María
de Jesús Patricio, conocida como Marichuy, es una hija de la tierra
y de la explotación de la que son víctimas los indígenas. Con una
propuesta organizativa, representa a las 60 etnias de su país y a
los zapatistas.
Imagen:
EFE
Desde
Ciudad de México y otras tierras
Allí
van. Aquí vienen. Estuvieron “callados pero no ausentes”.
Resistieron y resisten a la violencia del Estado, a las agresiones
del crimen organizado, a la expoliación de las empresas mineras, al
robo del agua, el desvío de los ríos, a la invasión de las
tierras, al racismo permanente, a la exclusión y a la desidia del
resto de la sociedad mexicana. A esos sufrimientos las sesenta etnias
indígenas de México le pusieron un rostro que las represente en las
elecciones presidenciales de este primero de julio. María de Jesús
Patricio, conocida como Marichuy. Es la primera mujer indígena en la
historia de México que alcanza ese nivel. Marichuy habla con el tono
de una canción de cuna, pero es un temple hecho de su historia y la
de su pueblo. Marichuy nació en la zona nahua de Tuxpan, Jalisco,
hace 54 años. Es una hija de la tierra y de la explotación de las
que son víctimas los indígenas. Su padre le cerró el camino a los
estudios secundarios para que trabajara la tierra pero ella aprendió
ocultándose hasta ser una especialista en medicina natural. Cuando
rememora su infancia recuerda que a sus “abuelos los obligaban a
sacarse la ropa tradicional que llevaban puesta en la vida cotidiana
y ponerse otra cuando se desplazaban a otro pueblo”. Pese a ello,
Marichuy salió a recorrer el país para “representar a todos”,
es decir, a la vida entera, la biodiversidad, a la vida que destruyen
los ladrones de las multinacionales, a la que ignoran las burguesías
blancas colonizadas y colonizadoras.
En
México la muerte acecha en los rincones y Marichuy apostó por la
vida en condiciones de un surrealismo para privilegiados. La
candidata presidencial tenía por delante un desafió infranqueable,
pero lo asumió con entereza desde que el Congreso Nacional Indígena
(CNI) y el EZLN, Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la
designaron candidata a la presidencia. La idea surgió en octubre de
2016 y recién se plasmó entre mayo y octubre de 2017, primero con
la creación del Congreso Indígena de Gobierno, CIG, y luego con el
nombramiento de Marichuy como portavoz y candidata. Se trata de un
proceso de largo aliento de cuyos principios bien podrían inspirarse
nuestras acalambradas izquierdas latinoamericanas. El mandato de
Marichuy consistía en ir andando “desde de abajo y a la izquierda
para gobernar este país, desde la otra política, la de los pueblos,
la de la asamblea, la de la participación de todas y todos”.
La
doctora en medicina tradicional se metió en los pliegues de una
democracia reservada a los blancos y los corruptos, o a “los de
arriba”, como diría ella, “a los amañados”. Salió a la arena
política sabiendo que no llegaba porque lo importante estaba más
allá del proceso electoral. El manifiesto de los pueblos indígenas
que acompañó su nombramiento, “Que retiemble en sus centros la
tierra”, precisaba: “nuestra lucha no es por el poder, no lo
buscamos; sino que llamaremos a los pueblos originarios y a la
sociedad civil a organizarnos para detener esta destrucción,
fortalecernos en nuestras resistencias y rebeldías, es decir en la
defensa de la vida de cada persona, cada familia, colectivo,
comunidad o barrio. De construir la paz y la justicia rehilándonos
desde abajo, desde donde somos lo que somos”. El INE (Instituto
Nacional electoral) permitió, por primera vez, que este año
hubiesen candidaturas independientes pero impuso un piso de 866 mil
firmas para que un candidato pudiese competir en las elecciones. Sólo
los ricos o los partidos del sistema podrían llegar a esa cifra.
Como si fuera poco, el INE decidió que los candidatos debían juntar
esas 800 mil firmas mediante dispositivos electrónicos, es decir,
celulares de cierto nivel cuyos precios son inabordables para la
mitad del país. La propuesta de Marichuy alcanzó 275 mil firmas,
sin embargo, su campaña y los incidentes que la atravesaron le
dieron a ella y a las abusadas comunidades indígenas una visibilidad
excepcional. Con sus modales discretos, con su voz pausada, se puso
en marcha por todo el país. Preservó la forma cultural con la que
se relacionan los pueblos originarios donde “se manda obedeciendo”
y fue, de pueblo en pueblo, rehilando la relación entre unos y
otros. Cuando vino a la Ciudad de México, la caravana indígena de
Marichuy colgó un cartel que decía: “Venimos a hablar de lo
imposible, porque de lo posible se ha dicho demasiado”. De esos
imposibles hablamos con ella.
–Después
de todos estos meses de campaña, de atentados, de boicots y de
recorrido por el país ¿qué balance hace usted de este proceso en
el cual, por primera vez, una mujer indígena fue candidata a la
candidatura de presidencia?.
–Aprendí
principalmente los problemas que fuimos viendo y escuchando
directamente desde la voz de los miembros de los pueblos indígenas.
