En estos momentos que no tenemos misas que bien nos cae traer al escritorio este folleto que nos llama a la comunión, y cómo sin misas?....
Presentamos el siguiente capítulo de nuestra reflexión...
MENOS MISAS Y MÁS COMUNIÓN
Fíjense que no digo "más comuniones",
sino más COMUNIÓN.
Si quieren saber por qué, lean esta historia y se enterarán.
Martín Valmaseda.
-“Tenemos
gente nueva entre nosotros. Será bueno que nos presentemos. A mí ya me conocen,
y conmigo ha venido Ceferino, Cefe para los amigos, que hasta hace poco filmaba
las misas del domingo para la tele”.
Después de los aplausos y de una canción que al fin pudo entonar la guitarrista, Jaime sólo tuvo que abrir el diálogo:
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ROLLO 1.- Un botón de muestra.-
El miércoles a las 8, como un clavo alemán (esos son
más puntuales que los latinos), estaba Ceferino en casa de Claudia y Mariano.
Le costó llegar por la cuesta embarrada en el barranco de las Rosas. Primero
tuvo dificultad para llegar al borde, donde le esperaba el hijo mayor para
guiarlo. Había llovido. La bajada era una pista de patinaje sobre lodo.
Entraron a la casa. Bloques de cemento, paredes de
tablas y, como tejado, láminas de zinc. En un rincón la cocina, donde algo se
iba cociendo.
Cuando entró el puntual Cefe, la gente iba llegando
sin prisa. Jaime le presentó a quienes ya estaban.
La conversación era animada. Una mujer pequeña y delgada
estaba contando cómo la habían despedido de
la maquila. Había exigido que ellas recibieran igual sueldo que ellos.
Mientras hablaba seguía entrando gente que se
sentaba en sillas, en banquetas o cajas de madera, alrededor de una mesita. Los
niños en el suelo dándose codazos y los más pequeños gateando entre las piernas
de los mayores.
Claudia extendió en la pequeña mesa un mantelito
blanco. Colocó una copa de cristal y un plato de barro. Jaime sacó de su
mochila la biblia, un pan y una botellita. Se colocó sobre los hombros una
estola.
Cefe entonces echó de menos la cámara con la que
había filmado suntuosas celebraciones en suntuosos templos.
Una muchacha preparaba su guitarra cuando la interrumpió Jaime:
-“Pues no te vimos” -, dijo una pequeña.
-“Claro;
¡si yo estaba detrás de la cámara!”-. Risas de todos. Se fueron presentando.
-“Yo
soy Ana, empleada de hogar”-.
-”Yo
Marta, catequista en la parroquia”-.
-“Me
llamo Esteban. Trabajo en mi terreno, una huerta en Aldea Baja”-.
-“Nosotros,
Claudia y Mariano, tenemos una abarrotería en el mercado”-.
-“Yo
soy Yovana. Es la segunda vez que vengo. Ahora estoy trabajando con las
oblatas. Ellas me ayudaron a salir de “La Línea”-
Se había ruborizado, pero lo dijo. Todos sabían que
La Línea era el barrio de la prostitución. La miraron con cariño.
-“Pues
ya que me han citado, yo soy Lucy, también trabajo en La Línea”-.
Sonrieron. Sabían que era religiosa. Una de las
que habían ayudado a salir de la basura
a Yovana.
Así siguieron presentándose: el “otro Jaime”,
abogado laboralista, Lola y Antonio, maestros jubilados, Rosa, madre soltera,
empleada en la maquila hasta hacía tres
días que la habían echado a la calle por protestar; Jorge que manejaba el
camión de la basura, la abuelita Sofía, la veterana de 90 años en la comunidad.
Algunos de los niños mayores también quisieron decir su nombre, lo que
estudiaban y alguno cuál era su equipo favorito…
Terminadas las presentaciones Lucy también presentó
el tema central de la Eucaristía.
-“Es
bueno que tengamos una idea central en cada misa, para no irnos por las ramas “-,
explicó Jaime.
-“Hemos pensado esta vez – comentó la monja – en el
tesoro escondido en el campo (Mateo 13,14). Podremos hablar de los tesoros que
hemos descubierto en nuestra vida, de los que intentamos mantener y de los que
algunos quieren arrebatar de nuestra tierra”-.
-“Si les parece – dijo Marta – el evangelio nos lo
van a contar los niños”-.
La catequista reunió a sus huestes que escenificaron
la parábola con lujo de tartamudeos, olvidos y empujones.
