simba.

Con el «Hakuna Matata» se entra en el aparente remanso de paz del llamado «período de latencia» –desde los cinco años hasta la adolescencia–. Simba vivirá con sus amigos una despreocupada existencia. Lo mismo que, en general, el niño en esta etapa, quien cuenta con más recursos, sublimando con juegos los problemas emociona- les que arrastra para dejarlos como mar de fondo.

La adolescencia aparece con toda su fuerza en el momento en que se siente la llamada del «¡Hay que seguir!». Y emerge de nuevo más fuerte que nunca, la rebeldía, surgen viejos odios olvidados y la lucha con el «padre malo» toma matices verdaderamente dramáticos.

Pero los conflictos se resuelven. Plenamente identificado con la figura del padre bueno, el héroe se convierte en adulto por derecho propio. Es la hora de crear, de procrear con su compañera. Tendrán hijos y revivirán la misma problemática. Es «el ciclo sin fin» en un modelo de interpretación cíclica de la historia de la que Toynbee se encargó de dar cuenta y que retoman continuamente las posiciones políticas más conservadoras.

3.2. Antropología
La película, superficial y aparentemente, transmite ideas acerca de la importancia del equilibrio ecológico y la diversidad cultural Sin embargo, desde esta aparente filosofía de modernidad, encontramos que se están reproduciendo las actitudes, valores y esquemas sociales más tradicionales.

Desde el punto de vista cultural, esta película es un producto genuino de la cultura central estadounidense, es decir, del grupo dominante de esta cultura, que está formado por el modelo WHASP. Aunque, estos productos comerciales de entretenimiento tienen unos valores que proceden casi exclusivamente de esta cultura central, vienen adornados, eso sí, con alguna concesión a las culturas periféricas, que pueden ser incorporadas a la espiral de consumo de los productos Disney.

La estructura de familia de El Rey León, con un padre, madre e hijo, es la ejemplificación del modelo familiar de la cultura occidental, en el que no hay cabida para grupos familiares extensivos, figuras diferenciadas de las descritas o falta de algunas de ellas.

En el aspecto religioso, se observan claramente las características de la religión judeo- cristiana en el bautizo de Simba y a través de señales específicas utilizadas en el rito cristiano –la señal en la frente, el baño de tierra o de agua y la presentación en sociedad del nuevo miembro–. También aparecen símbolos de otras religiones, por ejemplo, la budista, cuando el mandril Rafiki adopta la postura de flor de loto –piernas cruzadas, manos con el pulgar y el índice juntos–.

La religión musulmana aparece claramente reflejada en esa media Luna que brilla en el negro cielo la noche en que el perverso Scar toma el poder. Se asocia, por tanto, con la maldad. La película se produjo y terminó en 1994, en plena resaca del conflicto del Golfo Pérsico. Tal vez el temor y la repulsa de los norteamericanos hacia el mundo árabe quedó así reflejada.

En cuanto a los estereotipos masculino y femenino, están definidos dentro del más arraigado pensamiento de la cultura occidental. El hombre es poseedor del saber, del poder y de la fuerza, se ocupa del trabajo exterior, de los grandes temas sociales y políticos, y es quien transmite el saber y el poder siempre a otro hombre. La mujer es débil, se ocupa del ámbito doméstico, sin representación social alguna y sólo es válida en cuanto que es transmisora biológica de la vida.

Los jóvenes tienen fuerza, pero son inocentes y han de aprender para llegar a la sabiduría de los mayores, que, por otro lado, nunca se equivocan. Por ejemplo, Simba y Nala –su amiga de la infancia– acaban enamorándose, aunque ésta es una relación acordada de antemano por sus padres. Los viejos, por otro lado, poseen la sapiencia, y a ellos han de recurrir los jóvenes para salir adelante. En este sentido, se presenta a la realidad como inamovible y cualquier cambio es desestabilizador.

La interacción entre animales y entorno parece estar basada en el respeto a la diferencia, pero este respeto viene impuesto por el principio de autoridad. El león es quien sostiene este equilibrio. Como en los reinos arquetípicos, el poder es hereditario y se transmite al correspondiente «principito» del cuento. Se trata, por tanto, de una monarquía de carácter hereditario. Cuando el reino se queda sin liderazgo, se convierte en un caos, acabando en la destrucción del «feliz» modelo.

