Ésta es una «columna» de Leonardo
extra-ordinaria,
de dimensión y de relevancia especial,
de dimensión y de relevancia especial,
sobre un tema que no afecta sólo a la
Amazonía,
sino a la teología y a la Iglesia entera.
sino a la teología y a la Iglesia entera.
El Papa Francisco es el
campeón mundial en la defensa de la Madre Tierra y de todo lo que sostiene su
supervivencia. He leído con atención y gran entusiasmo su «Exhortación
Apostólica “Querida Amazonía”». En ella considera un verdadero crimen lo que se
está haciendo ahora en la Amazonía. Contrapone 4 sueños centrales: el social,
el cultural, el ecológico y el eclesial.
¿Cómo no quedar
encantado con afirmaciones como ésta, entre otras muchas, clara expresión de
una ecología integral y cósmica?:
«Somos agua, aire,
tierra y vida del medio ambiente creado por Dios. Por lo tanto, pedimos que
cesen los maltratos y el exterminio de la Madre Tierra. La Tierra tiene sangre
y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra
Madre Tierra».
Estoy plenamente de
acuerdo con este tipo de lenguaje y de denuncia, y especialmente con los 3
primeros sueños, que van en la línea de la “Laudato Sí: sobre el cuidado de la
Casa Común”.
Tres sueños y medio, y
una pesadilla
La primera parte del 4º
sueño sigue el estilo de gran belleza de los sueños anteriores. Sin embargo, la
segunda parte de este cuarto sueño me parece más bien una pesadilla. El tono
antes profético, ético ecológico y poético de los tres primeros, se ha
evaporado. ¿Estará ahí la presencia de otra mano?
Me atrevo a pensar que
esta parte está bajo el dominio del viejo paradigma cultural latino, clerical y
masculinista. Y se niega a los indígenas el derecho divino de recibir el cuerpo
y la sangre de Cristo de manos de sus viri probati casados y
ordenados. Son impedidos por la aplicación de una ley humana eclesiástica: el
celibato. Otros teólogos lo han afirmado, y yo lo enfatizo: “no podemos
colocar la cuestión del celibato por encima de la celebración de la Eucaristía”.
Esa parte del cuarto sueño,
tengo la clara impresión de que viene de otra mano, y de otro espíritu,
diferente de aquel al que nos tiene acostumbrados el Papa Francisco. Lo
confirma claramente el obispo Erwin Kräutler, de la Amazonía, figura central en
el Sínodo panamazónico: “muchas personas, y yo mismo, hallamos esta parte muy
extraña porque, realmente, cambia de estilo, como si el escrito papal hubiera
sufrido una intervención en la parte más controvertida de la
Exhortación Apostólica”.
En esta parte habla, no
el pastor, sino el doctor. No aquel que tiene coraje para enfrentarse al
sistema anti-vida, sino aquel que se rinde a los temores y a la presión de los
grupos conservadores, posiblemente por el riesgo de una escisión dentro de la
Iglesia. El temor siempre frena o posterga las innovaciones, por excesiva
prudencia. Eso me hace recordar las palabras de Dante Alighieri en la «Divina
Comedia»: “nel pensier rinova la paura” (Inferno I, verso
4).
Con referencia al punto
importante del ministerio sacerdotal, el “autor” prefiere el eclesiástico
tradicional al indígena amazónico. Al rosto amazónico de la Iglesia prefiere,
en el punto del ministerio sacerdotal, el rosto romano-latino occidental. A
semejanza de los que imponen la recolonización económica de América Latina, el
“autor” ha preferido la recolonización latino-romana y occidental de la Iglesia
amazónica. Frente a aquellos, que, con mayoría de votos en el Sínodo
panamazónico, aceptaron la ordenación de “viri probati”, el “autor” optó
por la minoría que lo rechazó.
¿Por quiénes no es
querida la “Querida Amazonía”?
Seguramente no es
“querida” por el presidente de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, de extrema
derecha, anti-amazónico y anti-indígena. No es “querida” por los madereros, ni
por los “garimperos” del oro, y las empresas nacionales e internacionales que
piensan en las minerías, en las hidroelétricas y en la explotación de las
riquezas naturales amazónicas. Pero eso era de esperar.
