Entonces, ¿cuáles son
las características básicas del estado despierto según las tradiciones espirituales?
Quizás el tema más
frecuente sea el de la unión. En el estado despierto vamos más allá de la
separación y entramos en un estado de conexión y de unión. Y, lo que es más
importante, este estado significa conectar con la esencia espiritual del
universo ―llámese Brahman, Tao o Dios― y con la parte más profunda de nosotros
mismos, ya que la esencia universal es también la de nuestro propio ser. El
mayor obstáculo para esta conexión (tanto con la esencia espiritual del
universo como con nuestro propio ser) es nuestro intenso sentido del ego, con
todos sus deseos, ambiciones y apegos. Las fronteras limitantes del ego, tan
firmes y sólidas, nos encierran dentro de nuestro propio espacio mental; nos
separan del mundo. Por lo tanto, para poder trascender la separación y conectar
con el espíritu, debemos debilitar este yo; por así decirlo, ablandar de algún
modo sus sólidos contornos. (Las tradiciones describen este proceso como una
auto-aniquilación o autonegación). Nuestro sentido de identidad y aquello sobre
lo que gravitamos habitualmente tienen que alejarse del yo estrecho y personal
y pasar a formar parte de una expansión más amplia y más profunda del ser.
Una segunda
característica del estado despierto que resaltan todas las tradiciones que
hemos examinado es la calma o quietud interior, el vacío interior. La mente de
los individuos despiertos no está constantemente ocupada o parloteando; estas
personas no se ven asaltadas por deseos y emociones turbulentas. En su interior
están tranquilas, en paz; su consciencia es pura y está en calma, serena, como
un lago. De hecho, todas las tradiciones están de acuerdo en que el desarrollo
de la calma interior es una parte esencial del proceso de despertar. Dicho en
otras palabras, si quieres despertar, tienes que aprender a sosegar, ralentizar
y calmar tu mente, y a trascender las capas de pensamiento y de emoción que
nublan tu consciencia. Por esta razón, entre otras, la meditación regular es
importante. Al meditar, podemos llegar a comprender que no somos nuestros
pensamientos y establecer contacto con capas más profundas y más amplias de
nuestro ser que están más allá del pensamiento. Meister Eckhart describe «la
tormenta del pensamiento interior» que normalmente asedia nuestra mente, y
afirma que «para que Dios diga su palabra al alma, esta debe estar en reposo y
en paz». De manera similar, el Maitri Upanishad describe cómo «cuando la mente
está en silencio… puede penetrar en un mundo que está más allá de la mente: el
Fin más elevado».
Una tercera característica
del estado despierto que aparece en todas las tradiciones es la plenitud. A los
individuos despiertos les preocupa muy poco o nada tener éxito en el mundo, las
posesiones físicas o las ambiciones personales, y no se ven afectados por los
elogios, la culpa o las descalificaciones; no necesitan la aprobación de los
demás. No tienen necesidad deagregar nada a si mismos, como el éxito, el
estatus o la riqueza, porque ya se sienten plenos, completos, realizados. El
Sutra del Corazón budista lo resume claramente de este modo: «En su
indiferencia hacia el logro personal y en su falta de deseo de
autojustificación, los hombres y mujeres iluminados no pueden nunca ser
denostados o alterados por los demás». El Bhagavad Gita describe a la persona
despierta como alguien que no se ve afectado ni por el placer ni por el
sufrimiento, para quien el oro, las piedras o la arena son lo mismo, y «cuya
paz permanece inalterable tanto en lo agradable como en lo desagradable». Sin
embargo, esta falta de preocupación por las opiniones que los demás puedan
tener de ellos no significa que a las personas despiertas no les preocupen los
demás en absoluto.
Al contrario, su falta
de interés en sí mismos y su mayor sentido de la conexión nos lleva a una
cuarta característica del estado despierto que aparece en todas las tradiciones
espirituales: un grado muy elevado de compasión y altruismo. Al mismo tiempo
que conectan con la esencia espiritual del mundo y con su propia esencia,
aquellos que han despertado conectan también de forma muy intensa con el resto
de los seres humanos. Tienen una gran capacidad para la empatía, para sentir lo
mismo que están sintiendo los demás ―para sentir con ellos―. Pueden sentir el
sufrimiento, la frustración y el dolor de otras personas, lo que les genera un
impulso altruista para aliviar su sufrimiento o ayudarles a desarrollarse.
