UN PROFETA DE SU TIEMPO
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 30/04/18.- Vivimos en una sociedad
en la cual el dinero no es el problema. Hay de sobra, el PIB aumenta. Lo que
falla es la distribución, sobre todo desde que la socialdemocracia ha
retrocedido y la desigualdad en forma de pobreza se hace notar también en los
países avanzados.
La Iglesia católica oficial se quedó paralizada
con el Manifiesto Comunista de Marx cuando este sentenció que la lucha de
clases era el motor de la historia. Las secuelas trágicas en forma de dictadura
del proletariado le debieron cegar el materialismo consumista rampante y
nuestra Iglesia se ha sentido mucho más cómoda con el capitalismo neoliberal
sin percatarse de la decadencia comunista, del socialismo democrático ni del
veneno de la globalización financiera que potencia la codicia a costa de la
pauperización de grandes mayorías y del resquebrajamiento del “estado del bienestar”.
En pleno siglo XXI, algunos poseen la habilidad
de mantener actualizada la disyuntiva capitalismo-comunismo, como si no
existiesen otros escenarios posibles entre estos dos extremos. Y, de repente,
ha surgido un profeta entre nosotros que se sale del guion sin desviar el
problema de fondo. Un profeta y Papa a la vez, que no duda en arremeter contra
los excesos de la economía globalizada. Si hubiese sido un teólogo o teóloga
del clero o del laicado, tendría asegurada la desautorización y probablemente
el castigo. Pero al ser el Papa, la cosa se complica para los que utilizan el
evangelio en beneficio propio.
Los lectores podrían preguntarme: ¿Seguro que
Francisco se posiciona tan claramente? Cito sus palabras textuales: “El
capitalismo desenfrenado ha generado nuevas precariedades y esclavitudes y las
cuestiones sociales y económicas no pueden ser ajenas al mensaje evangélico”.
No cabe decir que la Iglesia debe ser neutral porque, primero, está soportada
en un Estado con sus inmunidades diplomáticas, y porque Jesús también entró en
política -no de bandos- y le costó la vida por denunciar con su amor ejemplar
aquél sistema teocrático contario a la dignidad humana.
Para los sectores más conservadores de la
Iglesia, Francisco es el primer Papa comunista. Pero antes que ellos en el
tiempo, Simone Weil ya señalaba la herida: El escándalo de un Dios delincuente
se convierte en una justificación; se adora la grandeza histórica de la Iglesia
por un empeño en buscar a Dios en el Poder olvidándonos de la realidad
evangélica de la revelación divina en el amor. Francisco destaca, sin duda,
como uno de los grandes críticos de los excesos de la globalización
económico-financiera. Y con el evangelio en la mano, lanza una llamada de aviso
a las conciencias adormecidas por el consumismo cuyas consecuencias nos
descolocan frente al espejo de los valores básicos humanos y cristianos.
Recuerda el Papa que, bajo una forma de ser
católico, no son pocos los que viven sospechando del compromiso social de los
demás, considerándolo algo mundano, comunista, populista. Pero ellos son los
que pervierten el evangelio. En su última exhortación “Alegraos y regocijaos”,
denuncia al clericalismo servil del poder porque relativizan lo esencial como
si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara la razón que
ellos defienden, poniendo el énfasis, única y exclusivamente, en la lucha
contra el aborto. El Papa les recuerda que "es igualmente sagrada la vida
de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la
postergación, la trata de personas". La acusación de falta de misericordia
es clara. Y si hay que defender la vida del no nacido, más motivo para defender
la del nacido.
Mientras él se implica en los desbarres
económicos denunciando sin ambages la injusticia de la gran distancia entre
ricos y pobres, demasiados católicos vivimos todo esto de perfil al tiempo que
un buen número de no cristianos son más ejemplares con el dinero y con los
pobres del Evangelio. Como le pasó a Jesús, al Papa le quieren más lo de fuera
que los de dentro.
Tomado de eclesalia.net
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