Santa Josefina Bakhita
“Al ver el sol, la luna y
las estrellas, me dije: ¿Quién será el amo de estas bellas cosas? Y sentí un
gran deseo de verlo, conocerlo y rendirle homenaje.”
Entre
los hechos distintivos del pontificado de Juan Pablo II, se halla su profundo
interés por ampliar el campo de santos canonizados. En sus primeros veinte años
de papado, canonizó y beatificó casi mil santos, más que en los varios siglos
anteriores desde el Concilio de Trento. Aparte de su creencia en los valores
educativos de las vidas santas, se ha interesado en forma particular en
reconocer a los “santos locales”; personas cuyas vidas tienen un significado
especial para las Iglesias que ha insistido en visitar en todo el mundo.
Representativa de estos nuevos santos es la Hermana Josefina Bakhita, de Sudán,
beatificada en 1992.
Bakhita
(la afortunada), nació en un pueblo del sur de Sudán, en 1869. A los nueve años
fue secuestrada y vendida como esclava. Transferida de un dueño a otro durante
años, padeció distintas formas de brutalidad. El momento decisivo llegó en
1883, cuando fue vendida a una familia italiana que la trató con relativa
amabilidad y la llevó de regreso a Italia para trabajar como mucama y niñera de
su niña. Mimmina. Bakhita se hizo devota de la criatura. Cuando Mimmina fue lo suficientemente grande como
para ser enviada a una escuela en Venecia, Bakhita la acompañó. La escuela estaba dirigida por las Hijas de la Caridad,
o “Hermanas Canosianas”. Fue allí donde Bakhita escuchó por primera vez el
evangelio y adivinó que era la voluntad
de Dios que ella fuera libre.
Cuando
luego de nueve meses el alma de Bakhita le anunció que volvían a Sudán, Bakhita
expresó su intención de quedarse. La Signora se manifestó ofendida. ¿Acaso no
la habían tratado siempre como a un miembro de la familia? Difícil como era
resistir a estos ruegos, Bakhita permaneció firme en su decisión: “Estoy segura
de que el Señor me dio las fuerzas en ese momento”, escribió más tarde, “porque
me quería para Él solo”.
Cuando
los ruegos no funcionaron, la Signora cambió de política: la demandó en los
tribunales por devolución de su “propiedad”. Pero la superiora de las Hermanas
Canosianas y el cardenal de Venecia intervinieron y salieron en su defensa.
Entonces Bakhita descubrió algo que nadie se había tomado el trabajo de
informarle, es decir, que en Italia la esclavitud era ilegal. Había sido libre
de todo el tiempo.
Y
así, Bakhita permaneció en Italia. En enero de 1890, fue bautizada y tomó el
nombre de Josefina Bakhita. Por ese entonces escuchaba “más y más claramente la
suave voz del Señor desde el fondo de mi corazón, exhortándome a consagrarme a
Dios”. Fue aceptada en el noviciado de la congregación que la había amparado.
Finalmente, en 1896, hizo sus votos religiosos.
La
Hermana Josefina vivió hasta los setenta y ocho años. Pasó su vida en tareas
simples, cocinando, cosiendo, sirviendo de sacristana y portera. Ningún trabajo
era poco importante cuando ella lo hacía por “el Amo”, su palabra favorita para
designar a Dios. Se volvió famosa por su fe serena y el cuidado con que llevaba
a cabo tanto sus tareas importantes como las insignificantes. Se decía que
tenía el extraordinario don de volver extraordinario lo ordinario. A las
Hermanas que eran maestras les decía: “Ustedes enseñen el catecismo; yo me
quedaré en la capilla rezando para que puedan enseñar bien”.
Vivió
la Primera Guerra Mundial y luego la Segunda Guerra Mundial. Para ese entonces,
su reputación de santidad estaba tan expandida en el pueblo de Schio, donde
vivía, que se la invocó como protección contra las bombas. Ella le aseguró al
pueblo que no caería ninguna sobre ellos, promesa que se cumplió.
En
sus últimos años enfermó y no podía abandonar la silla de ruedas. Cuando un
obispo que la visitaba le preguntó que hacía todo el día en su silla de ruedas,
ella respondió: “¿Qué es lo que hago? Exactamente lo mismo que usted: la
voluntad de Dios. “La Hermana Josefina Bakhita murió el 8 de febrero de 1947.
El 1 de octubre del año 2000, en el
marco del Jubileo, fue canonizada por Juan Pablo II. Su ejemplo, señaló
el Papa, recuerda al mundo la exigencia de trabajar “para liberar a las
muchachas y a las mujeres de la opresión y de la violencia, y restituirles su
dignidad en pleno ejercicio de los derechos”.
Fuente
Ellsberg Robert, Todos los Santos
Por
Rosario Carrera.