Written by Enrique Martínez Lozano
Aun con un estilo a veces recargado y
repetitivo –a la vez que deudor de su momento histórico y de su paradigma
cultural–, el autor del cuarto evangelio tiene la virtud de expresar la verdad
profunda de lo que somos. Por eso, cuando lo leemos desde la comprensión, sus
palabras transmiten sabiduría atemporal y despiertan resonancias en nuestro
interior porque salen al paso del anhelo profundo que nos habita, por más que a
veces esté aletargado.
En la Carta a los Efesios (2,14) se afirma
que “Jesús es nuestra paz”. Sin duda,
a tenor de lo que aparece en los evangelios sinópticos, Jesús vivió en paz
profunda o ecuanimidad. Una paz que nacía en él de la certeza de estar siempre
en el Padre y de no buscar otra cosa en la vida que “cumplir su voluntad”. Sin
duda, una persona que no se aferra a las expectativas de su ego, sino que ama lo que la Vida quiere, permanecerá
anclada en la paz.
El ego vive en el sobresalto porque, en
cuanto se hace presente la frustración, se altera o se
deprime. Por esa razón, en tanto en cuanto estemos identificados con él, la paz nos resultará inasible. Cuando, por el contrario, dejamos de asociar nuestra “suerte” a la suya, porque hemos comprendido que no somos él, es posible la ecuanimidad aun en medio de los contratiempos. Lo cual recuerda aquella expresión sabia de Khrisnamurti: “El secreto de mi paz es que no me importa lo que suceda”.
deprime. Por esa razón, en tanto en cuanto estemos identificados con él, la paz nos resultará inasible. Cuando, por el contrario, dejamos de asociar nuestra “suerte” a la suya, porque hemos comprendido que no somos él, es posible la ecuanimidad aun en medio de los contratiempos. Lo cual recuerda aquella expresión sabia de Khrisnamurti: “El secreto de mi paz es que no me importa lo que suceda”.
En medio de una terrible crisis de
angustia, esa parece que fue la experiencia de Jesús: “Que no sea lo que quiero yo, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36).
Cuando una persona solo quiere lo que “Dios”, el “Padre”, la “Vida” quiere,
¿qué podría quitarle la paz?
Lo cual no significa que no haya dolor,
decepción y frustración. Somos seres sensibles y todo lo que acontece hace que
vibremos. Y cuando lo que acontece es doloroso, algo en nuestro interior acusa
el dolor.
Sin embargo, el movimiento de la superficie no niega la quietud del fondo.
Cuando saboreamos el Silencio, experimentamos que, más allá de las
circunstancias y bajo la agitada superficie de la mente, existe un nivel
profundo que permanece estable, en silencio y en paz. Por eso, con razón afirma
el texto que la paz de Jesús no es como la que da el mundo. Esta última dura lo
que dura la bonanza, es una “paz” deudora de las circunstancias. La paz de
Jesús, por el contrario, es una paz sin
objeto, porque no depende de otro factor; es consistente en sí misma.
¿Nos la tiene que dar Jesús, como afirma el texto? Eso es solo una lectura mental,
que se basa en la creencia de la separación; es decir, nace de una consciencia
de separatividad. La paz de Jesús es la
paz que somos. En aquella forma de hablar, parecía ser un “regalo” venido
de fuera –y ciertamente Jesús nos ha regalado su forma de vivirla, en la que
podemos vernos alcanzados y, sobre todo, “despertados”– pero, en la
comprensión, se nos hace manifiesto que la
paz no es “algo”, ni viene de “fuera”, ni es condicionada… La Paz de la que
se habla es una con el Fondo de lo real: es
otro nombre de lo que somos.
¿Cómo es la paz en mí?
Enrique Martínez Lozano