De esta situación se deriva la idea de que nada ha de cambiar para mantener el orden social establecido, que es la garantía de continuidad de la especie y del mundo mismo.
En El Rey León, como en la mayor parte de los productos audiovisuales que nos ofrece Disney, no hay lugar para democracia.

Ni siquiera la democracia representativa y, por tanto, mucho menos para una participación real de la sociedad en un proceso histórico de transformación. No hay sitio para una alternativa «desde abajo» en un mundo que se construye a partir de líderes y salvadores.
  
4. Una estructura «artúrica»
Disney toma, en general, para sus historias relatos ya existentes, de gran sentido y contenido, y los pasa por su particular filtro edulcorante para terminar en un producto alejado del sentir que se quería transmitir en esas historias arquetípicas. Quienes conocen los relatos originales pueden dar buena cuenta de ello. El profesor Perceval aporta a la reflexión el paralelismo de la película con la estructura de cuento de iniciación. Y el cuento iniciático por excelencia es el del Grial.
En la historia, un joven inocente, como Simba, quiere ser caballero y se marcha para acudir a la corte del rey Arturo. En la despedida su madre muere de dolor –Simba también carga con la culpa de la muerte de su padre–. El joven vaga durante un tiempo olvidando  su misión y se rodea de despreocupados amigos –como Timon y Pumba–. El reino está en sequía, en pobreza y lleno de terror porque no ha sido «salvado» por el héroe. El tirano destaca por su carácter femenino, como es el caso del amanerado Scar, con sus frases sarcásticas y sus exclamaciones en francés–en versión original–. La femineidad, en este sentido, es una característica negativa de los cuentos de iniciación. Además, el tirano vive en la molicie, rodeado de personas débiles –intelectuales–, y es inteligente, lo que no es una virtud en los cuentos,sino una característica negativa que se aplica a los malvados.

Finalmente, según la estructura «artúrica», el héroe recupera la conciencia de su misión e inicia el camino de la madurez. Alcanza el Grial.


5. Tras el reino mágico: conclusiones
Reflexionar acerca de Disney es hacerlo sobre su fuerte carga ideológica. Sus modelos
se presentan como ideales armoniosos y sus historias como desinteresadas, construidas desde jerarquías de valores universalmente válidas y consensuadas.

Esta pretendida inocencia está muy lejos de la realidad. Las estrategias de evasión, diversión y reformulación histórica proponen una serie de identificaciones sobre un modelo «blanco, de clase media y heterosexual» sepa- rado del contexto histórico, social y político.

Por ello, en este recorrido por El Rey Leónse ha querido caminar más allá del decorado de «reino mágico» y llegar a la trastienda. Y eso que en Disney se guardan mucho de mostrar la realidad. Muy llamativo, por ejemplo, es el caso de los parques temáticos, auténticas jaulas de oro donde todo está organizado para que no se vea nada del exterior: ni coches, ni casas del entorno, ni siquiera el paisaje que hay más allá de los muros de Disneyland.

Sin embargo, en palabras de González Yuste (1999), Disney «no debe abordarse como un simple aparato pedagógico implicado en diversas estructuraciones socioculturales. Ampliando y proyectando estos ejemplos a sus ejes mayores de productos comerciales culturales infantiles, se debe abordar, fundamentalmente, su crucial papel en la construcción de identidad cultural a escala mundial». Desde la factoría Disney, se vende la idea de diversidad, pero quienes visitan sus Fantasyland, Frontier- land, Adventureland y Tomorrowland están recibiendo un homogéneo mensaje cargado de valores perfectamente integrados y descafeinados, con contenidos históricos «reajustados» para responder a una propuesta de comunicación audiovisual unidimensional, monolítica y estática.

El objetivo, por tanto, es una implicación transformadora. Cuanta mayor capacidad de crítica, mayor control sobre la realidad. Y si es importante para los adultos, es crucial que este sentir sea desarrollado por los pequeños. Así, ante cualquier mensaje que se reciba desde los media, la pregunta obligada es: ¿qué hay más allá? El trabajo educomunicativo es que esta pregunta no encuentre una respuesta, sino más preguntas.

Notas
1 Este artículo es un resumen de la investigación, donde aparecen análisis y aproximaciones realizados por los miembros del Grupo «En Red»: Antonia Companys, Benito Mendoza, Eulalia Arus, Javier Marzal, Mercedes Azcá- rraga, Mónica Samarra, Teresa Mayor, Teresa Sillué y Trini Milán, coordinados por Encarna Leiva y J. Luis González Yuste.

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