Pero lo que no era de
esperar, en lo que atañe a la inculturación del ministerio sacerdotal, era la
no aceptación al sacerdocio de los indigenas viri probati. Por eso
la “Querida Amazonía” no es “querida” para estos indígenas casados e impedidos
de ser ordenados. No es “querida” para las mujeres, a las cuales se les niega
el diaconado femenino, y además se les advierte –de forma infundada a mi
juicio– del riesgo de clericalismo. Ni es “querida”, especialmente, para tantos
teólogos/as y obispos, misioneros y misioneras que están en medio de los
indígenas, como lo ha manifestado claramente el ya referido obispo Erwin
Kräutler desde el corazón de la Amazonía (Xingú). Verdaderamente, todos
esperaban la aprobación de los viri probati: indígenas casados y
ordenados con rostro verdaderamente amazónico.
No ha sido así. En sus
textos sobre ecología y economía el Papa Francisco ha sabido escuchar a la
ciencia. En lo que atañe a este específico ministerio sacerdotal, el “autor”
parece que no se permitió consultar a una persona experta en el tema de los
ministerios, el cardenal Walter Kasper, amigo y muy cercano al Papa Francisco.
En sus escritos expuso las mejores reflexiones sobre la función/misión del
presbítero en la Iglesia, basado en el Vaticano II. Su posición va en una
dirección muy diferente a la que está representada por el “autor” en la
exhortación “Querida Amazonía”. Con esta visión que mantiene el régimen
occidental, clerical y celibatario, no se puede pensar una Iglesia amazónica de
rostro verdaderamente indígena.
La especificidad del
sacerdote no es concentrar poder sino coordinar y presidir la comunidad
La visión de ese texto
en el cuarto sueño se retrotrae al Concilio IV Lateranse, de 1215, bajo
Inocencio III, que afirma “nemo potest conficere sacramentum nisi sacerdos
rite ordinatus” (“nadie puede realizar el sacramento eucarístico a no ser
que sea sacerdote, ordenado según el rito”). La eclesiología de este sueño
sigue el rigor del Concilio de Trento, que en la sesión XIII del 11 de octubre
de 1551, bajo el Papa Julio III, reafirmó la misma doctrina exclusivista.
Según la mejor
eclesiología nacida del Concilio Vaticano II, la función/misión específica del
presbítero debe ser pensada, no de forma «absoluta» [sin vinculación a una
entidad eclesial o iglesia particular], sino siempre dentro del Pueblo de Dios
y en el contexto de la comunidad.
Su singularidad no es
consagrar «absolutamente», como si fuera un mago, sino ser en la
comunidad principio de cohesión y de unidad de todos los
servicios y carismas. No es la de concentrar sino la de coordinar.
Por el hecho de presidir la comunidad, preside también la celebración
eucarística.
El problema surge
cuando, sin culpa, no hay un sacerdote presente y la comunidad, como lo
reconoce la exhortación, “debido en parte a la inmensa extensión territorial,
con muchos lugares de difícil acceso” (nº 85) no puede tenerla.
En el texto se plantea
con gran realismo el problema –y aquí aparece la mano del Papa Francisco–:
“¿Será posible evitar pensar en una inculturación del modo como se estructuran
y viven los misterios eclesiales?” (nº 85). Y añade con sinceridad: “es necesario
conseguir que la ministerialidad se configure de tal manera que esté al
servicio de una mayor frecuencia de la celebración de la Eucaristía, incluso en
las comunidades más remotas y escondidas” (nº 86). Esta situación es
absolutamente verdadera. Pero el “autor” no la consideró así y no propició la
configuración del ministerio como sería necesario.
Es aquí donde la
eclesiología de comunión podía haber ayudado mucho al “autor” en su concepción
de poder consagrar. Esta predominó en todo el primer milenio, como la
investigación histórica ha demostrado inequívocamente.
Durante mil años: quien
presidía la comunidad presidía también la eucaristía
La ley básica en
aquellos tiempos era: quien preside la comunidad, presida también la
Eucaristía. Podía ser un obispo, un presbítero, un profeta o un confesor,
incluso un laico, según Tertuliano, que era un eximio teólogo laico.
Si esto es verdad, ¿por
qué negar a un indígena casado presidir su comunidad y presidir también la
celebración eucarística?
