Padre Nuestro en tiempos de coronavirus
Miguel Angel Mesa
Religión digital
Padre y Madre nuestra, que no te encuentras en un cielo lejano, sino sufriendo en el infierno actual de quienes mueren sin la compañía de sus familiares y amigos, junto a quienes están solos en las UCIS de los hospitales, en las residencias de ancianos, en los pisos sin poder salir a tomar un poco el aire a la calle.
Santificados son los nombres de cada una de las personas que viven la dureza de estas situaciones: Ángel, Emilio, Mari Carmen, Antonio, Vicenta, José Luis, Teresa, Juan, Luis Eduardo… Esos nombres, junto a otros miles más en todo el mundo, merecen nuestro profundo agradecimiento y una placa de recuerdo en los corazones de cada uno de nosotros.
Los brazos que cuidan, las sonrisas que alivian el desamparo, el silencio de la escucha ante el dolor expresado con rebeldía o desolación, los pies que llevan la compra a la anciana del tercero, los cuidadores que se ofrecen voluntariamente para acompañar con riesgo de contagio, los camioneros que llevan los alimentos del día siguiente a los supermercados, las manos que recogen la fruta o la venden, las mentes que buscan una vacuna eficaz para abatir el virus, ya viven y crean cada día una sociedad nueva con la propia entrega de sus vidas…
Toda esta gente conocida y anónima está construyendo un nuevo mañana, diferente, más humano, solidario, mejor. Si todos nos esforzamos por cuidar a los extranjeros y otras personas sin hogar, y proteger a las mujeres víctimas de violencia machista, a los inquilinos desahuciados, a quienes no pueden pagar la factura luz, ni los libros de sus hijos… estaremos cumpliendo la voluntad de Dios, Fuente y Espíritu de gozo y llamada a la felicidad y la vida con dignidad de todos los seres humanos.
En primer lugar siempre debemos llevar a cabo una misión vital y espiritual: saciar el hambre y proveer de pan, un pan que es nuestro, es decir, de todos, no solo mío, para satisfacer las necesidades físicas de las personas empobrecidas. Hacia ahí se deben encauzar todos nuestros esfuerzos. Después habrá que calmar el hambre de cultura, de belleza, de ternura, de acogida, de solidaridad.
La fraternidad humana se asienta sobre la base del perdón, la indulgencia, la compasión y la generosidad, buscando la reconciliación, el entendimiento y el acuerdo. Cuando se logra superar la cizaña del odio, el desprecio y la rabia, nos liberamos profundamente como personas y renacemos a una nueva vida llena de luz y de confianza. Si perdonamos nos sentiremos perdonados, liberados.
Vamos a ayudarnos a no caer en la apatía, el desánimo,la indiferencia y el olvido, pues todo ello nos conduce al egoísmo, la ambición y el egocentrismo. Solo la generosidad y la donación de uno mismo concede el valor, la calidad, una intensa luz a la persona. Para así llegar a brindar con el vino de la amistad y la fraternidad y abrazar con todo nuestro ser, para sentirnos vivos, felices, llenos de una perfecta alegría.
Miguel Angel Mesa
Religión digital