Guatemala: de cómo unos campesinos de Rabinal
vencieron la sequía
• Unas 40 parcelas del municipio de
Rabinal son entre las pocas que han logrado hacer frente a la sequía y que
podrán ser cosechadas este año. • A diferencia de las parcelas con cultivos
convencionales, las de esta historia realizan prácticas de agroforestería y su
éxito ha comenzado a llamar la atención de las autoridades.
POR SEBASTIÁN
ESCALÓN / 18 SEPTIEMBRE, 2019
La parcela de Alfredo Cortez es un oasis
de vida en medio de la desolación que ha dejado la sequía.
Llegamos a la comunidad de Xesiguán, en el
municipio de Rabinal, Baja Verapaz, a unos 120 kilómetros al norte de la Ciudad
de Guatemala. A lo largo del trayecto, todas las milpas están amarillentas.
Este año no producirán ni una sola mazorca de maíz y los agricultores pronto se
quedarán sin sustento. Como por desesperación, varios de ellos dejan que los
caballos y las vacas se coman los maizales moribundos. Estamos en plena
temporada de lluvias y el sol azota desde un cielo sin nubes. Del camino de
terracería que atraviesa las montañas, se levantan nubes de polvo.
Pero en el pequeño terreno de Alfredo
Cortez, la atmósfera es otra. Allí se respira un aire fresco, húmedo y cargado
del olor a materia orgánica de las selvas. Grandes árboles proveen sombra y
debajo de ellos, decenas de especies vegetales cubren toda la gama de verdes de
un jardín tropical.
Alfredo Cortez es un campesino Maya-Achí
de 39 años. Tiene la piel tostada por el sol, ojos rasgados y pelo ondulado que
le cubre la nuca. Es auxiliar de enfermería, promotor agrícola y coordina una
organización llamada Asociación de Comités de Producción Comunitaria (ACPC) que
agrupa a unas 150 familias de varias comunidades de Rabinal: Xesiguán, San
Luis, Chixim, Concúl, entre otras.
Desde hace unos quince años, los
agricultores de ACPC experimentan con un sistema de producción alternativo
llamado agroforestería. El nombre es nuevo, pero las técnicas son viejas como
la agricultura misma.
La milpa verde de Alfredo Cortez
La agroforestería consiste en integrar, en
un mismo espacio, árboles, animales y cultivos diversos. En una parcela
agroforestal se observan tres pisos de vegetación: árboles, arbustos y plantas.
Asociados aprovechan al máximo los recursos –agua, luz y nutrientes del suelo–
y proveen al agricultor una variedad inigualable de productos.
Antes de integrarse a la ACPC, Alfredo
Cortez trabajó por nueve años en el área de maternidad del Ministerio de Salud
en Rabinal. “Mi trabajo era pesar niños desnutridos. Los pesaba un día y al mes
siguiente los volvía a pesar para constatar que seguían desnutridos. Eso no
servía de nada. Yo me peleaba mucho con los doctores y les decía ¿para qué los
voy a pesar otra vez si ya sabemos que no han comido?”. Hace 14 años, Alfredo
decidió renunciar y dedicarse a la agricultura y a la organización de su comunidad,
Xesiguán.
Empezó a trabajar una pequeña parcela,
herencia familiar. Quería cultivarla de una forma no convencional: recuperando
las técnicas agrícolas ancestrales, abandonando el uso de agroquímicos y
diversificando los cultivos. Esto, con un objetivo en el horizonte: la
autosuficiencia alimentaria de su familia.
No fue fácil. Cuando comenzó, no había
terreno menos acogedor que su parcela para una empresa como la que estaba
decidido a emprender. Su terreno mide dos manzanas y media (1.7 hectáreas) y es
una ladera empinada y rocosa que, de repente, cae al río Xesiguán hecha un
despeñadero. Cuando decidió trabajarlo era un “guamil”, un barranco cubierto de
maleza. Para cultivar, creó plataformas escalonadas y aplanó un espacio para
levantar su casa de adobe. Cavó acequias, zanjas a lo ancho de la parcela que
impiden que, durante los aguaceros, el agua corra con fuerza y erosione el
terreno. También sembró árboles: mangos, aguacatales, naranjos, limonares,
mandarinos, papayos, palos de macadamia. Con sus raíces, estos contribuyen a
fijar el suelo y sus copas mantienen la frescura y la humedad. Luego, pobló sus
terrazas con todo tipo de plantas.
Paseando por la parcela se ven,
desperdigados como a lo loco, chiles, maracuyás, güisquiles, nopales. Un manojo
de amaranto aquí, unos bananos allá, un matorral de caña de azúcar por acá,
chipilín, ruda, macuy, yuca y cualquier tipo de hortaliza. Hay flores, hierbas
aromáticas y hierbas medicinales. Más abajo, una buena producción de malanga,
un tubérculo que en otros tiempos era parte de la alimentación diaria de la
población Achí.
