El sínodo de la Amazonía reviste hoy
una providencial actualidad
Siete claves teológicas para el Sínodo
de la Amazonía
El tema
central del Sínodo es la vida, la vida integral. Tan unilateral y sesgado es reducir
el sínodo al cambio climático como concentrarlo únicamente en la ordenación de
varones indígenas casados, mientras se silencia la dimensión ecológica integral.
Para
iluminar esta compleja situación, ofrecemos siete claves teológicas
fundamentales, que se auto-implican y solapan mutuamente
29.09.2019
| Victor Codina sj.
Se trata de un sínodo singular, importante y conflictivo. Singular, porque
aborda una tema universal -la ecología integral- desde un lugar geográfico muy
concreto. Importante por la temática que resume el magisterio de Francisco
(Evangelii gaudium, Laudato, si, Episcopalis communio) y constituye como el
punto álgido de su pontificado. Conflictivo porque es crítico ante organismos
financieros, económicos y políticos que explotan y destruyen la Amazonía, y
crítico también frente al poder del clericalismo eclesial.
Esto ya se ha puesto de manifiesto por reacciones contrarias al sínodo y al
Instrumentum laboris, de parte de organismos políticos y eclesiales. Se
comprende que el sínodo sea conflictivo, se comprende que se pretenda
acallarlo, que muchos medios lo quieran reducir al tema del celibato
eclesiástico que siempre produce morbo.
Tampoco es casual que aumenten en estos meses acusaciones de abusos sexuales del
clero como para que la Iglesia antes de denunciar a otros, se limpie ella misma
de toda inmundicia. Se acusa al Instrumentum laboris de herético, panteísta,
apostasía, insensatez, que niega la salvación de Jesús, quiere que la sociedad
vuelva a la época las cavernas, a los arcos y las flechas.
Para iluminar esta compleja situación,
ofrecemos siete claves teológicas
fundamentales, que se auto-implican y solapan mutuamente.
La vida es el tema central de sínodo
El título del sínodo, Amazonía, nuevos caminos
para la Iglesia y para una ecología integral, puede generar una cierta
perplejidad ante la pluralidad de temas implicados. El tema central es la
vida,” la vida del territorio amazónico y de sus pueblos, la vida de la
Iglesia, la vida del planeta”. (Instrumentum laboris- IL- 8). Y la vida es un tema profundamente bíblico:
Dios Padre es el creador de la vida, Jesús ha venido para darnos vida en
plenitud (Jn 10,10), el Espíritu Santo es vivificador, Señor y dador de vida.
El tema de sínodo forma parte integrante de la misión eclesial de todos los tiempos, prolongar
la misión de Jesús que pasó por mundo haciendo el bien y liberando de toda
amenaza de muerte (Hch 10,38) ), que anuncia un Reino de vida, que envía a sus
discípulos a dar vida y liberar del mal, que entrega amorosamente su vida para
que nosotros tengamos vida, nos libera del pecado y de la muerte, él es la
resurrección y la vida (Jn 11,25) y tiene las llaves del reino de la muerte
(Apoc 1,18).
Esta vida
es algo integral, incluye la vida del planeta, la vida humana material,
cultural y espiritual de los pueblos amazónicos, la vida plena de las
comunidades eclesiales amazónicas, es la vida humana comenzando por lo más
elemental y material (bios ) y es la vida pena, salvífica, divina que nos
comunica el Espíritu del Señor resucitado (zoe) (IL 11). Corresponde a la
Iglesia anunciar y defender la vida y denunciar y luchar contra todas las
amenazas de muerte.
Tan unilateral
y sesgado es reducir el sínodo al cambio climático como concentrarlo
únicamente en la ordenación de varones indígenas casados, mientras se silencia
la dimensión ecológica integral.
Metodología del ver y escuchar
La metodología del sínodo no es la de Lumen
Gentium desde la Trinidad (LG 1-4,), sino la
de Gaudium et Spesque parte de la realidad (GS 1-10). Es la metodología que
tiene su origen en los movimientos de la juventud obrera católica europeos
(JOC) y que América Latina asumió desde Medellín a Aparecida (excepto en Santo
Domingo): ver, juzgar y actuar. Francisco también nos advierte que la realidad
es más importante que la idea (EG 231-233 ).
