¿Cuántas necesidades sociales pudieran haber
ayudado a resolver, o a mitigar, las devotas inversiones en estos objetos,
signos y símbolos que no dicen nada?
Las explicaciones "piadosas" que se
le confiere a mitras, báculos, anillos, soberanismo y tiaras (desaparecidas ya,
algo es algo) no pueden ser más aberrantes, abstractas, tontorronas, risibles y
absurdas, ofensivas para los creyentes y los no creyentes.
Pero “la esperanza es lo último que se pierde”
y más en los tiempos “franciscanos” que, por ahora, podemos vivir…
25.08.2019 Antonio Aradillas
El principio, en este caso, coincide con
exactitud con las definiciones académicas de
“signo” y de “símbolo”, dando por supuesto el ámbito de lo eclesiástico. La
RAE refiere con autoridad y semántica, que “signo –señal- es lo que representa,
sustituye o evoca en el entendimiento un objeto, un fenómeno o una acción”.
“Símbolo es el objeto material que representa una realidad inmaterial, mediante
una acción socialmente aceptada”.
Al afrontar el tema, subrayo la idea y la
praxis de que signos y símbolos que se dicen y presentan como “sagrados”, hay muchos, tanto en la
teología como en la liturgia. Muchos, y
además “in-significantes. Demasiados, y con necesidad urgente de revisiones
profundas, a la luz de la fe y de la cultura en general.
Signos y símbolos que no dicen nada, o que lo que dicen resulta ser contrario a lo que
cree y piensa el pueblo, dejan automáticamente de ser “palabras”, y menos “de
Dios”, con lo que la confusión imposibilita toda convivencia y más la
religiosa. Si añadimos a esto que los ritos, las ceremonias, las reglas, el
incienso, los títulos los ornamentos y la mayoría de los gestos como las
genuflexiones, obnubilan ambientes y recintos, el misterio y la magia
prevalecen sobre cualquier otro mensaje o palabra, que pudiera ser portadora de
evangelio, de luz y esperanza…
En la
Iglesia y en el ministerio de la evangelización, sobran hoy ceremonias
ritos, signos y símbolos. Con ellos vigentes, y tan respetuosamente
“observados”, -“bajo pena de pecado, grave o leve, según-, no es posible ni la
acción pastoral ni la ministerial.
Algunos ejemplos,
entre tantos, podrán ayudarnos en la reflexión, con explícitas referencias a
los obispos, al menos en teoría, los liturgos “oficiales” de tan sagradas
“funciones” públicas “religiosas”.
Conociéndose hoy la procedencia, el sentido y
el significado de las mitras, paganas, guerreras e imperiales por excelencia,
¿qué otro destino podría aplicárseles distinto al de coleccionarlas en museos
de antigüedades o, simplemente quemarlas, en reparación de cuantas fatuidades o
barbaridades se hayan perpetrado con ellas, colocadas en “cabezas mitradas” y
con sus correspondientes y mágicas filacterias…?
¿Qué aplicación podrían reservárseles a los báculos, que tal y como se financian,
se presentan, decoran, enjoyan y usan, cualquier referencia con lo “pastoral”
es impensable, y pura y esperpéntica coincidencia? ¿Es posible y sensato
explicarles a los propios pastores, y más a los que “huelen a oveja”, el
sentido y el contenido de los báculos de sus respectivos obispos diocesanos?
¿No llevaría consigo tal gesto una
ofensa y una profanación del oficio pastoril al que dedican sus vidas, al
igual que hicieron sus padres y posiblemente habrán de hacer sus hijos?
¿Cuántas necesidades sociales pudieran haber ayudado a resolver, o a mitigar,
las devotas inversiones en báculos?
La reflexión sobre los anillos episcopales recorrería caminos similares. Más que ellos
–los anillos-, precisan besos, indulgenciados o no, las manos y los dedos de
quienes los portan y ciñen, en gestos de bendición santa y sacralizada. ¿Pero
de qué fidelidad y “alianza” son signos estos anillos? ¿De la Iglesia en
general, o acaso de la suya, es decir, de la diocesana? ¿Y qué pasa cuando los
caminos de los ascensos inherentes a la “carrera eclesiástica” aconsejen, o
“impongan”, los traslados a archidiócesis, y más a las “acardenaladas”, con capas
magnas de cinco metros de cola y hebillas ricamente enjoyadas?
El soberanismo,
con residencias palaciegas, nobles y ambiciosas, con arco o sin arco para el
acceso a su catedral, así como el consiguiente jerarquismo, resultan ser
fuentes de profanación, con la seguridad añadida de que, después de muerto, su
cadáver esperará la “resurrección de la carne y la vida perdurable” en el
sacrosanto recinto de las catedrales y no en el cementerio –“dormitorio”- de
sus diocesanos…
La liturgia
de la Iglesia demanda reorganización, culto y cultura. Los cuentos no cuentan
ya, y menos los que de alguna manera se relacionan con la Eucaristía, la
comunión de los santos y la vida eterna. Conste que las explicaciones “piadosas” que se les confieren a los
citados signos y símbolos no pueden ser más aberrantes, abstractas,
tontorronas, risibles y absurdas, ofensivas para los creyentes y los no
creyentes.
Por fin las tiaras pontificias –“gorro alto usado por el papa, formado por tres
coronas y rematado por una cruz sobre un globo”, o “sombrero alto usado por los
persas y otros pueblos antiguos”- pasaron ya a mejor vida, desapareciendo su
uso del ritual eclesiástico… Algo es algo, y por algo se empieza, con la
respetuosa satisfacción de que “la esperanza es lo último que se pierde” y más
en los tiempos “franciscanos” que, por ahora, podemos vivir…