También cría animales: un par de cerdos,
una vaca, gallinas y pavos. Tiene hasta un pequeño estanque con tilapias y
caracoles que alimenta con malanga. Con eso, la familia de Alfredo Cortez es
autosuficiente en proteínas. Además, el estiércol le sirve para fertilizar sus
cultivos. En un contenedor de madera tiene su compostera. Cortez mete la mano
en ella y saca un puñado de lombrices que se retuercen dentro del compost.
Abajo, hacia la quebrada, bajo grandes
árboles de sombra, tiene una siembra con 400 matas de café. A un costado de la
carretera tiene su milpa. Y aquí es donde más claramente se ven ilustrados los
principios de la agroforestería.
No es un maizal como los demás. La milpa
de Alfredo Cortez es una maraña vegetal debajo de unos árboles. Es como una
selva en donde crecen alimentos. Las plantas de maíz están dispuestas como si
Alfredo hubiera tirado puñados de semillas a ciegas. Entre el maíz crecen otras
especies: chipilín, chiltepe, calabaza. Hay también frijol, gandul que
enriquecen la tierra con nutrientes. En su milpa, Alfredo no les hace guerra a
las malas hierbas ya que estas también tienen su propósito: hacen que la capa
vegetal sea continua y, de esta forma, la humedad no se escape del suelo. El
agua se mantiene allí, entre las raíces, los tallos y las hojas caídas de los
árboles que se degradan lentamente.
Cuando cae el aguacero, el agua no corre
hecha un río de lodo. A cada paso encuentra obstáculos que la ralentizan. Las
copas de los árboles amortiguan su caída, luego baja por las ramas y los
troncos, gotea sobre la milpa y los arbustos y, finalmente, la mayor parte
penetra en la capa de tierra porosa y rica en materia vegetal que los
agricultores llaman ‘mulch’.
Alfredo Cortez asegura que unas 40
parcelas de ACPC son tan vistosas como la suya o más bellas aún. Estas son, de
hecho, las pocas que producirán este año en todo el municipio de Rabinal. Es
por eso que otros terrenos también están en proceso de reconversión a un
sistema agroforestal.
Feliciano Acox, otro campesino Achí de
Xesiguán, ha probado los dos sistemas de siembra. En su parcela agroforestal
sigue diversificando sus cultivos. En un terreno arrendado a doscientos metros
de la parcela de Alfredo, también sembró una milpa convencional, con una sola
especie y usando fertilizantes. Esta resultó en un fracaso. Ni una mata
sobrevivió. Sin su parcela agroforestal ahora estaría en serios apuros. “La
siembra orgánica da menos, pero es más segura”, dice. “Si no se da el maíz,
tenemos yuca o malanga para sostenernos”.
Un modelo que comienza a ser reconocido
Lo que ha visto Iván Aguilar, coordinador
humanitario de Oxfam, una ONG que reúne a 17 organizaciones no gubernamentales
que realizan labores humanitarias en 90 países, es el colapso de un modo de
vida. El Corredor Seco, donde se encuentra el municipio de Rabinal, es una
franja vulnerable a las sequías que recorre Centroamérica desde el sur de
México hasta Panamá. En Guatemala, el corredor atraviesa el territorio de este
a oeste, y es ahí donde se concentra la pobreza extrema y el hambre. Según
Aguilar, los agricultores de estas zonas nunca vivieron en la abundancia.
Muchas familias sufrían, año con año, el hambre estacional: la escasez de
alimentos cuando el producto de la cosecha anterior se agota.
Un estudio del Programa Mundial de
Alimentos, realizado en 2015, determinó que el 27% de las familias del Corredor
Seco guatemalteco necesitaba asistencia alimentaria y que otro 68% estaba en
riesgo de caer en una situación de inseguridad alimentaria. Según la Oxfam, esa
predicción se cumplió para muchas familias puesto que, según sus encuestas, la
desnutrición crónica entre los niños menores de cinco años aumentó del 61% en
2016 al 68% en 2019.
La vida de los agricultores del Corredor
Seco, explica Aguilar, se sostenía sobre dos pilares. El cultivo de sus parcelas
y el jornaleo en fincas de café y otras explotaciones. Con sus milpas propias
cubrían sus necesidades en maíz y frijol por seis a nueve meses. Con los
jornales, por muy magros que fueran, podían comprar otros productos de la
canasta básica.
Pero un nuevo régimen climático se ha ido
instaurando. Desde el 2012, solo el 2017 tuvo un invierno promedio. En todos
los otros años hubo déficit de lluvia. 2018 y 2019 han sido catastróficos, con
períodos de entre 25 y 30 días sin lluvia en plena temporada de siembra de
maíz. Un monitoreo de Oxfam, realizado en 2018, comprobó que en el Corredor
Seco el 76% de la cosecha de maíz se perdió. En los primeros meses de la
temporada de lluvias de 2019, esta cifra subió al 80%.
Al mismo tiempo, la producción de café
también está en crisis: la roya, la sequía y los bajos precios internacionales
han deprimido el sector y reducido al mínimo sus necesidades de mano de obra.
Sin cosechas propias y sin el recurso de los jornales, las familias del
corredor seco no tienen qué comer ni cómo comprar. Según estimaciones de la FAO
y del Programa Mundial de Alimentos, 1.4 millones de guatemaltecos necesitan
asistencia alimentaria urgente.
Los que pueden, se van. Según Oxfam, las
personas en inseguridad alimentaria leve y moderada migran un 38% y 28% más
(respectivamente) que las personas que tienen los alimentos asegurados. De
hecho, un informe del Programa Mundial de Alimentos del 2017 mostró la relación
entre la inseguridad alimentaria en Guatemala, El Salvador y Honduras, y la
crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos. Un indicador de este
fenómeno es que entre los migrantes que son capturados en la frontera y luego
deportados, hay cada vez más agricultores; si en 2009 constituían el 31% de los
deportados, en 2015 eran el 53%.
Para Iván Aguilar, una parte del problema
que deriva en malas cosechas y hambre es la falta de cuidado de los suelos.
“Las zonas en las que los productores
están en peores condiciones son las de vocación forestal, que no deberían
usarse para cultivo. El suelo está desprotegido por la erosión”, precisa. El
coordinador de Oxfam apuesta por la transformación de los sistemas productivos
a sistemas agroforestales y al fomento de buenas prácticas que ayuden a
recuperar la fertilidad de los suelos. “No hay solución mágica, pero es una
manera de recuperar la fertilidad”, dice Aguilar.
Los campesinos de ACPC están en ese
proceso y no son los únicos.
Camino a la parcela de Alfredo Cortez,
todas las milpas están amarillentas. Foto: Sebastián Escalón
Alfredo Cortez sabe que de los árboles que
siembra depende la calidad de los suelos y el agua de los pozos y los
manantiales. Gracias a un financiamiento de la FAO, ACPC reforesta nueve
hectáreas por año y cuida los bosques de la cuenca, la cual provee el agua que
consume la población de Rabinal.
En el municipio, otra asociación trabaja
bajo principios similares. Se trata de Qachuu Aloom, Madre Tierra en idioma
Achí. Fundada en el 2002 por sobrevivientes de las masacres de Río Negro, esta
asociación promueve los huertos familiares, la protección de los suelos y el
rescate de semillas nativas. Tiene hoy unos 500 socios en 18 comunidades de
Rabinal, Cubulco y San Miguel Chicaj, municipios de Baja Verapaz.
Miguel Chen, agricultor de la aldea
Pacanal, es uno de estos socios. Él es afortunado porque tiene un pozo que aún
le surte agua. Aunque éste no da como para irrigar una milpa, sí alcanza para cultivar un pequeño huerto y
los excedentes que produce los vende para comprar maíz. Qachuu Aloom le da
asesoría sobre el cuidado de su parcela, el uso de plaguicidas naturales y las
prácticas para limitar la erosión.
La asociación también realiza talleres de
cocina con productos locales: amaranto, macuy, güisquil, gandul. La idea es
que, diversificando la dieta de los campesinos que también se ha empobrecido
con los años, mejorará la salud de las familias. A Miguel Chen le gustan estos
talleres. “Cuando mi señora no puede, voy yo. Lo que más le gusta a ella es el
chile relleno. Lleva igual su verdura picadita, pero se envuelve en una hoja de
amaranto. Otro que me gusta a mí es la torta de huevo con semilla de amaranto.
Se bate el huevo, se le echa el amaranto encima y se hace como panqueque bien
rico”, se relame Miguel Chen.
Qachuu Aloom es parte de la Red de
Soberanía Alimentaria de Guatemala (RedSag), que reúne a 80 asociaciones a
nivel nacional que practican la agroecología y diversificación de cultivos.
ACPC es parte de Utz Ché, otra organización que agrupa a 40 asociaciones
locales que se dedican a reforestar, cuidar bosques y a la agroforestería.
Pero todas juntas, admite Ronnie Palacios,
coordinador de RedSag, son islas dispersas en el territorio. “Al Ministerio de
Agricultura — explica — no le interesan las iniciativas agroecológicas”.
Con la sequía, sin embargo, las cosas
podrían cambiar. En la comunidad de Xesiguán, la parcela fértil de Alfredo
Cortez ya da de qué hablar. “Cada vez hay más gente que viene a ver lo que
hacemos. Yo quiero que mi parcela sea un centro de capacitación agrícola”, dice
Cortez, quien dedica buena parte de su tiempo en dar charlas y talleres a
promotores agrícolas que quieren replicar, en sus terrenos, la parcela modelo
de Alfredo.