En esta parte se realiza
lo que los eclesiólogos llaman “cefalización” de la Iglesia. Todo poder se
concentra en la “cabeza”, en el Papa o en el clero, prescindiendo totalmente de
la comunidad.
En esta visión
reduccionista el “autor” pensó sólo en el sacerdote con el poder de consagrar
de forma exclusiva y «absoluta», sin conexión con la comunidad. Entonces surge
una contradicción: Un sacerdote puede celebrar solo, sin la comunidad,
pero la comunidad no puede celebrar sola sin el sacerdote.
En los mil años
siguientes: sólo consagra quien es consagrado en el Sacramento del Orden
Esta visión se deriva
no de cuestiones teológicas sino de cuestiones políticas: las disputas de poder
entre el Imperium y el Sacerdotium, entre los
Papas y los Emperadores. ¿Quién tiene, en ultimo término, el poder? Esto
aparece claramente bajo Gregorio VII (1077).
Con él se desplazó el eje de la
comunidad hacia el eje del poder sagrado (sacra potestas). El poder
absoluto lo posee el Papa. Recordemos su Dictatus Papae –que
bien traducido es: la dictadura del Papa–. Todo el poder está en la
cabeza, es decir, en el Papa y en quien él delega. Los portadores del poder
sagrado serán exclusivamente los ordenados en el sacramento del Orden, es
decir, los de la jerarquía eclesiástica. La comunidad de los fieles ya no
cuenta.
El padre Yves Congar,
el más erudito y notable eclesiólogo del siglo XX, denunció esta peligrosa
desviación teológica con consecuencias perjudiciales para toda la eclesiología
posterior, que perdura hasta hoy día. En la exhortación “Querida Amazonía”
resuena todavía este tipo de eclesiología del poder, desgarrada de la
comunidad.
Por eso no dejan de
causar perplejidad las afirmaciones: “Es importante determinar lo que es específico del
sacerdote, aquello que no se puede delegar. La respuesta está en el
sacramento del Orden Sagrado, que lo configura a Cristo sacerdote... El carácter
exclusivo recibido en el Orden le deja habilitado sólo a él para
presidir la Eucaristía; ésta es su función específica, principal y no
delegable” (nº 87).
Es en este punto
–supongo yo, con otros– en donde aparece una “mano exterior”, con su
eclesiología del poder específico e indelegable de consagrar, visión
sacerdotalista, tardía y desvinculada de la comunidad de fe. Con esta visión en
vano se puede realizar una inculturación del ministerio sacerdotal a
indígenas viri probati casados que conferirían un rostro
verdaderamente amazónico a la Iglesia. Una vez más se prolonga un cristianismo
de colonización dentro del paradigma romano-católico, occidental y celibatario.
Para sanar este tipo de
recolonización hay que volver a la eclesiología del primer milenio, que
establecía una conexión íntima entre la comunidad y su presidente. No hay que
olvidar el canon 6 del Concilio de Calcedonia (451), válido para la Iglesia
oriental hasta hoy, y para la occidental sólo hasta los siglos XII-XIII. En
ésta, la occidental, todo cambió por las disputas políticas sobre el poder
entre los Papas y los Emperadores. El lugar de la visión comunional del primer
milenio, se impuso la visión jurídico-canónica de la sacra potestas de
los inicios del segundo milenio. Dice el canon 6:
“Nadie sea ordenado
de manera «absoluta», ni un sacerdote ni un diácono, si no le fuere asignado de
forma precisa una iglesia urbana, o rural, o un martyrion, o monasterio.
Aquellos que fueron ordenados de forma absoluta, el santo Concilio decidió que
su ordenación será nula y no acaecida... y no podrán en parte alguna ejercer
sus funciones”. Aquí aparece clara la conexión entre la comunidad y el
celebrante de la Eucaristía.
Ahora emerge un
problema teológico que debe ser tomado en serio: existe el derecho
divino de todos los fieles de recibir el cuerpo y la sangre de Jesús
(Jn 6,35) y de celebrar su memoria (Lc 22,19; 1Cor 11,25).
Este derecho divino no
puede ser negado en razón de una ley humana que lo vincula exclusivamente a una
persona, al sacerdote célibe, sin el cual este derecho divino no puede
realizarse. Lo divino está siempre y sin ninguna excepción por encima
de lo humano.
