¿Noticias de
Francisco?
Jamás ha habido un Papa que
hable
tanto. Jamás uno al que se le
haya
hecho tanto oídos sordos
GORKA LARRABEITI
Vamos con el Papa Francisco.
5 de noviembre 2018
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8 y 9 noviembre. Durante dos días, más de 40 ponentes debatirán para cambiar el
mundo desde el feminismo. Puedes mandar tu idea a jornadasctxt@gmail.com. Si
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“El mundo está
sordo”, dice Francisco mirando a los ojos del espectador al comenzar el
documental de Wim Wenders El papa Francisco: un hombre de palabra. Las críticas
a la película han sido pocas y casi todas ellas la despachan como lo que
evidentemente es: un encargo del Vaticano. “Hagiográfica”, “homilía”,
“embedded”, “pura propaganda católica”. Pocas críticas, pues, y entre esas
pocas, aún más escasas las que recogen el contenido del discurso de Francisco.
¿Qué se ha hecho de la voz de Francisco que apenas se
oye? ¿Qué ángel o qué demonio ha pasado para que su voz no se oiga tanto como
antes? ¿Cómo un hombre que comenzó despertando tanto interés incluso en
círculos no católicos ahora no consigue que su palabra supere la barrera del
ruido que le rodea? Jamás ha habido un Papa que hable tanto. Jamás uno al que se le haya hecho tanto oídos sordos.
Para un anticlerical fervoroso, nada resulta más fácil
que criticar a un Papa. Ese catecismo se lo sabe de memoria todo cristo: el
Papa es la cabeza de una retrógrada monarquía electiva anclada en textos
intocables que imponen una visión homófoba, patriarcal, etc. Siguiendo con los
dogmas anticlericales, Francisco sería un falso revolucionario. Primero: porque
ha fracasado en la reforma financiera así como en la de la Curia. Segundo:
porque, pese a ese eficaz eslogan de “tolerancia cero”, no solo no ha terminado
con los casos de pedofilia sino que durante su pontificado asistimos a un
auténtico boom de casos y, ni ha modificado las leyes vaticanas para combatir
este problema, ni parece dispuesto a hacerlo. Tercero: en materias no tratables
como el aborto, persiste la bestial visión dogmática de siempre (“Abortar es
como contratar un sicario”, soltó hace poco). Cuarto: continúan los privilegios
económicos de la Iglesia, o dicho de otro modo, en los costes no se ve ni asomo
de la prometida iglesia de los pobres. Quinto: ese supuestamente revolucionario
discurso económico forma desde siempre parte de la doctrina social de la
Iglesia, conque nada nuevo bajo el sol. En suma: porque Francisco – sigo aquí a
Marco Marzano en su artículo “La costruzione della star ‘Francesco’”, Micromega 4/2018 – no sería sino un
producto coral, una operación exitosa en la que han intervenido cuatro actores;
a saber: la dirigencia católica romana, la prensa hambrienta de celebridades,
la ceguera catoprogresista y los
camaradas fulgurados ygenuflexos ante Francisco. O sea: nada ha cambiado con él y la Iglesia sigue tan inmóvil como siempre. Amén.
Pues bien: confieso que, aun siendo uno de esos
anticlericales fervorosos por obra y gracia de mi formación en los agustinos y
los jesuitas, me he sentido en muchas ocasiones –mea grandissima culpa– fulgurado por Francisco. Y, aunque
Quintiliano avise de que resulta más difícil defender que acusar, considero un
deber romper el silencio en favor del Papa, ya que nos unen muchos principios
básicos que veremos más adelante, pero también una urgencia: no cesan desde el
cambio de gobierno en los EE.UU. los ataques contra Francisco. En noviembre de
2016, una semana después de la victoria electoral de Trump, cuatro cardenales
ultraconservadores (el estadounidense Burke, el italiano Caffarra, los alemanes
Brandmüller y Meisner) hicieron públicas cuatro preguntas (dubia) que habían formulado en privado a Francisco relativas a la
exhortación apostólica Amoris Laetitia.
