Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

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3 de junio de 2020

Parroquias, postcoronavirus


¿CÓMO TENDRÍAN QUE SER LAS PARROQUIAS DEL
 POSTCORONAVIRUS? SAMARITANAS

José Manuel Vidal       (17/Mayo/20)

Desde que nació a mediados del siglo III (algunos retrotraen su origen a las casas-iglesias domésticas de las primeras comunidades cristianas), la parroquia ha estructurado territorialmente (con algunas variantes posteriores en función de las diversas nacionalidades) el catolicismo con profundas variantes en su devenir histórico. Hasta que el Vaticano II la convierte en comunidad de comunidades.

Eso sí, siempre muy clericalizada y girando en torno al párroco, que, según su buena voluntad, puede decidir si los diversos consejos pastorales (pedidos por el Concilio) son deliberativos o meramente consultivos. Esta última opción es la que prevalece en la mayoría de los casos, sobre todo a partir de la época de la involución eclesial de Juan Pablo II. Y lo que es peor, avalada por el Derecho canónico.


Mal que bien, el modelo externo de parroquia ha sobrevivido hasta hoy. Cada vez más desarbolado y más clericalizado. Y cada vez con menos parroquianos. Y es que la gente ha dejado de tener conciencia de parroquia y, en muchos casos, no tiene relación alguna con ella. Tanto es así que ni siquiera la pisa en los momentos claves de la vida: los ritos de paso.

 Tras el impacto de la secularización y la estampida hacia la indiferencia religiosa, la parroquia ha dejado de ritmar la vida de la gente con sus sacramentos. Los niños se bautizan cada vez menos, la primera comunión se sigue manteniendo gracias al Corte Inglés, la confirmación ha desaparecido prácticamente del mapa, los novios ya no se casan mayoritariamente por la iglesia e, incluso, en muchas ocasiones la institución ya está ausente en el momento de la muerte. Como sucedió durante la pandemia.

Perdidos los ritos de paso, la parroquia ha perdido gran parte de su función espiritual en medio del pueblo y del barrio. Para recobrarla es necesario que, como en la época del postconcilio, se convierta en la casa común del pueblo o del barrio. Y, para eso, tiene que recuperar su función social junto a la espiritual. Hay que refundar las parroquias.

Calculan que la coronacrisis va a provocar más de 10 millones de pobres en nuestro país. Socorrer a los que el coronavirus va a dejar en la cuneta de la vida tendrá que ser la función prioritaria de las parroquias, si quieren volver a ganarse un hueco en el corazón del pueblo.

 Sobre todo, por imperativo evangélico. Para cumplir el 'tuve hambre y me disteis de comer' de Mateo 25, que es de lo que, según dice el Evangelio, nos examinarán. No de si hemos ido mucho o poco a misa.

Es la hora de las parroquias samaritanas. Que los curas y los fieles dejen de ser como aquel sacerdote de la parábola que pasó de largo ante el que estaba tirado en el camino y se convierten de verdad en 'buenos samaritanos'. Como el de la parábola, que se detuvo junto al necesitado de socorro, le limpió, le curó, cargó con él, se lo llevó a que lo cuidasen y pagó a los cuidadores. Solidaridad en acto y ciclo caritativo completo. Misioneros de la caridad.

Parroquias samaritanas o parroquias-hospitales de campaña, que tendrán que transformarse en parroquias comedores, parroquias economatos, para suplir y llegar a donde el Estado no llegue. Esa labor de suplencia parroquial será, en adelante, mucho más necesaria que la que hace la institución en la área educativa, por ejemplo. Y, para eso, tendrá que redirigir sus energías y trabajar en red.

Y no bastará con que algunas parroquias se especialicen, como hasta ahora, en atender a los pobres y las demás, sobre todo las de las zonas más ricas, se dediquen al culto. Estén donde estén, las nuevas parroquias tendrán que ser menos sacramentalistas, menos ritualistas y menos clericales. Y más caritativas.

 Pan de la Palabra, sí. Pan de la eucaristía, también, pero sobre todo el pan de la mesa compartida, de los fieles que se aman y que no consienten que sus hermanos pasen hambre o necesidad. Más aún, consiguen la multiplicación de los panes y los peces, es decir el milagro del compartir. Porque, como los primeros cristianos, “todo lo ponían en común… y tenían un solo corazón y una sola alma”.

Parroquias, además, no sólo asistenciales, aunque la asistencia y la comida sea lo más urgente y prioritario, sino también parroquias promocionales, que se impliquen en el desarrollo integral de sus parroquianos más necesitados. Con todo tipo de actividades de promoción. Desde talleres ocupacionales a oficinas de empleo. Desde bancos del tiempo a economatos o roperos, o fianzas para alquileres o pisos compartidos o locales a disposición del pueblo o del barrio. O que cada parroquiano que pueda adopte a una de las familias del barrio o del pueblo más necesitadas.

La diaconía en el centro de la misión parroquial. Dar sentido a la vida de la gente de verdad, creando espacios de unión, compromiso y esperanza. Porque, como dice monseñor Gaillot, “una Iglesia que no sirve no sirve para nada”. Curas con mascarilla y mandil o traje de faena, dedicados principalmente a socorrer y atender a la 'carne de Cristo' y que, además y como es lógico, en algún momento también comparten con los demás el pan de la eucaristía, como el motor que los impulsa a la acción. Más horizontalismo del compromiso, para mejor llegar al verticalismo de la oración. Más labora, para mejor hacer el ora.

Hay que pasar del cura casi exclusivamente funcionario de lo sagrado, al cura servidor de la comunidad. Y para eso, los sacerdotes (especialmente los formados en los últimos 35 años) necesitan formatearse de nuevo, resetearse en las líneas de fondo del Vaticano II, que está descongelando el Papa Francisco. Un cambio profundo de mentalidad pastoral, comenzando por los seminarios. Dejar de ser meros expendedores de sacramentos, para convertirse en sanitarios del alma y del cuerpo de sus parroquianos.

Sólo así seremos creíbles. Solo así, si la gente nos ve dar trigo más que predicar, volveremos a situar nuestras parroquias en el corazón de la sociedad. Sólo así nuestras parroquias se convertirán en la casa común del barrio o del pueblo. Sólo así seremos, de nuevo, testigos del que pasó por el mundo haciendo el bien. Y sólo así volverán a decir de nosotros: 'mirad cómo se aman' y cómo nos aman.

RD José Manuel Vidal

Tomado de: