Quieres suscribirte al blog?

Colaborando con...

15 de diciembre de 2019

EVANGELIO CONTRA RELIGIÓN

EVANGELIO   CONTRA   RELIGIÓN

José  María Castillo
Redes Cristianas


Rescatar lo genuino de Jesús – lo específico y peculiar de Jesús – es, ante todo, tomar conciencia de su plena “condición humana”, de su completa “humanidad”, sin mezcla o interferencia de cualquier forma o manifestación de “inhumanidad” o “deshumanización”. De manera que, precisamente su plena “humanidad” es la revelación de su “condición divina”. En el “ser humano”, que es Jesús de Nazaret, en él y en eso (y precisamente por eso), se nos da a conocer el “ser divino”, lo específicamente “trascendente”. O sea, en el “ser humano”, que es Jesús, conocemos a Dios, cómo es Dios y lo que quiere Dios.

El problema, que tenemos los cristianos con este asunto tan fundamental, está en que a Jesús lo conocemos en el Evangelio, en el conjunto de relatos que componen el Evangelio. Pero ocurre – como bien sabemos – que los cristianos vemos el Evangelio y entendemos el Evangelio como un “componente de la Religión”. Lo cual quiere decir que hemos mezclado, incluso integrado, el Evangelio en la Religión. Esto nos parece lo más natural del mundo. Nos parece incluso lo lógico y lo que tiene que ser. Pero no nos damos cuenta de que así, lo que en realidad hemos hecho ha sido que así hemos marginado el Evangelio. Cumplimos con la Religión (cosa que nos tranquiliza), pero no vivimos el Evangelio. Y eso es lo que he pretendido indicar (sólo “indicar”) en los últimos libros que he publicado: La humanización de Dios, La humanidad de Dios, La humanidad de Jesús, La laicidad del Evangelio, El Evangelio marginado. Y ahora tengo en proyecto redactar un estudio sobre la necesidad de Humanizar la religión.

Para indicar los motivos de fondo de por qué todo esto es así, y a dónde nos ha llevado todo esto, voy a señalar algunas ideas-base sobre tres palabras, que me parecen clave: Dios, Evangelio, Humanidad.

1.DIOS
Hablar de Dios con propiedad y exactitud es la cosa más complicada que hay en esta vida. Pero también es lo más iluminador y esperanzador que tenemos los mortales. No olvidemos que la “religión” y la búsqueda de “Dios” brotan en nosotros del miedo y del deseo, cuando tales experiencias no encuentran solución y respuesta en nada que esté a nuestro alcance y a nuestro mismo nivel. En el ámbito de la “inmanencia”. Lo que los mortales dominamos o podemos dominar. Por ejemplo, todo lo que se sitúa y pertenece al ámbito de nuestras ideas o de nuestros miedos y deseos.

Por ejemplo, recientemente, uno de los grandes especialistas en “religiones”, el profesor Reza Aslan (Univ. De California) decía, en El País (25 de sept.), que “Dios es una idea”. Es una manera de decir que Dios no existe. Pero el problema está en que este “especialista” en religiones, da la impresión de que no sabe lo que está diciendo cuando habla de “Dios”. ¿Por qué?
Dios es Dios porque es el Trascendente, el Absoluto, el “Totalmente-Otro”, como ha indicado Paul Ricoeur (De l’Interprétation. Essai sur Freud, Paris, Seuil, 1965, 604 ss). Pero “lo trascendente” es “lo que no está a nuestro alcance”. O sea, lo que no podemos conocer. Y – además – lo que no se nos puede comunicar. Lo “trascendente” es lo “incomunicable”. ¿Por qué?


Porque nuestra mente no puede conocer nada más que “objetivando” o “cosificando”. Una “idea” es un “objeto mental” que yo construyo en mi mente. Y no podemos pensar de otra manera. Ahora bien, si Dios fuera una idea, sería un “objeto mental hecho por mí”. Pero eso, ni es ni puede ser Dios. Eso es una mera “representación cultural” que hacemos de Dios, según nuestros intereses o conveniencias. Tomás de Aquino lo dijo: Dios es “supereminentius quam dicatur aut intelligatur”. De Potentia, q. VII, a. V) (cf. Paul Ricoeur).

