Quieres suscribirte al blog?

Colaborando con...

4 de noviembre de 2018

San Martín de Porres

San Martín de Porres
Hermano lego dominico (1579-1639)


“Era un hombre de gran caridad que, estando a cargo de la enfermería, no sólo curaba a sus hermanos religiosos cuando estaban enfermos sino que también asistía en la tarea más amplia de esparcir el Gran Amor del mundo. Por esa razón lo conocían como su padre y consuelo, llamándolo padre de los pobre”(un testigo contemporáneo).

Martín de Porres nació en Lima, Perú, en el año 1579. Su padre era un noble español que más tarde fue gobernador de Panamá. Su madre, sin embargo, era una mujer negra liberta llamada Ana. Martín se parecía a su madre, y su padre se negó a reconocer este hijo “mulato” hasta muchos años más tarde. Martin fue aprendiz de barbero, una profesión que en esa época combinaba el corte de pelo con las prácticas médicas y quirúrgicas. Pronto domino su ocupación, pero a los quince años solicitó ser admitido en un monasterio dominico. Más que  como hermano lego, solicitó una posición más humilde como donado o asistente laico, responsable de tareas tan serviles como barrer el claustro y limpiar las letrinas. Fue aceptado y asumió así el hábito de lino blanco, escapulario negro y capa negra.

A pesar de su extremada humildad, Martín no pudo ocultar por mucho tiempo sus talentos y habilidades, especialmente las médicas. Al poco tiempo se lo puso a cargo de la enfermería del monasterio. Por medio de su ingenioso conocimiento de los remedios herbarios y las medicinas caseras, Martín obtuvo una amplia reputación como curador talentoso. Pero su protocolo médico se vio complementado, según se cree, por milagrosas facultades curativas. Se relataban muchas historias  sobre sus misteriosas habilidades para diagnosticar  y su poder para curar enfermedades por su mero toque o presencia.


Martín no restringió su ministerio curativo al monasterio. Cuidaba a los enfermos y los heridos dondequiera que los encontraba, especialmente los desgraciados pobres que vivían en las calles de Lima y a los que nadie cuidaba. Martín era propenso a llevarlos a su celda y acostarlos en su propio lecho. En un  punto, su superior le ordenó que desistiera de esta  práctica. Cuando se descubrió que habían transgredido la orden fue censurado con severidad pero respondió, mansamente: “Perdonen mi error, y por favor sean tan amables como para instruirme. Ignoraba que el precepto de la obediencia tiene  precedencia sobre el de la caridad”. De allí en adelante, a Martín se le dio libertad para actuar según su libre arbitrio. Mas no fue la única vez que la santa simplicidad de Martín avergonzó a sus superiores. Una vez, cuando el monasterio estuvo endeudado, se ofreció a si mismo para ser vendido como esclavo. El prior se conmovió profundamente: “Vuelve a tu monasterio” le dijo a Martín, “no estás en venta”.

Martín derramaba su caridad sobre todos los que nadie tenía en cuenta: los indios, los pobres, los enfermos. Ejercía un ministerio especial con los esclavos  africanos, consolándolos  en su miserable cautiverio. Empero  hasta  los animales eran objeto de su amoroso servicio. Trataba a los animales enfermos con la misma devoción que brindaban a los humanos. Perros hambrientos y enfermos, asnos y pavos se hallaban entre sus pacientes. Y se dice que era capaz de comunicarse con estas criaturas. Cierta vez el monasterio se infecto con ratones, Martín agarró uno y lo exhortó respetuosamente a que condujera a sus congéneres fuera del monasterio hacia el jardín donde el proveería personalmente a sus necesidades. En cuestión de minutos una horda  de ratones abandonó el monasterio tal como él lo había requerido. Aun así, luego, Martín  cumplió con su parte de pacto trayéndoles comida y dejándosela. Otra vez, en la cocina, uno de los monjes se sorprendió al descubrir un perro, un gato y un ratón, todos comiendo en forma simultanea de la misma escudilla que les había proporcionado Martín; una imagen del “reino pacifico” que florecía en su presencia.

Luego de nueve años, los superiores de Martín prevalecieron finalmente sobre él para que se hiciera hermano lego. Todos sus hermanos en el monasterio, y al tiempo en toda Lima, reconocían  que Martín era uno de los amigos especiales de Dios. Su humildad, su piedad y prodigiosa caridad eran tema de innumerables historias, muchas de las cuales circulaban ya en vida de él. Incalculables testigos dieron testimonio luego acerca de sus dones sobrenaturales. Éstos incluían el poder de levitación durante el rezo, los dones de la curación, del conocimiento milagroso y de la clarividencia, y el poder de pasar a través de las puertas cerradas de volverse invisible a la voluntad. Como si estas habilidades fueran pocas, se decía también que Martín tenía el don de la bilocación: la habilidad de estar en más de un lugar simultáneamente. Los testigos sostenían con frecuencia, que lo habían encontrado en los rincones más distantes del globo –China, México, África del norte- cuando todo el tiempo había estado en Lima.

En el plano natural tanto como el moral, Martín parecía exceder, de varias maneras, los límites de lo posible. Su piedad se veía incentivada por un ascetismo igualmente extremo. Subsistía  casi enteramente a pan y agua. Dormía en el piso, llevaba un cilicio y trataba generalmente su cuerpo con desdén. La narración de los rituales nocturnos de flagelación resultan particularmente penosos de leer. Cuando se le preguntaba acerca de tales prácticas, que eran consideradas salvajemente excesivas aun para las costumbres en un monasterio del siglo XVI, Martín sólo podía murmurar algo acerca de la inmensidad de los pecados que debían ser reparados. ¿Qué pecados podían afligir la conciencia de este santo hermano? La esclavitud, el escarnio acumulado sobre los pobres  y los indios, la existencia de tanta injusticia en una sociedad supuestamente cristiana…  Martín no se consideraba al margen  de los pecados de su época, y se castigaba en consecuencia.

Mucho es lo que parece extraño y extremo en la vida de Martín de Porres. Al igual que *san Francisco, era una parábola viviente del Reino de Dios. Los hechos  ciertos tanto como la miríada de leyendas que lo rodearon en vida reflejan, todos,  un testimonio de la predilección de Dios por los “pequeños” de este mundo; los pobres, los débiles, los impotentes, los desechos de una sociedad ostentosamente católica.

Martín de Porres falleció el 3 de noviembre de 1639. Toda Lima, desde el virrey hasta los mendigos en las calles, lamento la muerte de un santo. La canonización formal fue lenta en llegar. Al declararlo santo, en el año 1962, el *papa Juan XXIII lo designó asimismo patrono de todos los que trabajan por la justicia social.


Por Rosario Carrera
Inspirado en el libro de Ellsberg Robert, Todos los Santos