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24 de mayo de 2018

ISRAEL Y GAZA

¿Cuántos muertos palestinos puede aceptar el mundo sin in...
por Antonio Pérez, Telesur

"Es bien sabido que Israel es un portaaviones creado por el imperialismo británico y mantenido por el imperialismo gringo".

“No podemos meter a tanta gente en la cárcel”

Quien suscribe es nieto de una judía toledana cuyos antepasados vivieron en Salvatierra de Álava, concretamente en el barrio Urdai Gutxi -topónimo que, en castellano, significa con harta propiedad Poco Tocino. Durante la Guerra de la Independencia contra los napoleónicos, una de aquellas judías apellidadas Ruiz de Eguino, se casó con un militar castellano que estaba convaleciendo de las heridas sufridas en la batalla de Vitoria y éste se la llevó a un pueblo de Toledo donde, durante muchos años, sus descendientes fueron conocidas como “las judías”. Sirva este largo exordio para demostrar mi pedigree mosaico. Y para que, después de haber leído esta diatriba, los genealogistas sionistas comprueben con disgusto que soy un auténtico traidor a mi raza, un masoquista hereditario, un odiador de mí mismo; en definitiva y en inglés, un genuino self-hater jew.


En efecto, aunque exhiba sin complejos mis raíces hebraicas, odio sin mesura a los sionistas. No me importaría firmar en apoyo del pueblo judío lo mismo que no me importaría firmar a favor de cualquier otro pueblo del planeta, desde los Saatmi del extremo norte europeo hasta los Selknam del extremo sur americano. Y es precisamente por esta razón de solidaridad entre los pueblos por la que odio a la mafia que más desprecia a los otros pueblos: la élite sionista.


Este odio me ha traído problemas con todo el espectro político. Una vez, arriesgué mi trabajo porque expresé públicamente que, por las necesidades del guion, podría dar la mano al embajador de EEUU –luego me la desinfectaría con salfumán- pero que bajo ningún concepto saludaría al embajador de Israel. Y, en el extremo político opuesto, en otra ocasión me negué a participar en Hervás (Cáceres) en un acto que, aparentemente, ensalzaba a los sefardíes –nada que objetar- pero que en realidad estaba organizado por el Estado de Israel… y por unos amigos antisistema que no querían saber que los sefardíes son ciudadanos de segunda en Israel, aherrojados como están por los askenazis.

Una economía imperial
Es bien sabido que Israel es un portaaviones creado por el imperialismo británico y mantenido por el imperialismo gringo. A su vez, Israel aspira a ser un imperio subalterno. Por muy pregonada que esté, la relación de este Estado con los judíos del Antiguo Testamento es la misma que tenemos los españoles con los homínidos de Atapuerca o, si les parece exagerado, con los iberos. De acuerdo, Abraham no es el Homo antecessor pero sí puede ser homólogo de Viriato( héroe español en la lucha contra el imperio romano)  pues ambos son un deliquio de las respectivas propagandas nacionales.
El problema no estriba en que los judíos sean más o menos antiguos –todos los pueblos pueden ser antiquísimos, basta con quererlo- sino en que los sionistas se sienten hederos del Gran Israel (Eretz Yisra`el Hašlemah) que se fraguó gracias a un Convenio entre Dios y el Pueblo Elegido según el cual sus fronteras se extienden más allá de las actuales.

Reza la Biblia y subrayan la Torá, la Tanaj y el Talmud que “Jehovah hizo un pacto con Abram diciendo: A tus descendientes daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran Río Eufrates, la tierra de los queneos, quenezeos, cadmoneos, hititas, ferezeos, refaítas, amorreos, cananeos, gergeseos y jebuseos” (Génesis 15: 18-21) Es decir, que Dios entregó a un aventurero, a un tal Abraham –cuatrero, proxeneta y violador compulsivo- el poder sobre naciones tan enormes como la Hitita, por aquel entonces, vencedora de los faraones. Se puede ser más atrevido pero difícilmente más ególatra.

Por desgracia, este Eretz Israel representa el horizonte imperial que inspira a los sionistas. Si ya es peligroso que los Libros Sagrados se utilicen como excusa religioso-mitológica para agredir a los países vecinos, aún es peor que los agresores estén armados hasta los dientes y que su país sea una teocracia donde no hay ciudadanos sino rangos militares.

