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15 de junio de 2018

MORAL DE LA LIBERACIÓN

Alcance de la Moral de la Liberación para Latinoamérica
P. José Aldunate, S.J.
Religión Digital

a) Esta Moral es ante todo nuestra moral Latinoamérica. Es nuestra porque ha surgido de nuestra tierra marcada por la pobreza la opresión de las grandes masas. Ha sido gestada por la praxis consecuente de cristianos que han buscado la liberación de esas masas. La Iglesia latinoamericana, con su opción solidaria y preferencial por los pobres, en el contexto de Medellín y Puebla, ha hecho suya el compromiso fundamental de esta Moral. Y teólogos nuestros, reflexionando a la luz de la fe, han elaborado las líneas de una Teología.

Es también nuestra, por otro capítulo. Querámoslo o no, la Moral de la Liberación nos alcanza. Estamos situados en Latinoamérica y esta situación nos obliga. No podemos vivir indiferentes e indemnes en un Continente de pobres oprimidos.



Tenemos sin duda muchas otras obligaciones. Sobre ellas, nos podrán ilustrar otras Morales, válidas en sí. Pero estando donde estamos, la liberación de los oprimidos es un imperativo fundamental que condiciona las demás obligaciones.

Nuestras relaciones familiares, nuestros deberes profesionales, nuestra vida íntima y oración con Dios... todo esto engloba una nueva dimensión en Latinoamérica.

Por esto, nuestra Moral nos libera de la enajenación que una moral ajena a nuestro medio puede ocasionarnos. Ella, como insinuamos, no se opone a las morales europeas, pero sí las cuestiona desde la praxis a que inducen. Y desde la praxis que pasan por alto.

Cristo cuestionó con mucha vehemencia la moral de los Fariseos. Denunció esa suficiencia de que se revestían, pretendiendo haber cumplido con la ley y con sus más mínimas prescripciones, mientras faltaban a lo esencial: la práctica de la justicia y de la misericordia (véase Mateo, 23:23). En forma semejante, la Moral de la Liberación cuestiona la falsa seguridad moral que buscamos en ser cumplidores de un "orden establecido" que nos dicta una moral con impregnación burguesa, mientras hay gente a nuestro lado que no tiene con qué vivir.

En otras palabras, siendo el amor el principio y la síntesis de toda conducta ética -la "forma de las virtudes" según Santo Tomás, o el "vínculo de la perfección" en frase de San Pablo-, la Moral de la Liberación nos enseña cómo hacer real y efectivo este amor en Latinoamérica.

b) Por esto, la Moral de la Liberación es una esperanza para Latinoamérica. Donde la predicación cristiana, en cinco siglos, no ha tenido eficacia de erradicar la violencia y la pobreza, esta moral promete un apoyo más efectivo. Precisamente, porque nos coloca en la dinámica del hacer.

Cuando se emprendió en forma tan violenta la conquista del Nuevo Mundo, el Rey de las Españas consultó a los moralistas de Salamanca. Estos anunciaron ciertos principios y trazaron normas humanitarias. Pero lo hicieron desde Europa y sus dictámenes fueron pocos menos que letra muerta en América. Al menos no impidieron la usurpación de todos los dominios de los pueblos indígenas, la esclavitud del "servicio personal" y, para decirlo todo, el genocidio en 100 años de más de un 80% de la población indígena.

Para salvar esas vidas indefensas, más hizo la moral práctica de los misioneros. Se opusieron a soldados y encomenderos, crearon reducciones -verdaderos territorios de asilo- para los indios, respetaron sus derechos y los capacitaron para defenderse. Fueron en realidad los precursores de nuestra Moral de la Liberación.

Pero esta Moral misionera fue condenada y desterrada por las Metrópolis. Estas impusieron su Moral. Después de cinco siglos de "evangelización" podemos evaluar los resultados. Tendremos que decir, al menos, que Latinoamérica necesita urgentemente una "nueva evangelización", y esta novedad implica una moral que asuma la situación de violencia y pobreza que reina más que nunca entre nosotros, que examine científicamente sus causas y después explore los caminos de solución. Sólo así podrá discernir responsablemente entre violencia y no violencia, entre estatismos y libre empresa y tantas otras alternativas que una moral aprisionada en modelos ideológicos resuelve fuera de la realidad.
En síntesis, después de cinco siglos, Latinoamérica necesita más que nunca liberación y será una Moral liberadora -que sería parte integrante de la "nueva evangelización"- la que deberá inspirar los caminos que conduzcan a ella.


c) Conducente a esta tarea liberadora, la Moral de la Liberación podrá permitir el diálogo y la cooperación de las dos fuerzas que parecen llamadas a participar activamente en ella: el cristianismo y el marxismo.

No podemos desarrollar aquí esta amplia temática. Bástenos indicar cómo se ha abierto esta nueva posibilidad de diálogo gracias a un proceso compartido en cierta manera por el cristianismo y el marxismo. A este proceso aludió Paulo VI en "Octogésima Adveniens" (1971) cuando como lo hemos recordado, habló del ocaso de las ideologías y del surgimiento de las utopías.