Hace un par de semanas, Cortez recibió una
llamada de un ingeniero del Ministerio de Agricultura. Era para solicitarle que
presente el trabajo de ACPC ante la Comisión de seguridad alimentaria de Baja
Verapaz, que reúne a varias instituciones del gobierno. “A mí me sorprendió
mucho que me llamaran, porque hasta ahora, lo nuestro no les había interesado”,
comenta Cortez.
Soluciones en la agroforestería
El modelo impulsado por ACPC consiste en
pensar primero en el consumo propio de la familia. Los excedentes cosechados se
venden en el mercado de Rabinal. Allí, los precios de los productos son bajos.
Aun así, Alfredo Cortez asegura que su parcela le rinde unos Q500 ($US65) por
semana con la venta de café, huevos, aguacates, cítricos, chiltepe, pescados.
Esto es más de lo que gana un campesino trabajando por jornales, que en la zona
se pagan Q35 o Q40 (unos $US5). Además, sus gastos en alimentos son casi
inexistentes.
Hace poco, ACPC logró que la escuela rural
de Xesiguán le compre a ellos los productos de la refacción escolar. Los
trámites con el Ministerio de Educación fueron largos y tediosos, pero valió la
pena. En muchas familias, las mujeres tienen a cargo los huertos familiares.
Son ellas las que abastecen la escuela con sus productos excedentarios. Todos
salen ganando: ellas reciben ingresos, los niños comen verduras frescas, y
sobre todo, reaprenden a comer lo local. “Un niño de hoy quiere comer un
hotdog, una cosa chatarra. Dale un boxbol (especialidad a base de hoja de
güisquil y masa de maíz sazonada) y se queja. Dale una guayaba, no la quiere.
Hay que enseñarles”, explica Cortez. “Yo les digo a mis hijas: si quieren
chupar un bombón mejor corten una caña de azúcar o coman una naranja”.
Otro proyecto en marcha consiste en
aprovechar las zonas boscosas de la parte alta de la cuenca de Xesiguán para
cultivar café. Pronto, ACPC tostará y empacará su propio café orgánico, lo cual
también será una fuente de ingresos para la comunidad.
Para el investigador Nathan Einbinder, del
Colegio de la Frontera Sur de México, un centro de investigación científica
especializado en desarrollo sustentable, los beneficios de las parcelas
agroecológicas son múltiples. La diversidad de cultivos permite cosechas todo
el año y aunque estas prácticas requieren más trabajo, reducen los gastos en
productos químicos. Las ventas de los excedentes constituyen un ingreso que
libera a algunos agricultores del trabajo de jornalero en fincas industriales.
Otra de las claves del éxito de estos
proyectos, asegura Einbinder, es que los agricultores que los desarrollan son
especialmente emprendedores y motivados. Son los más decididos a recuperar las
prácticas tradicionales, a experimentar nuevas técnicas, y a reaccionar al
cambio climático.
Las prácticas agroecológicas fueron
consideradas como anacrónicas por mucho tiempo. Esto va cambiando. Según la
FAO, los sistemas agrícolas convencionales han logrado producir grandes
cantidades de alimentos. Pero el costo ha sido alto ya que “han contribuido a
la deforestación, la escasez de agua, la pérdida de biodiversidad, el
agotamiento de los suelos y elevados niveles de emisiones de gases de efecto
invernadero”. La organización internacional, que promueve la agroecología en la
escena global, asegura que esta práctica, en cambio, aporta beneficios tanto a
los agricultores como al medio ambiente y constituye una esperanza para lograr
una agricultura sostenible que ayude a reducir los índices de desnutrición y
pobreza entre la población campesina.
Otra muestra de este cambio de perspectiva
es el Informe especial sobre cambio climático y tierra del grupo mundial de
expertos del clima, el IPCC. Este indica que las acciones como el cuidado de
los bosques, los métodos de agricultura sustentable y la protección de los
suelos contribuyen a mitigar los efectos del cambio climático, además de
aumentar la seguridad alimentaria y combatir eficazmente la desertificación.
Antes de cada siembra y de cada cosecha,
Alfredo Cortez ofrece una ceremonia de acción de gracias al Ajaw, el creador
del cielo y la tierra, la divinidad central de la cosmogonía Maya. El cuidado
de los bosques, del agua y el trabajo de la tierra definen el lugar en el mundo
de los campesinos Achís. “Así decía mi abuelo: ustedes van a vivir si cuidan el
agua y la tierra y agarran el machete y el azadón. Si no, van a morir en la
calle”, recuerda Cortez.