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12 de abril de 2020

Mi tía está desolada

MI TÍA ESTÁ DESOLADA
Este es uno de tantos casos donde siempre sale la confusión entre fe y religión: para algunos es más importante la religión (procesiones)  que la fe auténtica, que los  enfermos sean cuidados  o los niños  mueran de hambre...


El papa Francisco canceló las celebraciones litúrgicas presenciales en la Semana Santa. Otras Iglesias cristianas hicieron lo mismo, para evitar aglomeraciones que puedan exponer a los fieles al riesgo de la contaminación por el coronavirus.

Mi tía está desolada. Nada más y nada menos ella quien en Minas Gerais, jamás se perdió la bendición con la procesión del Domingo de Ramos, el lavatorio de los pies del Jueves Santo, el Via Crucis con el Cristo Yacente y la Virgen de Nuestra Señora de los Dolores en el Viernes de la Pasión, ni la misa de la Resurrección. Con sus 92 años, encerrada en su casa, ella se lamenta mucho por verse obligada a tener que seguir toda la liturgia por la televisión, y lo que es peor, sin procesiones.

Intenté convencerla (creo que sin éxito) de que este año tendremos una Semana Santa mucho más santa. En el Domingo de Ramos, cuando conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén montado en un burrito, no podemos olvidarnos de que él está presente en las colas formadas por millones de personas que, en todo el mundo, buscan medicamentos en las farmacias y atención en los hospitales.

Jesús también está presente entre los enfermeros y médicos, bomberos y policías, que arriesgan su vida para salvar pacientes infectados por el virus, gesto semejante a aquel que Él tuvo al lavar a los pies a sus discípulos, rito recordado por los católicos en el Jueves Santo.

Jesús se encuentra en los hospitales sobresaturados, donde se experimenta la misma agonía que Él vivió en el huerto de los Olivos al descubrirse frente al riesgo real de la muerte.

Jesús, dejado solo por los discípulos, y que enfrentó el sufrimiento de sentirse abandonado hasta por Dios, ahora se multiplica por miles de millones de personas aisladas en sus casas e imposibilitadas del encuentro y del abrazo en sus seres queridos.

Jesús preso y torturado en los calabozos del poder es también aquel que vive en el abandono en las calles, sin medios para aislarse, sin acceso al sistema de salud, sin condiciones de protegerse con las medidas esenciales de higiene para escapar de la amenaza de muerte inminente.

Jesús, por lo tanto, resucita en el campesino que cultiva lo que llega a nuestras mesas, en el camionero que transporta medicinas y alimentos, en el comerciante que garantiza a todos nosotros los bienes esenciales.

Jesús se manifiesta en los pequeños gestos de solidaridad, como lo de la joven del departamento 404 que, todos los días, prepara la comida para la señora mayor del 302, porque la cocinera está aislada.