Después de los aplausos y de una canción que al fin pudo entonar la guitarrista, Jaime sólo tuvo que abrir el diálogo:
-”Bueno ¿y de qué tesoro se trata aquí?”-.
Empezó una conversación animada en donde cada uno
contó lo que buscaba en la vida y cómo. Conversaron sobre los tesoros escondidos,
los robados, los despreciados. Jaime habló poco, preguntó más, y al fin resumió
con todos lo que era para ellos el famoso tesoro.
Luego de un rato de silencio, Lucy animó a recordar
en oración las búsquedas, preocupaciones de cada quién, y a las personas que
tenían en el corazón. Varios se expresaron claramente, otros murmuraron algo en
voz baja, a la abuela se la escapó una lágrima.
Jaime vertió vino en la copa, la levantó junto con
el pan, dijo unas oraciones y luego les pidió a todos que levantaran el
corazón. Todo el mundo siguió sentado. (Cefe recordaba que en los templos donde
había filmado, la gente, cuando se lo decía el celebrante, levantaba el corazón
junto con todo lo demás).
Lo que, según le había explicado su amigo, era el
centro de toda aquella celebración – la oración eucarística - se desarrolló con
calma y silencio, salvo el rumor de los tiernitos juguetones. Cuando recordó
que Jesús partió el pan, Jaime lo partió con gesto solemne. Nadie se puso de
rodillas y nadie agachó la cabeza, como
había visto en los grandes templos. Se quedaron mirando al “sacramento de
nuestra fe” que se les mostraba.
-“Hagan siempre esto en memoria mía”.-
El grupo entonó una breve canción que hablaba de
recordar y vivir con aquella memoria. Siempre la memoria.
Hubo un amén un poco estruendoso cuando se
proclamaba la unión de la comunidad con Jesucristo, el Padre y el Espíritu.
Después del Padre Nuestro cantado, se organizó lo
que Cefe había visto en muchas misas: un revuelo de gente que se abrazaba, se
daban la mano o un beso, acariciaban a los pequeñines… Todo más movido y alegre
que el frío ritual de algunas parroquias en las que estuvo filmando.
Jaime, entonces, partió en trocitos el pan
consagrado.
-“Este es el cordero de Dios”.-…
Se fueron todos acercando a la mesita, tomando en
sus manos un trozo y bebiendo también de la copa.
Sentados en silencio escucharon una canción que
hablaba de venderlo todo por conseguir el tesoro.
Después de la bendición final Jaime casi no tuvo
tiempo de decir “podemos ir en paz”. Le cortó Claudia: -
“No se muevan de donde están, ¡podemos cenar en paz!
Hay lentejas y ensalada”. Empezó a repartir tortillas. Y siguió la misa, la
misa de la mesa compartida, aunque para muchos las rodillas fueron su propia
mesa.
Volviendo a casa Cefe llevó al cura en su carro.
-“Oye reverendo Padre y ¿por qué no fuimos nunca a
transmitir la misa de la tele en una catedral de éstas?”.
-“Lo propuse una vez y se rieron de mí”.
- “Tenían razón. ¿Te imaginas las protestas de
muchos llamados fieles por celebrar algo tan sagrado en un lugar tan poco
digno?”-.
-“Sí, sí; como en el monte Calvario, donde
levantaron la cruz. Seguramente la pusieron en un lugar con baldosas y lámparas
votivas de plata. Serían de oro los clavos con que clavaron a Jesús… Porque
ahora, si vas a Jerusalén, encontrarás
transformada la colina del Calvario que visitan los peregrinos. Ahora
está dentro de un templo”-.
- “Creo que ustedes los cristianos disimulan lo que
pasó. Ahora hacen las cruces de oro, la
mesa que sería de madera en la última cena, ya no es mesa, es “altar”, a veces
de mármol. La copa un cáliz de plata… y dejarían a la pobre Yovana en la
puerta. Hubiera tenido que ir a quejarse a Jesús: “Maestro, que no me dejan
entrar; que en esa parroquia tengo que llevar vestido de mangas largas y
zapatos, no caites ni tenis”-.
ROLLO 2.- El
alzhéimer cristiano.-
Hay dos
tipos de esta triste enfermedad: el individual, producto del desgaste de
neuronas en el cerebro y el social,
producto de la falta de memoria
colectiva. Dejemos el primero que es demasiado triste y no corresponde a lo que
ahora tratamos. Pensemos en el alzhéimer social.