Es Cristo quien
bautiza, perdona y consagra, no el sacerdote
Por otra parte hay que
recordar algo con consecuencias fundamentales: después del sumo sacerdocio de
Cristo no hay más sacerdotes in se en la Iglesia. Quien lleva
este nombre –sacerdote– es solamente un representante del sacerdocio de
Cristo. Es Cristo quien bautiza, es Cristo quien perdona, es Cristo quien
consagra. El sacerdote no tiene en sí mismo el poder de consagrar. Solamente el
de representar y de actuar “in persona Cristi”, en lugar de Cristo, pero
sin sustituirlo. El sacerdote hace visible a Cristo-Sacerdote invisible.
¿Por qué en ausencia
del sacerdote, por razones que no dependen de la comunidad, otro cristiano
laico, “vir probatus” por la comunidad y casado, no puede representar a
Cristo, hacerlo visible, una vez que, por el bautismo, también él participa del
sacerdocio de Cristo?
Además el Concilio
Vaticano II, resumiendo la Tradición, dice con acierto: “no se edifica ninguna
comunidad cristiana si no tiene como raíz y centro la celebración de la
Santísima Eucaristía” (PO 6).
Negando la ordenación
de viri probati indígenas, se les niega la posibilidad de
edificar la comunidad cristiana. Este derecho divino no se les puede negar en
nombre de una ley humana y cultural como el celibato, ni por una eclesiología
entre otras, que entiende como exclusivo el poder de consagrar. ¿Aquí entonces
no vale la inculturación tan convincentemente desarrollada en la exhortación
“Querida Amazonía"? ¿No se impide ésta, por razones eclesiológicas
extrañas, que terminan por inviabilizar el rostro indígena y amazónico de la
Iglesia, al negar la ordenación de viri probati indígenas y
casados?
Las 24 Iglesias también
católicas sin la ley del celibato
Es iluminador en este
contexto recordar que hay otras 24 Iglesias, que son también católicas
pero no romanas, como la copta, la melquita, la maronita, la etíope, la
bizantina griega, la armenia, la siríaca, la caldea... y otras. En todas ellas
hay sacerdotes casados y sacerdotes célibes. No por eso ellas son menos
«Iglesia católica» que la romana.
¿Por qué razón la
Iglesia católica romana es tan inflexible con referencia a la ley del celibato,
condición para ser ordenado sacerdote? Sabemos que la ley del celibato surgió
lentamente en la Iglesia y que en la historia ha sido siempre un problema, siendo
violada por papas, cardenales, obispos y presbíteros. Y en los últimos años ha
salido a la luz, en los más altos eslabones de la Curia vaticana, la violación
del celibato, agravada por los crímenes de pedofilia, que son también una forma
de violar el sentido del celibato.
En la exhortación
“Querida Amazonía” el tema de la inculturación en las culturas indígenas y
amazónicas, por razones ya aducidas, no ha sido llevado hasta las últimas
consecuencias, hasta la raíz. Como se sabe, en la cultura indígena no
existe la figura del indígena célibe. Todos viven con su pareja. Y así
sería el sacerdote indígena.
Viri probati indígenas:
rehenes de la cultura romana, latina, occidental y celibataria
Impedir que viri
probati indígenas casados sean sacerdotes significa no encarnarse en la
totalidad de su cultura. En ella el sacramento eucarístico debería ser
celebrado por un sacerdote indígena casado. Al no encarnarse en plenitud, se
condena a los indígenas a continuar rehenes, en lo que atañe al sacramento del
Orden, de la cultura romana, latina, occidental y celibataria. Esto es no
hacerles justicia, pues tienen el derecho divino de recibir, al modo de su
cultura, la presencia eucarística del Señor.
El supplet
Eclesia y el ministro extraordinario de la Eucaristía A
pesar de esta limitación en la comprensión de quien preside la eucaristía, la
comunidad cristiana puede recurrir a otro expediente eclesiológico asegurado en
la tradición, el famoso “supplet Ecclesia”. Aclaro: el indígena casado
que ya preside la comunidad, puede presidir la celebración de la cena del Señor
supliendo al sacerdote célibe ausente, a título de “suplencia por parte de la
Iglesia”. Actuaría como ministro extraordinario de la Eucaristía, y
lo con la intención de estar con la Iglesia (cum Ecclesia), jamás contra
la Iglesia (contra Ecclesiam), y de hacer todo lo que haría el sacerdote
si estuviera presente.