Tanto el Cristianismo como el Marxismo son movimientos polarizados por fuertes utopías tras un nuevo hombre y una nueva sociedad; y ambos han superado -o más bien buscan superar- épocas de ascentuado ideologismo. Tuvimos nuestro Vaticano II y queremos llevarlo a término. Y el Marxismo está teniendo su Perestroika. Ambas aperturas se traducen en morales respectivas que, insertas en la historia, podrán dialogar.

d) Necesitamos una Moral que ayude a Latinoamérica a liberarse de los imperialismos que la dominan y no le permiten realizar su vocación de unidad. Estamos llamados a unirnos para constituir una Comunidad Latinoamericana y compartir nuestros recursos económicos, sociales y culturales, reafirmando nuestra identidad. Así podremos integrar el concierto de las naciones del mundo y entregar una contribución humanista y cristiana a favor de la justicia y de la paz.

A esta unión se oponen fuerzas disociadoras, y principalmente el imperialismo del dinero y -hasta ahora al menos- la polarización este-oeste. Una Teología de la Liberación deberá apoyar una estrategia que nos libere de estas dependencias.

El II informe de Santa Fe, presentando al Presidente de USA, George Bush para inspirar su política hacia sus vecinos del Sur, señalaba que el marxismo era la mayor amenaza para el Continente y nos implicaba en sus estrategia de guerra. Advertía además contra el influjo de la Iglesia Católica y contra la Teología de la Liberación que se opondrían a los intereses de la nación del norte en los países latinoamericanos. Estos intereses exigirían el dominio en nuestros países de economías liberales capitalistas, tuteladas por las Fuerzas Armadas. Frente a esto, las Iglesias Cristianas tienen su camino trazado por Juan Pablo II en Laborem Exercens (1981): liberar el trabajo humano de la enajenación impuesta por el capital, para que el trabajo mismo pueda ser a su vez liberador.

e) La moral de la liberación finalmente es la llamada a poner en acción a la fuerza que será decisiva en toda liberación: la fuerza de los pobres. Advertimos que, muchas veces, documentos pastorales de la Iglesia se han dirigido a figuras eminentes de la sociedad, empresarios, profesionales, gobernantes, en términos de "constructores de la ciudad". Pero en un sentido muy real, los verdaderos constructores de la ciudad -al menos de una nueva ciudad más justa y fraternal- tienen que ser los pobres. Y el lenguaje con que se podría llegar a ellos tendrá que ser un lenguaje de liberación: liberarse ellos y con esto, también, liberarnos a todos de las "estructuras de iniquidad".

La teología latinoamericana ha emprendido esta tarea, la de escuchar y dialogar con los pobres y la de desarrollar una reflexión que nace de ellos y que los ha de acompañar en su caminar. Ha comprendido el tesoro de sabiduría y de fuerza histórica que ellos encierran. ¿No constituirá nuestro pueblo, pobre y cristiano a la vez, el mejor recurso que Latinoamérica podrá ofrecer al mundo? ¿No podrá él proporcionar a la civilización técnica el complemento de alma que necesita?

Creemos también que los pobres y una teología que hace de ellos, han de ser decisivos para la liberación de la Iglesia latinoamericana de sus taras históricas. Una de las principales son tal vez los hábitos de vieja Cristiandad que abrigan aún muchas Iglesias latinoamericanas -si no todas en alguna medida-. Nuestras Iglesias se constituyen en los centros de conquista y colonización de nuestro continente, al lado de los poderes invasores. En muchas partes la evangelización simplemente acompaño a la conquista y se hizo bajo el signo de la dominación.

¿Qué "buena nueva" podía significar esta "evangelización" para los indígenas? Y las Iglesias se estructuraron de arriba abajo, apoyadas en el poder de la Corona y de los grandes y en la riqueza que el sistema colonial extraía de la explotación del trabajo de indios y esclavos. Estos esquemas y las prácticas que inspiran no se cambian fácilmente. A la Conquista sucedió la Colonia, y a ésta las Repúblicas independientes, pero los hábitos de Cristiandad perduran en mil formas en nuestras Iglesias.


No podemos tratar a fondo este tema; remitámonos tan sólo a la confesión de la propia Iglesia reunida en Medellín y en Puebla donde reconoce su necesidad de conversión. Conversión a Dios, pero mediante su conversión al pobre. Es necesario que en todas partes se sitúe decididamente en medio de, y a favor de los pobres de la tierra.

Y aquí son los pobres mismos los llamados a liberar a su Iglesia de esas vinculaciones que se oponen a su misión evangelizadora. Lo harán con el peso de sus Comunidades de Base, con su lectura situada de la palabra de Dios, con la contestación misma de su vida pobre. Una Moral de la Liberación deberá recoger estas voces.

Y lo teólogos latinoamericanos se han ido expresando. Su producción teológica ha conocido un notable despertar y está en pleno florecimiento. Hace 20 años vivíamos los cristianos y religiosos de esta parte del mundo en la dependencia de lo que elaboraba el pensamiento del Primer Mundo. Ahora hemos podido desarrollar nuestra propia reflexión, a partir de nuestra realidad de pobreza y opresión y gracias a ella. Y esta reflexión ha trascendido a otras regiones del Tercer Mundo como África, India, Filipinas y China y ha sido acogida con notable interés por Europa, Canadá y USA.

Esta elaboración teológica mantendrá la ventaja de haberse gestado en un lugar privilegiado: entre los pobres y crucificados de este mundo: entre los pobres y crucificados de este mundo. Fue el lugar escogido por Cristo para dejar caer la primera semilla de su palabra y donde esta semilla entregó sus mejores cosechas.


P. José Aldunate, S.J.
Religión Digital