Evangelio del 16 / Feb / 2020
NO A LA GUERRA
ENTRE NOSOTROS
Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios
mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En
esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar
todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central.
Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre
está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No
basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y
colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es
necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al
otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si
no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca
construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un
lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más
frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y
herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras
injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y
sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi
siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un
grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver
divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros
cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la
necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades
cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de
odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias
ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una
implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos
comportamientos?». El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos
puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y
cómo os acompañáis».
José Antonio Pagola