Como corresponde a un Estado militarizado hasta el tuétano, su economía gira al alrededor de las armas. En ocasiones, el presupuesto de ‘defensa’ de Israel ha alcanzado el 30% de su PIB pero ahora, cuando dice que es sólo del 6% está mintiendo puesto que, a ese porcentaje, hay que añadir otros costes adicionales como son: la reserva de una parte de territorio para usos bélicos, la contratación de guardas de seguridad para los puestos de control o la construcción de habitaciones blindadas contra los gases tóxicos. Todo ello asciende a un 4% del PIB al que debemos sumar el 20% de prima de riesgo que implica su permanente estado de guerra. Y seguimos quedándonos cortos porque, según fuentes israelíes, el país pierde el 5,7% de su PIB que va destinado al servicio militar.

Dejando aparte estas ingeniosas contabilidades de las que tanto aprende el ministerio de Defensa español, la militarización sionista tiene otra cara económica: la exportación de máquinas de matar. Israel exporta el 40% de su PIB y, dentro de este porcentaje, las armas y sus accesorios físicos y humanos tienen un peso que nunca sabremos con exactitud puesto que ni siquiera conseguimos averiguar cuál es el peso real del consumo interno bélico. Todo lo más, se sospecha que los drones y los prohibidos gases venenosos son los productos estelares pero esto es sólo la punta del iceberg; es más cierto que la exportación depende del sector tecnológico –militar, nuclear y, en menor medida, industrial y agrario-. Aquí estalla una de las muchas contradicciones que esconde un país absolutamente artificioso: ese sector puntero, sólo emplea al 9% de la población activa mientras que la economía convencional, la que crea nueve de cada diez empleos, apenas recibe un 5% del gasto público en I+D+i. Es decir, que la exportación de muerte va en detrimento del resto de la producción.
Además, Israel se vanagloria a los cuatro vientos que su agricultura es la más productiva del planeta. Otra contabilidad inventiva pues sólo cuantifica la mercancía en el campo sin tener en cuenta que, detrás de cada aguacate, hay una enorme inversión en maquinaria que funciona con combustibles fósiles. Si tenemos en cuenta estos gastos previos, la productividad israelí es la peor del mundo, extremo que poco importa a Israel pues sus armatostes agrarios y su petróleo suelen ser regalos gringos –o comprados a los yihadistas a precio de gallina flaca.

Gracias a todas estas patrañas, los casi 9 millones de israelíes disfrutan de una elevada renta per cápita (38.000 US$) pero, ojo, esta es una cantidad tan infame e innecesaria como sucede en el resto de los países pues a ella no tienen acceso el 20% de árabes israelíes –por no hablar de los palestinos. Más aún, ni siquiera podemos decir que esos dollares se distribuyen con algo de equidad entre los propios israelíes puesto que el 11% de sionistas ultraortodoxos se benefician de ellos sin producir nada y sin pagar impuestos –hasta les ponen autobuses donde las mujeres tienen que ir en la parte trasera en el puro estilo racista del antiguo South gringo.

La genética de minorías
Es obvio que este disparate de economía se sustenta política y simbólicamente en el enemigo. Israel argumenta que está amenazado por sus vecinos –enemigo externo- y por los palestinos –enemigo interno-. Con esta excusa, ha erigido un sistema piramidal con los askenazi en la cumbre, los sefardíes después, más abajo un conglomerado de sabras –judíos nacidos en Palestina antes de la invención de Israel-, árabes, drusos, cristianos de toda laya, falashas –etíopes de religión mosaica-, circasianos, etc. y, finalmente, en el escalón subhumano, beduinos y palestinos. Pese a que Israel presume de ser el primer estado indígena del mundo moderno, es evidente que los beduinos son los verdaderos acreedores a ese título seguidos pocos miles de años después por los palestinos y por los sabras o tzabar, quienes, quizá por ese estigma, rozaron en los años 1950’s la etiqueta de Untermenschen aunque varios de los jefazos sionistas –Netanyahu, por ejemplo- hayan sido sabras o digan serlo de segunda o tercera generación (ver infra sobre la paradójica ‘reducción por exceso’ de este término)

Dicho lo cual, nos preguntamos: ¿cómo compaginan los sionistas ese rompecabezas étnico con el supremacismo askenazi? Por supuesto, repetimos, con una jerarquización rígida enraizada en un racismo harto moderno. Porque no estamos ante un racismo antiguo y superficial al estilo del nazi, del gringo o de los sudafricanos del apartheid sino de un racismo aún más profundo, un racismo que investiga hasta donde sus ilustres antecesores no pudieron llegar por falta de conocimientos técnicos. Un racismo que llega hasta los genes.

Y es que los sionistas llevan años estudiando cómo crear un arma que extermine sólo a los portadores de genes palestinos. ¿Vano empeño dada la proximidad entre los ADN de judíos y palestinos? No, alucinación de científicos majaretas porque no existe un “ADN judío”. Si estas lumbreras académicas no estuvieran ofuscadas por su ideología, habrían sabido desde el comienzo que su objetivo era imposible. Al menos, deberían haberlo sabido porque, esos mismos genetistas, habían colaborado con sus colegas gringos en un proyecto no menos estrambótico: el desarrollo de un engendro bélico-biológico que convertiría a los soldados enemigos en homosexuales.

