Bartolomé de Las Casas
“Defensor
de los indígenas” (1484-1544)
“Cristo no vino al mundo en búsqueda de oro.”
Entre
los frailes dominicos que elevaron sus voces contra la rapaz violencia
infligida a los indígenas de América, Bartolomé de Las Casas fue el más
distinguido. No se contentó con denunciar los excesos de la conquista, sino que
al leer el evangelio desde la perspectiva de lo que él llamó “el Cristo
flagelado de las Indias”, articuló una comprensión teológica de la libertad
religiosa, los derechos humanos y la relación entre salvación y justicia
social, prácticamente inigualada en la Iglesia católica previa al Concilio
Vaticano II. Quinientos años después de la colisión entre las culturas en las
Américas, se le reconoce como a un profeta que se anticipó en muchos siglos a
la “opción preferencial por los pobres” de la Iglesia.
Siendo
un niño de 8 años, Las Casas fue testigo de la vuelta de Colón a Sevilla luego
de su primer viaje al Nuevo Mundo. Él mismo hizo su primer viaje a
Hispaniola en 1502. Luego de haber estudiado en Roma para ser sacerdote, volvió al Nuevo Mundo, donde se desempeñó como capellán en la conquista española de Cuba. Si bien era sacerdote, beneficiado por la Conquista se vio dueño de una encomienda, una plantación con aborígenes contratados como obreros.
Hispaniola en 1502. Luego de haber estudiado en Roma para ser sacerdote, volvió al Nuevo Mundo, donde se desempeñó como capellán en la conquista española de Cuba. Si bien era sacerdote, beneficiado por la Conquista se vio dueño de una encomienda, una plantación con aborígenes contratados como obreros.
En
1514, sin embargo, experimentó una dramática conversión, provocada por haber
sido testigo de la crueldad genocida infligida a los aborígenes. Pronto se unió
a la orden dominica y se transformó en un defensor apasionado y profético de
los pueblos indígenas. Durante más de cincuenta años viajó a la corte de España
y el Nuevo Mundo, e intentó, a través de libros, cartas y prédicas, exponer las
crueldades de la Conquista, impugnando no sólo sus excesos sino incluso su
legitimidad.
Si
bien la principal atracción de España por el Nuevo Mundo era el oro, la
Conquista fue justificada por motivos evangélicos. El Papa había autorizado la
conquista de la población indígena con el propósito de implantar el Evangelio y
asegurar, así, su salvación. Las Casas argumentó que los hechos de los
conquistadores revelaban su verdadera religión:
Las
Casas se oponía vehementemente a la noción de que se podía predicar el
Evangelio a través del asesinato o la compulsión de cualquier clase. Mientras
que otros argumentaban que los indios eran una raza inferior, él afirmó su
completa humanidad y así su acceso a todos los derechos humanos. Por sus
escritos sobre la igualdad de los hombres y su defensa del derecho a la
libertad religiosa, Las Casas merece ser recordado como un filósofo político de
enorme significación en la historia de las ideas.
Empero,
la comprensión teológica de Las Casas fue más allá de una simple afirmación de
la dignidad humana de los indígenas. Al identificar a los indígenas con los
pobres, en el sentido del Evangelio, argumentó que, en sus sufrimientos,
representaban al Cristo crucificado. Escribió: “Dejé en las Indias a
Jesucristo, nuestro Dios, flagelado y afligido, golpeado y crucificado no una
sino miles de veces.”
Para
Las Casas no podía existir ninguna salvación en Jesucristo fuera de la justicia
social. Así, el problema no era si los indígenas debían ser “salvados”, sino
que el problema más grave era la salvación de los españoles que perseguían a
Cristo en el pobre.
En
1543, con los funcionarios de la corte de España ansiosos por librarse de él,
Las Casas fue nombrado obispo de la empobrecida región de Chiapas, en el sur de
México. Allí, se enemistó de inmediato con su grey al negarse a dar la
absolución a todo español que no hubiese liberado a sus esclavos indígenas. Fue
denunciado ante la corte de España como “lunático” y recibió numerosas amenazas
de muerte. Finalmente, renunció a su obispado y volvió a España, donde sentía
que le era posible defender más exitosamente esta causa.
Por
Rosario Carrera
Fuente:
Ellsberg R. (2001)
Todos los Santos. Buenos Aires: Lumen