En febrero de 2017, con nocturnidad y alevosía, alguna mano oscura pega
pasquines con una foto que retrata a un Bergoglio muy morrudo. Rezaban los
carteles (traducción mía): "Hey,
Pancho, has intervenido
congregaciones, quitado a sacerdotes, decapitado la
Orden de Malta y a los Franciscanos de la Inmaculada, has ignorado a los
cardenales… ¿dónde está tu misericordia?”. Especialmente escandaloso por la
puntualidad y gravedad ha sido el caso McCarrick. Justo en pleno viaje a
Irlanda, escenario de muchísimos casos de abusos y desapariciones de niños en
instituciones religiosas, el exnuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo María
Viganò, publica con estruendo mediático un documento de 11 páginas acusando
personalmente a Francisco de haber cancelado sanciones existentes contra el
arzobispo McCarrick.
En ese documento, el exnuncio llega a solicitar – nos
valga Dios – la dimisión de Bergoglio. Y aunque ya se han desmentido desde el
Vaticano las acusaciones de Viganò, pareciera como si algo de la calumnia
hubiera quedado, como si Bergoglio no fuera sino otro encubridor más porque es
que todos los curas son iguales, mal que Francisco haya denunciado sin cesar y
sin pelos en la lengua esos “crímenes”. Pero no, no caigamos en la tentación
sabrosa de las polvaredas mediáticas. Una cortina de humo tan bien urdida
apunta a otro objetivo: enterrar la doctrina de un Papa despiadado con el
capitalismo, tolerante con islam, sensible y sensato ante la cuestión
migratoria.
Es verdad que las críticas al capitalismo están en las
encíclicas Rerum novarumde León XIII,
Quadragesimo anno de Pío XI, Mater et magistra y Pacem in terris de
Juan XXIII, Populorum progressio de
Paolo VI, Centesimus annus de Juan
Pablo II o Caritas in veritate de
Benedicto XVI. Sin embargo, no se podrá negar que Francisco ha sido
infinitamente más explícito y tajante en sus críticas al capitalismo que nos
gobierna. En 1967 Pablo VI parecía un profeta implacable y fue poco comprendido.
Tuvo muchas frases lapidarias: “la desigualdad crece”, “la cuestión social ha
tomado una dimensión mundial”, “todo crecimiento es ambivalente”, “la regla del
libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones
internacionales”, “el mundo está enfermo”. En 2013 también Ratzinger critica el
“capitalismo desenfrenado”. Pero las
acusaciones de Francisco son otra cosa. Algunas se recuerdan fácil por breves y
eficaces. Me refiero, por ejemplo, a la sencilla fórmula de las tres tes
–Tierra, Techo, Trabajo–, las críticas a la “cultura del descarte y los
sobrantes” o a la “globalización de la indiferencia”. Otras dos de sus críticas
son insuperables, letales: “Esta economía mata”;
“¿Quién gobierna
entonces? El dinero […] Ese sistema es terrorista”.
A Francisco nos une, desde luego, la idea de una
ecología integral, es decir, ambiental, económica, social, cultural, cotidiana.
Concedámosle el mérito de haber escrito una entera encíclica (Laudato si’) “sobre el cuidado de la
casa común”. También nos une su visión orwelliana de la barbarie actual: “La
guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer
destruyendo!; “quizás se puede hablar de
una tercera guerra combatida «por partes»”; “el día en el que las empresas de
armas financien hospitales para curar a los niños mutilados por sus bombas, el
sistema habrá llegado a su culmen”. Nos resultan bien cabales sus propuestas
contra el consumismo: “Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer
una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social…. Ello
nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. ‘Comprar es siempre
un acto moral, y no sólo económico’”. Compartimos su preocupación por la
calidad de la información, por el “pecado” que se esconde tras los “abundantes
eufemismos”, por la responsabilidad social del periodismo como “instrumento de
construcción y factor de bien común”. Compartimos, asimismo, el imperativo de
desobedecer las leyes que pongan en peligro los bienes comunes. Y admiramos su
aliento a los artistas, los cuales estarían “llamados a dar a conocer la
gratuidad de la belleza”. Olé, digo yo.
Palabrería huera dicen quienes creen que hablando se
hace poco. Con todo, habrá que conceder al Soberano del Estado Vaticano el
haber dicho cosas que sí que han cambiado otras. ¿Es poco mérito de este papado
haber desactivado inmediatamente gracias a la exhortación Evangelii gaudium el explosivo absolutismo teológico de la
declaración Dominus Iesus de
Ratzinger? ¿Hemos olvidado ya la indignación global que causó – sin queriendo –
aquel discurso de Benedicto XVI en Ratisbona? ¿Cómo es que somos incapaces de calibrar
bien el papel trascendental de un Papa en materia de diálogo interreligioso
habiendo políticos que siguen fomentando ese maldito choque de civilizaciones
que se traduce siempre en guerras?