Toda situación
extraordinaria demanda también una solución extraordinaria: la legitimidad del
laico indígena y casado, de presidir la celebración de la cena y la memoria del
Señor. La necesidad no conoce ley. El ordo caritatis (el orden de
la caridad) y la solicitud para la salus animarum (para la
salvación de las almas) y la oeconomía salutis (el proceso
histórico de la salvación) sustentan teológicamente tal práctica.
La misma visión se
encuentra en el sistema jurídico-canónico de la Iglesia. El Derecho Canónico
dice explícitamente que la ley suprema en la Iglesia es
siempre la “salvación de las almas” (canon 1752). ¿Esto no implicaría también
el acceso al sacramento del Orden, sin las limitaciones impuestas por leyes
humanas?
Es injusto mantener a
las mujeres como cristianas inferiores
Dejemos aparte el tema
del diaconado de las mujeres, igualmente negado en la exhortación. Tal negación
no supera, desgraciadamente como se esperaba, la cuestión de género y hace a
las mujeres, por más comprometidas que estén en las comunidades, cristianas
inferiores, de segunda categoría, como lo afirma además la cultura machista
todavía dominante con referencia a ellas. Bien se podría romper en la Iglesia
con esta tradición tan injusta. Para las mujeres no valen los 7 sacramentos;
para ellas solamente cuentan 6, porque están excluidas del Ordo.
Recordemos que Santo
Tomás de Aquino, en su doctrina sobre los sacramentos, afirmaba que el bautismo
es el sacramento de iniciación a la vida cristiana y simultáneamente es la
iniciación para todos los demás sacramentos y por eso contiene los 7 sacramentos.
Según esta comprensión del Doctor Angélico, por el hecho de ser mujer, esta, la
mujer, recibe un bautismo menor porque le falta el contenido del sacramento del
Ordo.
Pero no queremos
olvidar una flagrante paradoja: una mujer puede engendrar un hijo que es
el Hijo de Dios. Esta misma mujer, que ha engendrado a este hijo que es el Hijo
de Dios, no puede representar a su hijo que es Hijo de Dios. Sólo por el
hecho de ser mujer. Las Escrituras dicen que esta mujer, María, “es bendita
entre todas las mujeres” (Lc 1,41). Pero parece que no es suficientemente
bendita para representar a su propio Hijo que es el Hijo de Dios encarnado.
Añado también el hecho
de que las mujeres nunca traicionaron a Jesús, como sí lo hicieron Pedro y los
apóstoles, que lo abandonaron. Fueron siempre fieles, y fueron ellas las
primeras testigos del hecho mayor de la fe, que es la Resurrección. Solamente
por tales razones, deberían tener un lugar central dentro de la Iglesia, si
ésta no estuviera atada a la cultura latino-occidental masculinista.
Nada es más fuerte que
una idea, cuando alcanza su punto de maduración
Todo lo que he escrito
no significa una falta de lealtad al Papa Francisco, que es inquebrantable en
mí. Pero vale el dicho antiguo: Amicus Plato, sed magis amica véritas [soy
amigo de Platón, pero más amigo de la verdad (Aristóteles) ndt.]. Compete al
teólogo buscar caminos nuevos para problemas nuevos, siempre al servicio de las
comunidades cristianas y de la propia Iglesia universal.
Como ya se dijo: “Nada
es más fuerte que una idea cuando le llega el momento de su realización”.
Llegará este momento para los viri probati indígenas, y
principalmente para las mujeres dentro de la Iglesia romano-católica. ¡Pero
cómo se demora...!
A pesar de estas
limitaciones internas, la «Exhortación Apostólica Querida Amazonía» es, en este
momento crucial de la crisis ecológica como emergencia planetaria, la más
decidida y valiente defensa de la Amazonía, presente en 9 países, fuente de
vida para toda la humanidad, garantía del futuro de la Tierra y esperanza de la
salvaguardia de nuestra civilización. Por eso no acabamos de agradecer al Papa
Francisco este servicio profético en beneficio de toda la Humanidad, y para
todos aquellos que aman y cuidan este bello y esplendoroso Planeta, nuestra Casa
Común, la grande y generosa Madre Tierra.