Comentario al evangelio
J, Antonio Pagola
J, Antonio Pagola
NUESTRA ESPERANZA
El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte,
nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este
momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra nunca se nos
invita tan directamente a creer en su poder salvador: Yo soy la resurrección y
la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?
La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie
la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y
también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de
todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?
Como los seres humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos
rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir?
¿Cómo hay que morir? Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí,
aunque haya muerto, vivirá… ¿Crees esto?
A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de
la vida y de la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá
de la vida.
LLORAR Y CONFIAR
¿Qué podemos hacer? Ante la muerte, Jesús hizo dos cosas: llorar y confiar
en Dios. Jesús sufre al ver la distancia enorme que hay entre el sufrimiento de
los seres humanos y la vida que Dios quiere para todos ellos.
Nadie escapa a la muerte. Pero Dios, amigo de la vida. Es más fuerte que la
muerte. Hemos de confiar en él.
Inevitablemente, un día nuestros análisis nos indicarán que nuestro final
está próximo. Será duro. Seguramente nos echaremos a llorar. Nuestros
familiares y amigos más queridos llorarán con nosotros su aflicción e
impotencia. Pero si creemos en Jesucristo, podremos decir con fe: Ni siquiera
esta enfermedad acabará en muerte, porque Dios solo quiere para nosotros vida,
y vida eterna.
NUESTROS MUERTOS VIVEN
El relato de Juan no tiene solo como objetivo narrar la resurrección de
Lázaro, sino, sobre todo, despertar la fe, no para que creamos en la
resurrección como un hecho lejano que ocurrirá al fin del mundo, sino para que
<< veamos >> desde ahora que Dios está infundiendo vida a los que
nosotros hemos enterrado.
Esa losa nos cierra el paso. No sabemos nada de nuestros amigos muertos.
Una losa separa el mundo de los vivos y de los muertos. Solo nos queda esperar
el día final para ver si sucede algo.
A Jesús no le basta. << Quitad la losa >>. Quitan la losa y
Jesús << levanta los ojos a lo alto >> invitando a todos a elevar
la mirada hasta Dios, antes de penetrar con fe en el misterio de la muerte.
Luego << grita con voz potente >>: “Lázaro, sal fuera”. Quiere
que salga para mostrar a todos que está vivo. La escena es impactante.
Esta es la fe de quienes creemos en Jesús: los que nosotros enterramos y
abandonamos en la muerte viven. Dios no los ha abandonado. Apartemos la losa
con fe. ¡Nuestros muertos están vivos¡
UNA PUERTA ABIERTA
Estamos demasiados atrapados por el << más acá >> para preocuparnos
del << más allá >>. Para qué pensar en << otra vida >>.
¿No es mejor gastar nuestras fuerzas en organizar lo mejor posible nuestra
existencia en este mundo? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus
enigmas, y dejar << el más allá >> como un misterio del que nada
sabemos? Cualquiera que sea nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero
problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos
espera?
Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse
con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace
desde una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que
difícilmente puede ser entendida << desde fuera >> y que solo puede
ser vivida por quién ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las
palabras de Jesús: << Yo soy la resurrección y la vida >>. ¿Crees
en esto?
MÁS QUERIDOS QUE NUNCA
Sin embargo, para un cristiano morir no es perderse en el vacío, lejos del
Creador. Es precisamente entrar en la salvación de Dios, compartir su vida
eterna, vivir transformados por su amor insondable. Nuestros difuntos no están
muertos. Viven la plenitud de Dios, que lo llena todo.
Al morir nos hemos quedado privados de su presencia física, pero, al vivir
actualmente en Dios, han penetrado de forma más real en nuestra existencia. No
podemos disfrutar de su mirada, ni escuchar su voz, ni sentir su abrazo. Pero
podemos vivir sabiendo que nos aman más que nunca, pues nos aman desde Dios.
Su vida es incomparablemente más intensa que la nuestra. Su gozo no tiene
fin. Su capacidad de amar no conoce límites ni fronteras. No viven separados de
nosotros, sino más dentro que nunca de nuestro ser. Podemos incluso
comunicarnos con ellos en silencio o con palabras, en ese lenguaje no siempre
fácil pero hondo y entrañable que es el lenguaje de la fe.
Nuestros difuntos ya no viven entre nosotros, pero no los hemos perdido. No
han desaparecido en la nada. Los podemos querer más que nunca, pues viven en
Dios. Es Jesús el que sostiene nuestra fe.
<< Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya
muerto, vivirá >>. Un día, todos juntos resucitaremos con Cristo para
siempre.
José Antonio Pagola