TODAVIA HAY RACISMO EN GUATEMALA?
Ser una mujer indígena fuera de los estándares establecidos, no me ha librado de vivir episodios de racismo y discriminación, sobre todo en este país donde la pobreza y la desigualdad la encabezamos nosotras, las mujeres indígenas. Mi apariencia, el color de mis ojos y piel y el hecho de tener un apellido indígena, siempre fueron tema interesante al asumirme como indígena adentro y afuera del círculo familiar.
Comparto un poco de mi vida y mis experiencias siendo una mujer indígena, sobre todo en este año y contexto electoral, en donde hay varias mujeres indígenas participando en el proceso.
Viajo en el tiempo y recuerdo cuando mis compañeras y compañeros en el salón de clase se burlaban a de mi apellido. La primaria la estudié en Totonicapán, que es un pueblo donde el 95% dela población, es indígena. Pero a pesar de eso, el racismo siempre ha sido muy alto. Desde lo urbano a lo rural y desde la pequeña población que se asume como ladina (no indígena), para con los que sí somos indígenas.
Ixchíu está en el idioma maya k´iche´ y significa gente pequeña o gente pollito, y vaya si no en mi familia hacemos honor a ser personas pequeñas. Me gusta mucho mi apellido, pues es único y hermoso, nunca me he sentido avergonzada de él. De adolescente, ya estudiando en un colegio de Quetzaltenango, ciudad a la que yo reconozco como muy racista; me toco pasar las primeras vergüenzas por asumirme indígena en público y recibir miradas de desdén y desprecio.
Logré superar los complejos de los estereotipos en un grupo de amigos y amigas con los que buscaba encajar y no me fue mal. Mi adolescencia la pasé entre la natación y mis primeros tragos. Es siendo atleta federada de la selección de natación y de triatlón del departamento de Totonicapán, que conocí el racismo estatal puro y duro. Siendo una delegación muy humilde, pero disciplinada, nos iba muy bien y siempre estabamos en los primeros 3 a 5 lugares en el país y eso nos llenaba de mucha satisfacción, a pesar de lo duro de los entrenos.
En una clasificatoria de Juegos Nacionales, trataron de descalificarme sin que quedara clara la razón. O al menos eso creíamos Moncho, mi entrenador y un amigo muy querido y yo. Él era un hombre muy experimentado en el deporte y me dijo que olía que algo no iba muy bien. Indagó y la conclusión a la que llegamos, era que me querían dejar fuera de los nacionales, para que más gente de la selección de la ciudad capital pudiera entrar. Obviamente, no permitimos que esto sucediera.
En los Juegos Nacionales, nos fue muy bien y Totonicapán gano el tercer lugar en duatlón y el cuarto y quinto en triatlón. En medio de la alegría, Moncho comenzó a motivarnos para seguir entrenando y buscar mejores tiempos, eso nos iba ayudar para lograr competir fuera del país y nos daría experiencia para ser atletas de alto rendimiento.
Con esa finalidad, Moncho se acerca a preguntar sobre competencias y espacios para seleccionados ganadores y le dicen que para Totonicapán no hay ningún espacio. Cuando él pregunta la razón, uno de los altos mandos de la Federación, le dice que “les da vergüenza que puros indios que ni hablar español bien, vayan a representar a Guatemala al extranjero y además ni inglés saben hablar”.
Con mucho coraje e indignación, nos contó todo. Sentí mucho dolor al saber que, a pesar de ser buenos atletas, por ser indígenas las puertas para nosotros siempre iban a estar cerradas. Así entendí la desigualdad y la exclusión racista. A mis 13 años, entendí ser indígena sería un obstáculo para lograr mi sueño de ser deportista de alto nivel.
En la universidad, a los 19 años se me ocurrió hacerme novia de un joven de mi pueblo de una familia ladina. Jamás me pasó por la cabeza que eso sería un grave error: los insultos de “india” por teléfono y en las calles, por parte de sus hermanos y familia cercana eran constantes. Justo en el año 2009 entendí como la gente tiene metida la colonia en las venas y el inconsciente. Tuve que terminar esa relación por muchos motivos, pero el principal fue por mi cero tolerancia a soportar más racismo.
Vengo de una familia de comerciantes de feria y de vendedoras de verdura en el mercado. A eso que la clase media ladina denomina “verdulera” o “tomatera”. Vengo de mujeres analfabetas y monolingües, que por resistencia al racismo y como un modo de sobrevivencia, nos despojaron de nuestra ropa y de nuestro idioma. Las abuelas aseguran que lo hicieron por nuestro bien, pues el racismo y la discriminación les había pegado muy duro y no querían que sus hijos e hijas y nietos y nietas, viviéramos eso.
Hace unos días, vi como en un comentario de twitter una mujer blanca, evidentemente ladina, se refería con odio y saña a Thelma Cabrera, haciendo alusión a que es una verdulera y una tomatera. Y sí, las indígenas podemos ser eso y mucho más. También hemos ido a la universidad, también podemos ser presidentas y con tan solo unos años de primaria y es que el nivel de escolaridad de Thelma también ha sido discusión y es algo que me genera risa, pues cuando se trata de dinosaurios ladinos, blancos y trogloditas que ni saben leer, la gente aplaude feliz y vota por ellos sin cuestionar nada.
Es el hecho de que ella se mujer indígena y campesina de una organización de base de la Costa Sur de este país, que buscan cambios estructurales como la nacionalización de la energía eléctrica, lo que hace que el pelo de mucha gente se pare, es el terror de seamos los indígenas quienes lleguemos al poder lo que los horroriza, pues para ese pequeño colonizador que llevan dentro los indígenas nunca vamos a dejar ser unas bestias de carga.
No me da vergüenza venir de una tomatera, al contrario, me hace feliz y me hace sentir orgullosa saber de dónde vengo, mis abuelas mujeres indígenas rebeldes dejaron de comer para que nosotras tengamos comida, nunca fueron a la escuela, pero fueron visionarias e imaginaron futuros distintos para nosotras.
En este contexto electoral en el que nos encontramos en estos momentos en Guatemala, va con paso lento pero seguro creciendo la candidatura de una mujer morena como el color de la tierra, que nos representa a todas las mujeres indígenas, que cuando la vemos, pensamos que nos es imposible y no vernos y sentirnos, reflejadas en ella.
Pero así como despierta esas sensaciones de esperanza, las olas coloniales y racistas de este país despiertan y levantan todo tipo de insultos y discursos de odio hacia ella y al insultarle o referirse peyorativamente a ella nos están insultando y discriminando a pueblos enteros.
Podría pasar toda mi vida escribiendo sobre las anécdotas de mi vida con el racismo y la discriminación por ser una mujer indígena urbana, metalera, artista y activista. Ya tendremos más tiempo para poder dialogar, desde el papel y yo, para seguir con estos relatos desde abajo y desde la injusticia; descalzas y hambrientas caminamos, luchamos en medio de la guerra y el despojo resistimos.