CAPITULO X
De la refriega que nos dieron los indios
Venida la mañana, vinieron a nosotros muchas canoas de indios, pidiéndonos los dos compañeros que en la barca habían quedado por rehenes. El gobernador dijo que se los daría con que trajesen los dos cristianos que habían llevado. Con esta gente venían cinco o seis señores, y nos pareció ser la gente mas bien dispuesta y de más autoridad y concierto que hasta allí habíamos visto, aunque no tan grandes como los otros de quien habemos contado. Traían los cabellos sueltos y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que atrás habíamos tomado, y algunas de ellas hechas por muy extraña manera, porque en ella había unos lazos de labores de unas pieles leonadas, que parecían muy bien.
Rogábannos que nos fuésemos con ellos y que nos darían los cristianos y agua y otras muchas cosas; y continuo acudían sobre nosotros muchas canoas, procurando de tomar la boca de aquella entrada; y así por esto, como porque la tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar, donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no nos quisiesen dar los cristianos, y por este respeto nosotros no les diésemos los indios, comenzáronnos a tirar piedras con hondas, y varas, con muestras de flecharnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres o cuatro arcos. Estando en esta contienda el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos dejaron; y así navegamos aquel día, hasta hora de vísperas, que mi barca, que iba delante, descubrió una punta que la tierra hacía, y del otro cabo se veía un río muy grande, y en una isleta que hacía la punta hice yo surgir por esperar las otras barcas. El gobernador no quiso llegar; antes se metió por una bahía muchas isletas, y allí nos juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce, porque el rio entraba en la mar de a
venida, y por tostar algún maíz de lo que traímos, porque ya había dos días que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no hallamos leña, acordamos de ir al río que estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotros trabajando y porfiando por tomarla.
El norte que venía de la tierra comenzó a crecer tanto, que nos metió en la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y a media legua que fuimos metidos en ella, sondamos, y hallamos que con treinta brazas no podimos tomar hondo, y no podíamos entender si la corriente era causa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos dos días todavía, trabajando por tomar tierra, y al cabo de ellos, un poco antes que el sol saliese, vimos muchos humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no osamos tomar tierra, porque como habíamos visto tantos humeros, creíamos que se nos podía recrecer algún peligro sin nosotros poder ver, por la mucha obscuridad, lo que habíamos de hacer, y por esto determinamos de esperar a la mañana; y como amaneció, cada barca se hallo por sí perdida de las otras; yo me hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje a hora de vísperas vi dos barcas, y como fui a ellas, vi que la primera a que llegué era la del gobernador, el cual me pregunto que me parecía que debíamos hacer. Yo le dije que debía recobrar aquella marca que iba delante, y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas, siguiéramos nuestro camino donde Dios nos quisiese llevar. El me respondió que aquello no se podía hacer, porque la barca iba muy metida en la mar y él quería tomar la tierra y que si la quería yo seguir, que hiciese que los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se había de tomar la tierra, y esto le aconsejaba un capitán que consigo llevaba que se llamaba Pantoja, diciéndole que si aquel día no tomaba la tierra que en otros seis no la tomaría, y en este tiempo era necesario morir de hambre.
Yo, vista su voluntad, tomé mi remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; más como el gobernador llevaba la más sana y recia gente que entre toda había, en ninguna manera lo podimos seguir ni tener con ella. Yo, como vi esto, pedlle que para poderle seguir, me diese un cabo de su barco, y él me respondió que no harían ellos poco si solos aquella noche pudiese llegar a tierra. Yo le dije que, pues vía la poca posibilidad que en nosotros había para poder seguirle y hacer lo que había mandado, que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese. El me respondió que ya no era tiempo de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le paresciese que era para salvar la vida: que él así lo entendía de hacer, y diciendo esto, se alargó con su barca, y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado a ella, hallé que era la que llevaban los capitanes Peñalosa y Téllez; y ansí, navegamos cuatro días en compañía, comiendo por tasa cada día medio puño de maíz crudo.
A cabo de estos cuatro días nos tomó una tormenta, que hizo perderla otra barca, y por gran misericordía que Dios tuvo de nosotros no nos hundimos del todo, según el tiempo hacía; y con ser invierno, y el frío muy grande, y tantos días que padescíamos hambre, con los golpes que de la mar habíamos recibido, otro día la gente comenzó mucho a desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos los que en mi barca venían estaban caidos en ella unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había que tuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora no había cinco hombres en pie; y cuando vino la noche no quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marcar la barca, y a dos horas de la noche el maestre me dijo que yo tuviese cargo de ella, porque él estaba tal que creía aquella noche morir; y así, yo tomé elleme , y pasada medía noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estaba mejor y que él gobernaría hasta el día. Yo cierto aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver tanta gente delante de mí de tal manera.
Y después que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un poco muy sin reposo, ni había cosa más lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba parescióme que oía el tumbo de la mar, porque, como la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al maestre, el cual me respondió que creía que éramos cerca de tierra, y tentamos y hallámonos en siete brazas, y paresciólo que nos debíamos tener a la mar hasta que amanesciese; y asi, yo tomé un remo y bogué de la banda de la tierra, que nos hallamos una legua de ella, y dimos la popa a la mar; y cerca de tierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de herradura, y con el gran golpe que dió, casi toda la gente que en ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se vieron cerca de la tierra se comenzaron a descalzar, y con manos y pies andando; y como salieron a tierra a unos barrancos, hicimos lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos agua de la que había llovido, y con el calor del fuego la gente tornó en sí y comenzaron a esforzarse. El día que aquí llegamos era sexto del mes de noviembre.