Hans y Sophie Scholl
Mártires de la Rosa Blanca
”No nos quedaremos en silencio. Somos vuestra conciencia intranquila”.
En 1942, los ciudadanos de Munich quedaron asombrados por una serie de planfletos que comenzaron a circular por toda la ciudad. Los panfletos contenían una condena generalizada del régimen nazi y exhortaban a los lectores a trabajar para derrotar a su propia nación. En un tiempo en que la más mínima muestra de disenso privado era considerada una ofensa de traición, la audacia de este abierto llamado a la resistencia, enfureció a la Gestapo.
Contrariamente a las sospechas de las autoridades, los autores de estos panfletos, que se llamaban a sí mismos, simplemente “La Rosa Blanca”, no eran miembros de alguna organización sofisticada, era, en realidad, pocos estudiantes universitarios, quienes inspirados por la fe cristiana y por el idealismo incorruptible de la juventud, desafiaban el edificio de la tiranía. En el centro del grupo se hallaban un par de hermanos, Hans y Sophie Scholl, de sólo veinticuatro y veintidós años de edad. Hans era un estudiante de medicina que había servido en el frente ruso y Sophie estudiaba filosofía.
Habiendo comprendido con increíble claridad la profundidad de la depravación nazi, habían decidido declarar una guerra espiritual contra el sistema armado con la sola arma de su coraje, el poder de la verdad y y un mimeógrafo ilegal. Su estrategia era simple.
Intentaban, al menos, destruir la ilusión del consenso unánime y desafiar las pretensiones nazis de omnipotencia. Más allá de eso se atrevían a esperar que, al proclamar la verdad, podrían romper el encantamiento en que toda Alemania había caído e inspirar a quienes dudaban, a moverse hacia una resistencia activa.
Hans y Sophie eran católicos fervientes. Creían que la lucha contra Hitler era una batalla por el alma de Alemania y por lo tanto un deber para todos los cristianos. Como decía uno de sus panfletos: “Por doquier y en todos los tiempos de grandes pruebas, han aparecido hombres, profetas y santos, que apreciaban su libertad, que predicaban al único Dios, y quienes con su ayuda, condujeron a la gente revertir su curso descendente. El hombre es libre, indudablemente, pero sin el verdadero Dios, está indefenso contra el principio del mal…Debemos atacar al mal adonde es más fuerte, y es más fuerte en el poder de Hitler… No nos quedaremos en silencio. Somos vuestra mala conciencia. La Rosa Blanca no os dejará en paz.”
Envalentados por el furor que causaban sus panfletos, los miembros de la Rosa Blanca comenzaron a dar pasos más peligrosos, tales como escribir “Abajo Hitler” en las señales de las calles y en las paredes de los edificios. Era tal vez inevitable que este círculo de aficionados fuera descubierto. Una vez bajo arresto, al darse cuenta de que sus deseos estaban sellados, procedieron a confesarse responsables de todas las acciones de la Rosa Blanca, en la esperanza de salvar, así, a sus compañeros, de ser descubiertos. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la Gestapo rápidamente cercó al resto del círculo, tanto en Munich como en Hamburgo, donde se había formado una célula aliada.
Hans y Sophie Scholl, junto con su compañero conspirador Christoph Probst, estudiante de medicina de veintitrés años, fueron rápidamente condenados por traición y sentenciados a muerte. Todos los testigos dieron testimonio de la extraordinaria calma con la que Hans y Sophie enfrentaron su destino. Su valor estaba basado no sólo en la confianza ante el veredicto de la historia, sino en una profunda fe en que el escuadrón de ejecución era la puerta de entrada a la libertad y a la vida eterna
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Rosario Carrera
Inspirado en el libro, Todos los Santos, Robert Ellsberg.