Debido en parte a que para ellos sus propias ambiciones y deseos ya no son
importantes, sienten un fuerte impulso de servir a los demás y de practicar la
bondad y la generosidad. Este espíritu de altruismo fue claramente expresado
por el monje budista del siglo VII Shantideva, quien escribió: «Quiero eliminar
el sufrimiento de todos y cada uno de los seres vivos, haciendo así que puedan
llegar a la iluminación… Mi preocupación por el bienestar de los demás me
aporta más mérito que cualquier acto de adoración». En última instancia, esta
actitud compasiva se deriva del hecho de ser consciente de que el espíritu está
presente en todos, de modo que, en cierto sentido, uno es todos los demás. Por
lo tanto, cuando otras personas sufren, somos nosotros mismos los que sufrimos.
Como dice Moisés Cordovero, el místico judío del siglo XVI: «El que peca no se
está perjudicando únicamente a sí mismo, sino también a aquella parte de sí
mismo que pertenece a los demás». De esta manera, es importante amar a los
demás, porque «los demás son en realidad uno mismo».
Un quinto elemento
común al estado despierto entre las diversas tradiciones espirituales
(relacionado con el primer tema de la unión) es el abandono de cualquier
identidad o voluntad personal. Dicho en otras palabras, despertar significa
olvidar la idea de que uno es el que está dirigiendo su propia vida y siguiendo
sus propios planes o sus propias ambiciones. En lugar de eso, la vida se convierte
en la expresión de algo más grande que nosotros mismos, una fuerza que fluye a
través de nosotros. Esta es la idea taoísta de wu wei ―acción sin acción―,
cuando nos damos cuenta de que el Tao es nuestra naturaleza y todo lo que
hacemos es la expresión natural de esta. En las tradiciones espirituales
monoteístas, el místico abandona su propia voluntad personal para poder así
vivir a través de Dios ―o para que Dios pueda vivir a través de él―. En la
cábala, por ejemplo, la voluntad individual ha de ser «elevada» hasta
convertirse en una con En Sof, el principio divino que impregna el mundo y lo
trasciende. Cuando alineamos nuestra voluntad personal con la de Dios, nos
convertirnos en agentes de dicha voluntad divina, y una poderosa energía
transformadora con la que podemos contribuir a sanar el mundo comienza a fluir
a través de nosotros.
Y para terminar,
resaltemos brevemente otros dos claros aspectos ―y, en cierto sentido, obvios―.
El primero de ellos es que el estado despierto trae consigo una consciencia más
intensa y completa de la realidad. El mundo, tal como lo percibimos con la
consciencia ordinaria, es tan solo una realidad limitada, una sombra. Como lo
expresó el filósofo griego Platón, estamos sentados en una cueva, mirando las
sombras de la pared que tenemos frente a nosotros, mientras que el mundo real
pasa por detrás. En realidad, el mundo no es algo trivial, prosaico y sin
sentido, sino que irradia significado y armonía resplandeciente. Realmente, en
lugar de separación, lo que hay es unidad. En términos del vedanta indio, se
descubre la ilusión de maya (el engaño), revelando así un mundo de unidad donde
antes no había más que un mundo ilusorio de dualidad y separación. O, usando
las palabras del místico sufí del siglo XI Al-Ghazali, es un estado «cuya
relación con nuestra consciencia normal en la vigilia es análoga a la relación
de esta con los sueños. ¡Comparado con este estado, tu consciencia habitual de
vigilia sería el equivalente a estar soñando!».
Finalmente ―y quizás
sea lo más evidente―, el estado despierto se percibe en todas las tradiciones
como un estado de intenso bienestar. Todas coinciden en señalar que despertar
significa trascender la ansiedad y el miedo y alcanzar un sentido de gran
serenidad, dicha y felicidad. En el budismo, el concepto de bodhilleva
implícita la cesación del sufrimiento. En el taoísmo, el término ming significa
vivir con una felicidad espontánea. En el vedanta indio, la felicidad es una de
las cualidades de la consciencia misma, tal y como se expresa en satchitananda
(ser-consciencia-felicidad). La esencia del brahman es la dicha, la alegría o
el gozo: «Brahman es alegría, pues todos los seres provienen de la alegría,
viven gracias a ella y a ella regresan». Por lo tanto, la auto-realización es,
literalmente, despertar a la dicha, al gozo, la felicidad y la alegría. Del
mismo modo, en la espiritualidad judía, devekut es un estado de alegría y
exaltación, como también lo es el estado sufí de baqa.