Por esto, lo primero fue la religión, que apareció hace cien mil años, junto con el “Homo Sapiens”. Y por eso mismo, en el mundo ha existido “religión sin Dios” durante noventa mil años. “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (Konrad Lorenz, Walter Burkert…)
Las dos únicas religiones, que se dieron cuenta de que, si Dios se toma en serio, no es posible conocerlo, fueron el budismo y el cristianismo. El budismo fue más consecuente. Y por eso prescindió de Dios. Y se quedó con la concentración del creyente en sí mismo (el Dharma. Cf. Kotaró Suzuki). Pero esto tiene el peligro de que la religión se convierte en un tranquilizante del sujeto creyente, que así se desentiende de lo que sucede en la sociedad. En la India hay tanta desigualdad por culpa de la religión (John K. Galbraith, Ambasador’s Journal, 1969).

El cristianismo encontró la solución en la “humanización” de Dios. Dios se nos ha hecho presente, visible, tangible, en Jesús. De ahí, la importancia capital, no de la Religión, sino del Evangelio.

En este punto central se sitúa y se comprende el sentido profundo que tiene que tiene el relato del libro del Éxodo cuando relata la aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiendo. En Ex 3, se relata cómo Dios vio el sufrimiento de su pueblo esclavizado en Egipto. Y vino a liberar a su pueblo. Es entonces cuando Dios da su nombre: “Yo soy” (Ex 3, 14). Ahora bien, lo notable es que el Evangelio de Juan pone, en boca de Jesús, hasta 20 veces el nombre de Dios aplicándoselo a sí mismo: Si no creéis que “yo soy”, moriréis en vuestros pecados (Jn 8, 24); Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “yo soy” (Jn 8, 28); Antes que Abrahán existiera, “yo soy” (Jn 8, 58). Cf. Jn 4, 26; 6, 35. 41. 48. 51; 8, 12; 10, 7. 9. 11. 14. 30; 11, 25; 14, 6; 15, 16; 18, 5. 6. 8). Además – y sobre todo – son elocuentes los textos más obvios y patentes en los que se afirma la identidad de Jesús con el Padre (Jn 1, 18; 14, 7-9; Mt 11, 27 par).

Conclusión: Dios no es un componente de la Religión. Dios se ha “humanizado”. La misma condición “trascendente”, que es propia del Padre (Dios), es condición es igualmente propia de Jesús. Y está presente en la “humanidad” de Jesús. Y en la humanidad de cada ser humano: el que acoge, escucha, aprecia a uno de los más pequeños, acoge, escucha y aprecia a Jesús y al Padre. De ahí que, con toda razón, podemos y debemos decir que a Dios lo encontramos “humanizándonos”, haciéndonos cada día más humanos. Porque el modelo más perfecto y ejemplar de lo humano es el Padre, es Jesús.

2.EVANGELIO
He dicho que a Dios no lo conocemos. Ni nos podemos comunicar con él. Porque es TRASCENDENTE. Está fuera del “campo inmanente” que nosotros tenemos a nuestro alcance. San Juan de la Cruz, en el “Cántico Espiritual”, escribió el poema más sublime sobre Dios. Y no lo menciona ni una sola vez. Todo se refiere al amor humano y su experiencia simbólica en nuestra humanidad y en nuestra humanización.

Pues bien, el ejemplo (sencillo y profundo, a la vez), que he puesto de san Juan de la Cruz, es una indicación patente de que los seres humanos no conocemos sólo mediante la información de “ideas” (y de los saberes que nos aportan las ideas), sino que, además de eso y sobre todo, los conocimientos más determinantes de nuestra vida llegan a nosotros mediante “experiencias”. La diferencia entre el ojo y la mirada es elocuente.

Esto supuesto, la cuestión que necesitamos responder y resolver es tan sencilla como decisiva. A saber: ¿qué es el Evangelio? Por supuesto, el Evangelio es una recopilación de relatos breves, que nos informan de la vida de Jesús de Nazaret. Ahora bien, el contenido de estos relatos sólo se puede integrar en nuestra vida, si se tiene en cuenta que estos relatos no son solamente una mera “información histórica”. Sino que, además de eso (y por encima de eso) tales relatos son “experiencias simbólicas”. Porque han llegado a nosotros, no meramente desde el “conocimiento” de “informadores” (que serían historiadores o periodistas), sino desde la “experiencia” de “seguidores”, (que fueron los discípulos de Jesús).