Una pizca de Historia no les vendría mal a quienes trabajan y/o trabajaron en los dos proyectos. A los del “proyecto marica” les recomendaría que leyeran algo sobre la Antigüedad –Tebas y Esparta, por ejemplo- para que aprendieran que su imagen del gay alfeñique está pasada de moda. A los sionistas del “proyecto étnico” les aconsejaría que estudiaran la dinámica genética de las poblaciones y así comprobarían que los llamados ‘judíos’ carecen de homogeneidad biológica –su diversidad genética habría aumentado todavía más de haber sido enviados a Argentina o Madagascar como se planeó a principios del siglo XX-. Veamos:

En el año de la Nakba (1948) la población de Palestina no llegaba al millón y medio de personas de las cuales 254.000 eran sabras, una sexta parte. Irrumpió la Invasión y ya la primera aliyá u oleada de 463.000 judíos inmigrantes (olim) dobló en número a los sabras. Con el tiempo, esta ratio se invirtió hasta el punto que hoy, la estadística oficial sionista –tan tendenciosa como todas- asegura que el 75% de los israelíes son nacidos en Israel y, por lo tanto, sabras (¿) Sin embargo, son diferentes los descendientes de los sabras indígenas, campesinos que hablan un hebreo antiguo jibarizado en argot, y los descendientes de las aliyá (dor ha medina) que son milicos hablantes de yidish, ese dialecto teutón mil leches que es ahora la lengua de Israel -oficialmente, se la denomina hebreo. Ahora bien, ¿cómo distinguir entre unos y otros descendientes? Imposible oficialmente y muy difícil si investigamos micro-demográficamente. Por todo ello, gracias a esa reducción por exceso genealógico, el término sabra ha muerto de éxito.

A los efectos que hoy nos ocupan, es evidente que los olim, carecen de uniformidad genética por mucho que ahora hayan pasado a ser (seudo) sabras. No hay más que verlos: morfológicamente, es más fácil identificar a los gitanos que a los israelíes por la simple razón de que la diáspora de los primeros fue más compacta que la de los segundos. Por ende, eximios científicos sionistas: comprendemos que es duro abandonar ese primero o último bastión del racismo que forman los genes pero… busquen fuera de la genética las excusas para sus manipulaciones.

Además, hay un caso significativo del disparate genético: los 130.000 falashas –o Beta Israel, una de las ‘tribus perdidas’- que hoy sobreviven en Israel constituyen la prueba fehaciente de que los sionistas no son coherentes sino oportunistas. Sión ha creado un Estado que dice regirse por la ley mosaica –equivalente a la sharía musulmana- pero, en la práctica, su teocracia es subalterna del color de piel, así sea ésta meramente tostada como la de estos falashas que no son negros subsaharianos sino ‘morenitos’. Por ese bronceado natural, fueron deportados al Neguev y ahora son soldados enviados a primera línea y, en definitiva, son unos marginados por mucho que cumplan religiosamente con la Tanaj. Resumiendo: ni todos los sionistas son judíos ni todos los judíos son sionistas.

Empero, es verdad que Israel está dominado por unos millones de psicópatas proclives al sadismo más asesino. Por su obsesión xenófoba, se les podría llamar “paranoicos” pero esta categoría estaría mal empleada: un paranoico ‘normal’ es alguien que no obtiene ningún beneficio directo por sus manías mientras que un paranoico sionista sabe que su supervivencia pende de que sus mecenas le crean a pies juntillas. Por ende, tiene poco de enfermo mental y mucho de enfermo pesetero sometido a la vesania gringo-británica.

Gaza, la mayor prisión del mundo
La mayor prisión del mundo en un doble sentido: el literal puesto que, en efecto, ninguna ergástula alcanza los dos millones de reclusos, y el metafórico porque Gaza también es la cárcel en la que se torturan la moral y la dignidad del planeta. Mientras Gaza agonice, no podrá decirse que este mundo es humano.

La cárcel de Gaza no es una mazmorra a la antigua; al contrario, es un campo de concentración del futuro. Es un experimento encaminado al management de grandes masas de rebeldes y “asociales” que se pretende de alcance universal. Y es de una perfidia tal que sólo se les ha podido ocurrir a los académicos. Y es de una crueldad que, a su vera, los científicos de Himmler parecen unos blandengues improvisadores.