En materia de migración, no resulta necesario extenderse.
Francisco ha sido la voz clamando en el terremoto de xenofobia y racismo que
sacude el mundo. Ha hablado sin miedos en las visitas a Lesbos y Lampedusa,
ante el Parlamento Europeo, la ONU o el Congreso de EE.UU. Su solidez contuvo
las políticas líquidas de ciertos gobiernos europeos cuya defensa de los
derechos humanos se desparramaba en las fronteras. Se enfrentó valiente, solo y
en campo abierto, a Trump. Salvini, el que esgrime en los mítines el rosario y
el Evangelio, lo despreció como Papa precisamente por la dichosa cuestión
migratoria.
Está claro, pues, que nos unen ciertos enemigos fuera
de la Iglesia. También dentro. Un alumno sacerdote me decía que Francisco nos
gusta a los laicos porque hacia fuera es especialmente blando, cuando, en
cambio, dentro es especialmente severo, tal y como le reprochaban en esos
pasquines antes citados. En la película de Wenders me reí en dos ocasiones. La
primera, con las jetas que se les pusieron a los cardenales de la Curia en el
famoso discurso de ¡felicitación! de la Navidad en que enumeró las trece
enfermedades
que aquejaban a la Iglesia en cuanto cuerpo místico de Cristo la segunda, con el tronchante cochecito más
propio “de Mr. Bean” que lució en el opulento cortejo presidencial que le
aguardaba en su visita a EE.UU..
Todas estas cosas se las he contado a muchos amigos,
todos ellos anticlericales fervorosos, y siempre con el mismo resultado: pasan.
También a un amigo dominico, quien, sabedor de mi anticlericalismo, celebraba
como una llamada del Espíritu Santo mi interés en conversar con él sobre
Francisco. No interesarse política, moral y socialmente por la Iglesia es tan
grave como desinteresarse de la opinión de los militares en tiempo de paz o de
guerra. Comentando el reciente principio de acuerdo entre China y el Vaticano,
mi amigo dominico me decía que son los dos únicos estados que cuentan con una
filosofía del espíritu potente detrás, lo que les permite pensar en un
horizonte temporal de 50 años. Ignoro si esa puede ser una de las razones que
explican la ceguera, desidia y pereza siempre presentes que abrigamos los
anticlericales ante toda cuestión vaticana y que revestimos con cómodos tapujos
críticos de quita y pon.
Pierpaolo Pasolini, uno al que machacaron las fuerzas
más retrógradas de la Iglesia y que, no obstante, dedicó admirado a Juan XXIII su Evangelio según San Mateo, sostenía
que “estar en posiciones de continua agresión y ser titubeantes para empezar un
diálogo con las fuerzas mejores de la Iglesia es absolutamente
contraproducente”. Decía también que “hemos de ayudar a los hombres de buena
voluntad de la Iglesia a desencallarse de las posiciones que la Iglesia ha
asumido delictivamente desde la Contrarreforma en adelante.” Creo que tenía más
razón que un santo. Un Papa será siempre un Papa y soltará perlas como que “el
cuerpo humano no es un instrumento de placer” y que nos escandalizarán – oh, sí
– a los practicantes hedonistas de masa. Ahora bien: en un momento de
contrarreforma global, no digo alabar, sino ni siquiera abrir un poco la boca para
defender a este Papa progresista será anticlericalmente correctísimo, mas
políticamente corto de miras. Insisto: me parece estúpido no aprovechar la
coyuntura favorable de un Papa muy evangélico que, para más inri, ha abierto
arriesgados caminos en las materias no tratables que se recorrerán con la
lentitud con que se mueven las catedrales y se celebran los concilios. Esos
cambios ni los percibe el ojo humano, pero a lo mejor si lo entrenamos... Más
allá de esos ejercicios oculares, de mi amigo dominico aprendí otra cosa. La Iglesia está acostumbrada a trabajar con
lo que hay, no con lo que le gustaría que hubiera. Por eso siempre sigue ahí.
Ahí siguen también los Evangelios, al alcance de los laicos no creyentes. ¿O
preferimos regalárselos a Bolsonaro, Trump y Salvini? ¿Por qué no al
KuKuxKlan?
AUTOR Gorka Larrabeiti