En este sentido y por esta razón de ser, se comprende el contenido tan profundo que entraña la afirmación de Johan B. Metz: “La praxis del seguimiento pertenece constitutivamente a la cristología” (La fe, en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 66). Los discípulos no aprendieron quién era Jesús “estudiándolo”. Ni Jesús les explicó a sus discípulos quién era él dándoles unas clases de cristología o unas conferencias sobre la divinidad. Lo que los Evangelios nos transmiten es lo que “vivieron” los discípulos “siguiendo” a Jesús. Por eso, en los Evangelios, el “seguimiento” es más importante que la “fe”. Y por eso también (insisto en esto, que es capital) el “seguimiento” de Jesús es el constitutivo fundamental de la cristología.

Ahora bien, esto tiene una importancia decisiva. Porque nos viene a decir que, en los relatos de los Evangelios, lo determinante no es “historicidad”, sino la “significatividad”. ¿Para qué? Para que nuestro proyecto de vida sea el mismo proyecto de vida que siguió Jesús: la más plena y profunda humanización. Que eso fue lo que hizo Dios en Jesús (Flp 2, 7-8). Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer integrando en nuestras vidas el Evangelio de Jesús.
Pero el gran problema, que tenemos los cristianos, radica en que hemos convertido el Evangelio en Religión. Y vivimos el Evangelio como un componente de la Religión. Pero esto nos ha metido en una asombrosa contradicción. Porque vivimos el Evangelio como Religión, sabiendo (como sabemos) que la Religión no soportó el Evangelio. Y no lo soportó hasta el extremo de que la Religión persiguió, odió, condenó y mató a Jesús.

¿Por qué el Evangelio es contradictorio con la Religión? Porque la Religión brota de la “necesidad” (que nace del “miedo” y del “deseo”) del sujeto religioso. Mientras que el Evangelio es la “generosidad” (que nace de la “bondad” y el “amor”) hacia las carencias de los demás, sean quienes sean.
Por eso la Religión quiere y necesita “dinero” y “poder”, privilegios, importancia. Jesús, por el contrario, no quiso nada de eso. Jesús no quiso templos, ni sacerdotes, ni ceremonias, ni palacios, ni grandes mansiones, ni vestimentas lujosas, ni que te vean rezar, ni que se note que llevas una vida austera, ni que nadie se entere del bien que haces. Jesús quiere que seamos ciudadanos enteramente normales, siempre buenas personas.

Por eso, las tres grandes preocupaciones de Jesús fueron: 1) la salud y la vida (curaciones); 2) la comida compartida (comidas con toda clase de gentes) 3) las relaciones humanas, hasta el extremo de que si vas al altar y te acuerdas que alguien tiene algo contra ti, no te acerques al altar. Vete primero y arregla eso. Y luego te acercas al altar.

3.SOLO LA HUMANIDAD
Dios tomó tan en serio lo humano, que “se fundió” con “lo humano”. Hasta el extremo de que a Dios lo encontramos en lo humano.
Esto aparece ya en el relato de lo que será el juicio de las naciones (Mt 25, 31-46). La afirmación solemne de Jesús (en nombre de Dios), que decide nuestra salvación o nuestra perdición, es clara y tajante: “Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con uno de esos hermanos míos tan insignificantes lo hicisteis conmigo” (Mr 25, 40). Y lo contrario se repite en Mt 25, 45.

Pero, sin duda alguna, el texto más claro y más fuerte es el mandamiento nuevo que, según el Evangelio de Juan, Jesús les dio a sus discípulos, en la última cena, exactamente entre el anuncio de la traición de Judas y en de la negación de Pedro. Donde los otros Evangelios ponen el relato de la eucaristía, el Evangelio de Juan dice esto, en palabras de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros” (Jn 13, 34-35). Jesús resume y reduce el centro mismo del culto cristiano a un mandamiento, uno solo: el cariño mutuo. Ahí y en eso es donde encontramos a Dios. Y en eso se reconoce que somos cristianos. Esto es lo que nos distingue de cualquier otra creencia.

Pero, ¿por qué es “nuevo” este mandato? ¿en qué está la “novedad”? Jesús enseñó, repetidas veces, que el primer mandamiento de la Ley religiosa de Israel es el amor a Dios, que va unido al amor al prójimo (Mc 12, 28-34; cf. Dt 6, 45; Lev 19, 18; Mt 22, 37-39; Lc 10, 27). O sea, lo que la Biblia enseña es que el amor a los demás va unido (y presupone) el amor a Dios. El mandato del amor al prójimo es – hablando desde la Religión – una ampliación y una extensión del amor a Dios. Esto es lo que sabían todos los israelitas. Pero aquí, en el mandato de la última Cena, ya no aparece Dios. Ni se le menciona. Ni se recurre a lo religioso, lo divino o lo sobrenatural. ¿Por qué? Sencillamente porque, según la nueva enseñanza de Jesús, en el otro está Dios. De manera que amando a los demás, no solamente amo a otros seres humanos, sino que, además de eso y junto a eso, con mi amor al otro, estoy amando a Dios.