Un solo nombre puede epitomizar a estos nuevos “sabios de Sión”, infinitamente más perniciosos que los del famoso libelo fake: Arnon Sofer, demógrafo de la Haifa University, vero arquitecto del aislamiento de Gaza. En 2004, aconsejó al premier Ariel Sharon que retirara al ejército de Gaza, que sellara la frontera y que, simplemente, matara a quien osara salir. No contento con diseñar semejante genocidio, declaró en la prensa: “Cuando 2,5 millones de gentuzas vivan encerrados en Gaza, estallará una catástrofe humana; bajo la guía de un enloquecido islamismo fundamentalista, se convertirán en bestias más bestiales de lo que son ahora. La presión sobre la frontera será terrible. Entonces, si queremos seguir vivos, tendremos que to kill and kill and kill. All day, every day” (Jerusalem Post, 11.XI.2004; cit. por Saree Makdisi, en Counterpunch, 16.V.2018) Matar y matar y matar todo el día, todos los días… pues todo indica que los sionistas no han esperado a que los gazatíes asciendan a 2,5 millones.

Para conmemorar la Nakba a su modo, Israel ha matado a 60 palestinos y ha herido a unos 3.000, todo ellos in situ: ¿cuántos de esos millares de heridos morirán en los próximos días y cuántos habrán recibido heridas incapacitantes de por vida? Analizando la primera masacre de esta serie, en otro lugar escribimos que las actuales matanzas en la frontera con Gaza representan un cambio cualitativo en el genocidio de los gazatíes: desde el punto de vista del genocida, no es lo mismo asesinar desde un avión o un dron que asesinar uno a uno con francotiradores. Antes, exterminaban sin mirar; ahora, disparan viendo los ojos de la víctima y, además, ahora los snipers sienten una euforia especial cuando ‘neutralizan’ a un niño.

¿Por qué Israel desperdicia la mano de obra esclava de dos millones de gazatíes? En primer lugar porque los gazatíes demostraron ser mucho menos acomodaticios que esa cuarta parte de marginados –árabes y etc.- que subsisten dentro de Israel. En segundo lugar, simplemente por pura vesania, para ofrecer un experimento al mundo y para aterrorizar a sus enemigos internos –repetimos, los árabes israelíes y etc.-. Pero todo eso no da directamente dollares ni shekels siquiera… Bueno, aunque pocos, algunos da. Por ejemplo, la mayoría de los contratos de exclusividad suscritos por empresas foráneas con Israel incluyen el derecho a que Israel re-exporte las mercancías a Gaza y Cisjordania –comisión mediante, of course.

Es decir, que los sionistas sacan alguna ganancia económica de Gaza, amén de un suministro inagotable de órganos humanos, de cobayas palestinas y del mantenimiento de la paranoia nacional. Este panorama puede cambiar cuando sea explotado el gas del yacimiento Leviatán, parte del cual está justo en aguas gazatíes. Mientras eso suceda, continuarán las masacres puntuales de manera que, si los gazatíes en particular y los palestinos en general pudieran competir en los Juegos Paralímpicos, es obvio que coparían el medallero.

BDS contra la Sociedad Anónima del espectáculo
Dada la escandalosa complicidad de los gobiernos –occidentales y parte de los árabes- con el Estado de Israel, hoy por hoy, una de las escasas acciones efectivas contra el capricho genocida de los sionistas está en la Campaña BDS (Boicot, Desinversión, Sanción) Constantemente se publican listas de productos israelíes que no debemos comprar. De acuerdo. Pero, en estas listas brillan por su ausencia los artistas y los académicos que lavan la cara al genocidio. Hoy nos ocuparemos sólo de las vedettes más espectaculares:

Al mismo tiempo que los gazatíes eran asesinados a mansalva, una israelí recibía el premio de la infame Eurovisión. Netanyahu venía de Moscú donde fue el invitado de honor en el desfile de la Victoria. Estaba feliz y ya se sabe que, cuando los criminales babean, llueven las masacres. Por ello, a la hoy famosa vocinglera, la preguntaríamos: Netta, ¿ya has matado algunos niños palestinos? No nos extrañaría que su respuesta fuera chulescamente afirmativa porque, a fin de cuentas, es una soldado, se enorgullece de serlo y se fotografía en uniforme. Y, como remate: en 2014 participó en las matanzas de aquel año en Gaza.

Antes de que se vayan de rositas, igual pregunta haríamos a sus colegas, especialmente a las/os Dana International, Noa o los tamborileros Mayumana -recordemos que sólo Matisyahu (Matthew Miller, @Mateo Molinero; Naziyahu para muchos) tuvo problemillas cuando quiso actuar en el festival Rototom 2015 de Benicassim. Y consulta parecida hay que hacerles a los artistas extranjeros que acepten actuar en Israel.