2018-04-29
Hay
una escena enormemente dramática en el evangelio de San Mateo cuando trata del
Juicio Final, es decir, cuando se revela el destino último de cada ser humano.
El Juez Supremo no preguntará a qué Iglesia o religión perteneció esa persona,
si aceptó sus dogmas, cuántas veces frecuentó los ritos sagrados.
Ese
Juez se volverá hacia los buenos y les dirá: “Venid, benditos de mi Padre,
tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo,
porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui
peregrino y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me
visitasteis, estaba preso y vinisteis a verme... todas las veces que hicisteis
esto a uno de mis hermanos y hermanas menores, a mí me lo hicisteis... y cuando
dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeños, a mí me lo dejasteis de hacer”
(Mateo, 25,35-45).
En
ese momento supremo son las prácticas hacia los sufridores de este mundo y no
las prédicas las que cuentan. Si los hemos atendido, oiremos aquellas palabras
benditas.
Esta
experiencia fue vivida por el Premio Nobel de la Paz de 1980, el argentino
Adolfo Pérez Esquivel (1931), arquitecto y renombrado escultor, gran activista
de los derechos humanos y de la cultura de la paz, además de ser profundamente
religioso, y de apoyarme. Él pidió a las autoridades judiciales brasileñas
permiso para visitar en la cárcel al expresidente Lula, amigo de muchos años.
Esquivel
me llamó desde Argentina y en twitter está resumida la conversación en una
especie de youtube. Iríamos juntos, pues yo había recibido también el llamado
Nobel Alternativo de la Paz en 2001 (The Right Livelihood) del
Parlamento sueco. Pero le adelanté que mi visita era para cumplir el precepto
evangélico de “visitar a quien está encarcelado” además de abrazar al amigo de
más de 30 años. Quería reforzarle la tranquilidad del alma que mantuvo siempre.
Poco antes de ser arrestado me confesó: mi alma está serena porque no me acusa
de nada; me siento portador de la verdad que posee una fuerza propia y a su
debido tiempo se manifestará.
Esquivel
y yo llegamos a Curitiba en horarios diferentes el día 18 de abril. Fuimos
directamente al gran auditorio de la Universidad Federal de Paraná repleta de
gente, para un debate sobre democracia, derechos humanos y la crisis brasileña
que había culminado con la prisión de Lula. Allí estaban autoridades
universitarias, el exministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim,
representantes de Argentina, Chile, Paraguay, Suecia y otros países.
Alternadamente se cantaban bellísimas canciones latinoamericanas especialmente
en la voz sonora de la actriz y cantora Leticia Sabatella. Los
afrodescendientes danzaron y cantaron con sus trajes de bellos colores.
Hubo
varios pronunciamientos. Como por arte de magia el desaliento general dio lugar
a un aura de bienquerencia y de esperanza de que el golpe parlamentario,
jurídico y mediático no podría dibujar ningún futuro para Brasil. Antes bien,
se cerraría un ciclo de dominación de las élites del atraso para abrir el
camino a una democracia venida de abajo, participativa y sostenible.
Antes
de la sesión se nos había comunicado que la jueza Catalina Moura Lebbos, brazo
derecho del juez Sérgio Moro, había prohibido la visita que queríamos hacer al
ex presidente Lula.
Esta
jueza no se dio cuenta del alto significado del que es portador un Premio Nobel
de la Paz. Tiene el privilegio de recorrer el mundo, visitar prisiones y
lugares de conflicto para promover el diálogo y la paz. Nos apoyamos en el
documento de la ONU de 2015 que se ha convenido en llamar “Reglas de Mandela”
que trata de la Prevención del crimen y la justicia criminal. En él se aborda
también la parte de la visita a los encarcelados. Brasil fue uno de los más
activos en la formulación de estas Reglas de Mandela, aunque no las observa en
su territorio.
Pero
de nada nos valió. La jueza Lebbos simplemente negó. Al día siguiente, el 19 de
abril, llegamos al campamento en el que cientos de personas hacen vigilia junto
al Departamento de Justicia Federal, donde Lula está preso. Le gritan “Buenos
días, Lula”, “Lula libre” y otras palabras de ánimo y esperanza que él desde su
cárcel puede escuchar perfectamente.
Había
policías por todas partes. Intentamos hablar con el jefe para poder tener una
audiencia con el Superintendente de la Policía Federal.
Siempre
venía la (¿misma?) respuesta: no puede, son órdenes de arriba. Después de mucho
insistir, con llamadas de teléfono que iban y venían, Pérez Esquivel consiguió
una audiencia con el Superintendente. (Le) Explicó los motivos de la visita
humanitaria y fraterna a un viejo y querido amigo. Por más que Pérez Esquivel
argumentase e hiciera valer su título de Premio Nobel de la Paz, mundialmente
reconocido y respetado, oía siempre la misma cantinela: No puede. Son órdenes
de arriba.
Y
así, cabizbajos, volvimos en medio del pueblo. Yo personalmente insistía en que
mi visita era meramente espiritual. Le llevaba dos libros El Señor es mi
pastor, nada me falta, un comentario minucioso que realmente alimenta la
confianza. Y otro de nuestro mejor exégeta Carlos Mesters, La misión del
pueblo que sufre, que describe el desamparo del pueblo hebreo en el exilio
babilónico, cómo era consolado por los profetas Isaías y Jeremías y cómo a
partir de ahí se fortaleció el sentido de su sufrimiento y su esperanza.
En
el Departamento de la Policía Federal todo estaba prohibido. Ni siquiera estaba
permitido enviar una nota al expresidente Lula.
En
medio del pueblo hablaron varios representantes de los grupos, especialmente
una pareja de Suecia que sostiene la candidatura de Lula al Premio Nobel de la
Paz. Hablamos Pérez Esquivel y yo, reforzando la esperanza que finalmente es
aquella energía poderosa que sostiene a los que luchan por la justicia y por
otro tipo de democracia. Él anunció que había lanzado una campaña mundial para
proponer a Lula como candidato al Premio Nobel de la Paz. Hay ya miles de
firmantes en todo el mundo. Lula cumple todos los requisitos para ello, especialmente
por sus políticas sociales que sacaron a millones de personas del hambre y de
la miseria y por su empeño por la justicia social, base de la paz.
Hubo
muchas entrevistas a medios de comunicación nacionales e internacionales.
Algunas fotos del evento comenzaron a difundirse por el mundo y llegaba la
solidaridad de muchos países y grupos.
Allí
nos dimos cuenta de que efectivamente vivimos bajo un régimen de excepción en
forma de un golpe blando que secuestra la libertad y niega derechos humanos fundamentales.
La
pequeñez de espíritu de nuestros jueces del Lava Jato y la negación del derecho
asegurado a un Premio Nobel de la Paz a visitar a su amigo encarcelado dentro
de un espíritu de pura humanidad y de cálida solidaridad avergüenza a nuestro país.
Sólo permite comprobar que efectivamente estamos bajo la lógica negadora de la
democracia en un régimen de excepción.
Pero
Brasil es mayor que su crisis. Purificados, saldremos mejores y orgullosos de
nuestra resistencia, de nuestra indignación y del coraje de rescatar, a partir
de las calles y de las elecciones, un Estado de derecho.
No
olvidaremos jamás las palabras sagradas: “Yo estaba preso y tú les impediste
venir a visitarme”.
Articulo tomado de Koinonia