Pero la novedad
del sínodo consiste en que al ver se
añade el escuchar, superando así el riesgo de caer en una frialdad
sociológica objetiva y distante. Escuchar implica pasar de ser mero agente a ser
receptor y paciente, dejarse impactar por la realidad humana, por el clamor del
pueblo, como Yahvé ante el clamor del pueblo explotado en Egipto que sube hasta
Dios (Ex 3,7-10), como Jesús al que se le conmueven las entrañas ante el
sufrimiento del pueblo que vive como ovejas sin pastor(Mc 6,34). Escuchar es el
talante necesario para un juzgar y actuar compasivo ante el dolor ajeno.
Esta actitud
de escucha forma parte intrínseca de la sinodalidad de la Iglesia, es decir
de una Iglesia en camino conjunto que dialoga y escucha a todos, que sabe que
el Espíritu del Señor ha sido derramado sobre toda la humanidad y que el Pueblo
de Dios lo ha recibido por los sacramentos de iniciación y que le confiere el
sentido profundo de la fe (LG 12). Esta doctrina tradicional ha sido
profundizada por Francisco en Episcopalis
communio precisamente para que los sínodos episcopales sean un momento de
escucha y discernimiento del pueblo de Dios. Y Francisco en Puerto Maldonado
(Perú) prefirió escuchar a los indígenas antes que dirigirles su palabra.
Añadamos que en el caso de la Amazonía no solo
se trata de escuchar al pueblo sino de escuchar
un pueblo pobre que forma parte de aquellos privilegiados bíblicos a
quienes han sido revelados los misterios del Reino de Dios (Lc 10,21-22).
Este deseo de escuchar se ha concretado en una amplia consulta de la REPAM a los
pueblos amazónicos para conocer sus inquietudes, problemas y esperanzas: 65 mil
personas participaron en procesos de consulta, preparación y escucha, junto con
90% de los Obispos y Vicarios apostólicos amazónicos.
Actitud
profética ante la vida amenazada
La lectura de los aportes de las comunidades
indígenas revela un constante clamor:
destrucción extractivista del territorio amazónico por empresas petroleras y
mineras, madereras, megaproyectos hidráulicos, concesiones forestales,
monocultivos, agrotóxicos, carreteras y ferrovías, que destruyen el territorio,
caza y pesca predatoria, etc que expulsan a los indígenas a las ciudades y
riberas, contaminan la tierra y el agua, destruyen la biodiversidad, producen
enfermedades a niños y jóvenes, generan problemas sociales asociados como
alcoholismo, violencia contra la mujer, trabajo sexual, tráfico de personas,
criminalización y asesinato de líderes defensores del territorio. La vida está
amenazada por estructuras de muerte, fruto del paradigma tecnocrático y del
afán de lucro de grupos financieros, económicos y políticos.
No es que solamente se sientan amenazados en su
territorio sino también en su identidad
humana, cultural y espiritual, pues la tierra no es un lugar o un objeto,
sino un sujeto, la Madre tierra, a la que las multinacionales cortan las venas
y esta se desangra. Nunca el pueblo amazónico había estado tan amenazado como
ahora.
Ante esta grave situación la Iglesia no puede
callar y ha de denunciar proféticamente estas injusticias que afectan a la Amazonía y a todo el planeta.
Su silencio sería cómplice de muerte, sería pecado de omisión.
El sínodo exige una conversión ecológica como Francisco ya reclamaba en la Laudato sí
(LS 216-221). Sin embargo, el sínodo no es agresivo y debería verse de forma
positiva, como un llamado al diálogo y a la conversión ecológica de todas las
partes implicadas, como una ayuda a superar dificultades y buscar un nuevo
orden mundial, a cuidar el planeta tierra, a unir a todos cuantos desean
preservar nuestra casa común, asumir con esperanza un futuro mejor, una
ecología integral.
