Santa Clara de Asís
Fundadora de las Clarisas pobres
(1,193 - 1,253)
“¡Coloca tu alma frente al espejo de la eternidad!
¡Coloca tu alma en el brillo de la gloria!
¡Coloca tu corazón en la figura de la divina substancia!
¡Y transforma todo su ser en la imagen del mismísimo Dios a través de la contemplación!”
La historia de Santa Clara de Asís se halla inevitablemente ligada con San Francisco, al que llamaba su Padre, Sembrador y Compañero en el Servicio de Cristo. Fue Francisco quien le dio una visión y le permitió definir una manera de vida diferente de las opciones que le ofrecía su sociedad. Mas su objetivo en la vida no era la imagen de Francisco sino ser, como él, la imagen de Cristo. “Cristo es el camino” decía, “y Francisco me lo mostró”.
Al igual que Francisco, Clara pertenecía a una de las familias adineradas de Asís. Como todos en el pueblo, estaba consciente del notable espectáculo que había dado Francisco al abandonar a su respetable familia y asumir la pobreza de un mendigo. Sin duda había quienes, en Asís, respetaban a Francisco como fiel cristiano, así como había otros que creían que era un tonto confundido. Ya era suficientemente malo que un hombre de sus antecedentes vagara por el campo reparando iglesias abandonadas con sus manos desnudas y asistiendo a pobres y enfermos. Empero, en pocos años había comenzado a atraer a algunos de los jóvenes más distinguidos del pueblo a su comunidad.
Se ignora lo que la familia de Clara pensaba de todo esto. Pero sabemos el impacto que tuvo en Clara. A los dieciocho años, en el año 1212, escuchó predicar a San Francisco una serie de sermones de Cuaresma. Secretamente, arregló para encontrarse con él y le pidió ayuda para que ella también pudiera vivir “según el santo Evangelio”. Un domingo de Ramos, por la noche, mientras su familia y todo el pueblo dormían, se escurrió por una puerta posterior, se deslizó a través de las puertas de Asís, y emprendió su camino cruzando los campos oscuros y los árboles de olivos, hacia la cita con Francisco cortaba su largo cabello como signo de sus esposales con Cristo.
Resulta tentador leer en este episodio el romance de una escapada espiritual. Sin embargo, para comprender a Clara debemos darnos cuenta de que no había sido a Francisco a quien se había apresurado a encontrar en la noche. Él había provisto el lugar del encuentro, pero su cita era con Cristo.
No obstante, luego de que Clara decidió rechazar su familia y su posición social, no estaba claro cuál debía ser el próximo paso. Aparentemente, ni Clara ni Francisco habían tomado esto en consideración. Si bien ella deseaba identificarse con la comunidad de Francisco, no era decoroso que viviera con los Hermanos. Francisco arregló que pasara la noche en un convento benedictino cercano.
Allí la encontraron su familia y un séquito de furiosos pretendientes algunos días más tarde en Semana Santa. Cuando sus ruegos probaron ser inútiles, le pusieron las manos encima e intentaron arrastrarla afuera por la fuerza. Finalmente ella los detuvo en seco al arrancarse el velo y revelar su cabeza rapada. Habían llegado tarde. Ya era “una de ellos”.
Hacía tiempo que Francisco deseaba establecer una comunidad de mujeres que correspondiera a su fraternidad. En Clara había hallado la socia que buscaba. La persuadió rápidamente de que fundara una comunidad de mujeres –que estableció en San Damián- pero requirió un esfuerzo mucho más considerable persuadirla de que fuera la abadesa. Sin embargo, Clara atrajo rápidamente a otras mujeres. A lo largo del tiempo, éstas incluyeron una cantidad de parientas, incluyendo a su hermana Catalina y hasta su madre viuda. Durante su vida se establecieron otras comunidades en Italia, Francia y Alemania.
A diferencia de los frailes, las Damas Pobres, como se las conoció originariamente, vivían en un claustro. Empero, Clara compartía el apasionado compromiso de Francisco con la “Dama Pobreza”. Para ella esto significaba, de manera literal, pobreza e inseguridad, no la lujosa “pobreza espiritual” de la que gozaban tantos otros conventos ricamente mantenidos por obsequios y donaciones. Con el fin de defender este “privilegio de la pobreza”, Clara sostuvo una lucha continua con los solícitos prelados que intentaban mitigar su austeridad. Esta última fue la pieza central de la regla que concibió para su comunidad. Cuando el Papa le ofreció absolverla de su riguroso voto de pobreza, ella le contestó: “Absuélvame de mis pecados, Santo Padre, pero no de mi deseo de seguir a Cristo.” Dos días antes de su muerte, en el año 1253, tuvo la gracia de recibir de Roma una copia de su regla, embellecida con el sello aprobatorio del Papa Inocencio IV. Una anotación en el documento original informa que Clara, llorando de alegría, cubrió el pergamino de besos.
Se ha dicho que de todos los seguidores de Francisco, clara fue la más fiel. Hay muchas historias que reflejan los amorosos lazos de amistad entre ellos, y la confianza que tenía Francisco en su sabiduría y consejo. Según cuenta una historia, Francisco preguntó a Clara si él debía predicar o dedicarse a la oración. Fue Clara quien lo urgió para que saliera al mundo: “Dios no te llamó sólo a ti, sino también para la salvación de otros.” Durante un período de depresión, Francisco acampó en una choza fuera del convento de San Damián. Fue allí donde compuso su jubiloso himno al universo: “El Cántico del Hermano Sol”. Más tarde, cuando Francisco recibió los estigmas, Clara, con mucha consideración, le confeccionó unas mullidas zapatillas para que cubriera sus pies heridos.
Finalmente, al sentir Francisco la proximidad de la Hermana Muerte, Clara también se enfermó seriamente. Sufrió en forma terrible ante la idea de que no se verían nuevamente en esta vida. Francisco le envió un mensaje diciéndole que debía abandonar toda tristeza, porque lo vería, seguramente, otra vez, antes de la muerte de ella. Luego de la muerte de Francisco, los hermanos llevaron su cuerpo a San Damián para que las Hermanas lo vieran. El primer biógrafo de Francisco, Tomás de Celano, cuenta que, a la vista de su pobre cuerpo sin vida, Clara se “llenó de dolor y lloró en voz alta”.
Francisco fue canonizado apenas dos años más tarde. Clara vivió otros veintisiete. En su propio “Testamento”, escrito cerca del fin de su vida, Clara hace sólo una discreta referencia al dolor de su separación y lo que significó para ella: “Tomamos debida nota…de la fragilidad nuestra luego de la muerte de nuestro santo Padre Francisco. Aquel que era nuestro pilar de fuerza y, después de Dios, nuestro único consuelo y apoyo. Así, una y otra vez, nos atamos a nuestra Señora, la Santa Pobreza.”
Por Rosario Carrera.
Inspirado en el libro Todos los Santos. Robert Ellberg