Todo ese despojo y todo ese desprecio del cual son objeto de parte de
la gente que está en el poder y que tienen dinero. Cuando son
tiempos electorales están aquí, y luego cuando ya quedan se les
olvida que estamos y que existimos, nos desconocen. Eso fue algo que
fui viendo en todo el país. Y aunado a esto, están todas las
estrategias que está usando el gobierno para despojarlos de sus
tierras y territorios, de sus aguas y sus bosques. Están todas esas
formas amañadas de la gente que llega a los territorios para
asegurarse ese despojo. La gente de los pueblos tiene ahora una
esperanza con este Consejo indígena de Gobierno. Es una forma de
caminar colectivamente porque sólo nosotros nos vamos a defender
entre nosotros, nadie más lo va a hacer. Debemos proceder de manera
organizada. ¿Qué aprendimos al final?. Pues vimos cómo el poder
amañado busca nada más este grupito que tiene arriba y saben a
quien van a poner, saben cómo usan a la gente de abajo. Allá los
pobres no figuramos. Pero nuestra propuesta es organizativa, nuestra
lucha va más allá de unas elecciones.
–Robo
de tierras, el problema del agua, el despojo de las grandes
multinacionales mineras, los pueblos son objeto de una expoliación
permanente.
–Claro
que es así. En México lo seguimos viviendo y ha costado muchos
muertos, desaparecidos, encarcelados que han luchado, han resistido y
se han opuesto a esas mega empresas que llegan y se imponen a la
fuerza en las comunidades. La única manera de hacer frente es que
cada pueblo tenga su manera de poderse organizar y defender. En
Oaxaca, por ejemplo, 8 comunidades lograron unirse para hacerse
fuerte y echar a una minera que se quería meter. Este es el sentido
de lo que estamos llamando: tenemos que organizarnos todos, tenemos
que hacer una sola fuerza abajo porque, sino, cada quien por separado
nos van a acabar. Eso es lo que pretenden a través de los programas
de gobierno, a través de los partidos y de las empresas que llegan:
dividirnos en las comunidades. Agarran a los líderes de las
comunidades por separado y luego ya les dan dinero y con eso van
dividiendo. Esos megaproyectos mas que beneficios han traído
destrucción y muerte.
–Esa
es la nueva fase que se desprende de las acciones en los pueblos
indígenas: un paciente trabajo de organización a largo plazo.
–Nosotros
le apostamos a que solamente eso nos va a hacer fuertes desde abajo.
Juntos podemos ir construyendo y revisando qué es lo que no está
bien y avanzar construyendo según nuestras formas, nuestros tiempos,
nuestros modos. Si esperamos que los centros de salud estén bien se
seguirá muriendo la gente. ¿Entonces, cómo le vamos a hacer desde
abajo ?. Debemos ir buscando formas en educación, en salud, todo se
tiene que ir viendo desde abajo.
– ¿La
experiencia del movimiento zapatista en Chiapas fue un modelo
importante en al refundación de esta fase ?
–Pues
ellos fueron parte de esta propuesta. Los zapatistas han estado desde
hace más de 20 años construyendo su proceso de autonomía y hemos
sido testigos de la organización que tienen desde abajo sin contar
con los recuerdos del gobierno. Ellos son una muestra de que sí
podemos hacer las cosas desde abajo.
–Lo
paradójico radica en el hecho de que mucha gente, incluso en América
Latina y desde la izquierda, se pregunta si los zapatistas están
vivos.
–Nosotros
que estamos aquí hemos visto cómo los zapatistas han seguido. El
hecho de estén callados o ausentes no quiere decir que no estén
construyendo sus autonomías. Además, esas son las formas con la que
durante años y años funcionaron los pueblos. Eso es lo que hacemos
cuando vamos caminando por los pueblos y les decimos “hay que
retomar, hay que reforzar, hay que consolidar nuestro proceso de
autonomía. Solamente así saldremos delante”.
–El
lema que ustedes usan consiste en decir “por abajo y a la
izquierda”.
–Es
la gente que está abajo, todos los trabajadores del campo y la
ciudad, todos los olvidados, aquellos a quienes no se los toma en
cuenta y que están del lado del corazón, todos los que sienten el
amor por el otro y que entienden que solamente algo colectivo es lo
que nos va a sacar adelante.
–En
la Argentina también hay gente abajo, pueblos indígenas como el
Mapuche expulsados de sus tierras por el colonialismo financiero
blanco. Represión, encarcelamiento, asesinatos. La misma pistola que
apunta a las cienes de los pueblos en México apunta en la Argentina.
–No,
claro, este problema no es nada más de México sino que el problema
de los pueblos indígenas es internacional. Y no solamente son esos
pueblos, yo digo que son todos. Por eso nuestra lucha no es
únicamente para los pueblos. Cuando salimos lo dijimos: nuestra
lucha es por todos. Tal vez ahora no se entienda pero en el caminar
se va a ir entendiendo que nosotros, al luchar por la vida, estamos
luchando por todo y todos. Si el agua se contamina, o si destruye un
árbol les va a afectar a todos. Si la tierra se contamina todos se
enfermarán, indígenas o no.
–A
partir de la lucha de aquí y con los problemas que hay con los
indígenas en Perú, en Bolivia, en Colombia, en la Argentina, ¿
acaso no habría que replantear una suerte de caminar juntos
latinoamericano ?. Si las burguesías coloniales blancas dividen
¿cómo nos unimos?.
–Creo
que como nuestra lucha es por la vida y es mucho más allá de México
el siguiente paso será juntarnos con más hermanos y, juntos, pensar
qué vamos a hacer para salvar este planeta. A los mapuches les digo
que sigan adelante, no se desesperen, no se vendan, no claudiquen.
Hay que seguir construyendo esa autonomía desde nuestros pueblos y
desde nuestros barrios. Debemos hacernos fuertes para resistir. Los
pueblos indígenas tenemos nuestras formas que están todavía
después de más de 500 años. Entonces, no dejemos que nos acaben.
Nuestras comunidades indígenas siguen siendo despojadas de sus
recursos, de sus aguas, de sus bosques y de formas propias de vida.
Luchemos para seguir existiendo y luchemos por los demás.