Eclesiología de la Iglesia local: Una Iglesia amazónica
La Iglesia que nace en Jerusalén es a la vez
una iglesia local y universal. Más tarde la Iglesia universal se va
configurando como comunión de las Iglesias locales bajo la presidencia de la
caridad del obispo de Roma. Las Iglesias locales no son una parte de la Iglesia
universal, sino una porción de la
Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la
Iglesia una y única Iglesia católica (LG 23). El Vaticano II reconoce el valor
de las Iglesias locales, con su identidad cultural e histórica propia, su
diversidad litúrgica y canónica que enriquecen a la Iglesia universal (LG 23,
SC 37-40; 65, AG 22).La Iglesia es un Pueblo de Dios con muchos rostros (EG
115,121).
El sínodo ha de escuchar la voz de las comunidades cristianas
amazónicas que en la amplia encuesta realizada expresan un doble aspecto.
Por una parte agradecen los 500 años de evangelización de la Iglesia misionera
que ha fundado y formado las diversas comunidades cristianas a lo largo de
siglos, con gran sacrificio y generosidad de sacerdotes, religiosas y
religiosos misioneros. Y pide que les sigan ayudando con centros de formación y
defendiendo contras las actuales agresiones de las multinacionales.
Pero al mismo tiempo lamentan que todavía perviva un sentido colonial y vertical de
la misión, poco inculturada y dialogal, con una pastoral más de visita que
de presencia estable. Se pide que los misioneros conozcan la lengua y cultura
de pueblo y que tengan una visión positiva sobre las capacidades de los
indígenas para liderar sus comunidades eclesiales en las diversas formas de
misión y de ministerios, ya que ellos y ellas son quienes mejor conocen a su
gente y saben cómo acompañarlos y dirigirlos. Una Iglesia local madura ha de
poseer sus propios ministros autóctonos.
De ahí la necesidad y legitimidad de hablar de una Iglesia con rostro amazónico, una
Iglesia que responda a las necesidades e inquietudes de los pueblos amazónicos,
buscando la mejor manera de defender su vida y de anunciar el evangelio de
salvación de forma inculturada, en diálogo con su cultura, espiritualidad e
identidad histórica, una identidad que va más allá de las diferentes fronteras
políticas geográficas de los pueblos. Una Iglesia con rostro amazónico es una
Iglesia samaritana, profética, nazarena, misionera, defensora de la vida en
todas sus dimensiones, que busca hoy nuevos caminos de evangelización y de
inserción pastoral (IL 107-114).
El sínodo tendrá que concretar estos nuevos caminos. Uno de ellos podría ser
la constitución la Conferencia Episcopal Amazónica que reagrupe todas las
jurisdicciones eclesiásticas con pueblos amazónicos, dando figura canónica
jurídica a lo que ya ha iniciado la REPAM de forma pastoral.
Aportes de la Amazonía al mundo y a la Iglesia
Es injusto considerar la Amazonía solamente
como un conjunto de pueblos pobres que necesitan defensa y protección. Son pueblos diferentes, otros, con
grandes riquezas humanas, culturales y espirituales, con una sabiduría
milenaria y ancestral, anterior al cristianismo.
Como el indio Juan Diego que en pleno invierno
ofrece rosas al obispo Juan de Zumárraga, la Amazonía ofrece a los obispos reunidos en sínodo y a la iglesia
universal la riqueza de sus flores: la belleza de su naturaleza exuberante y de
sus ríos, la propuesta del “buen vivir” y de la búsqueda de “la tierra sin
males”, es decir una vida en armonía con
la naturaleza, con la comunidad y con Dios, una espiritualidad integral, el
sentido de celebración y de fiesta, una tradicional sabiduría en el cuidado de
la tierra, la salud y los remedios, un concepto de desarrollo y de progreso muy
diferente del concepto moderno de progreso tecnocrático que acumula bienes en
manos de pocos y destruye la naturaleza.
En un momento de crisis ecológica y humanitaria
del planeta, la Amazonía nos ofrece
alternativas, no para que reneguemos de los avances positivos del progreso
moderno, sino para que aprendamos de ellos el sentirnos parte de la naturaleza,
donde todo está conectado y merece respeto y así evitemos el caos de un posible
desastre ecológico futuro planetario. No podemos hipotecar el futuro de las
nuevas generaciones con nuestro desastroso concepto destructor del llamado
progreso moderno.
Esta valoración positiva de los pueblos
amazónicos no debe conducirnos a la ingenuidad idealista del mito del “bon sauvage”,
ni cerrar los ojos a las deficiencias y errores que afectan toda cultura
humana, ni negar la necesidad de la gracia y la salvación de Cristo.
