Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

4 de abril de 2019

FELIX VALERA



Sacerdote y Patriota cubano (1788-1853)
 

“He estado siempre convencido de que el cristianismo y la libertad son una sola cosa.”


Felix Valera, sacerdote y teólogo cristiano, fue una de las figuras más notables de la Iglesia de principios del siglo diecinueve. En su Cuba nativa, ha sido reverenciado desde hace tiempo como campeón de la libertad y la justicia social. En los Estados unidos, por contraste, su nombre ha permanecido virtualmente desconocido, a pesar del hecho de que la mayor parte de su carrera tuvo lugar en el exilio, en la ciudad de Nueva York. Allí jugó un papel importante en el liderazgo de la arquidiócesis, publicó el primer diario literario católico y se transformó en el primer teólogo hispano en los Estados Unidos.

Valera nació en La Habana, en 1788. Fue ordenado sacerdote y ejerció muchos años como profesor de filosofía en el Colegio de San Carlos. Con la publicación de varias obras eruditas, se ganó la
reputación de ser una de las figuras más distinguidas de la filosofía latinoamericana. En 1821, fue elegido delegado ante las Cortes de España, en Madrid. Allí, presentó dos proyectos significativos,
uno que abogaba por la independencia cubana de España y otro para la abolición  de la esclavitud en Cuba. Como escribió: “La Constitución, la libertad y la igualdad, son sinónimos y dentro de sus nombres se halla contenido el repudio a la esclavitud y la desigualdad de derechos.” Como resultado de estos propósitos sediciosos, se vio forzado a huir de España en 1823, y a exiliarse. Nunca más retornó a Cuba.



 

Varela se estableció en la ciudad de Nueva York, donde pasó muchos años llevando a cabo una tarea pastoral entre los inmigrantes pobres irlandeses. Apasionadamente leal, siempre, a su país de nacimiento, comenzó un diario en idioma  español, que se  transformó en una voz efectiva en favor de la causa de la independencia cubana; sus esfuerzos se volvieron tan amenazadores para el gobierno español, que este montó una conjetura para asesinarlo. (Enfrentado a su asesinato, Varela logró desarmarlo, haciendo un llamado a su fe y su honor). Mientras tanto, obtuvo un doctorado en teología (el siguiente teólogo hispano de los Estados Unidos tardaría más de un siglo en llegar) y sirvió como vicario general de la arquidiócesis de Nueva York.
La obra principal de Varela, publicada en español en dos volúmenes, se intitulaba Cartas a Elpidio, un nombre derivado del término griego para la esperanza. Dirigida a sus antiguos alumnos de Cuba, esta obra es una sutil expresión de teología política, un intento de integrar la fe y la causa de la libertad de manera tal de evitar los extremos de “irreligiosidad” por un lado y la superstición o el fanatismo, por el otro.

En su libro, Varela examinaba las formas y causas del ateísmo del mundo moderno, pero
argumentaba que la “irreligiosidad” minaba el tejido moral de la sociedad y de esta manera, resultaba enemiga de la causa de la libertad. “Cuando la irreligiosidad se expande a través del cuerpo social, destruye todos los lazos de  apreciación, y, como el veneno, corrompe y mata el cuerpo. El honor se vuelve una palabra vana; el patriotismo una máscara política; la virtud una fantasía.” El resultado inevitable era la tiranía. De este modo, razonaba, la religión  no era enemiga de la libertad humana sino su guardiana.

Al mismo tiempo, Varela criticaba a la Iglesia y aquellos de sus compañeros católicos que se oponían al espíritu de libertad y de democracia. Así, la segunda parte de su libro estaba dirigido  al espíritu de “superstición”, palabra con la que se refería al mal uso del sentimiento religioso y a la manipulación de la gente en nombre de Dios. Adonde se suprimía la libertad, el resultado era el dogmatismo y el fanatismo. Por otra parte, “Donde se halla el Espíritu”, proclamaba, “se halla la libertad.”

Empobrecido por sus extensas incursiones en publicaciones y propaganda, y exhausto debido a su incansable ministerio, Varela murió el 25 de febrero de  1853, en St. Augustine, Florida. En 1892, José Martí, el padre de la independencia cubana, visitó la tumba de Varela y lo llamó “santo cubano”. En 1911, el obispo de St. Augustine permitió que se trasladaran los restos de Varela a Cuba. Allí, su tumba es honrada hasta este día por los patriotas cubano, ya sean católicos o comunistas.

Por Rosario Carrera

Artículo inspirado en el Libro de todos los Santos de Ellsberg Robert