Más aún, esto es tan fuerte y tan determinante, que, pretender amar a Dios, odiando o simplemente despreciando a otro, eso odiar o despreciar a Dios. Porque en el otro (sea quien sea) está Dios. En esto consiste la genialidad del Evangelio.
De ahí que, como muy bien se ha dicho, “lo que constituye al cristiano como tal no es ni la adhesión a un “credo”, ni la pertenencia a una institución, sino la aceptación y el cumplimiento fiel del amor a los otros” (Jean Zumstein). No son las “creencias” o las “observancias” las que cambian la vida. Son las “obras” (erga) las que convencen y demuestran la autenticidad (Mt 11, 2-6; Jn 5, 20. 36; 8, 3 ss; 10, 25. 32. 37 s; 14, 10-12) (R. Heiligenthal).

4.LO QUE NOS DESHUMANIZA: DINERO Y PODER
El enemigo de Dios es el dinero: “No podéis servir a Dios y al dinero”; “No llevéis dinero”. Y lo que incapacita para “seguir a Jesús” es la riqueza, como quedó patente en el relato del joven rico. Y lo que arrastra a la perdición es la buena vida del rico que ni le prestó atención al pobre Lázaro, que estaba en su “portal”, o sea dentro de su misma casa.

La Iglesia ha justificado el tener dinero y riqueza: para mantener a sus clérigos, para hacer la caridad con los pobres, para costear obras y actividades apostólicas. Pero, para costear y mantener todo eso, se hacen cosas que escandalizan a la gente: cobrar por los sacramentos, por visitar catedrales y otros monumentos, inmatricular propiedades, hacer negocios financieros… En la Alta Edad Media, a los hombres ricos los hacían obispos aunque no estuvieran ni bautizados. Esto es lo que hicieron con san Ambrosio, en Milán. Y Lutero cuenta que, cuando visitó Roma, vio curas que decían seis misas mientras él celebraba una. Todo, para ganar más dinero. Y sobre todo, los “acuerdos ocultos”, que le aportan al Vaticano cantidades que no imaginamos. Por ej., los acuerdos de Juan Pablo II con Ronald Reagan…

Y en cuanto al poder, en la Alta Edad Media, se inventó la leyenda de la “donatio Constantini”, por la que la Iglesia se constituyó en un Estado, que dura hasta el día de hoy.
Pero, sobre todo, la Iglesia llegó a plantear la potestad papal, centrada en el Obispo de Roma, que acumuló todos los poderes en un solo hombre, el papa. Y dio pie para llegar a la teología de la “plenitudo potestatis”, que se llegó a traducir en los horrores de la Inquisición.

Hoy, el poder de la Iglesia resulta más peligroso por su “silencio escandaloso”, en asuntos gravísimos, que siguen adelante porque los obispos callan. Y a los curas y frailes se les impone silencio. Con esto ha querido cortar el actual Papa Francisco. Pero sabemos los enemigos que tiene y lo que está sufriendo por este motivo.
Pero, cuando hablamos de “poder”, lo más grave y lo más fuerte es que la religión somete hasta lo más íntimo de la conciencia. Y obliga a confesarlo, para tener perdón de Dios. Una práctica que no está justificada, ni en el N. T., ni en los dogmas definidos por la misma Iglesia. Pero se sigue practicando.


RESUMEN
1. Es un hecho la tensión y la conflictividad entre la Religión y el Evangelio. Esto está patente en casi todas las páginas de los Evangelios.

2. Es un hecho también que, en la vida de la Iglesia, hasta el día de hoy, la Religión se ha hecho más importante que el Evangelio. Si un cura no cumple con los ritos y normas de la Religión, tendrá problemas. Si es cura no cumple lo que se dice en el Sermón del monte…, no tendrá problemas.

3. La razón de fondo de este estado de cosas está en que – según creo – no tenemos claro el contenido, el significado y las consecuencias de tres palabras clave: Dios, Evangelio, Humanidad.

José  María Castillo
Redes Cristianas