Necesitamos siempre discernir, pero
es indudable que antes de que llegasen los misioneros a la Amazonía, ya había
llegado el Espíritu del Señor.
La eucaristía hace la Iglesia
Solo después de haber hablado de la necesidad
de defender la Amazonía de las amenazas que la destruyen tiene lugar hablar de
la eucaristía. Sin justicia no hay
eucaristía, no es la cena del Señor (1 Cor 11.). Antes de ofrecer la
ofrenda hay que reconciliarse con los hermanos (Mt 5,23-24). Por esto no deja
de ser sospechoso que algunos sectores quieran reducir el sínodo de la Amazonía
al tema de ministerios de hombres casados.
La afirmación de Henri de Lubac que resume la
tradición patrística “la eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la
eucaristía”, que Juan Pablo II recoge en Ecclesia de eucharistia, muestra la centralidad de la eucaristía en la vida
cristiana, ya que como dice el Vaticano II la eucaristía es fuente y cumbre de
toda vida cristiana (SC 10; PO 5).
Es necesario profundizar la importancia eclesial y vital de la eucaristía. Sin
eucaristía la Iglesia languidece y muere.
La vida en abundancia que Jesús nos ofrece (Jn
10,10) no es solo el pan material con el que alimenta al pueblo hambriento que
entusiasmado le quiere nombrar rey, sino el
pan de vida de su cuerpo y sangre entregados por la vida del mundo (Jn 6).
La eucaristía posee una dimensión personal,
comunitaria, eclesial y social, pero también cósmica, pues en ella la creación, pan y vino, se transfiguran y
hacen presente al Señor resucitado y anticipan la escatología de los nuevos
cielos y la nueva tierra del Reno.
Por todo ello no se puede privar durante años enteros a las comunidades sin
eucaristía por falta de ministros y las grandes distancias, con el riesgo
de que las comunidades devengan comunidades evangélicas de la Palabra o
simplemente desparezcan.
De ahí la urgencia
de dotar a las comunidades de ministros ordenados para la evangelización, el
servicio y la celebración de los sacramentos, sobre todo la eucaristía.
La consulta a los pueblos amazónicos es clara: piden la ordenación de
aquellas personas que la comunidad juzgue aptas para el ministerio, sean
célibes o casadas, no solo ancianos. Son las comunidades las que deben elegir y
proponer a sus ministros
El celibato
es un gran don y carisma que el Espíritu concede a algunos cristianos. Y es
comprensible que la Iglesia latina lo exija a los candidatos al ministerio
presbiteral por sus grandes beneficios. Pero no se puede anteponer una ley
eclesiástica como es la del celibato obligatorio para el ministerio presbiteral
en la Iglesia latina por encima del derecho divino a la eucaristía.
Esto sería hace de la ley del celibato una ideología, como lo pudo ser la
circuncisión para los cristianos venidos de la gentilidad.
Hemos de recordar que el celibato no se exigía
en la Iglesia primitiva y no fue
obligatorio en la Iglesia latina hasta el siglo XIII. Tampoco es
obligatorio en las Iglesias católicas orientales.
En todo caso siempre es posible la dispensa canónica de una ley
eclesiástica en casos concretos, como aconteció cuando tanto Pío XII como
Benedicto XVI ordenaron respectivamente a pastores luteranos y anglicanos
casados que deseaban entrar en la Iglesia católica.
También habría que debatir el diaconado de las mujeres, como se pide
en la consulta, que daría a la Iglesia un nuevo
rostro femenino y reconocería litúrgicamente el servicio que ya ellas
realizan en sus comunidades. Más allá de las diferentes opiniones teológicas
sobre si hubo o no diaconado femenino sacramental en el pasado, el Papa tiene
poder suficiente para poder instaurarlo por motivos pastorales.
También habría que discernir si no es posible adecuar la materia y forma de los
sacramentos, salva eorum substantia, al contexto amazónico, donde ni el pan
de trigo ni el vino de uva son frutos de su tierra, donde seguramente la
inmersión en el río es más expresiva que el bautismo por mera infusión de agua…
Finalmente, una sugerencia. En la liturgia eucarística hay dos epíclesis o
invocaciones al Espíritu. En la primera se pide al Espíritu que el pan y el
vino se conviertan sacramentalmente en el Cuerpo y la Sangre del Señor
resucitado. En la segunda epíclesis se invoca al Espíritu para que la comunidad
se convierta en el cuerpo eclesial del Señor.
