NO DUALIDAD (Wikipedia)
No dualidad es la expresión que se usa para traducir el término sánscrito advaita. Esta surge de la necesidad de expresar de alguna forma el objeto al que se refiere la metafísica, que en el intento se encuentra con los límites del lenguaje, ya que en el lenguaje, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación particular y determinada, la afirmación de algo, mientras que la afirmación total y absoluta no es ninguna afirmación particular. Toda afirmación es una limitación. Poner un límite es negar lo que está más allá; por consiguiente la negación de un límite es propiamente la negación de una negación, es decir una afirmación, de tal suerte que la negación de todo límite equivale en realidad a la afirmación total y absoluta. Por eso se usa el término "no dualidad", concepto que abarca más que el de Unidad, que constituye el dominio de la ontología.
No dualismo o no dualidad es contrario al concepto de dualismo o dualidad, que está constituido por la manifestación de las cosas bajo la existencia de dos principios supremos, increados, independientes, irreductibles y antagónicos.
La perspectiva filosófica o religiosa no dual mantiene que no hay una distinción fundamental entre mente y materia, o que el mundo fenomenológico es una ilusión.1 Muchas tradiciones (generalmente de Asia) establecen que la verdadera condición o naturaleza de la realidad es no dual, y que las dicotomías son irreales o conveniencias imprecisas.
ESPIRITUALIDAD Y NO DUALIDAD
Al leer lo que escriben los críticos de la no-dualidad, tanto si provienen del ámbito filosófico, como del psicológico o del religioso (teológico), una y otra vez, vuelvo a la misma constatación: es imposible, desde el razonamiento, captar la no-dualidad, por el motivo simple de que la mente es dual. Cuando esta quiere acercarse a la no-dualidad, inevitablemente la deforma y, caricaturizándola, la despacha alegremente sin haberla siquiera comprendido en toda su hondura y sutileza.
En efecto y paradójicamente, el concepto de no-dualidad es –como todo concepto– dual, y constituye una creencia más, opuesta a otras que afirmarían lo contrario. De tal manera que es posible elaborar sesudos discursos sobre la no-dualidad –tanto para afirmarla como para combatirla–, sin saber qué es en realidad. Sin embargo, más allá de todo razonamiento, más allá incluso de la mente, la No-dualidad no conoce opuesto, porque es una con todo lo Real. Pero es fácil comprender que, a falta de una vivencia o comprensión experiencial, no se hable sino de un concepto y, dado que este choca con los propios, se lo ridiculice y descarte.
De entrada, según estudios neuro-psicológicos recientes, en un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, la mente siempre tiende a rechazar todo aquello que ponga en peligro sus creencias previas que, para ella, resultan absolutamente “obvias”.
Piénsese en el geocentrismo: ¡era tan “evidente” que el sol giraba alrededor de la tierra –bastaba solo con mirar los amaneceres y atardeceres– que la alternativa era considerada como una teoría disparatada! Con razón escribió Arthur Schopenhauer que “toda verdad pasa por tres fases: primero es ridiculizada; luego, recibe una violenta oposición; finalmente, es aceptada como evidente”.
Para acceder a la comprensión de la no-dualidad, se requiere, o bien haber vivido lo que habitualmente se llama un despertar espontáneo, o bien aprender a silenciar la mente para poder “ver” más allá de ella.
De cara a silenciar la mente, pueden servir alguna de estas dos “puertas de entrada”.
Pregúntate: “Antes de que ponga algún pensamiento, ¿qué hay?” Notarás que, previo a cualquier pensamiento o idea, lo que hay es pura atención, capacidad de “darse cuenta”, consciencia… Tal comprensión hace ver la inadecuación del principio cartesiano “Pienso, luego existo” –incuestionable para quienes se hallan, consciente o inconscientemente, instalados en la mente– y pone de relieve lo que, a mi modo de ver, constituye el error más grave de Occidente: la absolutización de la mente y, en el mismo movimiento, el olvido de la consciencia como realidad fundamental. En cuanto se reconoce, por experiencia directa, la consciencia, el postulado de Descartes bien podría reformularse de este modo: “Soy. Luego, pienso”. Somos consciencia y tenemos mente; esta es una herramienta preciosa, pero no define nuestra identidad.
Hablaba de “puertas de entrada”. Aquí va otra: permite que tu mente divague por un tiempo. A continuación, pregúntate: “¿En qué he estado pensando?”. Y, en un paso más, vuelve a preguntarte: “¿Qué hay más allá de los pensamientos?”. Seguramente notarás que la respuesta solo es una: “Nada”. Pero esa “nada” solo es tal para la mente –que necesita “objetos” delimitables–; en realidad, esa Nada es Plenitud de atención o consciencia. Y es previa a cualquier movimiento mental.
A partir de esta comprensión directa de la diferencia entre mente y consciencia, se abre el camino de acceso a la verdad. Un acceso vedado a la mente, que es incapaz de desenvolverse en el mundo de lo que no es objeto, pero que se manifiesta a quien es capaz de atender. Volveré sobre ello en la próxima entrada.
ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (II)
Los sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus reconocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.
El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.
La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención.
Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.
Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…
En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.
Hablamos, entonces, de un reconocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”.
Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.
La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.
Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.
El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.
Enrique Martínez Lozano