¿No se podría pensar en una tercera epíclesis que, escuchando el clamor de los últimos,
pidiese al Espíritu que en toda la creación, desde la eucaristía de la selva
amazónica hasta el altar del mundo, se vaya realizando cada día más la plenitud
del universo, la vida plena, los nuevos cielos y la nueva tierra, el foco
desbordante del amor y vida de Dios al cosmos, la divinización de la humanidad
y la bodas santas, la unificación de la creación con el Creador (LS 236)?
El Espíritu del Señor actúa desde los últimos
Esta última clave seguramente es la más importante para comprender con
profundidad las anteriores claves.
Hay que partir del hecho de que el Pueblo de
Dios cree que quien lo conduce es el Espíritu del Señor que llena el universo
(GS 11) y que toda la Iglesia, especialmente los pastores y teólogos, han de
auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu, las múltiples voces de nuestro tiempo (GS
44), para comprender los planes de Dios y de este modo la Verdad revelada pueda
ser mejor percibida (GS 44).
Se trata de la teología de los signos de los tempos, formulada por Juan XXIII
en Pacem in terris y que el Vaticano II profundizó en Gaudium et spes. El Señor
está presente, actúa y se manifiesta en la historia humana a través de
acontecimientos y deseos profundos de la humanidad. La historia humana no es
homogénea sino que hay momentos estelares, tiempos de gracia, kairós, que
llaman a una conversión y cambio profundo hacia el Reino de Dios. Son lugares
teológicos privilegiados para captar y profundizar la única revelación de
Jesucristo.
Pero a lo anterior se añade que este Espíritu que dirige la historia
ordinariamente actúa desde abajo, desde los últimos (eschatoi) para que
aparezca con más claridad que no es la sabiduría o el poder humano quienes
dirigen la historia hacia el Reino, sino el Espíritu que aletea desde el
comienzo en el caos originario de la creación (Gn 1,2), el que suscita jueces y
profetas en momentos de crisis del Pueblo de Israel, ilumina a la madre de los
macabeos en pleno martirio de sus hijos la fe en la resurrección( 2 Mc
7,22-23), el que hace que mujeres estériles conciban hijos (Gn 11,30;
25,21;29,31;Lc 1,7.27) y una virgen engendre a Jesús (Lc 1, 35), el que derrama
sus dones sobre el Mesías (Is 11,1-9), guía la vida y obra de Jesús y le
resucita de entre los muertos. El
Espíritu Creador y vivificante actúa desde abajo, desde los últimos para el
bien de todos. Los pobres ocupan un lugar privilegiado en el Pueblo de Dios (EG
197-201)
Este Espíritu presente en el de profundis de la
historia, que se manifiesta a través de
los últimos, pobres, marginados y descartados, es el que ahora clama a
través de los pueblos amazónicos, pidiendo justicia en su tierra, libertad para
vivir su identidad y su cultura, para que se respete su territorio, la Madre
tierra. Al grito de los pobres se une el grito de la tierra, es el Espíritu del
Señor el clama a través de ellos.
Ya a través de estos últimos, descartados y
amenazados, el Señor quiere hacernos escuchar
su voz para que abandonemos caminos de muerte y nos convirtamos a una
ecología integral y para que la Iglesia inicie nuevos caminos, sea una Iglesia
de rostro amazónico, abierta a una reforma de sus comunidades, ministerios,
liturgia, teología india, evangelización y misión. Y a través de la Amazonía,
la salvación y la reforma se extienda a toda la Iglesia y a todo el planeta.
Los recientes y trágicos incendios forestales
de la Amazonía, han puesto de manifiesto la fragilidad de la región, la
tragedia de sus habitantes y el riesgo para todo el planeta. El sínodo de la Amazonía reviste hoy una providencial actualidad.
Pidamos al Señor que su Espíritu transforme los corazones y renueve la faz de
la tierra. Veni, Creator, Spiritus…!
Tomado de Religion Digital